Conquistando a mi padrasto I
A mami y a mi nos gusta el mismo tipo de hombres: maduros.
Cuando Saúl se mudó con nosotras, lo primero que hice fue asustarme. En primer lugar porque nunca había habido un hombre en casa (mi mami era madre soltera) y en segundo porque a esa edad ya jugueteaba con la lencería de ella y me daba miedo que él pudiera descubrirme. A veces se me pasaba más bien y no podía concentrarme en la escuela de solo imaginar que un día llega a casa y me encuentra vestida con la tanguita animal print de favorita de mami, (y también la mía), una medias caladas y el vestido negro entallado que se pone cuando se va de fiestas los viernes y no llega. Así lo imagino y siento algo entre la excitación y la intimidación; su estatura alta, piel morena, cara dura, serio.
Cuando llego a casa no suele haber nadie. Mami se va a su turno como enfermera mientras Saúl atiende su negocio de mecánica. Tal vez por eso tiene ese porte de rudeza que sienta bien en los hombres maduros. Mes gusta eso, maduro. Voy directo a la habitación de mami, abro el cajón feliz y busco nuestra tanga. ¡Veo que hay ropita nueva! Me excita pensar que Saúl la compró pensando en mami y me la pongo lo más rápido que puedo, quiero sentir la tela, sentir el hilo entre mis nalgas, imaginar la mirada excitada de Saúl, sus manos gruesas, ásperas, y que camina hacía mí, me toma de la cintura, me da una nalgada, me aprieta y me dice que me veo muy putita, que así me imaginó cuando compró la lencería. Lencería de putona. Creo que heredé eso de ella, el deseo, la calentura, lo puta. También sus caderas y nalgas. «Mira nada más, tienes cadera de mujercita» «Oye ¿no me habré equivocado y me trajeron niña en lugar de niño? solo no te quieras poner mi ropa, eh» Y creo que era una invitación, porque ella siempre la dejaba a la vista y me hablaba de cosas como la sexualidad y de que era mejor saberlo en ese tiempo y no después, que el sexo es algo maravilloso, que no hay mejor goce y que ya me tocaría experimentarlo. Claro que ya experimentaba en las noches, cuando ella llegaba de las fiestas y yo fingía dormir. Entonces escucha risas de ella y de hombre, palabras en voz baja, nalgadas, gemidos, suplicas por más y más y más y pégame, lléname de leche, papi, sí, soy tu puta, más. Y yo en mi habitación, atenta, tocando mis pezones y mi pequeño pene por encima de la tanga.
Con Saúl la escena se repetía a diario. Después de cenar yo fingía dormir, y mientras él hacía suya a mami, yo fingía que también era suya y en cabeza gemía que sí, que soy suya, que me de su leche, y sí, eres mi papi, te voy a decir papi, cógeme como a mi mami, lléname, somos tuyas.
Me dispuse a hacerlo mío. Ya en los chats me había dicho lo putita que me veo, eran hombres maduros diciendo todo lo que me harían, que si ellos fueran Saúl ya me estarían cogiendo a diario. Saúl, siendo el macho que logró domar a mami, seguro también querría hacerme su puta. Tener dos putas en casa.
Aproveché un viernes. Ese día mami estaba de guardia en el hospital y Saúl había regresado temprano del taller. Ahí estaba él, en la sala, tomando cervezas frente a su laptop. Ese día lo recuerdo bien, porque decidió pasarlo en boxer. Mirar su paquete marcado y su cuerpo velludos me excitaron al punto de saber que no había vuelta atrás. Fui a la habitación de mami, abrí el cajón feliz, y me puse nuestra tanguita favorita…y la lencería nueva.
Es hombre debía ser mío y yo, suya.
Continuará
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