Diario de una mujer , felizmente casada Pt.-3
una vida de recien casada.
Al llegar a la capital nos quedamos en casa de la hermana de mi madre y su marido, sin hijos. Es una casa enorme y hermosa, con varios sirvientes para atender la casa y a ella. Ya sabíamos que mi tía padecía de esclerosis lateral amiotrófica, una enfermedad degenerativa, incurable. Yo ya vestía como la jovencita de 15 años que era y me hacía llamar Lupita porque el nombre de mi madre es Guadalupe. Mis tíos me recordaban como un niño evidentemente afeminado. Antes de nuestra llegada mi madre les hizo saber mi situación y el objeto de mi viaje. No sé si se asombraron, pero me pareció que se esforzaron por actuar con naturalidad en relación conmigo. Creo que les fue fácil porque mi imagen, comportamiento y forma de hablar eran los de cualquier otra jovencita de mi edad.
Los médicos que me entendieron se asombraron de que el desarrollo de mis caracteres sexuales secundarios fuera tan femenino, como la amplitud de mis caderas y la distribución de la grasa corporal. Opinaron que era digna de un estudio genético – cromosómico, lo que ni a mi madre y a mí no nos interesó.
Durante tres meses mi madre viajó dos veces por semana entre nuestra ciudad y la capital para atender sus negocios, para poder acompañarme a las consultas médicas. Como las consultas médicas y los análisis clínicos me dejaban mucho tiempo libre me dediqué a atender a mi tía o, mejor dicho, a hacerle compañía, porque a cargo de su cuidado tenía tres enfermeras con turnos de ocho horas cada una. Pronto creamos un vínculo afectivo y de simpatía muy fuerte. Había varias cosas de la casa que no funcionaban bien porque ella permanecía en cama la mayor parte del tiempo. Por eso me convertí en sus ojos y ejecutora de sus órdenes para la servidumbre. La educación que me dio mi madre fue la que se le da a una hija. Sé todo sobre la atención de una casa, se cocinar, repostería, coser, y tengo gusto por la decoración. Descubrí en esos primeros días que tengo el carácter suficiente para dirigir a los empleados y puse el orden que faltaba en la casa. La cocinera tuvo que aprender a hacer su trabajo para satisfacer los gustos de mis tíos y el mío. Para eso me metía la cocina para mostrarle cómo debería hacer las cosas. Conseguí que mi tío cambiara al chofer, que me desagradaba, por una señora que yo escogí. También logré cambiar a dos de las enfermeras que me pareció no hacían bien su trabajo. Después de tres meses se acabó la etapa de visitas frecuentes a los médicos y las pruebas de laboratorio. Solo tenía que seguir mi tratamiento hormonal y regresar a seguimiento cada mes o dos. Fue cuando el regreso a mi ciudad de origen planteó dilemas, mi tía quiso que me quedara con ella y yo caí en cuenta que al regresar a mi ciudad la gente que me conocía hablaría de mi con infamia al verme vestida de niña y mi proceso de mayor feminización. Mi madre y yo decidimos que permanecería en casa de mis tíos durante el periodo de transición de un año mientras ella arreglaba lo de sus negocios con el objetivo de venirse a vivir a la capital conmigo. Mi tío apoyó mi permanencia en su casa porque vio que su esposa estaba muy satisfecha con mi presencia y que la conducción de la casa había mejorado mucho. Los negocios de mi tío le absorbían mucho tiempo y tenía que viajar con frecuencia. Por eso resultó muy conveniente mi permanencia en su casa.
Mi tío cumplió 40 años en los primeros meses que llegué a la casa. Era realmente muy guapo y cuidaba mucho su apariencia. Era un hombre de negocios con mucho mundo y siempre elegante. En la casa tenía montado un gimnasio bien puesto con muchas máquinas y equipos. Cinco veces a la semana se ejercitaba, en ocasiones temprano en la mañana y en otras por las noches. Yo también comencé a ejercitarme con las indicaciones sobre los ejercicios adecuados para mí, que él me dio.
Cuando transcurrieron, aproximadamente, ocho meses del inicio de mi tratamiento, el cambio en mi se hizo evidente. Considero que ya me veía mujercita antes del tratamiento, pero transcurrido ese tiempo me vi fenomenal y como que aparentaba más edad, quizá unos 18. A esas alturas el trato frecuente con mi tío y la confianza que fue estableciendo entre nosotros, hizo que la admiración que sentía por el él se convirtiera en una atracción por su condición de hombre.
Se hizo usual que cuando se ejercitaba en el gimnasio por las noches yo lo acompañara para que me enseñara el uso de los equipos y los ejercicios que debía hacer. En no pocas ocasiones me limitaba a verlo hacer ejercicio y admirar su musculoso cuerpo. Lo veía muy guapo y varonil. Comencé a encargarme directamente de atenderlo cuando desayunaba, comía o cenaba en casa. Me esmeré más por tener su vestimenta siempre impecable. Disponer que se cocinara lo que le gustaba y comencé a cocinar para él con frecuencia. Me encargué de la administración de la casa, de hacer todos los pagos de los servicios y para la servidumbre, las compras y todo lo que es responsabilidad de la dueña de la casa. Eso le quitó las preocupaciones sobre, para él, las naderías de la casa.
Una noche en el gimnasio, cuando yo lo observaba, me preguntó que si quería tocar sus brazos, sus músculos hinchados por el ejercicio y brillantes por el sudor. Me acerqué toqué sus brazos, sus pectorales, sus piernas, lo que me hizo sentir una emoción que me puso eufórica y despertó mi deseo. El sonreía y reía satisfecho de mis tímidos toques.
Al terminar, me rodeo con su brazo y me dijo, tenemos que hablar. Así caminamos por los jardines hacia la casa y en un recodo se detuvo y me invitó a sentarme en una banca tan pequeña que hacía que nuestros cuerpos estuvieran apretados. Comenzó diciéndome que seguramente yo entendía que la condición de mi tía enferma impedía que tuvieran una relación normal entre los esposos y que él tenía necesidades como todo hombre de su edad, pero que no quería engañar a mi tía con otra mujer, porque la amaba. Me expuso largamente muchos argumentos, pero en resumen me dijo que pensaba que una relación conmigo no significaría una traición porque no lo alejaría de mi tía y porque los dos la queríamos mucho y nos ocupábamos de ella. Como su propuesta fue muy delicada, nada agresiva, y explicada poco a poco, más que un poco de temor me causó inquietud e incertidumbre. Hasta ese momento solo lo escuché y no dije palabra alguna. Cuando, ante mi silencio, me preguntó qué pensaba, le respondí acercándome a él y ofreciéndole mi boca entreabierta. Nos besamos largamente pero no pasamos de las caricas tiernas. Ahora estoy segura de que mi tío Roberto se midió mucho para no asustar a la niña que era yo, aunque ya nada inocente. Me sentí muy alagada como mujer de que un hombre como él me deseara. Caí en cuenta que me había estado enamorando de él, durante los meses recientes. Sentí en ese momento algo indescriptible, que ahora sé que es amor.
-Prepárate, después de la cena seguiremos esto y me despidió con una tierna nalgada.
Me bañé y me vestí como de costumbre para pasar a ver a mi tía, quien ya dormía. Regresé a mi cuarto, me hice un enema (un lavado intestinal como un médico me recomendó), me cambié de ropa para verme sexy y fui a preparar la cena, ya lista cuando Roberto llegó al antecomedor. Me puse coqueta y di algunas vueltas en redondo para que me viera. Eres linda, me gustas mucho, nenita. Solo comí un poco de fruta porque en el estómago sentía mariposas inquietas. Durante la cena no dejé de hablar para presumir mis cualidades de ama de casa, de mis preferencias para vestir y lecturas de obras escritas por mujeres. Me hizo preguntas sobre mis intereses de jovencita, que contesté muy a gusto. Cuando lo atendía aprovechaba para acercarme mucho a él y rozarlo como gata, le di algunos besos en la mejilla y no paré de coquetear. Cuando terminé de lavar los platos de la cena, me rodeó la cintura, me besó y condujo a su cuarto, que había sido el que compartió con mi tía.
Al llegar a su cuarto nos besamos y ahora si tocó mis senos y nalgas con ternura. Se separó bruscamente de mi y se dirigió al closet de donde sacó un negligé largo de seda con encaje de color blanco que necesariamente era de mi tía. Cámbiate me ordenó y me fui al baño. Salí modelando mi vestimenta, imitando los movimientos de las modelos. Él vestía una bata de casa. Me detuvo y me llevó a un sillón donde se sentó y me subió a sus piernas. Sentí en mis nalgas la dureza de su miembro erecto. Nos besamos mientras me manoseaba toda y se dio gusto con mis tetitas, decía eres bella Geny, estas buenísima, te amo. Yo le decía, estoy enamorada de ti Roberto, te amo, soy tuya. Repitió varias veces el nombre de mi tía por lo que comprendí que me identificaba con ella. Repentinamente me levantó en sus brazos y me condujo a la cama donde me asentó. Su bata ya estaba abierta y pude ver su hermosa verga. Me levanté y le quité la bata, caí de rodillas a sus pies, tomé su gran pene con mis dos manitas y sobraba un buen tramo por cubrir, me di cuenta de que era enorme. No me preocupé porque mi desvirgador me había dilatado bastante y yo acostumbraba masturbarme con un consolador de gran tamaño que robé a mi madre. Así, comencé a besar, lamer, acariciar la preciosura aquella, hasta que la metí a mi boca, cada vez más profundamente, y al mismo tiempo le acariciaba los huevos. Me tomó de la cabeza y me dirigió mi mamada a su ritmo y gusto. Sentí que estaba a punto de vaciarse en mi boca, pero me la sacó y levantó, me sacó el negligé y me depositó en la cama de cuatro patitas. Eso me dio gusto porque ya estaba viendo mi hermoso culo en toda su majestuosidad y yo lo sabía porque me lo veía en el espejo. Se abalanzó sobre mi hoyito rosado para besarlo, lamerlo, meterme su lengua. Me sentí en la gloria. Cuando separó su cara de mi culo, supe que seguía, así que gateé sobre la cama hasta el buró donde dejé el lubricante al entrar. Ven mi vida, le dije y le cubrí su verga con lubricante que ya tenía bastante del natural y me metí una buena dosis en el ano, para inmediatamente ponerme en posición de ser penetrada. Tomé la cabezota con mis deditos y me lo unté en mi entrada, me eché un poco para atrás y me entró la cabeza, entonces el me dejó ir el resto con delicadeza, hasta que sentí sus testículos topar en mis nalgotas. Nos movimos cada vez más rápido, le pedí que me tomara de mi cabello como riendas y me pegara en las nalgas para que me moviera más rápido, lo que hizo con gusto. Gózame mi amor, eres mi hombre, mi dueño, mi marido, mi macho, le decía. Mientras me montaba como su yegua y me decía eres mi mujer, mi esposa, mi hembra, te amo, te deseo. Me sentí realizada como mujer, disfrutando su deseo, gozando aquel gran trozo de carne caliente dentro de mí. Que rica estás Geny, decía con frecuencia. Así entendí que no estábamos engañando a mi tía, sino que yo era ella, su clon, y que la amaba a ella a través de mí. Estuve segura, más que nunca, que yo era la dueña de la casa con todo y marido. Eso me excitó mucho y le dije: dale a tu esposa Geny todo el semen que le pertenece, embarázame amor mío, y otras cosas excitantes. Sentí como vertía su rica miel dentro de mí, llenándome con varios espasmos con que me entregaba más y más su delicioso licor. Sentir el placer de mi hombre me excitó mucho y sentí mi orgasmo al mismo tiempo. Así sería en el futuro. Resultó evidente que hacía mucho tiempo que no hacía el amor y que nuestra relación sexual sería feliz.
Me acurruqué en sus brazos y pasamos a la etapa cariñosa del sexo, con besos y caricias tiernas, con palabras dulces, con te amos, te deseo, para siempre. Seguimos amándonos durante varias horas como recién casados.
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