El repartidor y algo más……(Danielita)
Relato de ficción pero me encantaría hacerlo realidad. Los espero en mi telegram..
Soy un chico de 1.65, bajito pero con un cuerpo delgado que me gusta resaltar cuando me suelto. Tengo el pelo castaño, corto y un poco ondulado, y una piel suave que me enorgullece. De día, visto normal: jeans ajustados, camisetas básicas y tenis gastados, pasando desapercibido. Pero cuando estoy solo, saco mi lado nena: me pongo una faldita corta plisada, rosa pastel, que apenas cubre mi culito, y una tanguita negra de encaje que me aprieta el pene y me deja el culo al aire. A veces me atrevo con un top cortito que muestra mi ombligo, y me miro al espejo, sintiéndome zorrita, mi pene pequeño pero duro asomando por el borde de la tela.
Esa tarde, con la casa para mí solo, decido jugar. Me visto de nena: la falda rosa, la tanguita negra, el top blanco y unas medias altas que me llegan a medio muslo. Camino por la sala, sintiendo la tela rozándome, y se me ocurre pedir algo para calentarme más. Abro la app de delivery y encargo una caja de cervezas, imaginando cómo podría tentar a quien llegue. Mientras espero, me paseo frente a la ventana, la cortina entreabierta, dejando que el sol me ilumine el culo bajo la falda. Mi corazón late fuerte, sabiendo que alguien podría verme así.
Suena el timbre, y me asomo con cuidado. Es el repartidor: un tipo de unos 25 años, moreno y musculoso, con una camiseta gris sudada que se le pega al pecho y jeans que marcan un bulto prometedor. Tiene el pelo negro cortito, barba de dos días y una cara seria, de hombre que no habla mucho. Abro la puerta despacio, dejando que me vea de a poco: primero las medias, luego la falda subiendo por mis piernas, y finalmente mi cara con una sonrisa traviesa.
«Hola, ¿mis cervezas?», digo con voz suave, de nena coqueta, apoyándome en la puerta para que la falda se levante un poco, mostrando el borde de mi tanguita.
Él se queda parado, la caja en las manos, mirándome como si no creyera lo que ve. «Eh… sí, aquí están», dice, con la voz ronca, y sus ojos bajan a mi falda, luego suben a mi top, deteniéndose en mi culito que asoma. «Pasa, déjalas ahí», le digo, señalando la mesa, y camino delante de él, moviendo las caderas para que vea cómo la falda se balancea, dejando mi culo casi a la vista. Pongo la caja en la mesa, pero no se va. Lo miro por encima del hombro y digo: «¿Te gusta mi outfit?». Él traga saliva, rascándose la nuca, y murmura: «Joder, ¿qué eres, un putito o qué?».
Me río, girándome despacio, y levanto la falda un poco más, dejando que vea mi tanguita negra y mi culito redondo. «Solo una nena que quiere jugar», digo, y me agacho frente a él como si buscara algo en el suelo, mi culo en alto, la tanga metida entre mis nalgas. Lo escucho respirar fuerte, y cuando me levanto, veo que se ajusta los jeans, el bulto creciendo. «No deberías andar así», dice, pero se acerca un paso, mirándome como lobo hambriento. Me siento en el sofá, cruzo las piernas despacio, dejando que la falda suba más, y le digo: «¿Quieres ver más, papi?». Él se queda quieto, sudando, y yo abro las piernas un poco, mostrando mi pene duro bajo la tanga.
«Ven, tócame», susurro, y él duda, pero se arrodilla frente a mí, sus manos grandes temblando mientras me sube la falda del todo. «Qué zorrita eres», dice, y me acaricia el culo por encima de la tanga, apretándome las nalgas. Yo gimo bajito, y él pierde el control: me baja la tanguita de un tirón, dejándome expuesto, mi pene saltando libre y mi ano rosado a la vista. Se desabrocha los jeans, saca su verga —20 cm de pura carne gruesa, venosa, con una cabeza gorda que brilla—, y me dice: «Te voy a dar lo que buscas, nena».
Me pone de rodillas en el sofá, mi culo en alto, y me escupe en el ano, un salivazo caliente que me resbala. Me la mete despacio al principio, los primeros centímetros abriéndome con un dolor que me hace jadear, pero luego empuja más, llenándome con esa verga enorme. «Toma, zorrita», gruñe, y empieza a follarme, sus manos agarrándome la falda como riendas, embistiéndome profundo. Me cachetea el culo, el sonido rebotando en la sala, y yo gimo como nena, mi pene goteando contra el sofá.
Me cambia de posición, me pone boca arriba, levantándome las piernas hasta los hombros, la falda arrugada en mi cintura. «Mira cómo te rompo», dice, y me la mete otra vez, follándome cara a cara, sus bolas chocando contra mi culo, mi tanguita colgando de un tobillo. Me pajeo mientras me da duro, su verga golpeándome el fondo, y él me escupe en el pecho, gruñendo: «Qué rica nena». Luego me pone en cuatro en el suelo, me monta como animal, embistiéndome tan fuerte que mis rodillas se raspan, y se corre dentro, un chorro espeso y caliente que me llena el culo, goteándome por las piernas mientras yo tiemblo.
Se levanta, se sube los jeans y dice: «Buen culo, putita», antes de irse, pero deja la puerta abierta de par en par. Yo me quedo ahí, desnudo salvo por la falda arrugada, el culo chorreando leche, mi pene duro todavía. Entonces veo a mi vecino: un tipo de unos 30, flaco pero con brazos marcados, camiseta blanca manchada y jeans rotos. Está parado en la entrada, mirándome desde el pasillo, sus ojos clavados en mi culito lleno de semen.
«¿Qué carajos?», dice, pero entra despacio, cerrando la puerta tras él. «Te vi desde mi ventana, zorrita», murmura, y se arrodilla detrás de mí, sus manos abriendo mis nalgas para ver el desastre. «Mira esa leche», dice, y siento su aliento caliente antes de que me dé un beso negro. Su lengua lame mi ano, chupando el semen del repartidor, metiéndose dentro mientras gime como loco. «Qué rico, putita», dice, su barba rascándome, y yo tiemblo, mi pene duro otra vez mientras él me come el culo con hambre, sus manos apretándome las nalgas hasta dejarlas rojas.
Se levanta, se baja los jeans, y saca su verga, más pequeña pero dura y curva. «Te voy a follar más, nena», dice, y me la mete en el culo, deslizándose en la leche que ya tengo. Me pone en cuatro otra vez, embistiéndome lento al principio, saboreando cada empujón, y me jala la falda como si fuera un trofeo. «Qué zorrita sucia», gruñe, y acelera, follándome mientras mi vecino me mira con ojos de lujuria, mi culo goteando más semen en el suelo. Me da vuelta, me sienta en el sofá, y me monta, su polla golpeándome profundo mientras me pajeo, corriéndome otra vez, mi semen salpicándome el top mientras él se corre dentro, sumando más leche a mi culito roto.
«Nos vemos pronto, nena», dice, y se va, dejándome tirado, la falda arrugada, el culo lleno de semen, y mi cuerpo temblando de placer.
Los espero en mi telegram @Danytranssola
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