Francisco
Anita María .
– Te gustan ? – le pregunté haciéndome la inocente.
– Me encantan – dijo tomándome de las caderas y apretándome contra él.
– Son tuyas , cuando quieras y las veces que quieras – dije.
Mientras tanto me besaba el cuello, la nuca, los hombros y la espalda haciéndome arquear y su penetración era a fondo.
Fue a principios de febrero que me dijo que al día siguiente no podría venir.
Me dijo que su mamá tenía que trabajar y no quería que su hermana se quedara sola.
– Pero traela, aquí se va a entretener
– No sé, tendría que preguntarle –
Antes de irse me dijo:
– Si la traigo no vamos a poder hacer nada –
– Si no vienes tampoco – dije sonriendo.
– Voy a venir temprano, si es que vengo, después de almuerzo. –
Nos despedimos con abrazos y besos y se fue.
Al otro día fui al granero después de almorzar.
Estuve un rato mirando, dando vueltas y cuando pensaba que no iba a venir, apareció con una niña hermosa de la mano.
Algo morenita, no tanto como Francisco, pelo negro más abajo de los hombros y unos ojos avellanados, negros profundos y hermosos.
– Está es mi hermana, Anita Maria – dijo.
– Él es mi amigo Erick, del que te conté – le dijo.
Ella estiró su mano hacia mí haciendo una pequeña reverencia.
Le dí la mano sorprendido y le di un beso en la mejilla.
Al día siguiente le pregunté a Francisco porqué Anitamaria me había saludado así.
– Es que para mí mamá, ustedes son el Patrón, la Patrona y tú eres el Patroncito. Entonces es una señal de respeto que nos enseñó mi mamá –
– Entonces los dejo, nos vemos a la tarde – dijo Francisco.
– Vamos a dar una vuelta – le dije
Caminamos hacia los frutales, habían de todo tipo. Algunos ya habían madurado, otros estaban en proceso y otros verdes todavía.
Había un durazno en su punto justo. Traté de alcanzarlo pero no pude.
Entonces le dije a ella que pusiera un pie en mis manos para levantarla.
Me agaché y puso un pie en mis manos, la levanté pero no alcanzaba.
La levanté más y puso una rodilla sobre mi hombro y después la otra sobre el otro hombro. El vestido cubrió mi cabeza y mi cara entre sus piernas.
– Un poco más allá, ahora más atrás – me dirigía.
Finalmente lo alcanzó y al momento de bajarse, paso su pelvis por mi cara.
– Quieres lavarlo? –
– No, así no más –
Nos sentamos en el pasto mientras se comía el durazno. Sería porque ya había estado con mi cabeza entre sus piernas, que no tuvo ningún problema porque el vestido se levantaba dejando a mi vista su blanca ropa interior
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