La cross empalada (4ª parte)

Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Anonimo.
—Gracias, mi cielo. Me cogiste muy lindo.
—Me dijiste que tu novio no te garchaba tan bien…
—No hablemos de eso ahora. Cortamos hace un año; él me desvirgó el culo y me daba bomba; es cierto. Pero vos sos muy superior… En todo… Con vos me siento toda una mujercita…
—¿Te gustaría que yo fuera tu hombre?
—Sí… Mi amante…

Y se apretaron uno al otro, sintiendo sus cuerpos.
—Hermosa, me dejaste seco… Te digo la verdad: yo tenía muchísimas ganas de coger, y me diste el gusto. Me sacaste todo.
—Vos también me agotaste, mi amor. ¡Qué buena leche que tenés! Te amo.
—Tengo un poco de hambre. Y sed. ¿No tenés nada? Si no, voy a la calle a ver si encuentro algo abierto, y traigo.
—No, no salgas. Sentí cómo sigue lloviendo. Tengo unos sándwiches de miga; comamos juntos acá.
Se levantó, desnuda como estaba, y se dirigió a la cocina. Al marcharse, Andrés pudo ver que Mariana caminaba un poco raro, como sacando su culito para afuera. Era obvio: todavía tenía agrandado el ojete por los pijazos de su nuevo novio… Este se sintió muy satisfecho por su “trabajo”; sonrió al pensar que su adorable y femenino putito ya era todo suyo. Al rato volvió con una bandeja.

—Acá traje. ¿Te gusta la cerveza? Sandwichitos y cerveza.
—Decime, ¿por qué estás caminando así, medio raro? —él sabía, ¡por supuesto!, pero quería que Mariana misma se lo dijera. Ella se puso colorada como un tomate, muy avergonzada.
—Bueno… Tu… Tu pija… Me dejó el culo… Bastante abierto, je…
Andrés se dio cuenta que tenía que comportarse como un macho dulce; dominante y porongudo, pero también sensible a la feminización de su crossdresser.
—Vení, mi princesa. Ponete tu bombachita y tu corpiñito, y comamos juntos… ¿Qué hora son? ¿Las dos de la mañana? Menos mal que estoy de vacaciones… Vení, hermosa, sentate en la cama, a mi lado. Brindemos.
Y le dio un beso de amor.

Con toda sinceridad, Andrés pensó que ya había terminado por ese día su tarea de inseminación al mariconcito. Pero (porque siempre hay un “pero”…) con la comida, la cervecita, y viéndolo al lado suyo con bombacha y corpiño, tan “sissy” y haciéndose la nenita, poco a poco sintió que su bulto le cosquilleaba de nuevo…
—Voy a decirte algo que no vas a poder creerlo.
—¿Qué cosa?
—Creo que se me está parando otra vez…
—¡Nooo…! ¡Pero dejate de joder, sos un sátiro…!
—Sí, te lo confirmo… Sentí… —y le llevó una mano hasta su slip, para que notara el bulto.
—¡Pará un poco, no podés cogerme de nuevo!
—¿Por qué no? Me gustás mucho, bebé; me calentás…
Mariana se negó haciendo un mohín gracioso, un gestito.
—Dale, putita, vení a sentarte sobre el pelado.
—No, no… Por favor…

Pero Andrés la forzó. Ella se resistió (mintiendo un poco, desde luego, ya que se retorcía entre los brazos de su macho, pero lo dejaba hacer); Andrés, como pudo, le bajó la bombachita, peló su pija y se la mandó adentro, quisiera o no el putito. Este quería zafarse, o por lo menos simulaba; Andrés lo estaba violando. En realidad jugaban al violador y al violado.
—¡No! ¡No! ¡Qué hijo de puta!
—Dale, que te gusta…

El chorizo de Andrés estaba parado, sí; aunque no tan duro como en las veces anteriores. Era imposible que lo estuviera. Pero estaba lo suficientemente al palo como para mandarse otra cogida. Además, el hecho de que fuera “a la fuerza” lo excitaba mucho. Y así se cogió por quinta vez a su “hembrita”: con ella sentada sobre él, la banana bien metida en el ojete.
—¡Me estás cogiendo, hijo de mil putas; no quiero, no quiero…! ¡Ay, la puta que te parió, dejame…!
—Bancátela, pelotuda; ya la tenés adentro y te voy a coger igual, para que sepas quién es el macho…

Andrés tuvo que trabajar un largo rato, porque estaba seco tras haber largado antes tanta leche. Lo tomó como un desafío: lograr su quinta descarga. Nunca antes lo había hecho. Por lo tanto, hizo cabalgar mucho a Mariana, que con la pija adentro se doblaba y enroscaba de placer, pero fingiendo negativa, rebeldía por ser empomada. En síntesis: fingía que se la cogían a la fuerza.
Mariana sintió en torno a su orto que la poronga crecía, y enseguida una suave inundación. ¡Andrés estaba acabando! El semen ya no le salía con tanta fuerza como antes y era más bien acuoso, pero de todas formas Mariana lo sentía dentro suyo, rebalsando por los costados de su agujero, lubricando la pija de su violador.

—¡Aaah…! ¡Sos un hijo de puta! ¿Cómo me vas a coger cinco veces?
—Vos te merecés mucho más, guachita. ¿Te dije o no te dije, que quisieras o no yo te iba a romper el culo otra vez?

Andrés le sacó la pija. Al salir del ano, el vergón hizo un ruidito cómico: un ¡plop!, como una especie de sopapa. Se sacó de encima al puto, lo recostó a su lado, y tarareando bajito, ufano por el deber cumplido, se fue al baño a limpiarse el choto y echarse un meo. El trava quedó radiante, emocionado, jadeando; nalgas para arriba y con el ojete palpitando, lleno del fluido de su cogedor, de aquella guasca tibia y más líquida que las de polvos anteriores.

Nunca, pero absolutamente nunca, la cross Mariana se había sentido tan femenina, tan amada, tan bien sometida por un hombre de verdad, con el culo tan abierto y tan putamente satisfecha.