La gata y la perra
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por chicochica.
El sábado por la mañana, luego de desayunar, nos duchamos por turnos porque nunca he podido estar con un hombre a menos que esté vestida, al menos con lencería, no sé, necesito ese toque femenino para poder disfrutar como mujer y no ser solo "un puto" como despectivamente se refieren a nosotras en el pueblo.
Fue extraño ver mi siguiente atuendo cuando volví al cuarto de Javier, creí que se trataría de otro disfraz sexy, pero no, era un conjunto de bra y panty de satín blanco con pequeños moñitos de listón rosa en el frente, una playera tipo polo color rosa, minifalda de mezclilla azul claro, calcetas y tenis. Me vestí, me maquillé y me peiné con media coleta y el fleco en la frente; complementando con aretes de mariposa, de broche, porque nunca me he perforado los lóbulos.
Mi novio también se vistió en forma casual y me dijo:
– Estás hermosa, te llevaré a comer al centro
– ¿Estás loco?, sabes que no me gustaría que alguien me reconozca, solo salgo vestida si vamos a otra ciudad
– No te preocupes – respondió con su mejor sonrisa – hiciste muy buen trabajo con el maquillaje y nadie te reconocerá
No tuve oportunidad de replicar, me tomó del brazo y así me llevó hasta su auto, nos subimos y fuimos directo al restaurant más popular (¿o el único?) del pueblo. Afortunadamente parecía que no solo sus padres se habían ido de vacaciones, casi no vimos gente y no nos topamos con conocidos.
Para ser mi primera salida del closet no estuvo nada mal, mi nerviosismo fue desapareciendo lentamente y más por la forma en que me trataba Javier, en verdad parecíamos una pareja de enamorados en una cita especial. Comimos, bebimos algunas cervezas, reímos y después regresamos a nuestro nidito de amor para recomenzar la sesión de sexo.
– En el cuarto de mi hermana está la ropa que necesitarás ahora – dijo Javier en cuanto entramos a su casa
– ¿Pero… es necesaria? – pregunté
– Por supuesto, nena, recuerda que vamos a disfrutarnos uno al otro como nunca lo hemos hecho
La idea no era de todo mi agrado, pero valía la pena intentarlo si es que quería recuperar la relación tal como era antes.
Me encontré un uniforme de gata (como vulgarmente se les llama a las empleadas domésticas): era un corset de satín y encaje negro, divino, con liguero; medias de malla negras; tanga de encaje negro; minivestido negro con delantal blanco y zapatos de tacón tipo aguja también en negro. Creí conveniente exagerar el maquillaje y simular un lunar junto a la boca, pensando en verme más puta para recibir una dósis similar a la del día anterior.
Fue muy satisfactorio ver a mi novio nuevamente sorprendido y excitado al verme entrar a su cuarto, caminando lentamente, sonando los tacones y dando un par de vueltas completas para permitirle apreciar todo lo que estaba a punto de disfrutar. Por supuesto, él ya tenía preparados todos los juguetes, lubricante y guantes en su buró.
Me acerqué lentamente a él, nos abrazamos y juntamos nuestros labios con besos cortos de "piquito", bailamos aunque no había música y empezamos a besarnos ya bien, chocando nuestras lenguas, primero en su boca, luego en la mía; acaricié su cuello, llevé mi mano hacia su nuca, depués al cabello y presioné su cara contra la mía, no quería que dejara de besarme; él llevó su mano izquierda a mi cintura y la derecha directamente a mis nalgas, me cargó y me llevó junto a la cama.
Igual que el día anterior, me pidió que le avisara si estaba a punto de terminar para hacer una pausa y prolongar el placer; me puso en cuatro, bajando la tanga con sus dientes, besando mis nalgas y luego lamiendo mi ano, era la primera vez que lo hacía y me encantó sentir su lengua en mi culito.
Me mostró cómo se ponía los guantes de látex, los llenó de lubricante y comenzó a dilatarme; me preguntó con qué me gustaría comenzar y opté por las bolas; las tomó del buró, me las mostró, eran tres y estaban unidas como con un cordón; vi cómo las lubricaba y después sentí como las introducía una por una en mis entrañas, arrancándome gemidos de inmenso placer tanto al entrar como al salir; estuve a punto de terminar varias veces con ese divino juguete.
Después fue el turno de un consolador pequeño, sin vibrador, pero con textura y muy placentero; el último fue un vibrador muy grande que hasta me dio miedo, pero dada mi lubricación y dilatación, no batalló para introducirlo completo; lo encendió y sentí un calor infernal, un placer intenso, tanto que no tuve oportunidad de avisarle que estaba a punto de eyacular, pero por mis gritos, él dedujo que había pasado.
– ¡Pinche gata! – profirió mientras me propinaba sonora y dolorosa nalgada – no te di permiso de terminar, tenías que avisarme
– Perdóname, corazón, no pude evitarlo
– Zorra, yo quería que terminaramos al mismo tiempo
– No te preocupes, amor, aún sigo excitada y sé que todavía podemos lograrlo
– Más te vale – otra vez me golpeó y agregó – eres una pinche puta barata y tienes que hacer lo que yo te diga
Al vibrador siguieron otros juguetes que ya no pude ver y tampoco me era indispensable, porque estaba disfrutando ser su puta, mi grado de excitación era tan grande que no me importaban las palabrotas ni los golpes, es más, creo recordar que hasta los llegué a disfrutar.
Me quitó la tanga, me recostó boca arriba, colocando mis piernas en sus hombros y se acomodó para penetrarme.
– Ahora sí, gata, es hora de meterte la verga… y no se te vaya a ocurrir terminar antes que yo
– Como tú digas, amor – respondí
– Amor, una chingada – rezongó acompañando sus palabras con par de nalgada – eres una puta y te trataré como tal
– Si ese es tu deseo, bienvenido
En un movimiento rápido y sin darme oportunidad a reaccionar, ató mis manos, me hizo levantarlas y las ató a la cabecera de la cama y después tomó su posición para penetrarme, mis piernas sobre sus hombros, viéndonos cara a cara, como a mí me gusta.
Debo decir que en el resto de la sesión no dejó de golpearme e insultarme y, aunque me duela confesarlo, me gustaba que lo hiciera y no quería que parara, solo quería que me hiciera mujer… su mujer.
Me mostró su pene, nuevamente sin condón y lo metió completo en mi culito, de un solo golpe, aplastando mis huevos con su vientre y, aunque ya estaba completamente dentro, seguía empujando, como si quisiera perforarme las entrañas. Comenzó a bombearme salvajemente, sacar completo, pausa e insulto; meter completo, otra pausa, ahora con golpe y volver a la carga, repitiendo una y otra vez las embestidas, las pausas, los insultos y los golpes.
Me sentí como una puta que hubiese llegado al mismo infierno y tan sádica que lo saboreaba y disfrutaba con una lujuría contenida en lo más recóndito de su ser y liberada gracias al endemoniada animal que la estaba poseyendo. Mi verga se inflamó tanto que sentí que iba a explotar ahora que Javier había tomado un ritmo constante al penetrarme.
En este punto yo solo tuve que limitarme a gritar y aullar (literalmente) porque no podía hacer otra cosa, estaba embriagada de placer; mi novio seguramente lo notó y aceleró el mete-saca a una velocidad vertiginosa. Cuando sentí el primer chorro de su ardiente leche en mis tripas, al mismo tiempo mi verga comenzó a escupir su correspondiente ración.
Javier inundó mi culo con su semen y yo manché su vientre, su pecho y parte de la cara con el mío. Si la cogida del día anterior me parecía inolvidable, la que acababa de recibir… ¡fue épica!
Todavía atada a la cama, con la respiración entrecortada, bañada por dentro en leche y satisfechas mis ansias de sentirme mujer, me quedé dormida; no sé si fueron segundos, minutos u horas, perdí la noción del tiempo; pero sí sé que ya estaba oscuro cuando desperté y sentí la caliente lengua de Javier recorriendo mis piernas.
– Méndiga gata – exclamó Javier – qué rico cojes
– Corazón – respondí con feble voz – me gustaría algo más romántico mientras descansamos
– ¿Descansar?, estás pendeja, eres una méndiga puta vestida de gata y no mereces romanticismo
– Pero… – no pude argüir más, pues me interrumpió
– ¡Cállate, gata!, nada de romanticismos estúpidos, estamos aquí para coger y eso es lo que vamos a hacer
Me mordió en la pierna y grité; sin excitación los insultos y maltratos ya no eran de mi agrado. Continuo ascendiendo con lengua, dientes y golpes hasta llegar a mi vientre y trató de mamarme la verga.
– ¡Ah, no, eso no! – grité – ¡no pienso usar mi verga en hombres!
No sé de dónde obtuve fuerzas, pero me retorcí y, de alguna forma, logré liberar mis manos; me levanté de la cama y le propiné a mi "amado novio" un gancho en el vientre, dejándolo sofocado; lo acomodé en cuatro sobre la cama, me puse un guante de látex y sin lubricante le metí un dedo en su ano, golpeando sus nalgas con la mano que tenía libre…
– Sí, yo soy una gata, pero ¿quién es la perra ahora?, ¡eh!, ¿quién es la perra?
– ¡Yo soy la perra! – contestó a gritos y pude notar las lágrimas que salían de sus ojos y recorrían sus mejillas
Fueron alrededor de cinco minutos los que estuve "devolviéndole el favor", logré meterle dos dedos completos; sé que le dolía, pero él quería más, así que le introduje el vibrador más grande, ese sí estaba un tanto lubricado porque lo había usado previamente en mí, lo encendí y lo golpeé nuevamente, en el vientre, en la espalda y en las nalgas.
– Así, nena, dame más – suplicó
– ¡Eres una perra malnacida!
– Sí, nena, yo soy la perra – respondió y volvió a suplicar – pero penétrame con tu verga, por favor…
No quise escuchar más, estaba claro que las cosas cambiaron pero no para mejorar, sino todo lo contrario porque seguiría insultándome y golpeándome, a pesar de que varias veces le pedí que dejara de hacerlo y, además, se estaba convirtiendo en un puto come-verga, ya no era el hombre del que me enamoré, ese que solo vivía para cogerme una y otra vez.
No quise averiguar lo que Javier esperaba para terminar el fin de semana; fui al cuarto de mi cuñada, me puse un abrigo que cubría perfectamente mi puti-disfraz, tomé mi celurar y las llaves de mi casa y salí corriendo de ahí, no quería seguir escuchando cómo ese hombre que me hizo mujer quería que yo lo enculara.
Ya en la calle me di cuenta de mi estupidez: estaba en la calle, vestido de mujer, dejé mi ropa en el cuarto de mi ex-novio y no podía regresar así a mi casa… Afortunadamente, de las dificultades es de donde surgen las mejores oportunidades; así fue como conocí a mi siguiente novio, pero ya lo contaré en otra ocasión.
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