La historia que me inicio
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Alice28.
Comenzaré diciendo que soy travestí de closet.
Tengo 26 años, pero mi atracción por la ropa y comportamientos propios de una señorita datan desde hace más de una década.
Durante mi adolescencia esta condición tan particular fue casi imposible ser ignorada y mucho menos reprimida, así que después de asimilarlo con el paso del tiempo, opté por aceptarlo sin más confusiones y culpas propias de este estilo de vida.
Aquellas chicas (chicas travestis, por supuesto) que se hayan detenido a leer estas líneas comprenderán perfectamente.
A diferencia de muchas colegas que comparten mi delirio por las medias, los brassieres, los tacones y toda prenda del sexo femenino, mi transformación en Aliciasucede por lo general en la privacidad que ofrecen las cuatro paredes de una habitación.
Debo confesarles, amables lectores, que hasta ahora no he experimentado la necesidad de salir al mundo como mujer, aunque admitiré que después de varios días, semanas, meses y años, suele ser monótono estar siempre frente a mi queridísimo espejo.
¡Cuantas imágenes tan lindas me ha ofrecido! Me remontaré a mis tiempos de universitaria, y es que se conoce gente tan particular en las universidades! que al final, yo que me sentía un tanto “rara”, fui opacada por el creciente numero de “freaks” habitantes de las aulas escolares, pero esa es otra historia.
En aquel entonces, tuve la oportunidad de hacer cierta amistad con un compañero de clase.
Por motivos que solo los catedráticos entenderán, durante aquel semestre pasamos demasiado tiempo juntos debido a motivos escolares, claro está; tiempo que sirvió para hacer innumerables viajes de la cafetería a la biblioteca, de la biblioteca a las aulas y de las aulas a nuestras respectivas casas, donde compartíamos algo más que el teclado de nuestras PC”S.
Tanta convivencia nos llevó a crear cierto nivel de confianza entre nosotros, aunque no la suficiente para contarnos nuestros más oscuros secretos.
Recuerdo perfectamente la escena; él y yo sentados frente a la pantalla de la computadora tratando de escribir varias cuartillas, que, como era usual en casos de extrema urgencia, debieron ser copiadas y modificadas de la Encarta para así mágicamente convertirlas al día siguiente en la calificación perfecta.
Después de cumplir c altísimas, esbeltas, con la más fina lencería, encajes, látex, maquillajes sobrecargados, botas, zapatillas o sandalias de inmenso tacón y entre las piernas… no lo que tendría una dama, pero si lo que tendría una dama travestí, un majestuoso pene.
Algunos flácidos, otros terriblemente erectos.
En ese instante vaya que extrañe mi amado espejo, solo para ver mi expresión de sorpresa.
Inmediatamente sospeché que me mostraba esas imágenes debido a que de una u otra manera se había enterado de lo que yo era, o deseaba ser, una mujer travestí, en toda la extensión y significado de aquellas dos palabras.
Trate de suprimir mis nervios y mi ansiedad…
– Antonio… pero ¿porque tienes esto?, ¿acaso eres gay? – Dije en un tono que cubrió la primera impresión.
– No soy gay, pero, ¿cómo puedo decírtelo? – Dímelo, sabes que puedes confiar en mí.
– Me gusta vestirme de mujer…
Así, sin rodeos de ninguna clase lo confesó.
De esa frase surgió un discurso y un recuento de sus inicios en el travestismo.
Sus comienzos usando la ropa de su madre y hermana, el abandono de su padre, la ausencia de una figura paterna, las dudas adolescentes, la falta de una identidad.
Durante aquella confesión me sentí plenamente identificada con él, mis emociones estuvieron al máximo y no pude evitar decirle que sabía por lo que pasaba, ya que era un caso demasiado similar al mío.
– Te entiendo perfectamente porque yo comparto tus tendencias.
– Me miro con sorpresa e incredulidad.
– A mí también me gusta ser mujer en la intimidad , desde hace algunos años.
Mi nombre de chica es Alicia– – Y yo soy Yolanda – Era la cúspide de su confesión.
Era la primera travestí que conocía.
Anteriormente había conversado vía e-mails, incluso por teléfono, con algunas otras chicas.
Pero esto era diferente, era, insólito, tan insólito como dos personas encontrándose en un enorme desierto.
Simplemente no lo creí.
Ya más tranquilos, después de la sesión de revelaciones me comentó: – Quiero que me conozcas como mujer… y también deseo conocerte como tal.
– Ant… Yolanda, me gustaría mucho tu propuesta pero ahora no traigo nada de ropa.
– Vamos a la habitación de mi madre, las dos podemos tomar algo de ahí.
Esperamos a que la madre de Yolanda saliera a trabajar como todas las tardes.
Esos breves minutos se hicieron horas, no sabia si marcharme o quedarme hasta que escuché cerrarse la puerta y encenderse el motor del auto estacionado fuera de la casa de mi nueva amiga.
Pocos instantes después entramos en aquel amplio dormitorio.
– Desnúdate… – Fue lo primero que expresó mientras ella hacia lo mismo.
Nos quitamos todo, y ya desnudas y en nuestra condición fem nos recostamos unos momentos y dimos paso a la charla habitual de mujeres.
Después abrimos el closet, investigamos en todos los cajones disponibles, hasta que decidimos probarnos dos coordinados de bra y pantaleta, el de ella, negro, satinado y el mío blanco, con encajitos, pantaleta de pierna alta, delicadísimo y ambos propios de cualquier señora.
Quedamos divinas.
Todas las niñas travestis estarán de acuerdo conmigo en que usar esas dos prendas intimas tan básicas de cualquier mujer es lo máximo.
Buscamos lo más sexy dentro de aquel armario y encontramos entre varias otras ropas de noche, una par de negligés, los cuales supongo que eran usados solo en “ocasiones especiales” por la señora de la casa, tras una breve insistencia de mi parte, los vestimos.
Uno en color negro, demasiado transparente y adornado con encaje en los bordes, ajustado al cuerpo, el s señales de excitación, estábamos erectas, disfrutándonos como nunca.
Nos acariciábamos el clítoris, el pene, el pito, el miembro, la verga en pocas palabras, lo que nos daba tanto placer y teníamos escondido bajo las prendas de mujer que orgullosamente portábamos en aquel fugaz momento.
Yola deslizó los tirantes de mi brassiere y se fue hacia mis pezones, los cuales besó y mamó hasta el punto donde no pude más y empecé a demostrar mi calentura a base de una enorme cantidad de gemidos y frases que diría cualquier hembra lesbiana en celo.
Mis pechos rojos, no solo producto de las caricias, sino del lipstick carmesí dejado sobre ellos… ¡el rojo siempre es el color de la pasión! Le quité el negligé a Yola, dejándola en bra, panty, medias y tacones, acaricie sus pezones y todo su cuerpo, pero ella rápidamente me dijo: – Ay, ya no aguanto, bájate la pantaleta por favor, que me urge mamártela.
– Bájamela tu cariño.
– Respondí coquetamente y poniéndome en posición de perrita.
Yolanda hizo hacia abajo la mojada tela de encajes que me cubría mientras besaba con mucho cariño mis testículos, entonces me puse de espaldas y miré como ella mojaba sus labios mientras se dirigía hacia mi pene.
Sentí sus húmedos labios mamarme, mi pene entrando y saliendo de su boca rápidamente sin cesar durante varios minutos ¡vaya que estaba urgida mi amiguita! Yo acariciándome mis pezones a la misma velocidad…
– Ay, ay, ay, ay, mmm… mi amor, corazón, me voy a venir.
Y pasó lo que tenia que pasar… Estallé en un delicioso orgasmo, gracias a su traviesa boquita, llenándole la carita de ese liquido blanco que expulsamos las travestis en un momento como este.
Posteriormente Yola se recostó, liberó sus encantos, su verga que estaba paradísima y procedió a tocársela.
Me gustó mucho observar como se masturbaba, mientras aun nos besábamos, sus ojos entre abiertos, su rostro maquillado, frenéticamente subiendo y bajando la piel de su riquísimo pene mientras gemía como toda una nena y balbuceaba que ya pronto terminaría, que se iba a venir maravillosamente, hasta que soltó toda esa leche que manchó su preciosa lencería.
Cabe mencionar que estábamos un tanto sucias de semen producto de ese par de orgasmos, así que le propuse a mi nena bañarnos juntas.
Nos
desnudamos nuevamente, encontramos un par de bikinis bastante pequeñitos que pedían a gritos que nos los pusiéramos.
Las dos en traje de baño, bra y tanguita, fuimos a la ducha.
No había mucho espacio pero si el suficiente para enjabonarnos, acariciarnos, besarnos, comportarnos como chiquillas, hasta que me hinqué frente a ella, desabroché su tanga y le hice sexo oral (no pensaba marcharme sin mamarle la verga) mientras me acariciaba mi clit al mismo tiempo… Llegamos juntas al clímax.
Pocos días después terminó el semestre y Yola junto al resto de su familia emigró al vecino país del norte, lo que me tomó por sorpresa.
Ahora sabía que uno de sus motivos para confesarse ante mí era precisamente ese, el que pronto se iría y si había reacciones negativas, nunca pasarían a mayores consecuencias.
Fue una experiencia única y muy grata para nosotras, a pesar de que no llegamos a tener la relación sexual “completa”, mediante el coito anal, pero experimentamos y tratamos de desenvolvernos como mujeres más allá de los dominios de la cama.
Afortunadamente, aún mantengo contacto con ella, incluso alguna vez nos mostramos nuestras cositas
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