La vida me presenta una oportunidad.
Hola, esta historia es ficticia espero la disfrutes..
Era un sábado por la mañana cuando llegué a mi nuevo departamento en una colonia muy tranquila y una bonita de la ciudad. Yo, estaba emocionada por este nuevo comienzo, dejar atrás mi pasado era algo que me motivaba mucho y lo que estaba por venir me ponía nerviosa puesto que no conocía a nadie en este nuevo lugar, era un arma de doble filo nunca fui muy sociable así que sabia que me iba a costar mucho trabajo encontrar amig@s y más un novio. Digo, me encanta cómo me veo y me siento: mido 1.68, soy morenita, con un cuerpo que siempre intento trabajar, un culazo que es mi orgullo y tetitas que, aunque pequeñas tienen su encanto yo creo. Adoro las faldas coquetas, los vestidos ajustados y las blusas que resaltan mis curvas.
Para la mudanza, me puse un vestido ligero de flores que me hacía sentir fresca y linda, unas sandalias de tacón bajo que dejaban ver mis uñas pintaditas. Este era mi momento, mi nuevo hogar donde podía ser yo misma, una putita.
Para la mudanza, me puse un vestido ligero de flores que me hacía sentir fresca y linda, unas sandalias de tacón bajo que dejaban ver mis uñas pintaditas. Este era mi momento, mi nuevo hogar donde podía ser yo misma, una putita.
El camión de mudanzas llegó puntual, y mientras los señores bajaban mis cajas, yo supervisaba todo con una sonrisa, asegurándome de que mis cosas llegaran perfectas. De pronto, vi a un joven alto y delgadito, con el cabello castaño un poco despeinado y una sonrisa amable, estaba en el pasillo mirándome con curiosidad. Se acercó con las manos en los bolsillos de su pantalón y me dijo:
– ¿Necesitas ayuda con algo? Soy Lucas, vivo en el departamento de enfrente.
– ¿Necesitas ayuda con algo? Soy Lucas, vivo en el departamento de enfrente.
Su voz era suave y educada, de esas que te hacen sentir bienvenida al instante. Le sonreí, inclinando la cabeza con un gesto coqueto.
*¡Ay, qué caballero! Sí, por favor, estas cajas pesan más de lo que mis bracitos pueden cargar.
*¡Ay, qué caballero! Sí, por favor, estas cajas pesan más de lo que mis bracitos pueden cargar.
Lucas se rio bajito y empezó a ayudarme. Pasamos la tarde desempacando juntos; yo le decía dónde poner cada cosa, y él lo hacía con una paciencia increíble. A veces lo sorprendía mirándome un poquito más de lo normal, pero a decir verdad lejos de incomodarme, me hacía sentir especial, linda ya sabes, deseada; sintiendo como se clavaba su mirada en mi culo. Cuando terminamos, le ofrecí una limonada fresquita que había preparado.
*Gracias por todo, Lucas. Eres un verdadero ángel. Le dije, entregándole el vaso con una sonrisa.
-Es un placer, Vania. Qué bueno que ya estes aquí, te doy la bienvenida al vecindario, cuando gustes te puedo llevar a conocerlo mejor. contestó, mirándome con esos ojos tímidos pero cálidos.
*Gracias por todo, Lucas. Eres un verdadero ángel. Le dije, entregándole el vaso con una sonrisa.
-Es un placer, Vania. Qué bueno que ya estes aquí, te doy la bienvenida al vecindario, cuando gustes te puedo llevar a conocerlo mejor. contestó, mirándome con esos ojos tímidos pero cálidos.
Al poco rato su mamá apareció en la puerta con una bandeja de galletas caseras. Era una mujer en los 40´s, con una sonrisa de esas que te hacen querer abrazarla. «¿Lucas, ¿quién es tu nueva amiga?» preguntó, mirándome como si fuera la vecina perfecta.
Lucas se puso rojo como tomate. -Mamá, ella es Vania, se acaba de mudar. Contestó.
«Oh, qué hermosa eres, Vania. Bienvenida al edificio. Si necesitas algo, pásate por casa cuando quieras» dijo, pasándome las galletas con un guiño.
*Gracias señora, es un amor. Respondí, y le lancé un guiño descarado a Lucas, que parecía rezar para que el suelo se lo tragara.
Me di cuenta de que no corrigió a su mamá cuando asumió que yo era una chica, y eso me puso muy feliz, de alguna manera me hacía sentir como una verdadera señorita.
Los días siguientes, Lucas y yo nos pegamos como muégano, siempre se paraba frente a mi puerta con alguna excusa para poder verme. Me ayudaba a terminar de desempacar, íbamos por café a una tiendita en la esquina, o simplemente nos quedábamos hablando en el pasillo como dos adolescentes hormonales. Era un dulce, un poco torpe, pero tenía unos ojos que me hacían sentir deseada, sentía su deseo y como me comía con la mirada a cada oportunidad que tenía, era muy sincero en ese aspecto. Una tarde, mientras pintábamos una pared de mi sala, decidí subir la apuesta.
*Lucas, pequeño, eres todo un caballero, pero estoy segura de que tienes un lado sucio que no me estás mostrando. Le dije, pasándole el rodillo de pintura mientras mi mano rozaba su brazo con toda la intención del mundo.
Él se río, nervioso, rascándose la nuca. – ¿Sucio? Qué dices, soy un santo.
*Claro, y yo soy virgen. Respondí, acercándome hasta que mi aliento le rozó la oreja. *Los santos no me miran el culo como tú lo haces cuando crees que estoy distraída.
Se quedó mudo, la cara roja como si lo hubiera pillado con las manos en la masa. Me reí, disfrutando cada segundo de su vergüenza y sus expresiones, pero no dijo nada y como dicen, el que calla otorga. Pero esa misma noche, mientras compartíamos una pizza en mi sofá, estábamos viendo una película, y él se acercó más en el sofá, su pierna rozando la mía. Nuestras manos se encontraron sobre la misma rebanada de pizza, y en lugar de apartarse, dejó sus dedos sobre los míos, cálidos y un poco temblorosos.
-Vania… Empezó, su voz baja, casi un susurro. –Tú… me vuelves loco. Me gustas demasiado.
Mi corazón se aceleró a 1000. Me giré hacia él, mis labios curvándose en una sonrisa. *Tú también me gustas, pequeño. Pero ¿Estás seguro de lo que sientes por mí?
Asintió sin dudar, sus ojos clavados en los míos. – Si, definitivamente quiero salir contigo. ¿Quieres ser mi novia?
Me quedé callada un segundo, mordiéndome el labio. Era hora de contarle sin rodeos mi situación. *Lucas, eres un amor, pero antes de que te diga que sí, tienes que saber algo. Soy una chica trans. Estoy viviendo como la mujer que siempre he sido, pero mi cuerpo… digamos que no es como el de las chicas que te enseñaron. ¿Lo comprendes?
Esperé sinceramente un rechazo pues tal vez él no lo había notado o no estaba seguro, también mi inseguridad me tenía muy nerviosa mientras esperaba a ver qué decía. Él me miró, y en lugar de retroceder, sus ojos se suavizaron. -Vania, me da igual. Eres tú. Eres grandiosa, divertida y ante mis ojos la mujer más bella. Quiero estar contigo.
Me tiré encima de él, riendo como loca mientras lo abrazaba. *Eres un sueño de hombre, ¿lo sabías? Susurré, plantándole un beso en la mejilla que lo dejó temblando.
Si bien ahora éramos novios, ni él ni yo sabíamos cómo actuar, para mí era la primera vez como mujer teniendo una relación y para el más de lo mismo, las pocas relaciones que había tenido nunca fueron para el importantes, era la primera vez que el hacia la propuesta y mostraba genuino interés en su pareja según sus propias palabras. A veces era frustrante no poder besarlo y hacerle de todo por miedo a que piense que soy una «facilona» y por su parte él quería respetarme.
Si bien ahora éramos novios, ni él ni yo sabíamos cómo actuar, para mí era la primera vez como mujer teniendo una relación y para el más de lo mismo, las pocas relaciones que había tenido nunca fueron para el importantes, era la primera vez que el hacia la propuesta y mostraba genuino interés en su pareja según sus propias palabras. A veces era frustrante no poder besarlo y hacerle de todo por miedo a que piense que soy una «facilona» y por su parte él quería respetarme.
Y la situación se volvió más incomoda cuando apenas con un par de días de novios, mientras terminábamos de organizar las últimas cajas, Lucas encontró algo que no debía. Estaba buscando debajo de mi cama cuando sacó una caja de cartón vieja, con cinta a medio despegar. – ¿Qué es esto, Vania? preguntó, abriéndola sin darme tiempo a reaccionar.
Me quedé helada. Era mi caja secreta, donde tenía de todo tipo de tangas, medias, un corsé negro y un par de trajes que no dejaban nada a la imaginación. Lucas se quedó mirando, la boca abierta, los ojos como platos.
*Cielos, pequeño, eso es… algo que no quería que vieras. Dije, intentando sonar tranquila, pero mi voz salió entrecortada.
Él levantó una tanga roja con la punta de dos dedos, como si fuera una reliquia, y me miró con una mezcla de shock y lujuria.
-Vania, ¿esto es… lo que normalmente usas?
Me acerqué, quitándole la tanga de las manos mientras mis dedos rozaban los suyos a propósito. *Sigue portándote bien y tal vez un día te deje verme con esto puesto… o te deje quitármelo susurré, acercándome hasta que mi aliento le rozó el cuello.
Lucas tragó saliva, su nuez subiendo y bajando como si estuviera a punto de estallar. No sé qué pensé en ese momento lucas no supo que decirme, cuando por fin iba a decir algo tocaron la puerta, después de eso el ambiente ya no estaba para retomar esa conversación.
Pasaron un par de semanas, y nuestra relación floreció. Íbamos al cine, paseábamos por el parque, y cada día me sentía más cómoda siendo yo misma con él. Lucas era un caballero, siempre abriéndome la puerta, trayéndome flores, pero también tenía ese lado cachondo que me volvía loca. A veces, cuando nos besábamos en el sofá, sus manos se aventuraban un poco más, y yo lo provocaba, moviéndome más cerca, susurrándole cosas subidas de tono al oído, pero nunca cruzaba la línea que el solo se ponía.
Una tarde, mientras jugábamos en mi sala, todo cambió. Estábamos tirados en una manta en el suelo, haciéndonos cosquillas como dos niños pequeños. Yo llevaba un vestido corto de flores que se subía cada vez que me retorcía de risa.
*¡Para, tramposo! chillé, intentando escapar de sus manos mientras él me atrapaba por la cintura.
-Nunca , respondió, riendo, sus manos deslizándose por mis costados. Pero de repente, el juego se volvió más lento, más intenso. Sus manos se detuvieron en mis caderas, y me miró a los ojos, su respiración acelerada.
-Vania, eres tan hermosa. Murmuró, acercando su rostro al mío.
Lo miré, coqueta, mordiéndome el labio. *Y tú eres un peligro, pequeño. susurré, antes de besarlo. El beso empezó suave, pero pronto se volvió hambriento y apasionado. Sus manos exploraban mi cintura, subiendo por mi espalda, y yo me apretaba mis uñas contra su espalda, sintiendo el calor de su cuerpo.
Me senté sobre él, mi vestido subiendo hasta mis muslos. *¿Estás seguro de esto, cariño? pregunté, mi voz temblorosa, mientras acariciaba su pecho.
-Más que nunca, respondió, sus ojos oscurecidos por el deseo. Sus manos subieron lenta pero firmemente por mis muslos, deteniéndose en el borde de mi ropa interior. -Quiero todo de ti, Vania.
Sonreí, inclinándome para besarlo de nuevo. *Entonces, déjame mostrarte lo que soy, susurré. Me levanté ligeramente, dejando que viera mi cuerpo mientras deslizaba mi ropa interior hacia abajo, revelando mi sexo, mi parte más vulnerable. Él me miró con adoración, sin un ápice de duda.
-Eres perfecta, me dijo, atrayéndome de nuevo hacia él y quitándome con delicadeza el vestido. Sus manos acariciaron mis caderas, mi cintura, y pronto sus dedos exploraron más abajo, con una mezcla de curiosidad y deseo. Yo gemí suavemente, guiando su mano, mostrándole cómo tocarme.
*Así, Lucas… justo ahí, le susurré, moviéndome contra él. La sensación era eléctrica, y su entusiasmo, su deseo por complacerme, me volvía loca. Desabroché sus jeans lentamente, dejando que mi mano se deslizara dentro, sintiendo su excitación. Él dejó escapar un gemido, y yo sonreí, disfrutando de tenerlo así, vulnerable y mío.
-Vania… por favor, jadeó, y yo supe exactamente lo que quería. Comencé lamiendo su ojera mientras le susurraba cositas ricas, recorrí todo el camino desde su cuello a su sexo y comencé a besarlo, pequeños besos en la punta mientras mantenían mi vista en sus ojos, *¿Te gusta así, papi?, inicié a meterlo poco a poco dentro de mi boca, salivando y escupiéndole mientras que lo masturbaba con la mano, después empecé a meterlo más profundo, sentía ese pene en mi paladar, muy dentro de mi sabía que era mi primera vez con uno real, seguía lamiendo y chupando como desesperada cuando él me dijo: -Vania, ¿Estas lista? yo con la cabeza en blanco por la excitación solo asentí y me incliné, besando su cuello, su pecho, mientras mis manos lo acariciaban con una mezcla de suavidad y firmeza. Luego, me posicioné sobre él, guiando su pene lentamente hacia mí culo. El primer contacto fue intenso, un momento de conexión profunda. Me moví despacio al principio, dejando que nuestros cuerpos se acostumbraran, sus manos apretando mis caderas con fuerza.
El gimió, y yo me reí suavemente, inclinándome para besarlo. *Vamos vaquero dispar, bromeé, aumentando el ritmo, mis movimientos fluidos y seguros. Cada embestida era más profunda, más intensa, y pronto nos perdimos en el placer, en la conexión. Sus manos recorrían mi cuerpo, apretándome contra él, y yo me dejaba llevar, mi voz llenando la sala con gemidos suaves.
El clímax llegó como una ola, primero para mí, su nombre en mis labios mientras me estremecía sobre él. Luego, con un gemido profundo, él me siguió, sus manos apretándome con fuerza mientras me llenaba por completo. Nos quedamos allí, respirando juntos, mi cuerpo aún sobre el suyo, compartiendo besos suaves y risas entrecortadas.
-Eso fue… wow, murmuró, acariciando mi cabello.
*Solo espera, pequeño, que esto apenas comienza, respondí, guiñándole un ojo mientras me acurrucaba contra él. Diría que esa noche fue la primera en la que dormimos juntos, pero lo que menos hicimos fue dormir, nos entregamos como animales uno al otro con tanta pasión y amor como nunca lo hubiera imaginado. Esa fue mi primera vez siendo amada como una mujer.
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