LAS ANDANZAS DE WANDA (DON JUAN Y SU PERRO CHOW CHOW)
Cada lamida, me hacía volver a “retorcer de placer”, por lo que, tomé entre mis manos, el gran miembro de aquel enorme Chow Chow ..
(Sugiero leer mis relatos anteriores)
En varias ocasiones he hecho hincapié acerca de mi increíble adicción hacia el sexo y en la firme decisión que tomé, siendo muy niñ@, de dedicar mi vida entera a satisfacer los “placeres carnales”, en todas sus formas, motivo por el cual, en cuanto mi condición económica me lo permitió, fui a vivir sol@ y con la única premisa de que, tanto Marcos como Wanda, obtuvieran el máximo de placer sexual.
En una época en la cual aún no existía Internet y, por ende, tampoco redes sociales, telefonía celular, ni nada, pero absolutamente nada de ello, la única forma de satisfacer mis necesidades sexuales, era “buscar afuera”, así que Wanda, vestida siempre muy, pero muy sexy, salía a recorrer el mundo exterior en su vehículo “Renault 12”, color rojo.
En una de esas recorridas, conocí a Don Juan, un apuesto caballero, de unos 50 años más o menos, pero excelentemente bien llevados y a su perro Sansón, un enorme Chow Chow marrón, a quien, todas las noches sacaba para un último paseo, consistente en una caminata de unos 500 metros, siempre dentro del radio de su propio domicilio.
Cuando logré seducir a aquel hombre (algo que me insumió solamente pocos minutos), estacioné mi automóvil cerca de una especie de “zaguán” (un largo pasillo, oscuro y muy reservado) y una vez dentro de ese espacio, esperé, pacientemente, el arribo de Don Juan y su perro Sansón.
La única condición que puso aquel hombre, fue que yo no utilizara ningún tipo de “perfume, fragancia, etc.”, que lo delatara ante su esposa “excesivamente celosa”, según sus propios dichos; condición que acepté y de muy buen grado, ya que mi propósito era solamente, la obtención de “placer sexual” y, a partir de aquella “primera vez”, nuestros encuentros se hicieron cada vez más asiduos y frecuentes, siempre en aquel mismo lugar.
La rutina era simple, pero no por ello menos excitante y placentera, ya que yo me agachaba y le hacía una sabrosísima mamada, para, posteriormente, incorporarme, voltear, subir mi falda y ofrecer mi maravilloso culo, el cual, luego de un hermoso manoseo y toqueteo, recibía la más deliciosa penetración anal, que me hacía “retorcer de placer” y mientras todo ello ocurría, el perro Chow Chow permanecía allí, a modo de “campana”, pero observando todo el cuadro.
Aquellas cogidas se tornaban cada vez más intensas y, en uno de esos encuentros, Don Juan, me invitó a su casa porque, según me dijo, su esposa se había ausentado por un par de días, a raíz de un viaje familiar, fuera de la ciudad.
El hombre estaba dispuesto a disfrutar al máximo de un encuentro sexual de altísimo voltaje, motivo por el cual, me ofreció un “arsenal de bebidas alcohólicas y de las más costosas”, así que comenzamos a beber “de todo” y mientras lo hacíamos, nos manoseamos y toqueteamos por completo.
Yo aproveché la ocasión para comerle la boca a besos; introducía mi lengua en búsqueda de la suya y el concierto de saliva y de baba, era una delicia total; el ruido de aquellos chupones se podía percibir nítidamente, incluso por sobre el volumen de la música y mientras nos comíamos literalmente ambas bocas, nos apretábamos cada vez más, él, tocando y manoseándome el culo y yo, haciendo lo propio con su entrepierna.
¡Qué manera de coger! Nos revolcamos sobre la alfombra del living, en el sillón; me puso sobre la mesa, arriba de la mesada en la cocina y en todo otro lugar que, a Don Juan, se le ocurría en el momento.
Nada de lo que hacíamos nos terminaba de satisfacer, así que, simplemente, nos dejamos llevar por el absoluto deseo de la carne, al punto tal de no recordar la cantidad de veces que le chupé su hermosa y deliciosa pija, ni de lo propio que hizo el hombre, con mis tetas, mis piernas, mis muslos y obviamente, mi super culazo.
Tan frenética y descontrolada había resultado aquella velada, entre sexo y alcohol, que Don Juan, quedó tendido sobre su propia cama matrimonial y se durmió, tan, pero tan profundamente, que me fue imposible despertarlo, pero, sobre todo, me fue imposible hacer que su verga volviera a tener una mínima erección.
Ante esta situación, comencé a levantar mis prendas (solo me había quedado con la tanga), que estaban desparramadas por toda la casa, con el propósito de vestirme y salir ya de allí, con destino a mi vehículo, el cual había dejado estacionado bastante lejos del lugar, más que nada, para proteger al “caballero”, pero, al agacharme e introducirme debajo de la mesa, ya que hasta allí había ido a parar uno de mis zapatos, sentí una lengua recorriendo mis piernas, mis muslos e inclusive toda la superficie de mis “carnosos cachetes” y hasta de mi orificio anal.
Volteé inmediatamente y, para mi grata y agradable sorpresa, quien me estaba lamiendo por completo, era nada más y nada menos, que Sansón, el enorme perro Chow Chow, quien estaba degustando todo lo que chorreaba de mi cuerpo (mis propios flujos anales y el semen de Don Juan.
La larga, gruesa y áspera lengua de aquel perro, estaba haciendo las delicias en mí y rápidamente me vi envuelta, otra vez más, en un estado de excitación, tan o más elevado aún que el que había tenido, solamente hacía unos momentos antes, con Don Juan (quien permanecía aún en el más profundo de sus sueños).
Ese cuadro, tan alucinante, me hizo sentir como una “perra en celo” y como además de ello, yo ya había tenido mis propias experiencias “zoo”, con varios de mis perros, en la época de mi adolescencia, decidí no dejar pasar esa oportunidad, así que separé mis “carnosos cachetes” con ambas manos, para el mi orificio anal quedase “bien abierto” y a entera disposición de Sansón.
Cada lamida, me hacía volver a “retorcer de placer”, por lo que, tomé entre mis manos, el gran miembro de aquel enorme Chow Chow (quien haya tenido un perro de esa raza, seguramente habrá de constatar este, no menor detalle) y comencé a masturbarlo, a hacerle la mejor de las “pajas caninas” y cuando el “enorme pedazo” salió a la luz, empecé a lamerlo y chuparlo desaforadamente.
“Me toca a mí, ahora, devolverte la hermosa chupada de culo que me diste” – Parecía decirle yo, mentalmente, mientras le comía literalmente su miembro canino, hasta que comencé a percibir el movimiento pélvico característico.
Presa ya de una calentura que me hacía estar, directamente, fuera de mi misma, me acomodé cual “perra en celo” y después de un par de intentos fallidos, sentí como ese enorme, gran y caliente miembro, ingresó dentro de mí.
Sansón me tomó, me poseyó, me hizo suya y esparció, dentro de mi cuerpo, su delicioso néctar, pero no conforme con todo ello, mientras yo permanecía tendida boca abajo, sobre la alfombra, con mis palpitaciones latiendo a un ritmo frenético, con la respiración entre cortada y como un cuerpo inerte, volvió a lamer mi culo para degustar, una vez más, los últimos fluidos; esta vez, los de mi orificio anal, más su propio semen canino.
Me sentía tan, pero tan realizada, no solo como mujer, sino también como “perra en celo”, que me costó y vaya si me costó incorporarme, terminar de vestirse y salir de la casa, no sin antes, dejar una nota escrita sobre la mesa de luz, a modo de agradecimiento, a Don Juan, quien permanecía ajeno a todo lo acontecido en el lugar.
“Gracias, por haberme hecho vivir una velada increíble” – Dejé escrito, aunque no hice mención alguna, a la gran actuación de Sansón, el enorme Chow Chow, a quien sí saludé con una lamida en su hocico, antes de dejar la casa.
Besitos a todos, de parte de Wanda. Mi correo es: [email protected]
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