LAS ANDANZAS DE WANDA (SEXO CON MI PRIMO)
“¡Ah! ¡Ah! ¡Sí! ¡Oh! ¡Sí! ¡Toda adentro, primo! ¡Toda! ¡Toda! ¡Sí! ¡Así! ¡Dame con todo!” .
Sugiero, siempre, leer mis relatos anteriores (Las andanzas de Wanda).
Tal y como he comentado en otras ocasiones, mi gusto por dejarme coger comenzó prácticamente desde mi nacimiento, acrecentado por mi condición de “chico muy pero muy lindo”, pero, sobre todo, con un súper culo, total y completamente fuera de serie y que sobresalía muy nítidamente del resto de mi cuerpo.
Entre quienes solían cogerme, durante mi niñez, infancia y adolescencia, se encontraban varios de mis primos, inclusive “primos hermanos con mi mismo apellido” y lo hacían, generalmente, durante las reuniones familiares, tales como cumpleaños, fiestas de fin de año, visitas, etc., las que eran muy asiduas, merced a que éramos una familia muy numerosa.
Mi primo Leonardo (Leo, así lo llamábamos), tenía cuatro años más que yo y era, a todas luces, mi preferido; con él, me dejaba “hacer de todo”, pero una vez que él entró en la etapa de su adultez, se fue alejando, no por ninguna cuestión en particular, sino porque formó su propia familia y sus ocupaciones, le insumían, seguramente, muchísimo tiempo.
Obviamente estuvimos presentes en su casamiento, en el nacimiento de su primer hijo, etc., pero ya las reuniones familiares, eran mucho más esporádicas, hasta que, directamente, dejamos de tener contacto, si bien, por intermedio del resto de la familia, teníamos un mero conocimiento acerca de sus actividades.
Además, por aquellos años, no existía aún Internet, redes sociales, telefonía celular, ni nada de todo lo que hoy hay, en materia de tecnología, informática, comunicaciones, etc., por lo que era relativamente fácil, que se perdiera el vínculo familiar y social. (Hago este comentario, para que los lectores se ubiquen en el “tiempo y en el espacio”).
A mis veintidós años, yo ya vivía solo y deambulando por un sector de la ciudad, me crucé, circunstancialmente, con Leo, con su esposa, que tenía un avanzado embarazo y con su pequeño hijo, de unos dos años de edad; encuentro que nos produjo una gran alegría a todos, por el hecho de haber transcurrido tanto tiempo, desde la última vez que nos habían visto.
Por supuesto, ellos me invitaron a su casa y yo hice lo propio con la mía, así que comenzamos, nuevamente, a relacionarnos “entre la familia” y si bien, en los primeros encuentros, tanto mi primo Leo y yo, no hacíamos comentario alguno, sobre nuestra época de la niñez, infancia y adolescencia, sí solíamos intercambiar miradas cómplices y sonrisas pícaras y socarronas.
Una noche, me habían invitado a cenar con ellos, pero al llegar a su casa, me encontré con que su esposa, a raíz de su embarazo, estaba con un malestar general, no para preocuparse, pero sí como para guardar reposo.
Yo me excusé y a punto estuve de cancelar la velada, pero tanto Leo, como su esposa, me pidieron que me quedase, sobre todo para hacerle compañía a mi primo, así que acepté y nos quedamos conversando.
Al finalizar el encuentro, Leo se ofreció a llevarme a casa, puesto que yo aún no tenía movilidad, así que, previa consulta con su esposa, quien sostuvo que fuéramos tranquilos, ya que ella ya se sentía mucho mejor, subimos a su automóvil y tomamos rumbo a mi domicilio.
Una vez en mi casa, ya bastante distendidos y bajo los efectos de un par de “cervezas”, que habíamos consumido, la conversación giró hacia aquella, nuestra época en la cual solían juntarse las familias, con muchísima asiduidad y, como no podía ser de otra manera, a nuestras “actividades sexuales”.
“¡Cómo te gustaba dejarte coger! ¿Verdad primo?” – Dijo Leo.
“¡Sí! Pero a ustedes también les gustaba mucho cogerme” – Respondí.
“¡Y! ¡Con semejante culo! ¡Qué hermoso culo tenías! ¡Más lindo que el culo de las chicas!” – Volvió a decir Leo y agregó:
“¿Sigues teniendo ese culo tan hermoso?”
“¿Quieres verlo tu mismo?” – Le pregunté a Leo, quien me respondió afirmativamente, con un gesto, mientras bebía otra cerveza.
Me paré frente a él y comencé a hacer una especie de “streep-tease”, hasta quedarme completamente desnudo, de la cintura para abajo.
La reacción de Leo, era la misma que todo aquel que solía mirar y admirar mi increíble y asombrosa “parte trasera”.
“¿Es natural o te has operado?” – Preguntó Leo, tal vez, sin dar crédito a lo que veían sus ojos.
Inmediatamente, aproveché su pregunta, para comentarle acerca de mi condición de “andrógino” y de paso, ya completamente “jugado”, le comenté acerca de “Wanda”.
Mi primo estaba ya bastante excitado, ocasión que yo aproveché para preguntarle si le gustaría conocer a Wanda, respuesta que también resultó afirmativa, así que fui a mi habitación, cerré la puerta y comencé a producirme como tal, es decir, a transformarme en una mujer, ávida de de placer, de gozo y de satisfacción sexual.
Una diminuta tanga color rojo, medias al tono y el infaltable “porta lijas”; un diminuto pero muy sensual sostén, un vestido ceñido y ajustado, cuya falda apenas cubría mi exuberante trasero y que resaltaba y realzaba mi figura femenina (pechos, cintura y caderas), todo ello acompañado por unos zapatos con taco muy alto y con un maquillaje suave, sombras y delineador de ojos, rímel para mis pestañas, un labial rojo carmesí y uñas también al tono.
Después de una última mirada en el espejo (que me devolvió una imagen increíble), reaparecí en el living, ante la atónita mirada de mi primo Leo, quien quedó absolutamente enmudecido y sin reacción alguna, producto del cuadro que había ante sus ojos.
Una verdadera “potra”; una “yegua”; una mujer cuya sensualidad y sexualidad se podía percibir muy fácilmente en el ambiente; una mujer trans, trav, cross, tgirl, lady, etc. (para aquellos que gustan de categorizar), pero, en definitiva, una mujer que se estaba exhibiendo, mostrando y ofreciendo ante quien, sin lugar a dudas, era “sangre de su propia sangre”.
“¡Te presento a tu prima Wanda!” – Le dije a Leo con voz sumamente sensual y provocativa.
Mi primo aún no salía de su grato asombro, así que decidí tomar yo la iniciativa y comencé a acercarme hacia él, con toda clase de movimientos incitantes y de gestos sexuales.
“¿Y Leo? ¿Te vas a coger a tu prima o no?” – Exclamé mientras ponía literalmente, mi enorme culo prácticamente sobre su cara.
Mi primo al fin reaccionó y empezó a tocarme y a manosearme por completo; ahora sí, ya habíamos dado ese paso y no había vuelta atrás; ante el menor roce, yo arqueaba mi columna y jadeaba, gemía y mi respiración se aceleraba.
Leo recorría mi culo con su mano, de arriba hacia abajo y en círculos, pero lo hacía aún por sobre mi vestido, así que resolví volver a tomar la iniciativa y fui subiendo lentamente mi falda, hasta dejar al descubierto mis prendas interiores.
“¿Te gusta, primo?” – Pregunté.
“¡Me encanta! ¡Sí! ¡Me encanta!” – Respondió.
“¡Cómelo todo! ¡Cómo lo hacías antes! ¡Cuándo éramos chicos!” – Volví a decir.
Leo empezó a comerme todo el culo, a lamerlo, a besarlo, a recorrerlo con su lengua e inclusive a morder suavemente mis “carnosos cachetes”.
“¿Tienes algo para mí, primo? ¿Algo para chupar? ¿Algo para meter en mi boca?” – Pregunté nuevamente, en obvia alusión a su entrepierna, pero antes que me respondiera, lo empujé hasta el sillón, hasta dejarlo sentado sobre él y me abalancé sobre la cremallera de su pantalón.
Mientras yo seguía moviéndome como una “gata en celo”, noté una mirada de dicotomía en los ojos de mi primo, como una especie de disyuntiva entre sus deseos sexuales y tal vez, alguna especie de sensación culposa, así que volví, nuevamente, a tomar la iniciativa.
“¡Tranquilo, primo, tranquilo! ¡No pasa nada! ¡Es solo sexo, gozo y placer! ¡No sientas culpa! ¡Somos familia, así que no acá infidelidad alguna! ¿Ok?” – Dije, sin dejar de tocar y manosear esa hermosísima polla, que yo ya tenía entre mis manos.
“¡Hace tiempo que no tengo relaciones! ¡Por el embarazo de Adriana (tal el nombre de su esposa)!” – Exclamó Leo.
“¡Genial, primo, genial! ¡Mucho mejor aún! ¡Cuánta lechita guardada y toda para mí!” – Le dije antes de introducir su pija en mi boca.
Mi lengua recorría, una y otra vez, todo el contorno de su pene y sus testículos, hasta que, directamente, comencé a comer; a comer como realmente se debe hacerlo y mientras lo hacía, oía los gemidos y jadeos de placer de mi primo.
“¡Ah! ¡Oh! ¡Ah! ¡Qué buena eres chupando, prima!” – Exhaló Leo, quien me había llamado “prima”, por primera vez y agregó:
“¡Eres insaciable, también ¿Verdad?”.
No respondí; estaba demasiado absorta en comer por completo esa delicia de entrepierna, que no podía detenerme y utilizar mi boca para otra cosa que no fuera chupar, lamer, besar, tocar, acariciar esa maravilla de miembro viril, sumado a ese par de testículos que ya estaban a punto de explotar.
Nada de lo que hacía podía calmar mi sed de polla, de pija, de verga, de… Llámenla como quieran; no podía dejar de chupar, chupar y chupar y así hubiera seguido hasta recibir en mi boca, todo ese delicioso néctar, que mi primo tenía guardado durante todo su período de abstinencia sexual, pero, a su vez, tenía temor de que perdiera esa increíble y fabulosa erección, antes de que mi hambriento culo, recibiera también su merecida recompensa.
“¡Ay, primo! ¡No doy más de calentura! ¡La quiero adentro del culo! ¡Toda bien adentro del culo!” – Exclamé y sin esperar respuesta alguna, voltee, subí la falda de mi vestido, corrí la tira trasera de mi tanga y ubiqué mi monumental culo, sobre el glande de su pene.
Poco a poco, fui descendiendo hasta quedar ya en posición de ser penetrado y la sensación era alucinante, maravillosa, sublime e increíblemente excitante; habrían transcurrido, no sé… diez u ocho años desde la última vez que Leo me había cogido, mejor dicho, había cogido a Marcos, pero esta sería la primera vez con su prima Wanda.
“¡Ah! ¡Ah! ¡Sí! ¡Oh! ¡Sí! ¡Toda adentro, primo! ¡Toda! ¡Toda! ¡Sí! ¡Así! ¡Dame con todo!” – Volví a exclamar y agregué:
“¿Has extrañado este culo? ¿Lo recuerdas aún?”
“¡Ay! ¡Si, Wanda! (la primera vez que me llamó por mi nombre femenino) ¡Cómo no recordar ese hermoso culo, que tantas veces cogí!” – Susurró Leo y agregó:
“¡Pero este culo es mucho mejor! ¡Es superior! ¡Ah! ¡Cuánto hacía que no la ponía en un culo!”
Y finalizó diciendo:
“¡Como cuando éramos chicos y te vestías con la ropa de tus hermanas!”
“¡Lo recuerdas bien! ¿Verdad, primo?” – Dije, mientras jadeaba y gemía de placer.
“¡Cómo no recordarlo! – Pensé yo para mis adentros y tomando ambas manos de Leo, que estaban sobre mis “carnosos cachetes”, las puse sobre mis dos tetitas, obviamente después de bajarme la parte superior de mi vestido y correr, un poco, mi diminuto y sensual sostén.
“¡Sí, primo! Pero cuándo éramos chicos, yo aún no tenía estas tetitas ¡También serán para ti!” – Volví a exclamar.
Obviamente, esos por demás excitantes diálogos, no suprimían el vaivén de aquella fenomenal cogida; puesto que yo subía y bajaba, una y otra vez.
Solamente quienes disfrutamos y vaya si lo hacemos, de recibir esas increíbles penetraciones anal, sabemos lo que ello nos hace sentir y muchas veces, tal y como está ocurriendo en este caso, no encontramos las palabras exactas, como para describir el placer, el gozo y la satisfacción sexual que todo ello nos ocasiona.
“¡Yo ya te monté, primo! ¡Te toca a ti ahora!” – Le dije mientras me incorporaba y aquella preciosa polla, salía de mi aún sediento culo.
Acto seguido, le pedí a Leo que se corriera del sillón para, inmediatamente, recostarme yo, boca abajo; esa era la intención, pero él me detuvo y comenzó a chuparme las tetitas (quienes vieron alguna de mis fotos, lo podrán constatar, es decir, mis insipientes tetitas, con sus areolas y sus bien definidos pezones, increíblemente similar a las de una chica en su primera etapa de desarrollo hormonal y todo, absolutamente todo “natural”).
Luego de una corta, pero muy intensa sesión de “chupada de tetas”, me recosté, al fin, en el sillón y boca abajo, para que mi primo, comience a ubicarse en posición para montarme.
Yo miraba hacia atrás, porque no me quería perder detalle alguna de ese momento y fue así como observé la forma en la cual se preparaba para que su verga, hiciera contacto con esa montaña blanca (excesivamente blanca).
“¡Ah! ¡Oh! ¡Oh! ¡Ah! ¡Sí! ¡Así!” – Se oía susurrar de ambos lados.
Yo me relajé por completo; dejé mi cuerpo inerte y a merced de todo lo que mi primo quisiera hacer de mí; le tocaba a él ahora “ponerse a trabajar” y muy bien que lo hizo.
A juzgar por el comentario que me había hecho Leo, con respecto a su “abstinencia sexual”, supuse que muy prontamente me llenaría todo el culo con su leche caliente, pero, para mi grata sorpresa, demoró mucho más de que yo esperaba.
“¡Así, primo, así! ¡Dame más! ¡Dame con todo! ¡Cogeme bien fuerte! ¡Culiame! ¡Cualiame toda! ¡Cogete a la puta de tu prima!” – Vociferé a gritos a modo de arenga, pero no era necesario todo aquello, ya que Leo me estaba cogiendo alucinantemente rico.
El sillón se corría de lugar y el ruido que hacía el golpeteo de su pelvis, contra mi exuberante culo, opacaban nuestros gritos y alaridos de placer, de gozo y de satisfacción sexual.
“¡No aguanto más, prima, no aguanto más!” – Exclamó Leo.
“¡Si, primo, sí! ¡Llename toda! ¡Llename el culo de leche! ¡Ahhhhhhh! ¡Sí! ¡Rico! ¡Qué rico es esto! ¡Por favor! – Grité mientras me desvanecía de locura extrema.
No podía creer tanto, pero tanto placer, al punto que, creo, casi haber hasta perdido el conocimiento.
Leo quedó un buen rato pegado a mi culo, como si quisiese permanecer allí toda la noche, pero como reza el dicho popular: “El amor y sexo dura, mientras dura dura” y de a poco nos fuimos, ambos, incorporándonos.
Mientras me puse de pie y acomodaba groseramente mi ropa, gotas de semen empezaban a descender por mis muslos y, a todo esto, mi primo Leo, ya había tomado dirección hacia el baño, porque él debía “no dejar el menor rastro”.
“¡Saludos a Adriana, primo! ¡Ah y a tu hijo también! ¡Y si ves a los tíos (sus padres), dales mis saludos!” – Le dije mientras nos despedíamos en la puerta de casa y agregué:
“¡Y ya sabes! ¡Cuándo quieras, acá está tu primita, para cuando tengas ganas! ¿Sí? Y tranquilo, que no has hecho nada malo, después de todo, somos primos ¿Verdad? ¡Primos hermanos y con el mismo apellido! ¡Todo queda en familia!”
Cruzamos una última mirada cómplice y una sonrisa pícara y socarrona, antes de que Leo subiera a su automóvil y se alejara.
Esa noche no me bañé; ni siquiera intenté el menor de los aseos, porque quería seguir así, impregnada de sexo, con el olor de mi primo, aquel que me había cogido tantas, pero tantas veces, cuando éramos chicos.
Me sentía una mujer, toda una mujer; una mujer con una adicción al sexo, imposible de describir con palabras. Tal vez, algún lector, pueda compartir conmigo esa increíble sensación.
Espero sus comentarios. Mi correo es: [email protected]
Querida Wanda, esta por demás decir lo mucho que me gusta sentir, como tú lo describes en este relato, el placer de ser penetrada por una buena verga, creo que voy a publicar mis experiencias, me has dado la inspiración para hacerlo; por otro lado, espero que tu primo siga visitando tu hogar para preñarte y darte satisfacción, besos.
Muchas gracias, linda. Viniendo de ti, es un halago el comentario. Aguardaré, ansiosa, tus experiencias sexuales. Besitos.
Excelente!!!, es un placer leerte, cada palabra te llena de intriga y expectativa…
Muchas gracias por tu comentario. Seguiré subiendo estos relatos, porque son experiencias de mi vida sexual, ciento por ciento reales. Besitos.