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Travestis / Transexuales

MARCIA DANIELA – Mi Primer Orgasmo

Mi historia de vida y mi gran primera vez con mi mejor amigo..
«MI PRIMER ORGASMO»

INTRODUCCIÓN

Éste es un relato totalmente verídico, donde una persona manifiesta las vivencias de su primera experiencia sexual que, aunque muchos consideren de carácter aberrante, identificará a muchas de las personas que, por temor a la humillación, no se animan a escribir sobre sus fantasías e inclinaciones.

Espero que este relato sea de ayuda para lo que sienten estas «cosas» y no se animen a exteriorizar las mismas…

No piensen que esto es una obra literaria o algo así, es sólo un mero relato de la vida real en el cual me tomé el tiempo, esfuerzo, tanto físico como psicológico, posibles para poder transmitir la experiencia más sensacional de mi vida.

Hasta entonces…

RESEÑA DE MI VIDA

Bueno, me presento. Mi nombre de nacimiento es Marcos Daniel, y lo que les voy a contar es algo que me ocurrió cuando tenía catorce años…

Desde niño sufría de distintos problemas de salud, pero los que más padecí son los intestinales: diarreas, constipación, las famosas «lombrices» o parásitos, lo que inmediatamente obligaba a mis padres a tener que andar conmigo de doctor en doctor para lograr acertar en el diagnóstico. En las revisaciones, los doctores me pedían que me bajara los pantalones y los calzoncillos, y me revisaban la zona anal en busca de pistas para tratar de resolver este misterio con respecto a mis enfermedades. Los doctores se colocaban guantes de látex, y, posicionándome en la camilla a gatas, me revisaban completamente: no hace falta describir la forma «invasiva» de estos procedimientos…

Esta rutina se llevó a cabo desde mis cuatro hasta los diez años de edad, lo que ya se tornaba parte de incluso mis obligaciones —controlar mis heces, la regularicen la que iba de vientre; observar algo extraño en mis deposiciones y avisar a mis padres— que, en ese momento, no eran más que juegos de niños.

Recuerdo tan claramente el día en que, luego de la tan ardua jornada de escuela y revisación, y, cuando en la noche de ese mismo día me fui a mi cama, todavía sentía el ardor y escozor en mi ano. Nunca en mi vida lo había hecho, pero, casi como a escondidas, deslicé mi mano por debajo de mis pijamas, por la parte posterior, y me toqué la cola. Fue una sensación tan desconocida como placentera a tal punto que, con picardía y casi a hurtadillas, me aseguré de que mis padres estuviesen lejos de mi habitación, y me bajé los pijamas a la altura de mis rodillas, lo que me produjo una electricidad desconocida —hasta el momento— y una sensación altamente erótica por sobre todo mi cuerpo. Esa misma noche dormí con mis pijamas hasta las rodillas y, recuerdo tan bien la sensación indescriptible que sentía al roce de las sábanas con mis «cachetes». Al día siguiente me levanté para ir a la escuela: tenía los pijamas hasta la cintura…

Durante toda mi escolaridad tuve muchos amigos; y era raro, porque yo fui, soy y seré la persona más tímida del mundo, a tal punto que tienen que asegurarse de que si yo hablo o no para ver si entablar una conversación. Sin embargo, uno de esos amigos, —al tiempo se convirtió en mi «mejor» amigo, adjetivo que al final de esta historia se ve minimizado por uno más actualizado. Este chico se llamaba Daniel, y pasé muchos momentos hermosos con él. Era como mi hermano, ya que, como yo era hijo único, pasaba largas horas en mi casa y yo en la de él. No voy a negar que muchas veces nos peleábamos, pero eran esas pequeñas peleas tan típicas en los niños al entrar de a poco al mundo en donde uno lucha por la posición de uno en la Sociedad. Daniel era un chico sencillo, bueno, tierno, leal, hasta pasaba por retardado, pero nada que ver. En resumen, Daniel , al haberse criado conmigo, era el amigo que nunca tendré a lo largo de mi vida.

PRIMERAS SENSACIONES

Cuando se tiene siete u ocho años, más o menos, comienza el tema de la sexualidad. Uno se interesa en este tema tan «misterioso» hasta el punto en que nuestros padres muchas veces nos retaban o nos decían que no era bueno para nosotros, y cosas por el estilo. Un día, cuando pasaba por la habitación de mis padres, en la que había un espejo gigante, se me ocurrió por mirarme ese lugar para mí tan misterioso: la cola. Cerré la puerta con llave, me puse de frente al vidrio y me agaché completamente apuntando al espejo de tal forma que yo pudiese ver por entre mis piernas. El resultado de dicha experiencia fue «sensacional»: pude ver con toda claridad la zona que tanto misterio había despartado en mi vida sexual, la cual no terminaría ahí.

Desde ese entonces mi cola era más que algo asqueroso y repugnante —ya que uno lo relacionaba con las heces—; era como la puerta hacia una dimensión de nuevas sensaciones que despertaban tanto interés en mi persona que, ahora reflexionándolo conscientemente, se había tornado como «el momento donde yo me encontraba conmigo misma…

A mis diez años, Daniel y yo estábamos jugando en su casa como de costumbre, hasta que sus padres nos dijeron que se iban a la casa de unos hermanos —de la madre de Daniel—, y que nos quedáramos al cuidado de la casa hasta que ellos vinieran. Así que pasamos algunas horas mirando las caricaturas, hasta que Daniel me dijo que esperara, que tenía algo para mostrarme. Yo quedé impactada por la forma en que me lo dijo, así que esperé con ansias qué era lo que mi amigo tenía en mente. A los pocos minutos, después de algo de ruido hecho por parte de él en la habitación de sus padres, se acercó a la mesa donde estábamos con una caja llena de revistas… pornográficas… En mi vida había visto tales revistas. Nunca. Sólo en televisión uno veía mujeres en biquini o algo parecido —año 1988—. Cuando comenzamos a hojearlas, cosa que tampoco mi amigo había hecho jamás, los dos comenzamos a estremecernos con las imágenes que salían en las portadas, ni hablar de las fotos de contenido. Mi amigo y yo, estupefactos por la experiencia, comenzamos a sentir nuevas sensaciones en nuestros cuerpos, pero creo que las mías eran «diferentes». Daniel, recuerdo, me decía: «¡mirá, mirá que minón! ¡fuáááá, que tetas…!», a medida revisaba las imágenes, mientras se reía, pero…, cuando yo las miraba, las miraba de otra forma… hasta que… cuando di vuelta la página de una de esas revistas, un par de imágenes terminaron de definir mis gustos: mujeres en poses sumamente sensuales y sodomizadas…, algo que hizo que el tiempo se detuviese, ya que me quedé varios minutos hipnotizada por esas fotos, como si hubiese visto algo fuera de este mundo —que, en realidad, por una parte, lo era.

Cuando terminamos de ver el material, yo me tuve que ir a mi casa porque ya era tarde. Toda la noche me quedé pensando en esas fotos, y hasta tal punto que me costó dormirme. En ese momento, recordé una de mis experiencias de cuando era niño: me bajé los pantalones hasta las rodillas pero, cuando lo hice, esta vez sentía una electricidad mucho más fuerte que esa vez anterior; suspiré fuerte e, instintivamente, me ubiqué boca abajo, tapada hasta la cabeza, con toda mi cola descubierta, a través de la cual podía sentir la suavidad de las sábanas.

Pasaban los meses y con mi amigo asistíamos cada vez con mayor regularidad a nuestras «sesiones de lectura». Yo nunca entendí de dónde su padre sacaba esas revistas, pero no me preocupé mucho por averiguarlo. Nos pasábamos horas disfrutando de ese material, hasta que uno ya se tenía que ir cada cual a su casa.

Los meses pasaron, yo asistía a la escuela como siempre, y un día, —la verdad es que no me acuerdo bien de este día, no sé porqué— mis compañeros comenzaron a hablar de algo que nunca había escuchado en mi vida: «la paja». Recuerdo vagamente que mis compañeros me preguntaban si yo me hacía la paja, a lo que les respondí la pregunta con que me aclarasen lo que era «hacésela», — frase idiomática completa. Todos mis compañeros se reían de mi ignorancia en inocencia. Pero, al tiempo, esa frase se incorporó en el vocabulario cotidiano y yo ya sabía lo que quería decir, pero… no cómo se sentía. A la mañana siguiente, en la escuela, escuché de otro compañero más o menos de qué forma se hacía, lo cual me interesó como «tarea para la casa». Esa misma tarde, llegué a mi casa y, cuando entré en el baño, con dos dedos, índice y pulgar, tomé mi infantil pene y comencé a moverlo tal cual yo había aprendido. Nada ocurrió, en relación a lo que mis compañeritos decían que sentían después de hacer ese trabajo.

Antes de seguir con algo más, a mi edad actual al momento, diez años para once, noté que mi cuerpo era totalmente lampiño. Es cierto que a esa edad no se puede esperar mucho de los niños, pero, mis compañeros, incluso Daniel, ya tenían pelos en las piernas y en la parte inferior del abdomen. Otro detalle era la gradual acentuación en el desarrollo de mi cola con respecto a mi amigo, al igual que mis caderas, las cuales parecían las de mis compañeritas. Les aclaro todo esto de antemano, no para demostrar que yo nací con una deficiencia hormonal, ya que, si así fuere, sería la característica típica de los transexuales, pero yo no era el caso, aun ahora con mis veintitrés años.

Un día de verano, recuerdo bien, me estaba bañando tranquilamente, y cuando proseguí a lavarme los pies, puse un pie en el bidet, me agaché para lavar esa pierna desde los dedos hasta los muslos, levanté la mirada y me ví en el espejo: parado con la pierna —la del lado del espejo— hasta mi pecho, y la parte superior de los gemelos de la pantorrilla se unían con la posterior de la del muslo de la misma pierna, y mi cola, bien de perfil, apenas revelaba la unión de las dos líneas curvas de cada glúteo. Esa imagen me hizo sentir «cosas» fuertes, muy fuertes, en lo sensorial —no sabría cómo definirlo— y, casi inmediatamente, me trajo a la memoria las imágenes sensuales de las mujeres posando en las fotos de las revistas que con mi amigo leíamos. Terminé de bañarme rápido y me fui a la cama.

Esa misma noche, sentía en mi abdomen sensaciones de todo tipo, especialmente cuando traía a los recuerdos esa pose en la cual fui protagonista. Sin embargo, era esta noche la que de nuevo hizo un viraje en mi vida sexual, ya que, cuando me bajé los pantalones como siempre —otra cosa es que no se me erectaba el pene, lo cual ni me daba cuenta; debe ser por mi ya, por entonces, arquitectura mental femenina que tenía— sentí las sábanas en mi cola, estando boca abajo, levanté una de mis piernas y, por primera vez en mi vida, llevé un dedo a mis glúteos, y, cuando lo deslicé por entre ellos hasta el ano, comencé a sentir esas «cosas» con mayor afluencia. Pensando en las fotos de las revistas, comencé a rozar mi esfínter con mi dedo y sentí un sofocón en todo mi cuerpo, especialmente debajo de mis orejas, en mis mejillas, y mi respiración se fue entrecortando, sintiendo como si una sensación desconocida fuese creciendo de a poco, hasta que seguí con el movimiento cadencioso y, cuando en un momento la sensación se hacía cada vez más marcada, me asusté y saqué el dedo de mi cola. Me tapé hasta la cabeza, con lo que me quedé dormido al instante.

MI AMIGO Y YO

Nunca más me animé a probar esas «ricas sensaciones» hasta después de un año, en el que algo sucedió en mi vida que creo fue la bisagra del rumbo con respecto a mi sexualidad. Daniel y yo ya teníamos doce años recién cumplidos, y ya entrabamos en la edad en la que uno comienza a mirar a las chicas. Fue en ese mismo año, 1991, que tuvimos el viaje de egresados de la escuela primaria, donde todo salió como nuestras madres lo habían planeado. Nos asignaron una habitación en donde estábamos los cinco mejores amigos —Daniel, yo y tres más. Un día, en el hotel, cuando nos teníamos que preparar para nuestra primera visita a un boliche, Daniel se sacó los pantalones y el calzoncillo, y sentí una sensación indescriptible en mi alma cuando le vi…, bueno, no sé cómo decirlo, el pene. Miré para otro lado y me puse a pensar en que lo que estaba haciendo estaba muy mal, que no podía ser. A mí en ese momento me agradaban las chicas, pero no había salido, ni siquiera hablado con una. A esa altura de mi vida yo hice un recuento de todas mis «cosas». Lo que hacía con mis pijamas, el bidet, y ahora me puse nervioso al ver el pene de mi mejor amigo… Pero…, ¿por qué?. «Yo soy normal», dije. Sintetizando, ese viaje de estudios fue hermoso y la pasamos de maravillas.

Cuando comencé la escuela secundaria, me invadieron miles de problemas. Yo, como una persona muy retraída, no hablaba con nadie, así que me seguía juntando con Daniel como en la primaria —ya teníamos 14 años.

Un día, estando en mi casa, mi mamá estaba en la cocina, y vi en el cajón de la cómoda de ella que algo negro sobresalía, lo alcé y… eran medías de lycra negra con encaje, junto con la bombacha con la que hacía juego. Cuando toqué estas medias, comencé a temblar, y mi cabeza se inundó de esas imágenes pornográficas de las cuales Daniel y yo nos nutrimos durante mucho tiempo. Mi corazón comenzó a latir muy rápido, y empecé a respirar apresuradamente Corrí hasta el baño con las medias en las manos. Me miré al espejo, y me planteé a mí misma el porqué me ponía así como lo hacía, el porqué hace años que esto del sexo —o la identidad— me estaba torturando.

Cerré los ojos, y traté de acordarme de unas fotos en las cuales había una mujer con medias de lycra, y que estaba siendo sodomizada. Miré las medias, me miré en el espejo y me decidí a probar. Me desnudé en frente al espejo —que por cierto tenía cuerpecito de nena— y comencé a ponerme cada una de las medias, las cuales me llegaban hasta la mitad de los muslos. Así, instintivamente, me las comencé a calzar desde los pies hasta los muslos, y cuando volteé para mirarme, me invadió la más intensa sensación de placer en todo mi cuerpo, hasta tal punto que sentí que me faltaba el aire. Con mi piel totalmente lampiña, curvas pronunciadas, cola redonda y grande, piernas más bien normales y el abdomen plano y sin vellos, en ese preciso momento, me sentí yo misma, me sentí bien, sentí algo dentro de mi ser que nunca había sentido en mi vida. A pesar de mi temprana edad, sentía todo tipo de «cosas» que me hacían estremecer hasta el alma.

Al día siguiente, cuando me tenía que encontrar con Daniel para nuestra clásica «sesión de fotos» —revistas pornográficas—, decidí llevar las medías por debajo del pantalón, junto con la bombacha con la que hacía juego, porque, de verdad, me hacía sentir viva. Cuando llegué, entré a la casa de Daniel, y todo iba bien, hasta que nos pusimos a ver las revistas, que, por cierto, eran nuevas y muchas. Al cabo de dos horas de ver fotos, no aguanté más y le pedí permiso para ir al baño.

Cuando ingresé, me miré en el espejo y me contemplé por casi veinte minutos. Al volver a la cocina de la casa, Daniel me preguntó que si estaba bien, porque había demorado mucho, y, no sé porqué reaccioné así, le dije que quería mostrarle algo y que quería enseñárselo en su habitación; así que cuando él aceptó, entramos —que, por suerte, él estaba solo— y me saqué las zapatillas. Mi amigo no entendía nada, pero se percató mis pies, envueltos en las medias, y comenzó a reírse a carcajadas. Su risa desapareció gradualmente cuando le dije que, por favor, no se burlase de lo que iba a ver, así que, poniéndose serio, me juró que no iba a abrir la boca; me saqué el pantalón y… bueno, me dio pena por mi Daniel, ya que no se podía creer la cara que puso cuando me vio las piernas. Así que le dije que no sabía porqué hacía esto, pero no podía evitarlo, que hace años que sentía esto, y que… —y acá me puse nerviosa, porque, de paso, quería aprovechar la ocasión para pedirle, como mejor amigo, que me hiciese el favor más grande que podría hacerme en mi vida: que me acariciase la cola. Y… ¡se lo dije! Y mi amigo se puso colorado, y empezó a temblar… ¡Pobre, mi alma! Temblaba como una hoja, pero, él no sabía que yo era la que tenía más miedo de los dos. Así que le pregunté que si quería que hiciésemos algo —yo sólo quería que me acariciase— que me lo dijera, y mientras hablábamos, nos fuimos sentando en la cama, yo junto a él. Daniel no podía sacar la mirada de mis piernas que, siendo blancas como la nieve, lampiñas, suaves a la vista —como la piel de un bebé_ se torneaban de una forma que, bueno, ya saben la forma tan atractiva que los muslos adoptan al sentarse uno en el borde de, por ejemplo, una cama.

Nos pusimos a conversar sobre si hacer esas cosas o no, la posibilidad de que me vaya a mi casa y hacer de cuenta que no pasó nada, hasta que tomé valor no sé de dónde, y le dije que si quería tocarme un muslo —algo atrevido de mi parte—, y él me dijo, casi tartamudeando, que no sabía. Así que, venciendo mi timidez, y tomando una forzada iniciativa, tragué saliva —algo que me costó, ya que cuando estoy muy nerviosa, se me seca la boca— tomé su mano izquierda con mi mano diestra e hice que se apoyase en mi muslo derecho. El sentir su mano de varón sobre mi piel de niña, tan suave, virgen, inocente, me hizo sentir cosas intensas en mi estómago, como si una bandada de mariposas me revolotease allí, y sentía mucho calor en mi cuello, en la cara, mis ojos estaban como llorosos; fue en ese momento que descubrí lo que sería estar excitada…

Daniel se puso nervioso, y fue ahí cuando le dije que me moría por hacer lo que le había «propuesto». Pero era gracioso: ninguno de los dos sabía por dónde empezar, así que le sugerí que hiciésemos lo de las revistas, ya que, si no sabíamos por dónde empezar, que usásemos las revistas como una guía. Mi amigo aceptó con mucho entusiasmo.

Yo había traído de mi casa un sombrero con pequeños volados, que hacía juego con mis medias y bombacha, el cual se lo había sacado a mi mamá de uno de los cajones de su armario. Sin embargo, no le vi utilidad alguna, y lo dejé en la mesa de luz. Daniel, sin mediar palabras, fue a buscar una almohada a la habitación de sus padres —nunca supe qué lo llevó a hacer eso, ya que fue una idea muy premeditada, ahora que lo pienso— mientras yo me deshacía de mi ropa interior. Fue celestial sentir que me desvestía para estar con mi amigo, para disfrutar la intimidad, esta intimidad. Mi infancia se justificaba en este momento, y me sentía, poco a poco, una niña totalmente plena. Mi inocencia se perdía de a poco: iba a vivir la mejor de las experiencias con mi mejor amigo… Y la ropa, ya no quedaría «hasta las rodillas», —y no me iría a dormir…

Cuando Daniel regresó a la habitación, se puso de todos colores al ver las curvas de mis caderas y mis muslos, unidos a mi cola tan delineada y femenina —ver su cara en una mezcla de vergüenza y excitación lo hacía ver muy tierno, y eso me enamoraba, —y empoderaba. Puso la almohada en la cama, sobre la cual yo me acosté «tendida», boca abajo, y de esta forma, me acomodé de modo que mi cola quedase bien elevada; mi pequeño e inerte pene se escondía entre mis muslos, y quedaría aplastado contra la almohada, una manera de decir: «no eres parte de este ritual, y nunca lo serás». Fue en ese momento que yo ya estaba muy muy nerviosa.

Daniel, muy tímidamente, acariciaba mi cola con sus grandes manos, y mis sensaciones salieron a la superficie. Cerré mis ojos y no podía creer lo que estaba pasando. Era como un sueño en donde yo viajaba en una montaña rusa, y donde cada caricia por su parte era una pronunciada pendiente. De a poco comencé a perder la vergüenza, y le pedí que, por favor, me introduciese un dedo por entre mis glúteos. Entonces —yo notaba de a poco cómo todo se iba haciendo cada vez más fácil— procedió a deslizarlo por entre mis nalgas, y empezó a meter y sacar el dedo, pero sólo por entre los cachetes de mi cola, hasta que comencé a sentir una sensación exquisita: ¡no lo podía creer!, Daniel deslizaba su dedo tan suave y lentamente que sentía un cosquilleo en mi panza que, poco a poco, se iba convirtiendo en una sensación muy placentera, como de protección, miedo, incertidumbre, mezclada con amor y ternura, sumada con una alta dosis de placer erótico. Su dedo se seguía deslizando con frenesí, y mi respiración se hacía cada vez más insuficiente, y el cosquilleo dentro de mí aumentaba cada vez más intensamente. Mi respiración empezó a hacerse más pesada, amplia, ruidosa, y sentía que el aire quemaba mis fosas nasales. Éste era mi primer contacto íntimo con una persona, ¡y era con mi mejor amigo! Mientras Daniel me «masturbaba» la cola, sentía ese calor subir por mi cuello, y este cosquilleo en mi panza era muy muy fuerte, y poco a poco sentía como si me estuviese aproximando a algo, hasta que comencé como a ver lucecitas de colores: ¡me estaba excitando! En un momento, me dije a mí misma: «sólo yo estoy disfrutando de esto y él no, pero… para que él disfrutase, tendríamos que…» y ahí me comencé a excitar aún más, el corazón me latía muy rápido, y le dije que si quería hacer lo de las revistas. Lo miré a los ojos y le pedí que me hiciese el amor —frase que me sonó muy cursi, ya que los dos éramos nuevos en esto—, así que, al decir esto, Daniel se puso todo colorado, comenzó a tartamudear, así que lo miré a los ojos y le dije que no se procupase, que los dos estábamos nerviosos, iguales en experiencia, que ésta era nuestra primera vez, y que yo confiaba mucho en él porque lo conocía hace muchísimo tiempo, aparte de que lo quería mucho —pero esto no se lo dije a él— así que Daniel me miró con una mirada que nunca pude dilucidar bien, —todavía es un misterio para mí— pero eso ahora no viene al caso.

Daniel procedió a sacarse la remera, los pantalones, las medias, y cuando se sacó los calzoncillos, tenía el pene erectadísimo, rojo, lleno de venas; nunca había visto un pene así, obviamente —era mi primera vez. Me di cuenta de que él también estaba excitado, y bastante . Se acercó a mí hasta la cama, se ubicó por encima mío, y cuando noté que llegaba el momento, percibí una sensación típica de cuando uno experimenta algo que le va a cambiar la vida, algo muy serio, lo cual te hace sentir como un voltaje en todo el cuerpo, que hace que por un momento pierdas la noción de las cosas, y comencé a temblar: ¡no podía controlarlo! Así que respiré hondo, relajé todo mi cuerpo, y procedí a pasarme mucha saliva por la cola —¡no podía creer que, al fin, iba a suceder de verdad!— y le rogué, con voz algo lastimosa, que por favor lo hiciese —mi pene en ningún momento tuvo erección alguna, y esto se debía a que yo ni recordé en ese momento que tenía un pene: yo me sentía mujer y quería hacer el amor de forma pasiva.

Momentos después, Daniel se posicionó por encima de mí y apoyó sus codos a mis costados —tuve un lapsus donde me sentí como dominada, poseída, al tiempo que a mis lados la cama se hundía por el peso de mi amante, y la mera sensación de sentirme entregada hizo que algo en mí, en mi identidad, y, particularmente, la de mi sexualidad, se rompiera —y pude sentir su aliento en mi mejilla; su pecho en mi espalda; su bello púbico acariciando mis glúteos; sus muslos, varoniles y musculosos, emborrachando de caricias mis muslos de lycra. Su pene —y él calculando a ciegas la ubicación— se ubicó bien por debajo de mi zona lumbar, desde atrás, y paseó su sexo calido desde mi columna baja hacia mi cola. El glande se preparó apoyándose sobre mis glúteos, en los dos al mismo tiempo, y sentí esas «cosas» nuevamente en mi abdomen —y también en algún lado de mi ser. Casi estallo de placer cuando percibí su masculinidad deslizándose poco a poco por entre mis nalgas, buscando su guarida. Daniel estaba sostenido sólo por sus brazos, de los cuales dependía «mi vida» de ese entonces —con esto me refiero a mi vida anterior, la cual iba a desvanecerse y resurgir una nueva, mi nueva identidad. Esos brazos tan varoniles que él tenía, eran responsables de lo que me habría cambiado por completo.

Yo le preguntaba muy seguido a mi «amante» que si quería seguir, que si estaba nervioso, que si se sentía incómodo, y me decía que sí a todo, pero que no le importaba —lo cual me dejó muy tranquila— y le pedí que practicásemos un poquito antes de hacerlo.

Daniel comenzó a moverse lentamente, y su pene comenzó a «masturbarse» por entre mis nalgas, lo cual a mí me haría ver el cielo, y sentía una sensación tan extraña como erótica en mi plexo solar, hasta que, de repente, su pene, sin querer, rozó la entrada de mi ano; le pedí que ahora sí me penetrase, entonces Daniel se detuvo y comenzó a presionar un poco, pero nada ocurría; su pene pugnó por entrar, y sentí un pequeño dolor. En ese momento sentí que todo se detuvo, me di vuelta para mirar a Daniel a los ojos y, mirándome con ternura, y sin dejar de hacer contacto visual conmigo, se dejó caer por su propio peso, y su pene se abrió camino en lo profundo a través de mi recto, al tiempo que sentí como si una luz interna, mental, estallase en mi mente —¿Habrá sido como venir al mundo, haber dejado una vida y haber renacido? Gemí sordamente, puse los ojos en blanco, me mordí el labio inferior, de manera instintiva, y se me constracturó todo el cuerpo.

Daniel se quejó como si de dolor se tratase, y quedamos ahí unos minutos, disfrutando de esta nueva sensación de «contacto con el otro». Luego, mi amante, con dulzura, retiró su pene, y cuando sentía toda su virilidad deslizarse por mi recto —juro que sentía con mucho detalle la textura de su pene: sus venas, su glande, cada accidente físico— empecé a sentir una deliciosa picazón dentro de mí. Era una sensación riquísima, hasta que me penetró de nuevo, sacando su pene nuevamente, y cuando penetró mi cola otra vez más, empecé como a perder la noción del entorno a causa de una sensación fortísima que nacía desde mi plexo solar —casi similar a la que se siente cuando uno se va a desvanecer— que se irradiaba por toda la superficie de mi piel, como la que uno tiene cuando se está muy, pero muy ansioso.

Mi amante comenzó a agitarse de a poco, y cuando se retiró para volver a penetrarme, la picazón se tornó mucho más deliciosa y que iba creciendo paulatinamente; cuando nuevamente sentí su cuerpo conmoviendo el mío, y su pene buscando mi interior, una y otra vez, con delicada cadencia, Daniel empezó a agitarse a y se movía arrítmicamente y con algo de violencia, como si para aplastar mi cuerpo contra la cama se tratase. Mi sensación de picazón era tan intensa que sentía como una electricidad por todo mi cuerpo, desconocida, que me hizo estremecer, temblar y levanté mi cabeza en alto y, con los ojos todavía en blanco, abrí mi boca y de ella escapó un gemido fuerte, inteligible, profundo, prolongado, femenino. Daniel también se estremeció —como yo, imagino— y su respiración se hizo ruidosa y arrítmica, convirtiéndose de a poco en gemidos de placer, y cuando escuché su gemir, no pude aguantar más y me dejé llevar por esa sensación interna. Apreté mis dientes muy fuerte, mis manos se cerraron con fuerza, mi cuerpo se arqueó, «saqué cola» como para quebrar mi columna —como sí quisiese «fundir» mi cuerpo al suyo—; sentí como una profunda angustia, y esa sensación placentera se terminó de desencadenar, el momento ya se hacía mucho más evidente —y en un momento, si bien era mi primera vez, había algo de «memoria sensorial ancestral»: me di cuenta de lo que se venía al instante. De pronto mis ojos dejaron de ver, mi audición se anuló —se sentía como la señal de ajuste de un televisor— , y todos los músculos de mi cuerpo se tensaron en éxtasis, y noté que mi recto se ponía tenso, se apretaba hacia sí mismo , como retorciéndose —nunca sentí mi «vagina» con tanta hipersensibilidad; ésta, desde el principio, segregaba una viscosidad particular, pero ya a esta altura, mi humedad era muy prolífera, lo que hacía que la penetración fuese muy fluida y perceptible. A todo esto, el pene de Daniel yacía en mi recto, lo que imposibilitaba la contracción involuntaria de mi recto, y me sacudí de manera frenética en nuestro lecho, hasta que los dos entramos en nirvana: nos quedamos tiesos, con los ojos en blanco, mordiéndonos los labios, con las cabezas en alto, como agradeciendo a la Creación, y mientras todo esto ocurría, y casi como entre sueños, mi amigo comenzó gemir a intervalos regulares, cosa que me pareció extraño. Gemidos sordos, como oídos a la lejanía, y gradualmente sentía riquísimo y con mucha más intensidad en mi recto. Se sentía tibio, y noté como pequeñas ráfagas de fuego explotando en mi recto, también a tiempos regulares, que coincidían con cada gemido de Daniel, como si él intentase que su alma se encontrase con la mía a través de nuestra tierna cópula. Era la gloria, nuestros cuerpos fundidos en pasión y dejando que el clímax nos transportase a lugares paradisíacos.

No sé cuánto tiempo estuvimos así. Era como si el tiempo se hubiese detenido, hasta que, lentamente, abrí mis ojos y mi amigo todavía yacía sobre mi espalda, como dormido, con su pene todavía erecto dentro de mí. Nos quedamos como media hora así, hasta que nos recuperamos, y cuando Daniel estuvo «blandito», sentí un delicioso escozor en el momento en que su pene se retiraba de mi «vagina», y nos sentamos al borde de la cama, uno al lado del otro; él, con apariencia de fatiga; yo, de llenura, plena, sintiendo como que algo extraño pero divino navegaba dentro de mí. Sentados así, nos esquivábamos las miradas, como si algo muy vergonzoso hubiésemos hecho. Discretamente, con mi mirada, busqué el pene de mi amigo, y éste se encontraba bien rojo, empapado con un líquido blanco; pero lo que más impactó en mí fue la noción de que había estado dentro de mi cuerpo. Me fijé entre mis piernas, y mi pene, a pesar de haber estado totalmente flácido lo que duró el coito, tenía el glande un poco húmedo. Ahora que lo recuerdo, fue extraño el no haber eyaculado…

Luego nos miramos a los ojos, nos sonreímos —casi con una pícara expresión en ambos—, y me fui a mi casa, ya que era muy tarde —ésa fue la excusa que le di a Daniel, pero la verdad, no sé porqué me quería ir de esa casa. Así que, en cuanto llegué a mi domicilio, fui apresuradamente al baño, porque me sentía extraña…

Me senté al inodoro, y, en un momento, me dije a mí misma: «¡otra vez las diarreas!», dado que comencé como a «orinar'»por mi cola, y ante mi duda y preocupación, a medida que este líquido salía de mi cuerpo, me fijé por entre mis muslos, y pude ver un líquido blanquecino fluyendo de mi recto, donde luego colgaban varios hilos del mismo líquido desde mi intimidad hasta el agua de la taza. Fue en ese preciso momento que me di cuenta de que ese líquido era el semen de mi amigo: ¡Daniel había eyaculado dentro de mí! ¡Mi mejor amigo tuvo su primer orgasmo en mi cola, y yo lo tuve gracias a su pene! Fue tan erótico: ¡tuve mi primer orgasmo por la cola!

Nunca más en mi vida viví una experiencia tan intensa, tan erótica. Y debe tratarse de que lo viví desde la inocencia, con miedo, pero con placer, y amor, tal vez. Desde esa vez quedé muy enamorada de Daniel.

Con Daniel seguimos por dos años más en esta relación, pero luego no lo vi más. Por mi parte, sigo mi vida como hombre, pero todavía siento la necesidad de vestirme de mujer y hacer el amor como mujer, ya que me siento mujer…

Gracias por leer este relato. Hace años que quiero que alguien sepa de esto, que ha estado en mi mente durante muchos y largos años…

Marcia Daniela Anderson
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196 Lecturas/24 julio, 2025/1 Comentario/por MarciaDaniela
Etiquetas: amigos, anal, hermano, hermanos, mayor, montaña, recuerdos, sexo
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1 comentario
  1. Luciano2023 Dice:
    24 julio, 2025 en 8:17 pm

    No solamente me ha encantado tu historia, sino que me impactó gratamente. Me atrevo, por la excitación que me provocó leerte, a expresarte mi envidia por haberte decidido a contarla y, sobre todo, por haberte animado a experimentar realmente tu deseo con tu mejor amigo. Es una historia bonita y muy excitante. ¡Cómo me gustaría vivir y sentir esa experiencia sexual!, pues yo desde hace años he fantaseado con un hombre, frente al que me desvisto para luego imaginar que me acaricia tiernamente y luego me quita mi virginidad.
    Gracias mil por compartir (si deseas comentar conmigo algo en particular será un gran deleite para mí, 2005.leonardoarrobagmail)

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