Me enamoré de una trans pasiva
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por carloti.
Todavía sigo enamorado.
Soy un hombre heterosexual.
Sólo me gustan las mujeres.
Siempre mis compañeras fueron féminas.
Excepto ella.
Con cuarenta años, soy separado tres veces, de tres mujeres distintas.
La primera con quien conviví es trans.
Con la tercera no tuve hijos.
Con la segunda tengo dos.
Soy un padre responsable.
Trato de brindarles todo lo que ellos necesitan, sobretodo el amor de un buen padre.
Pero mi quebrado corazón se lo llevó ella, una pasiva trans.
Espero que este relato sirva para encontrarla nuevamente en mi vida.
Hermosa, estatura media, un lindo rostro que me atrapó.
Sus marrones ojos almendrados y el cuerpo una bellísima princesa: cintura muy delgada, piernas bien formadas, pechos suaves y redondos y una colita bien parada.
Una suave piel trigueña.
Pero lo mejor de ella, sus rojos y apasionados labios.
La divina tentación de forma de manzana que me hizo morder aquella primera vez, como lo hizo Adán ante Eva.
Ahí caí rendido a sus pies.
Nunca olvidaré mi primera vez con ella, nuestra primera vez.
Tierna, dulce, sensual, dedicada y muy rica en la cama.
Ardía de placer cuando estaba con ella.
Su aguda voz me llevaba hasta mi último suspiro de excitación.
Tenía casi treinta años aquellos días.
A esa edad vivía en casa de mi madre y mi padrastro, junto con mis hermanos también.
No hallaba la forma de despegar, echar alas.
Un buen amigo me dio la solución.
Me prestó por una buena temporada su departamento.
Él quería que yo probara ser independiente, tener mi propio nido.
Acepté muy agradecido su favor.
De a poco, y gracias a mi trabajo, fui adquiriendo los muebles necesarios para hacerlo mi hogar.
Al cabo de unos meses de estadía, los vecinos del departamento del frente se mudaron por razones particulares.
No renovaron el contrato de alquiler.
Un buen día, la vi salir de ese mismo departamento.
Ella reemplazó a los viejos vecinos.
¡Qué muñeca! Me dejó frío, estático al verla.
Tenía puesto un vestido muy ajustado a su cuerpo de diosa caribeña.
Yo estaba en la puerta, a punto de salir.
Ella me vio como si nada.
Ni un saludo a la distancia nos pudimos dar.
Quería averiguar de ella, pero ninguno de los vecinos conocidos tenía información.
Sutilmente le pregunté al portero.
Él me comentó que el alquiler de ese departamento estaba a nombre del novio.
Tal vez ella era amante de ese tipo, se me ocurrió deducir.
Nunca lo vi aparecer, ni entrar al departamento.
Observaba que ella entraba y salía sola, siempre bien vestida, bien arreglada.
Sus exquisitos perfumes quedaban impregnados en el ambiente por donde pasaba.
Yo sufría por verla tan hermosa e inalcanzable ¿Cómo un hombre tan sencillo como yo la podría conquistar? Me preguntaba.
Una noche, ambos nos encontramos en la puerta del ascensor para subir.
Nos miramos al entrar.
Fui un caballero con ella, le abrí la puerta, la dejé pasar y luego nos fuimos al mismo piso.
Ella llevaba bolsas de compras.
No me atrevía a hablarle de lo bella que estaba.
Sentía que mis nervios me podían traicionar.
Cuando llegamos al piso, yo abrí nuevamente la puerta, para que saliera primero ella.
Se le cayó un paquete al pasar.
Se sintió el ruido de la caída de un aparato contenido en la bolsa.
Inmediatamente se lo levanté.
Ella abrió la bolsa y exclamó con su suave y entonada vos de ángel.
– ¡Mi secador de pelo! Se me rompió.
Yo le contesté:
– Yo soy técnico electrónico, te lo puedo arreglar ahora si querés.
Siempre que estés dispuesta en esperar un rato.
Ella me dijo que sí.
Me preguntó cuánto le iba a cobrar.
Yo le dije que hago bien los arreglos y cobro barato.
No le cobré nada al final.
Estaba desesperada porque a otro día tenía que asistir a un Atelier de peluquería.
Es una gran peluquera profesional.
Dadas las circunstancias, puse manos a la obra, y se lo pude arreglar esa misma noche.
Sólo se había desarmado, con un orificio de tornillo roto.
Pero sirvió para conocer esa belleza que condenó mi corazón.
Esa misma noche, me invitó un café a su departamento en agradecimiento.
Conversamos de toda clase de temas.
Muy inteligente para hablar.
Pero no pasó nada, simplemente hablábamos.
No sabía que era una travesti.
Para mí era una mujer.
Tampoco me comentó nada al respecto en un principio.
No me di cuenta debido a su perfecta femineidad.
A partir de esa noche, nos saludábamos con mucha confianza.
Ya charlábamos en la puerta cada vez que nos encontrábamos.
Luego nos visitábamos a nuestros departamentos.
Nos hicimos amigos.
En nuestras charlas yo me perdía en su dulce mirada, en su forma de ser, su piel, su cuerpo, en ella.
Pero sus labios, me esclavizaban por completo.
Una mañana de domingo, ella me ofreció transformar mi look.
Me decía que mi peinado lucía muy anticuado.
Me iba cambiar por completo para verme como un galán.
Fue en una mañana muy primaveral.
Ella tenía puesto un hermoso vestido floreado ajustado a su cuerpo y muy escotado en el pecho.
No usaba corpiño.
A través de la tela de su vestido se traslucía toda su rica figura junto con su pequeña bombachita.
También debido al escote, se veían la parte superior de sus senos.
¡Qué bellos y sensacionales! Un delicioso aroma salía de su cuello y su piel.
Así fue a mi departamento.
Con todos sus utensilios de peluquería.
Estaba increíblemente irresistible ¡Qué hermosa lucía!
Me sentó a la silla.
Me puso una especie de cobertor en todo mi cuello y comenzó a realizar su trabajo.
Mientras lavaba, cortaba y arreglaba mi pelo, charlábamos de forma muy seductora, como por ejemplo:
Ella me decía:
– Tenés muy lindo pelo.
De ahora en más ese pelito tuyo es para mis manos.
Nadie más te lo va tocar.
Yo le contesté con una pregunta:
– ¿A qué precio te puedo pagar?
Ella me contestó:
– Al mismo precio que vos haces las cosas para mí.
Ningún valor monetario.
Lo hago porque sólo sigo mi corazón.
Pasaba suavemente sus manos por mi cabeza, mi rostro y mi pelo dándole unas suaves caricias.
Su cuerpo se movía de manera sensual, atrevida, muy provocativa.
Por momentos sus pechos posaban sobre mi espalda ¡Qué estupenda sensación! Estaba completamente atrapado en su telaraña de seducción.
No me podía como trabajaba sobre mi pelo porque no había ningún espejo de pared.
Mi aspecto lo dejé en manos de ella.
Quería que me arreglara a su gusto.
Lucir bien para ella.
Después de terminar su trabajo, me quitó el cobertor mostrando con un espejo portátil, su obra de arte hecha con sus delicadas manos ¡Brillante! ¡Sensacional! Me encantó.
Antes que apareciera a mi departamento, bien temprano, yo había comprado una rosa roja en una florería.
La había escondido.
La saqué y se la entregué en su mano en forma de agradecimiento.
En el momento de recibirla, intentó agradecerme la rosa con un beso en mi rostro.
Pero no fue así.
Al acercarse, fue mi boca la que se depositó en sus irresistibles labios rojos.
Nos comenzamos a besar.
Un delirante beso de amor.
Mi mente se elevó muy alta en el cielo.
Me transporté al fin del universo de lo rico que se sentía.
Llevé mis manos a su diminuta cintura.
Ella también me abrazó.
Mediante ese beso éramos uno sólo en cuerpo y alma.
Nuestro primer beso duró una eternidad, nos quemábamos con mucha pasión.
Me atreví a un poco más, a pasar mis dedos por debajo del vestido.
Deseaba tocar sus piernas, sentir con mis manos, toda su piel.
Ahí me detuvo.
Su mano tomó de la muñeca de mi brazo y la echó hacia el costado.
Ella se fue para atrás, alejándose como dos metros de mí.
Yo le pregunté:
-¿Por qué te alejas de mí? ¿Tenés novio? No quiero hacerte sentir mal.
Realmente te deseo.
Ella me respondió:
– Nunca tuve novio.
Ahora estoy sola.
Siempre todos fueron compañeros de sexo.
Quiero que veas esto.
Lo hago porque me gustás muchísimo.
Pero sino querés, te voy a entender.
Detrás de ella estaba mi sofá.
Quedó parada justo delante de él.
Primero se desprendió el cierre trasero de su vestido, desajustándolo de su cuerpo.
Lo dejó caer ante mi mirada.
Pude ver sus enormes y bien formados senos al aire ¡Qué maravillosos! ¡Qué hermosos pezones! Hechos a la medida de mi boca.
Tomó su vestido y lo colocó en el asiento del sofá.
Seguía frente a mí.
Muy despacio se quitó su diminuta tanguita.
Al ver, quedé frío por tamaña sorpresa.
Yo acostumbrado a ver una raya entre las piernas de mis amantes.
Esa vez no fue así.
Unos genitales parecidos a los míos.
En forma y de menor tamaño.
Pero bien depilado.
Los míos los tenía al natural.
Ella los tenía colgando.
No estaba parado.
En cambio, a mí que ya se me había parado, al ver eso, se me bajó.
Ella esperaba mi aprobación.
Yo quedé estático sin darle respuesta.
Luego de unos segundos, sin decir nada, agaché mi cabeza como signo de rechazo.
La sorpresa me causó un terrible golpe a mi estado de ánimo.
De sus ojos comenzaron a salir un rocío de lágrimas.
Con sus labios torcidos y asintiendo su cabeza, me dijo:
– Está bien, es mi culpa.
No te dije nada antes porque quería que sintieras lo mismo que siento yo cuando estaba con vos.
Ella se dio vuelta, así desnuda, para tomar su vestido y volvérselo a colocar.
Pude ver su perfecta figura femenina ¡Impresionante! ¡Qué bellísimo culo! Redondo, paradito, perfecto.
Una cinturita sin ningún rollito de grasa.
Sentí que estaba lloriqueando sin mostrarme su rostro con lágrimas.
Cuando una mujer llora ante mí, me hace derretir.
Tenía su vestido en su mano.
A punto de ponérselo.
Me decidí rápido.
Ese culo me llevó hasta ella.
Me coloqué suavemente por detrás y con mis manos empecé a acariciar el contorno de sus delgados brazos.
Ella me dijo:
– Andá, salí de acá.
No quiero que jugués conmigo.
Su voz estaba quebrada de tristeza.
Yo le dije:
– Vos también me gustás mucho.
Yo soy un hombre que siempre estuvo con mujeres, por eso me comporté así.
Sos muy hermosa.
Si vos estás de acuerdo, sólo te quiero tener como mujer bella que sos.
Quiero que seas totalmente pasiva para mí.
Ella se quedó totalmente quieta.
Pasiva.
Respiró profundo al oír mis palabras.
Me animé.
Comencé con besos en su espalda.
Se dejó dar mis besos.
Entonces llevé mis manos a acariciar su plano vientre y de ahí a recorrer la parte inferior de sus pechos.
Ya mi pene estaba parado, a mi servicio para dárselo por completo.
Yo seguía con mis dulces besos.
Mis manos ya se hacían dueñas de los pezones de sus grandes pechos.
Sentía su respiración más frecuente y más profunda.
Pasaba mi lengua por todo su cuello.
Su pelo largo estorbaba mi maniobra.
De una manera muy sensual, con sus manos, tomó de su cabello y lo redujo hábilmente a un rodete natural.
Me dejaba todo el espacio de su cuello para mí.
Yo seguía con mis besos ahí.
Suaves besos que quemaban toda su dorada piel.
Mis manos continuaban su trabajo sobre sus senos.
Decidí pasar mis labios sobre toda su pequeña oreja.
Mi lengua se estacionó ahí.
Le aplicaba toda la punta dentro de su oído.
De ella se escuchó un suave quejido de excitación.
– ¡Ahhhh!
Le respondí a su excitación con sus mismas palabras:
– Tenés muy rico culo.
De ahora en más ese culo es para mí.
Nadie más te lo va a tocar.
Ella me dijo:
– Si, hacélo todo tuyo mi amor.
Le pregunté si estaba lista.
Ella me respondió que sí, que había esperado ese momento desde que la conocí esa noche.
Ella arrodilló sobre el sillón, con sus manos apoyadas en el respaldar.
Sus piernas flexionadas y su cola hacia atrás.
Yo me quité toda la ropa muy rápido.
Me quitaba mi ropa con una mano y con la otra la acariciaba y también la besaba por atrás.
Desnudo, bajé con mi boca hasta la raya de su divina colita.
Sin pensarlo pasé toda mi lengua entre sus cantos.
Por el medio de sus firmes glúteos.
Llegué a su estrecho agujero.
Hermoso, limpio, perfumado, suave, bien cuidado.
Tenía la experiencia con mujeres.
Sabía cómo hacerlo.
Se lo empecé a lubricar con toda mi lengua.
De ella salió un grito de gozo:
– AAAAAAAAAAA.
Metéla por favor.
¡Necesito que la metás!
Estábamos increíblemente excitados.
Me paré por detrás.
Llevé ahí mi firme palo agarrado con una mano, a la puerta de la felicidad.
Tenía todo preparado.
Aproximé mi boca a su oído y le pregunté con voz muy suave:
– ¿La sentís?
Me respondió que jamás sintió algo tan rico.
Muy suave comencé a empujarla bien adentro.
Ella abrió toda su boca exhalando todo el aire de su cuerpo.
Se la metí suavemente hasta el máximo.
Escuchaba sus gemidos de placer.
Yo sentí cómo mi pene invadía su estrecho agujero.
Rico, húmedo y caliente.
Un acogedor recibimiento de su agujero.
Empecé a moverla dentro de ella.
Se oía ese rico ruido de roce de nuestras carnes.
Ese típico ruidito que da mucho placer.
Le entregaba toda mi hombría concentrada en mi duro garrote.
Ella jadeaba con mucha desesperación, me decía:
-Dame chota, dame mucha chota.
Yo le respondía:
-Si bonita mi chota es toda para vos.
Su dulce voz excitada me hacía calentar aún más.
Además ese delicioso y firme culo amortiguaba todas mis duras envestidas.
Su estrecho orifico se desfloraba como las rosas en primavera.
Ella mordía sus labios.
Mientras sacudía con mi palo dentro de su cuerpo yo la tenía apretada junto a mí.
Mi boca desesperada se adhería a todo su cuello, como un animal devorando a su presa.
Ella era mi deliciosa presa del deseo, de la pasión.
Comenzó a gritar para pedirme más.
Yo le daba todo lo que tenía, estaba muy enlazado, acoplado a ella.
En cuerpo, mente y alma.
Éramos uno solo.
Esa conexión todavía persiste.
No dábamos más de dicha, de inmenso placer.
-¿Querés mi leche dentro?
Ella me respondió:
-Si, Sí, dámela toda.
No pude más, llegó la liberación de todo mi semen dentro de ella.
Bien profundo.
Riquísimo.
Mi primera relación con una trans.
Nos bañamos y nos fuimos juntos a mi cama.
Ahí seguimos con muchos besos, ardientes besos de lujuria y deseo.
Ellallevó su boca a mi pene y me lo chupó como nadie lo hizo jamás.
Después hicimos nuevamente el amor.
Ella pasiva montada arriba mío.
Ahí probé con mi boca, el sabor de sus dulces y deliciosos pechos.
Pasé momentos muy felices con ella.
Siempre yo fui el activo.
Nos enamoramos así.
Al poco tiempo mi amigo me pidió su departamento, lo necesitaba.
Se lo devolví y me fui a vivir con ella.
Teníamos un gran romance.
Mi hermano me descubrió que vivía con una trans.
Ahí empezaron nuestros problemas.
Todos se burlaban de mí.
La terminé abandonando sin piedad.
Ella lloraba y me pedía desesperada que no me fuera de su vida.
Me prometió que si no la dejaba se iba a operar para mí, para ser una verdadera mujer.
Solo un tonto inmaduro como yo pudo tomar esa decisión de dejarla.
De echar el amor de su vida.
Lógico, a los meses me arrepentí.
Cuando quise volver, ella ya se había marchado del lugar.
Nunca la pude encontrar.
Tuve dos mujeres más en mi vida.
Ambas relaciones fracasaron.
Todavía en las noches sueño con ella.
Pronuncio su hermoso nombre.
Madeleine.
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