Me vio vestida de mujer y me rompió el culo en su camión
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por janet70.
¿Qué más puedo decir? Con el título tal vez sea suficiente, pero les voy a contar todo.
Empiezo haciendo una pregunta filosófica y estúpida para muchos, pero muy importante para mí, ¿qué es lo más importante tener en la vida para una persona? Para mí es la libertad y no hay otra.
Algunos podrán decir la salud, otros el dinero y hay quienes mencionan el amor.
Pero opino que nada de eso sirve si una persona no es libre y no tiene dicha libertad para disfrutar y compartir.
Hace cuatro años me casé con una mujer natural.
Yo profesaba desde mi infancia, una religión muy rispida y rígida en cuanto a sus leyes, su filosofía, forma de pensar, de actuar, de vivir y demás.
Es una de las tantas religiones en donde las mujeres llevan puestas faldas largas hasta los tobillos.
Bueno, ahora soy yo quien usa faldas, pero ese es otro cantar.
Me siento muy nena ahora, aunque soy mayorcita, por eso me describiré en género femenino en este relato.
Rebobino, después de casarme como hombre por iglesia (en mi pasada religión) y también por civil, me fui a vivir a un departamento o pequeña casa, junto a mi antigua esposa.
La vivienda se encuentra detrás de la casa principal de mi ex-suegros.
Ahí estuve conviviendo con ella durante un poco más de dos años, sin tener hijos.
Durante aquella época, recién casado, me encontraba en un estado de expectación permanente, quizás esperando a que llegara la felicidad a mi vida.
Llevaba una vida de mierda, no porque recibiera o sintiera maltrato, sino más bien, porque en mí quedaron secuelas de un abuso sexual consentido cuando fui un niño de ocho añitos.
Cuento qué me pasó a esa edad.
Un hombre, abusó de mí cuando una tarde fui al cine.
Yo acostumbraba a ir a un cine cerca de casa, sin la compañía de ningún adulto.
Recuerdo que fui a ver la película musical acerca del grupo Abba.
Como ingresó mucha gente para ver la película, habían habilitado los asientos de la parte de arriba del cine.
Por lo tanto me senté allí para estar más tranqui.
Pero justo un tipo muy extraño, pero muy agradable conmigo, se me acercó, me sonrió y se sentó a mi izquierda, para ver también la película.
Durante la proyección del film, mientras el hombre me explicaba la peli, tomó dócilmente de mi mano izquierda y comenzó a pasarla por su pija que había dejado al descubierto.
Yo no sabía qué estaba haciendo con mi mano, ni tampoco por qué lo hacía.
Sólo dejaba que le tocara su pito haciéndole una suave caricia, hasta que dió un profundo quejido en forma de suspiro.
De inmediato sentí un líquido muy espeso y pegajoso desparramarse por mis dedos y la palma de mi mano.
Ese viscoso líquido olía muy mal para mí.
No le pregunté por qué lo hizo, ni tampoco me dijo nada al respecto.
Entonces el tipo me limpió la mano con un pañuelo de tela que él mismo llevaba y me dijo.
-Andá a lavarte al baño rápido y volvé sin decirle nada a nadie.
Cuando volvás, te voy a dar algo muy rico.
Yo pensaba que me iba a comprar un chocolate o alguna golosina como premio a mi obediencia.
Sin embargo, cuando ingresé al sanitario, que estaba afuera de la sala, no lo vi en el kiosco comprando nada para mí.
Sólo me estaba esperando para llevarme nuevamente al mismo lugar donde nos encontramos dentro del cine.
Yo tenía muchas dudas de irme con él, porque no me había comprado nada, pero al fin lo acompañé.
Volví junto a él al mismo lugar del cine.
Me senté a su lado, y ahí comenzó mi cuasi debut sexual.
– ¿Querés probar algo muy rico?
El tipo me preguntó acarciándome mi pelo y poniéndome una cara de mucha amabilidad.
No le di un sí inmediato, pero con tanta ternura en sus gestos y sus palabras, me terminó de convencer.
Mientras veíamos la película, sentada en su falda, puso su camperón arriba para que ambos quedáramos tapados y ocultos a la vista.
Por debajo de dicha campera, comenzó a desprender el botón y luego el cierre de mi pantalón.
Todo lo hacía con extremada sutileza, susurrando palabras de muchísima amabilidad.
En fin, arriba de su falda, me bajó todo, incluso mi slip, dejando mi culito destapado y al aire.
Su gran amabilidad pudo conmigo.
Tocaba muy suave todo mi culo mientras me decía palabras muy extrañas que ahora entiendo.
Recuerdo muy latente la frase.
– Tenés un culo redondo y muy tentador.
Pasaba sus dedos por toda la raya.
Sentia que me tocaba el alma y me hacía suspirar de lo hermoso que se percibía sus dedos.
Si no me hubiese gustado, tal vez habría hecho el intento de zafar de él.
Pero me gustaban sus duros dedos ahí.
En un momento colocó su dedo medio en la puerta de mi agujero y se lanzó a sobarlo muy tenue y con mucha fragilidad.
Cerré mis ojitos y concentré toda mi atención en aquella maniobra de roce en mi puerta anal.
Sentia como una centella recorrer en todo mi cuerpo de la forma que su dedo hacía fricción en la parte exterior de mi ano.
Yo respiraba agitadamente por el placer que me producía.
Deduzco que él también llegó a excitarse mal, porque muy suavemente me dijo al oído.
– Voy a darle un juguetito muy especial a tu culito.
¡Te va a gustar!
Sin más, también se bajó el cierre de la bragueta del pantalón, hasta dejar su verga completamente al desnudo y erecta.
Me acuerdo que estábamos sentados bien al último de la parte de arriba de la sala, prácticamente sin nadie quien nos pudiera observar.
Ocultos por su gran campera, el hombre inclinó levemente mi cuerpo hacia adelante y puso su gran pija entre los cachetes de mi culo, para rozarla lenta por ahí.
Tomó de mis manos e hizo que me abriera completamente mis nalgas mientras frotaba dulcemente su falo en mi culo, sin lograr ningún tipo de penetración anal.
Al principio me costó adaptarme, pero con el correr de los segundos, experimenté la sensación más rica de mi vida por muchos años.
¡Su verga caliente y suave, me mataba de gusto! Me acuerdo que me preguntaba.
-¿Sentís rica mi pija en tu culito?
Yo sólo le asentía con mi cabeza a medida que me deleitaba y jadeaba tenuemente.
Él me frotaba la pija por la raya de mi culo, tomándola de la base con su mano derecha.
Me la movía desde arriba hacia abajo y también de abajo a arriba.
Yo gozaba esa nueva sensación a tan temprana edad, y la vez me decía cosas muy lindas al oído.
Al cabo de algunos minutos en aquella posición, moviendome su gran verga, me dijo.
– No te asustés, pero no soporto más.
Te voy a dejar mi lechita calentita en tu culo.
Empinó aún más mi cuerpo hacia adelante, para poner la punta de la cabeza de su verga en la puerta de mi orificio.
Me obligó que se la apretara con mis nalgas sostenidas con mis manos.
Luego sentia que con su mano frotaba y hacía vibrar muy velozmente la pija ahí, masturbándose en mi culo.
Después de tan desesperada agitación logró correrse y desparramar toda su leche tibia entre mis cantos.
Sentía que mojaba nuevamente con ese líquido espeso todo dentro de mi culo.
Inmediatamente se sacudió su verga, se prendió el cierre de su pantalón y se fue dejándome un beso en mi cara mientras me decía.
-Chau, si querés más, vení mañana a esta hora a la puerta del cine.
Le voy a hacer algo más rico a tu culo.
No me penetró, pero me dejó empapada mi raya con su leche.
También tenía una sensación muy rara y distinta en mi cabeza.
Y sí, quedé contaminada para toda mi vida.
Nunca le hablé de esto a nadie.
Mis padres ni se enteraron de lo ocurrido.
En mi opinión, él fue el primero que me cogió, aún sabiendo que no rompió mi culo, lógico.
Tampoco jamás volví al cine, porque quedé con muchísimo susto por la desconocida situación que pasé con él.
Meses después, mis padres y yo nos hicimos fieles de esa excéntrica y nueva religión.
A mí, ni me preguntaron si quería serlo, simplemente me obligaron.
Crecí con esa forma de vida, en donde había que adaptarse a un régimen absurdo y una forma de pensar en absoluta contraposición con lo que me pedía mi cuerpo.
Desde aquella vez del cine y a partir de mi pubertad, comencé a desear que un muchacho me metiera su pija en mi orto, pero reprendi psicológicamente todos mis sentimientos de tener aquella prohibida sensación en mi colita, debido al dogma que profesaba.
Como mencioné, llegué hasta casarme con una mujer por estar abocado a dicha religión y también por haber conseguido un status social muy bien definido en aquel grupete religioso.
Pero después de dos años, la cosa no resultó para los dos.
Yo no le quería dar sexo porque me di cuenta que no me gustaba estar con una mujer.
Eso lo aborrezco.
Ella me reprochaba todo, por eso discutíamos.
Mis suegros se metían siempre a favor de ella en cada una de nuestras disputas matrimoniales.
También no me sentia libre para tomar ciertas decisiones importantes en mi vida, como salir de noche.
Además mis ex-suegros siempre se entrometían por ser dueños de la casa.
Tampoco tenía la libertad para realizar muchas cosas más, porque también la religión me lo prohibía todo.
No soporté más tanta presión.
Decidí por divorciorcirme de ella, para rehacer mi vida en soledad y así abandonar y desbaratar todas mis obligaciones religiosas.
Lo cierto que fui expulsada de la iglesia.
Como mi ex y yo vivíamos en una pequeña casita detrás de la vivienda de sus padres, ella se quedó prácticamente con todas las cosas adquiridas en matrimonio, electrodomésticos, muebles, etc.
Yo quedé muy pobre y sin nada, sólo con mi empleo como vendedora de ropa y mis pertenencias personales.
Mis padres, ya envejecidos, no me aceptaban en casa porque les había confesado sobre mi deseo de vida, de ser una trans.
Sobretodo mi padre, quien fue muy duro conmigo cuando me echó.
Por eso me mudé a una pensión.
O sea, a una enorme casa de alojamiento privada, en la que debía convivir con bastante gente albergada allí.
Compartía la cocina, un baño para cuatro dormitorios, el estar e incluso la TV.
Excepto mi cuarto privado.
Era una casa muy amplia, algo antigua, con doce habitaciones o dormitorios alrededor de un espacioso estar para todos los habitantes inquilinos.
Además tenía un enorme patio con muchas sillas y una mesa.
La dueña, junto a su hija, tenían su cuarto en el primer piso de la casa (con baño privado) , al lado de la terraza y a cinco metros de la cocina que también estaba en el primer piso.
Mi habitación se encontraba más retirada y al lado del portón de entrada a la pensión.
Al principio, ya con una nueva vida, tenía mi brújula patas para arriba.
Estaba triste, desahuciada, con mucho dolor en mi corazón y muy desorientada porque debía cohabitar con otra gente.
En fin, aún llevaba una vida de "hombre".
Pero, si escuchás o le hacés caso a tu corazón, la vida siempre te lleva al lugar donde tenés que estar, para satisfacer tus verdaderos deseos de vida y ser feliz.
Es cuestión de no resistirse a los cambios, por más duros que sean.
Libre y sin nada ni nadie que me dijera que debía ser o hacer, solamente me dedicaba a mi trabajo y a mi amargada, cómoda y apacible soltera vida.
Tambien tenía mis motores de sexo muy apagados.
Todo fue hasta que llegaron a la pensión dos mujeres de Potosí, Bolivia.
La señora madre y su hija de treinta años, llamada Inés.
La chica no era un primor en cuanto a la belleza de su cara, pero tiene un cuerpo infernal de mujer.
Un culo artesanal, una cintura de avispa y un par de tetas que cualquier hombre desearía disfrutar con su boca y su lengua.
Cabe aclarar que nunca me fijé en Inés.
Está descartado que descubrí que ya no me gustan las mujeres.
Sólo admiro su belleza.
Era tan linda que al poco tiempo de arribar a la pensión, consiguió trabajo y mucho más, debido a su increíble cuerpo de hembra, que admiro totalmente.
Con sus ultratetas y su despampanante culo, consiguió dos machos para que se la follaran.
Uno que trabajaba con ella, que es un joven rubio bestialmente bello.
Y el otro, un cincuentón forrado en billetes.
De ambos novios, conseguía toda su felicidad.
No obstante se quedó con uno.
No crean que son tontas la mujeres lindas, ¿adivinen con quién se quedó? Por su puesto que con los billetes del cincuentón, aunque sigue teniendo un pequeño fatito por ahí con el rubio.
Volviendo a lo mío, ¿qué tiene que ver ella con todo esto?
Les cuento, una tarde tuve que esperarla a que saliera de ducharse del baño.
Habían tres baños distribuidos para compartir para las doce habitaciones.
Uno por cada cuatro habitaciones.
La dueña ya había asignado qué baño le correspondía a los habitantes de cada dormitorio.
Inés, otras personas y yo usábamos el que nos tocó, según la dueña.
Y era el más limpio de los tres.
Entre Inés, su madre, otra señora y yo nos turnábamos para lavarlo todos los días.
Esas mujeres de Bolivia, era gente muy trabajadora, limpia y muy cordial.
Al momento que Inés salió del baño aquella vez, envuelta en un toallón, para cruzar a su cuarto, noté que se le cayó su tanguita.
La braga era muy diminuta, sexi, de color negro y tenía finísimos detalles de bordado en su parte de adelante y de atrás.
También muy elastizada.
De esas tanguitas muy caras para comprar.
Estaba lavada y limpia.
Así que la recogí del piso antes de ingresar al baño, para luego devolverla.
No se la pude devolver, porque luego de ducharme y salir del baño, Inés ya había salido a ver a uno de sus novios.
Entonces la tanga se quedó colgada en una de las sillas de mi cuarto, para secarse.
En fin, pasaron los días y la tanguita quedó en mi dormitorio.
Mientras yo yacía en la cama, la miraba de manera muy tentadora y deliciosa.
Mis ojitos se desviavan hacia la sensual prenda.
Un día feriado, después de levantarme tarde, amanecí muy excitada y con ganas de follar.
O mejor dicho, que un macho me lo hiciera por el culo.
No pude más de tanta calentura, y desnuda, me coloqué esa cautivadora tanguita que se metíó bien dentro de mi culo.
Frente al espejo me imaginé como mujer con la bombachita puesta.
Me daba vueltas observándome vestida con ella, disfrutando sentirme mujer.
Aquella vez crucé el límite que más esperaba traspasar, vestirme con una prenda femenina.
Después masturbé mi culo con mi dedo pulgar derecho.
Me metía y movía mi lubricado dedo dentro de mi ano, mientras me frotaba suavemente mi cosita con la otra mano.
Imaginaba en mi mente que alguien me culeaba muy rico por mi culo, con la tanguita puesta, obvio.
Bueno, eso lo comencé a hacer en mi habitación día tras día para calmar mi sed por una verga.
Desde adolescente me masturbaba así, metiéndome mi pulgar en mi cola hasta correrme dulcemente.
Aún después de casarme siempre me mastubé así.
Pero nunca lo había hecho con una braga puesta.
No lo digan ni comenten nada por favor.
Pero, ¡Qué vida desperdiciada! Me refiero a la mia, por no decidir a ser lo que soy desde años antes.
También siento que le cagué la vida a mi ex, quien se pudo haber metido con un macho de verdad, en vez de haberse casado conmigo.
Pero siempre es mejor tarde que nunca.
Inés y yo nos fuimos siendo "amigas" día tras día.
Todavía yo era un "hombre".
Yo la admiraba muchísimo, por ser una mujer tan bella, natural y femenina.
También me daba una sana envidia porque ella tenía a dos machos a la vez que se la cojian.
Nuestra amistad fue creciendo firmemente, hasta tal punto que nos visitábamos a nuestros cuartos sin pedirnos permiso para abrir la puerta y entrar.
Una noche, después de llegar de mi trabajo, busqué a Inés a su cuarto y no estaba.
Entonces me fui al mío, me desnudé y me puse la tanguita.
No era para masturbarme.
Simplemente me dediqué a afeitar los pelitos de mis piernas y otras parte de mi cuerpo.
Sentada y haciendo lo mío, Inés abrió sorpresivamente la puerta de mi habitación.
– ¿Qué haces con mi calzón puesto?
Me encontró desprevenida con la máquina de afeitar en mi mano, pasándola por mis piernas.
Su cara expresaba gestos de irritante asombro.
– Hace tiempo que sospechaba que eres gay.
Ahora entiendo que fuiste tu quien me robó mi calzón.
Y veo que es para ponértelo, caradura.
Tarde o temprano siempre alguien descubre lo que una se esmera para ocultar.
Yo le ocultaba a todos en la pensión, mis deseos de vida, de sentirme viva, de ser mujer.
En ese momento se me cayó la cara de vergüenza.
No podía mirarle a los ojos.
Deseaba por dentro que me tragara la tierra y me llevara lejos de allí.
Pero tomé fuerzas y pude contestarle la verdad.
– Te pido perdón Inés, no era mi intención robar tu bombachita.
Te la iba a devolver cuando se te cayó al salir del baño, pero vi que te habías ido aquella tarde.
¡Perdón please!
Ella me miraba muy fijo a mis ojos, con gestos de decepción en su cara.
Por lo que me contestó.
– Déjatela, ya no me importa.
Ahora no me sirve.
Muy seria, salió de mi habitación cerrando la puerta con mucha rapidez.
De tanta tristeza, comencé a llorar como una nena chiquita sentada en la silla.
Intuí que perdí una amiga y a la vez todos en la pensión se iban a enterar de lo mío, de mi secreto.
Apenas pude vestirme, y solamente recurrí a tumbarme sobre mi cama.
Después de quince minutos, continuaba llorando, pero oí que alguien golpeó la puerta tímidamente.
Pensé que era la dueña, para echarme de la pensión o reprenderme.
Tenía la voz atragantada de tristeza y miedo porque todos sabrían de mi.
Así que contesté casi sin fuerzas en mi tono de voz.
– ¿Quién es?
Nadie me respondió.
Simplemente era Inés, quien abrió nuevamente la puerta y entró.
– Nunca me dijiste que sos gay.
– Me reafirmó Inés.
Me senté en la cama y le repliqué.
– No trato de ser gay.
Puedo decirte que soy alguien que le gusta los hombres machos, así como te gustan a vos.
– ¡No te entiendo!, que yo sepa un gay es un hombre que busca a otro hombre para culear, ¿es así?
– Sí es cierto, un gay busca a un hombre para tener sexo.
Pero también un gay está dispuesto a dar como a recibir pija por el culo.
En cambio yo solo estoy disponible sólo para recibir el pene de un hombre por el mio.
Sólo asumiría el papel de ser mujer en el sexo.
Y para ello no hay otra que un hombre heterosexual me lo haga.
– ¡Espera por favor!, que toda esta mierda me confunde.
¿Tu me querrías decir que únicamente en la cama estarías de acuerdo a ser como una mujer? ¿Así como yo o cualquier otra?
-Sí, así es.
– ¿Por eso te quedaste con mi calzón y no me lo devolviste? ¿Para sentirte mujer?
– Inés, yo te iba a devolver tu tanga, pero sí, me la quedé porque me gusta usarla.
Ella comenzó a sonreír relajadamente, como aceptando mi situación.
– Ya veo picarona.
Ya te lo dije.
Si es por mí, te pido que no sientas vergüenza de ti misma.
Ahora no me interesa ese calzón.
Tengo muchos.
Te lo regalo.
Pero, ¿cómo es que quieres ser mujer? ¿Por qué?
– No sabría decirte por qué.
Sólo te podría decir que me gusta.
– Pero de alguna manera lo descubriste.
Debió aparecer algo o alguien que hizo que te decidieras.
– Tal vez porque cuando fui niño, un tipo me cogió a medias, y me gustó.
-¿Cómo es eso que un hombre te cogió a medias? Cuéntame por favor.
Le conté todo de mí.
Todo lo referente a mi cambio de vida.
Estuvimos casi toda la noche conversando acerca de mí.
Lo tomé como un desahogo de todos mis sentimientos reprimidos.
Inés nunca le contó a nadie acerca de mis gustos sexuales.
No obstante, con el transcurrir de los días, me ayudó en mucho para transformarme en una chica trans de closet.
Me enseñó a pintarme los labios, las pestañas y los párpados.
También a usar rubor.
Me dió instrucciones paso a paso para depilarme con cera negra, ¡Qué dolor! Aunque ahora tengo una depiladora y también asisto a un centro de depilación con láser.
Me compró con mi dinero, ropa de mujer, inclusive las tanguitas y corpiñitos.
Ahora me compro todo yo solita.
Lo del corpiño es algo simbólico, porque no tenía tetas y ahora no tengo grandes tetas.
Incluso me dejé crecer el pelo mucho más largo.
Lo cierto que ella me compraba todo porque yo no me atrevía a adquirir todas esas cosas por mi propia cuenta.
Aunque no crean, soy muy tímida.
Inés se comportó como toda una gran amiga.
También me puse a dieta estricta, para bajar más de doce kilos.
Quedé ultra delgada, como una mujer.
Ella conocía enteramente mi vida.
Y yo también la de ella.
Prácticamente nuestros secretos desaparecieron.
Pero en la pensión, ya todos se percataron mi nuevo "cambio".
Todos me miraban de otra forma.
Claro, estaba muy delgada, bien depiladita, más delicada, perfumada, con el pelo más largo, etc.
Todos los hospedados se dieron cuenta de mi nueva remodelación.
Luego de algunos meses, el cincuentón le ofreció a mi amiga llevarla a vivir con él a una hermosísima casa.
Inés aceptó.
Ni loca se perdería una oportunidad de vivir una ostentosa vida.
Ya, días antes de mudarse con el cincuentón, junto a su madre a su nuevo nido, la dueña nos ofreció darnos un almuerzo de despedida a mi amiga y a su madre.
Todos fuimos invitados al almuerzo en la pensión, en el comedor grande.
Inés y yo nos sentamos a la mesa una al lado de la otra.
Pudimos observar que también se había sentado un hombre al que jamás habíamos visto antes.
-¿Quién ese ese tipo? -Le pregunté a Inés, prácticamente susurrándole al oído.
– ¿Del pelado te refieres? No sé.
La madre de mi amiga escuchó la respuesta de mi amiga y me respondió muy despacio.
– Es Lisandro, el sobrino de la dueña.
Es un camionero que cuando trae carga a esta ciudad, siempre pasa por esta pensión.
-Mamá, ¿cómo te enteraste? -Le preguntó Inés a su madre.
– La misma dueña me contó ayer.
– Cierto que eres chismosa.
En aquel instante el hombre se paró de su silla y pude verlo de pié a cabeza.
Mi vista no se quitaba de él.
-¿Qué edad tiene?
La madre me respondió.
– Cincuenta y uno.
– Inés, ¿notaste lo alto y corpulento que es? – Le pregunte a mi amiga.
– Sí, es bastante grande.
– Me respondió Inés.
– Yo lo veo algo panzón, pero no parece ser tan gordo.
– Le volví a señalar.
– Fíjate bien, tiene varios kilos de más.
– Me respondió mi amiga otra vez.
– Sí, está gordo.
¡Pero no me vas a decir que tiene brazos muy fuertes! – Le comentaba con gestos de sorpresa.
– Le destaqué a Inés.
– Está bien, es alto y enorme, pero no para tanto.
Me hablas de él como si fuera un atleta.
– Vuelta Inés me remarcaba sin darle importancia.
– Je, para nada se ve como atleta.
Aunque no me vas a decir que es muy masculino.
– Le respondí.
– Dime, ¿te gusta ese hombre?
Me ruboricé por la pregunta, me dió mucha vergüenza.
Por lo tanto le respondí.
– No Inés.
Como es alguien nuevo en la pensión, sólo me dió curiosidad, nada más.
Llegó el día, e Inés se fue de la pensión junto a su madre.
Se generó un vacío muy grande en mi corazón.
Además sólo Adela, la otra señora, y yo quedamos para lavar el baño.
Sentí que mi vida no iba a ser la misma sin mi amiga, que me daba aliento y me ayudaba a cumplir mi sueño de ser una chica.
O tener esa ilusión por lo menos.
Respecto a mí, podía decir que me encerraba en mi cuarto practicante todas las horas que podía.
Únicamente salía del mismo para ir al baño o también para desayunar bien temprano en el comedor, cuando todavía no se levantaba nadie, ni siquiera la dueña.
Eso era antes de ir a trabajar.
Yo trabajaba en el comercio en aquel año, vendiendo ropa, cómo mencioné.
Respecto del camionero, a partir de ese día de almuerzo que lo vi por primera vez, se puede decir que habían días que aparecía en la pensión y otros días que se desaparecía de ahí, debido a que su trabajo consiste en viajar mucho.
Una de las tantas noches, vuelta de mi trabajo, vi estacionado su camión, sin acoplado.
Para mí era muy normal.
Había llegado muy cansada, pero siempre me daba un espacio para mí en mi cuarto.
Como conté, ese cuarto era el que estaba al lado del portón de entrada a la pensión.
Tiene una ventana que da a la calle.
Era una noche muy cálida, por lo que dejé la ventana abierta, pero con las cortinas que tapaban la vista.
Me di una ducha y volví a mi habitacion a cenar algo muy liviano, una especie de ensalada de frutas.
Luego me decidí, como lo hago siempre, en vestirme y ponerme "cómoda".
Pinté mi boca, mis ojos y mis pómulos.
Y lógico, me puse un conjunto con una tanguita y un corpiño muy sexi, de color rojo "tentación".
Solita y sin nadie cerca, comencé a disfrutar de mi sublime autoexhibición.
Además me puse tacos altos, para caminar ida y vuelta mirándome frente al espejo.
Trataba de aprender a caminar muy femenina y sensual, porque sabía que algún día lo haría frente al público.
Por momentos, con el pelo suelto, trataba de darle distintas formas a mi peinado sosteniendo todo mi cabello con mis dos manos.
Me sentia sensacional, de lujo como decía Inés.
Repentinamente, oí un ruido de alguien caminando muy apurado en la calle.
Di vuelta mi cuello y pude observar que la cortina estaba corrida apenas.
¡Alguien me vio!, pensé en aquel momento.
Traté de avistar algo o a alguien por la ventana, con las luces apagadas en mi habitación, pero no vi nada sospechoso.
A pesar de todo, apareció una gran incógnita en mi mente, porque estaba segura de que alguien corrió la cortina: ¿Quién habrá sido?
Esa pregunta me fue respondida días después.
Un domingo a la mañana, muy temprano, me levanté y fui a la cocina de la pensión a calentar agua en la tetera para tomar una taza de té para desayunar.
Era tan temprano que no había nadie despierto en toda la casa.
Llegué a la cocina vestida de manera muy inusitada.
Con un pantalón corto de lycra muy apretadito a mi culo que se marcaba mi tanguita.
También tenía puesta una blusa bastante fem bien ajustada.
Sinceramente dormía así.
Me veía muy nena para mi edad.
Soy bastante mayorcita.
Claro, mis piernas y mi cuerpo lucían completamente depiladas.
Además a mi pelo le realicé un intenso brushing para alisarlo y darle un poco de asimetría con una trabita.
Pero sabía muy bien que nadie se levantaba a esa hora para ir a la cocina.
No pensaba que alguien podía aparecer.
Lógico, nunca me percaté de un mínimo detalle.
Mientras esperaba que se calentara el agua, adivinen ¿quién apareció? Sí, él estaba en paños menores, despeinado y muy amodorrado.
Me tomó de sorpresa.
Apenas lo vi le pregunté.
– ¿Qué hace a esta hora por aquí Lisandro?
Al verme así, cosa que nunca me exhibía vestida de esa manera en la pensión, Lisandro se despaviló.
A medida que me miraba de arriba a abajo, me contestó.
– Me dió hambre, vengo a desayunar.
– ¿Usted no desayuna más tarde? -Le pregunté.
– Bueno sí, yo desayuno dos veces antes de almorzar.
Si no lo hago, me da mucha hambre en toda la mañana.
¿Me hacés un tecito sino es mucha molestia?
Respiré profundo antes de responderle cualquier barbaridad porque no teníamos la suficiente confianza, y luego de calentarse el agua, le hice y serví su té.
Mientras tanto traté de no darle ningún tipo conversación.
Con su sola presencia, me había puesto muy nerviosa.
Me quería desaparecer de la cocina lo más rápido posible.
Pero antes de llenar el termo con el agua caliente, Lisandro se paró de la silla para servirse agua del surtidor.
Yo estaba de espaldas a él.
En el instante de quedar parado, me di vuelta porque ya lo tenía detrás mío.
Tuve una reacción inmediata, para quedar frente a él.
– ¿Qué piensa hacer?
– No te asustés, sólo quiero un vaso de agua.
Al verlo tan alto y esbelto, mirándole a sus ojos desde abajo, se despertó una sensación muy exótica en mi cuerpo.
Como una especie de desvanecimiento, quizás.
Yo continuaba muy a la defensiva, por lo que atiné a irme para atrás.
Encima estaba vestido con un boxer que insinuaba perfectamente el tamaño de su parte íntima.
– ¿No debería vestirse para venir a desayunar?
Le pregunté algo fastidiada porque no soportaba esa sensación muy rara en mi cuerpo desvanecido.
– Lo mismo digo yo, por aquella noche que se veía muy roja.
-Me respondió esbozando una sonrisa sarcástica.
– ¿Qué me insinúas con eso? -Le pregunté.
– Cada quien es dueño de vestirse como quiere, ¿no lo creés así?
Ahí, se respondió mi pregunta.
Fue él quien me estaba espiando por la ventana.
Yo reaccioné como pude, tomé el termo cargado con agua y me fui de la cocina.
Antes de irme, tuve que pedir permiso para pasar por sus narices.
– ¿Me da permiso por favor? Necesito pasar.
Él se encontraba frente mío, entre la mesa de la cocina y la mesada de granito; tapando mi camino.
Reitero que es un hombre muy grande.
Se retiró hacia atrás, acercándose a la mesa de la cocina.
Justo que estaba caminando por el pequeño espacio que me dejó, dándole mi espalda, puso su mano en la mesada para evitar que continuara con mi camino y me dijo.
– ¡Sé que te gusta usar bombachita!
Con su otra mano, metió su dedo índice por arriba de la cintura de mi pantalón, y levantó la tirita de mi colaless, desde la parte de atrás.
-¡Qué hacés pelotudo! ¡Dejame en paz!
El se sonrió poniendo sus ojos bien achinados.
Con un tono jocoso, me replicó mientras su dedo seguía tocando la tirita de mi tanga.
– ¿Querés que te la saque, y veamos qué pasa?
-¡Andá a la mierda boludo!
Le respondí con mucha exasperación, quitándole su dedo que sostenía la tirita de mi tanguita.
Fui muy fugaz para escapar, pero no pude evitar que me diera un palmada seca en mi cola antes de irme, que me impulsó con fuerza hacia adelante.
– ¡Rica colita tenés puti!
– Andate a la mierda, boludo, ¡cabrón!.
– Ja ja ja.
-Reía a las carcajadas el muy tarado.
A partir de esa mañana nuevamente comencé a preocuparme.
Lisandro ya sabía que me travestía.
Sin embargo, tenía una mezcla de raras sensaciones, de preocupación, nervios, ansiedad y tal vez excitación.
Salvo de niño, nunca un hombre había avanzado sexualmente sobre mí, tocando mi culo.
No tenía ni idea de lo que me podría llegar a pasar si se enteraba la dueña acerca de mi vida de mujer.
Cada día que pasaba, me aislaba aún más de la gente de la pensión, sobretodo de Lisandro, quien sabía de mí.
Pero por suerte, ese mismo día, Lisandro se desapareció de la pensión.
Suponía que se fue a trabajar en su camión.
Todo fue hasta que el día anterior al cumple de la dueña, el camionero volvió a la pensión.
Fue un viernes, 11 de diciembre de 2015.
Ya sabrán por qué me acuerdo de esa fecha.
Yo también había llegado de trabajar tarde; pero vi en la puerta, su camión estacionado.
Menos mal que al sábado siguiente no debía volver a mi trabajo.
Ahora les cuento por qué.
Prácticamente de noche, me bañé y vestí en mi cuarto como me gusta.
En aquella misma tarde, la dueña había encargado unas bebidas alcohólicas y también gaseosas para el festejo de su cumpleaños.
Todavía la gente del encargue no llegaba.
Yo me encontraba viviendo mi momento más sublime de ser mujer, cuando inesperadamente, alguien golpeó la puerta.
– ¿Quién es? – Pregunté
– La dueña.
Necesito que me hagás un favor.
Esta gente de la distribuidora todavía no trae las bebidas que les encargué.
– Me comentó detrás de la puerta.
Mientras hablaba con ella, estaba entangada, con un vestido puesto tipo babydoll de hilo negro calado, re maquillada y usando un collar que combinaba con unos aros .
Disfrutando de mi momento especial.
– ¿Y qué necesita que haga?
Le respondí muy fastidiosa dentro de mi habitación.
– El único que tiene vehículo aquí es Lilo.
Pero él no sabe donde queda la distribuidora.
Quisiera que lo acompañés a traerlas de allá para que estén frescas para mañana.
Acordate que Lilo no es de aquí.
– Pero, ¿quién es Lilo? – Le pregunté a la dueña
– ¿Pero no sabés o te hacés? Lilo es mi sobrino Lisandro.
Verdad que hasta ese instante nunca había escuchado que a Lisandro le decían Lilo.
Eso me pasó por estar muy aislada.
– ¿Su sobrino no es camionero? Yo creo que si le da la dirección, él sabría cómo llegar.
– Le respondí ce muy mal modo.
– ¡Che!, ¿no hay nadie en esta pensión que me haga el favor de acompañarlo? ¡Nadie coopera aquí! Después, a la hora de la fiesta, aparecen todos para comer, beber y mover el culo para bailar.
Para la fiesta sí están todos.
– ¿Su sobrino sabe la dirección? – Le pregunté.
– Si le doy la dirección, él seguro va a llegar.
El problema que ya están por cerrar el negocio y no quiero que éste se tarde en buscar y termine de encuentrar el local cerrado.
– Ok, me visto y voy.
– No me quedó otra opción que responder que sí.
– ¡Por favor! Apurate.
Tiene que ser ya.
Él está esperando en el camión.
– Me apuraba la dueña.
– ¡Ya voy! – Le respondí
Lo primero que hice, fue quitarme el collar y luego mis tacones, reemplazándolos por unas ojotas.
Aunque.
– Dale, ¡salí que van a cerrar! – La dueña me apuraba una vez más.
– Está bien, ¡ya voy! – Le contesté.
– ¿Por qué te tardas tanto? ¡Apresurate por favor!
¡Qué mujer rompe kinotos! Ni los aros me pude quitar.
Simplemente me puse una gorra blanca en la cabeza y por encima de todo mi cuerpo, una campera de polar muy larga, hasta las rodillas.
Apenas salí de la habitación, me fui corriendo hasta la puerta del camión.
– ¡¡¡Esperá!!!, que te voy a dar la dirección en este papel.
– Me gritó la dueña.
Me detuve y volví a donde estaba parada la mujer.
– Demela por favor.
– Le pedí.
– ¿Por qué usás campera con este calor?
Me preguntó observando algo muy raro en mi maquillado rostro.
Traté de esquivarle su mirada mientras me entregaba el papel en mis manos.
– Tengo frío, me está por dar fiebre.
Es lo que primero se me ocurrió contestar.
Instantáneamente me fui al camión, donde me esperaba el imbécil de su sobrino.
Subí al camión tapándome la cara con la gorra puesta y la visera inclinada hacia mi rostro.
Estaba oscuro para que Lisandro pudiera distinguir mi maquillaje.
Apenas subí, le expliqué por dónde tenía que ir para llegar a la distribuidora de bebidas.
Recuerdo que al momento de subir, por dentro del camión se notaba un habitáculo muy espacioso.
Sentí vértigo al momento de ingresar al vehículo.
En el camino, Lisandro me hizo la misma pregunta que su tía.
– ¿No creés que hace calor? ¿Por qué estás usando campera?
– ¡Que te importa! – Le respondí irritada.
Continuamos recorriendo las calles, mientras yo le decía "seguí por ahí" o "doblá por allá".
A punto de llegar.
– ¿Todavía estás enojadita conmigo?
Lisandro me preguntó mencionándome en género femenino.
Inés ya me trataba así, como mujer.
No me molestó que Lisandro me hablara como a una dama, pero si me disgustó que lo hiciera con una sonrisa sarcástica en su labios.
– No, para nada estoy molesta, "Lilo".
Pronuncié la palabra "Lilo" de forma muy burlesca y afeminada, como si lo tratara como a un niño consentido.
– ¿Cómo te entaraste que me apodan Lilo? -Me preguntó
– Acaso, ¿tu tiita no te nombra así?
– Vos podés hacerlo también.
Si querés.
– Ni le dió vergüenza cuando me respondió.
A todo esto, al llegar a la distribuidora, encontramos todo el local cerrado, sin nadie ahí.
Lisandro se bajó para ver si hayaba a alguien cerca, pero se veía todo muy desierto.
Una vez que bajó del camión, el tipo se perdió de mi vista.
Yo no lo podía divisar desde arriba del vehículo.
Como era diciembre (equivalente a junio en el hemisferio norte) y hacía mucho calor, desprendí mi campera polar para darle un aventón a mi cuerpo.
Y lógico, que quedó al descubierto mi babydoll tejido de hilo y mi pequeña tanguita negra ¡Qué alivio! Respiraba muy profundamente tratando de ventilar mi cuerpo con mi mano.
Inesperadamente, apareció Lisandro por la puerta del acompañante, del lado donde yo estaba ubicada.
Traté de ser lo más veloz posible para taparme con la campera, pero me quedaron dudas si me habría visto o no.
Me encontró totalmente desprevenida.
– No hay nadie, parece que cerraron.
Lisandro me comentó sin mencionar nada si me vio en babydoll.
Tal vez no me vio, pensé dubitativa.
– Volvamos, ya mañana supongo que llevarán las bebidas por allá.
Subió, y partimos rumbo a la pensión, asumí.
Conducía su camión por otro camino, sin consultarme si iba por el trayecto correcto.
Primero tomó una calle hasta llegar a una avenida llamada Centenario y luego empalmó a una ruta llamada Costanera, rumbo al oeste.
– ¿Qué estás haciendo boludo? ¿Hacia dónde te dirigís? – Le pregunté sorprendida porque se alejaba de la urbe.
– Primero voy a ver a un amigo, para que me revise el camión.
– Me contestó.
– ¡Si no vive nadie por acá!, ¿De qué amigo estás hablando? – Le repliqué.
– Ya vamos a llegar, tranquilizate.
Por último se salió de la ruta para tomar un callejón de tierra y perdernos en un lugar muy oscuro y descampado.
Ahí se detuvo.
Estábamos a oscuras, poco se podía ver.
Yo le pregunté.
-¿Por qué paramos en este lugar?
Simplemente Lisandro estiró su brazo derecho y encendió la luz del habitáculo, pudiéndose ver todo por dentro.
– ¡Te ves rara! ¿Qué te hiciste en la cara?
Me preguntó observándome con gran detenimiento.
Sí, lo decía por mi maquillaje puesto, el cual no me lo había quitado porque salí a las apuradas.
– ¡Qué te interesa a vos!, apagá la luz y llevame a la pensión.
Le contesté muy molesta.
Lisandro estaba sentado frente al volante, observándome de su costado derecho.
Por lo que giró su torso a su derecha para apuntar su rostro a mi perfil izquierdo.
Su mano derecha comenzó a tocar la parte de atrás de mi pelo.
Y lentamente, con su mano izquierda, retiró mi gorra para colocarla arriba del tablero.
– Te ves.
como .
muy linda.
Me expresó aquellas palabras con voz muy gruesa y suave.
Yo simplemente di un pequeño suspiro, porque fue la primera vez que dijo algo agradable para mis oídos.
– Tenés tus labios muy rojos.
Me atrevería a decir que te pintaste como una mujer.
Fue cierto, me pinté y maquillé, pero no para que él me viera.
Sus palabras me produjeron muchos nervios, me sentí descubierta o delatada.
– Ya sabía esto de vos, que querés ser mujercita.
Hoy te puedo hacerte sentir una mujer de verdad.
Me expresó produciendo gestos en sus labios al de un despreciable chacal.
Era la primera que un hombre avanzaba sobre mí, despues de casi cuarenta años.
Tuve una sensación casi indescriptiblemente desconocida, que en vez de lograr sentirme mujer de verdad, me puso nerviosa, ansiosa, inquieta y desorientada.
Me quedé sin palabras en ese momento.
– ¿No sentís calor con esa campera puesta? – Me preguntó con voz suave y muy sugerente.
– ¿Por qué no te dejas de joder y me llevás de vuelta a pensión? – Le repliqué con otra pregunta.
Entonces, él tomó de mi campera de la parte de mis hombros y comenzó a jalarla hacia abajo.
– Dejame que te la quite, seguro debés tener calor.
-¡Salí pelotudo! ¡Qué hacés!
Le grité y a la vez tomaba mi campera con mucha fuerza para evitar que me la sacara.
En aquel momento, que comenzamos a forcejear, intenté abrir la puerta de mi lado para escapar por ahí, pero no pude abrirla, porque él la había cerrado con seguro desde la parte del conductor.
Lógico, al estirar mi brazo derecho para intentar abrirla, dejé mi guardia baja, por lo que pudo deslizar mi campera hasta abajo, y así, alcanzó a ver mi babydoll puesto.
– ¡Te pusiste un vestidito transparente muy atractivo! Te aseguro que no te vas a salvar de lo rico que te voy a cojer.
Me aseguró enérgicamente.
– ¡Andate a la mierda boludo!, ¡dejame en paz!
Si hubiera sido aunque sea un poquito más cortés conmigo, me hubiese entregado a él, como las flores le entregan su polen al viento en primavera.
Pero fue tan mal educado, que no podía dejarme ser suya.
Sin embargo, él es muy robusto y enorme, en cambio yo, soy muy diminuta y delgada.
Me encontraba sentada con mi torso girado hacia el frente a la puerta.
Lisandro, muy pegado a mí desde atrás, me envolvió con sus fuertes brazos y agarró mis dos manos.
– ¡Soltame por favor! – Le pedía desesperada.
Él simplemente cruzó todo su brazo derecho por delante de mi cuerpo, para sostenerme muy firme contra su propio cuerpo y mantenerme totalmente inmovilizada.
De aquella forma, dejó su mano izquierda libre para realizar su maniobra.
Yo intentaba liberarme de él, pero no podía.
Aunque, inconcientemente, y analizando muy bien la situación, tampoco yo le ofrecía "tanta resistencia".
Con su mano izquierda pudo retirar mi campera y arrojarla detrás de él.
Más descubierta, y aún manteniéndome inmóvil, Lisandro levantó la falda de mi babydoll con su mano libre y empezó a acariciar todo mi culo, sin quitar mi colaless.
– ¡Sacame la mano de mi culo huevón!
Le gritaba, pero no me hacía caso.
– Te voy a hacer a probar uno de mis dedos, ¡vas a ver que te va a gustar trolita!
– ¡¡¡No!!!, ¡no lo hagás, o te denuncio a la policía!
Sin titubeos, llevó su mano izquierda hasta su boca, dejando levantado su dedo medio y lo metió entre sus labios para llenarlo de saliva.
Luego bajó su mano hasta mi culo y empezó a rozar su dedo ensalivado sutilmente por la puerta de mi agujero.
Muy despacio mientras me decía.
– ¿Te gusta mi dedo ahí? Yo sé que te gusta, puti.
– Deja de meterme tu dedo por favor -le dije con voz tenue.
Sentía que me estaba violando.
Tal vez una violación consentida.
Pero soy de carne y hueso, porque mi orificio ya sentía un dulce cosquilleo a medida que frotaba suavemente su gran dedo ahí.
Tocaba mi espíritu y me deshacía de gozo por la forma que acariciaba mi hueco humedecido.
Mientras me sostenía firme por detrás, con todo su calor masculino, el roce de su dedo en mi orificio me causaba cada vez más y más excitación.
Yo ya respiraba más profundo mientras todo mi cuerpo levantaba cada vez más y más temperatura.
Al cabo de unos minutos, ambos nos aflojamos.
Él se dió cuenta que su dedo me producía mucho placer.
Por lo tanto, se despegó de mi, levantó mis piernas hasta el asiento del camión, poniéndome en cuatro patas, dejando mis piernas bien flexionadas, mis rodillas apoyadas bien cerca de mi pecho, con mi culo elevado y mi babydoll por arriba de mi cintura.
Aprovechó en esa acción para quitarme mi tanguita y colocarla arriba del tablero del camión.
En aquella posición, me afirmó una de sus manos sobre mi parte cervical.
Así, como un gallo inmoviliza su putita gallina.
Apagó la luz del habitáculo, se bajó su pantalón, se arrodilló detrás mío y por último se bajó su boxer.
No alcancé ver su verga porque estaba muy oscuro y bien detrás mío.
Mientras hacía todo eso, mis palpitaciones cada vez eran más aceleradas.
Yo me encontraba en un estado de entusiasmo feroz.
Mi ojete estaba dilatado al máximo esperando por él.
Nuevamente puso su apetitoso y lubricado dedo en mi ano y comenzó a meterlo y sacarlo despacio.
Luego se destinó a girarlo dentro, mientras me lo metía y lo sacaba de mi agujero.
Yo estaba que me desintegraba de gozo, mis párpados se encontraban caídos y relajados.
Mis ojos se torcian para atrás.
De golpe, me retiró su dedo y sentí que golpeaba con la cabeza de su pija dentro de la raya de mi orto, agarrada con su mano.
Le daba continuos golpecitos sobre la puerta de mi deleitado ojete.
Yo saboreaba con mis labios y mi lengua la exquisita tentación de saber que me iba a follar.
Sentí que quitó su pija de mi culo y me dijo.
– Ahora vas a saber lo que un macho de verdad te rompa el culo, puti.
Ya no me importaba nada que me tratara de puta.
Es más, me hacía excitar más aún.
Percibía que llenaba todo mi culo de saliva, mientras se oía el ruido que también escupia unas de sus manos para después empapar la cabeza de su verga.
De repente.
– ¡¡¡Ay!!!, ¡No pelotudo! ¡Me duele!
Experimenté un doloroso pinchazo en mi ano.
¡Qué dolor! Lisandro me empujaba su glande con mucha fuerza para penetrarme y yo me moría de sufrimiento.
-¡¡¡ Salí !!!, que me duele huevón ¡¡¡No sigás pelotudo!!!, ¡salí! – Le gritaba para que no me la empujara.
– Ja ja ja.
Ese es el precio que tenés que pagar por ser mi puta.
– Se reía burlándose de mí, el muy cabrón.
Como me seguía sujetando de mi cervical con todo su peso, yo no podía levantar mi torso, entonces desesperadamente atiné a empujar su pelvis hacia atrás con mi mano derecha, para que no me enterrara su verga.
De tanto que le empujaba mi mano para atrás, en un segundo le clavé en su pierna derecha, una de mis uñas afiliadas.
– ¡Boluda!, ¡me estás clavando tus uñas! No me dejás que te coja bien.
¡Todavía no te puedo penetrar!
– ¡Me hacés doler pelotudo! , no sigás.
– Le repliqué.
– ¡Ah!, ¿si?, ahora vas a ver.
Tomó mi tanguita que estaba en el tablero, también agarró ambas muñecas de mis brazos y me las llevó bien arriba para cruzarlas una contra la otra.
La verdad no sé cómo, pero pudo amarrarme con mucha fuerza con mi tanga reforzada y elastizada.
Además dejó mi cabeza apoyada sobre el asiento del camión , con mis piernas flexionadas, mis manos atadas por detrás de mis espalda y mi culo al aire a merced de él.
– ¡Por favor Lilo, no me hagás daño! – Le rogaba por misericordia.
– Me gusta que me llames Lilo, se siente muy lindo cuando viene de tu boca.
– No Lilo, ¡tengo el culo muy cerrado, please!
– Voy a ver qué hago.
Mientras me sujetaba de mi espalda contra el asiento, abrió la chaveta del camión y sacó un pequeño frasco con una especie de crema.
Pero al hacer eso, parecía que le molestaba su boxer y su pantalón puestos hasta sus rodillas.
Aún de esa manera, continuaba sujetándome vigorosamente contra el asiento.
Para quitarse ambas prendas, se tuvo que parar, encorbando toda su cabeza, y fue ahí que la vi.
– ¡Qué pedazo de pija tenés hijo de la gran puta! ¡No me vas a meter todo eso infeliz! – Le manifesté sorprendida.
Se sonrió con un vil orgullo de macho.
– Para eso sos mi puti, para satisfacerme, ¿no?
Una vez más, se arrodilló detrás mío.
Yo me hallaba intrigada y exaltada por saber que iba a penetrarme con tamaña cosa.
Puso crema en el orificio de mi culo y en toda su verga.
Poco a poco, mientras me oprimía contra el asiento, me la comenzó a clavar.
– Hijo de puta, ¡me hacés doler! – Le decía irritada.
– Shhhh, relajá el culo, así no te duele.
– ¡No sigás pelotudo!, ¡me duele cómo me la estás metiendo!
– Shhh, calma puti, quedate quietita.
Relajá tu colita.
– ¡¡¡Sacala pelotudo!!! ¡No sigás por favor!
Conseguí que me la sacara, pero él quería cogerme a toda costa.
– Quieta, que voy a lubricar todo de nuevo – Me decía para que me calmara.
En aquel instante, Lilo dejó de sujetarme, por lo cuál aproveché para levantar mi cuerpo, y zafar de él.
Pero de inmediato, me pegó su velludo torso junto al mío, y poco a poco, me fue llevando con todo su peso, para colocar todo mi cuerpo sobre el asiento, con mis manos totalmente atadas.
Otra vez estaba con mi cabeza abajo, mis piernas fexionadas y mi culo paradito para él.
Sin embargo, él quedó casi en mi misma posición, en cuatro patas, por arriba mío, con la diferencia que podía apoyar sus manos sobre el asiento.
– ¡Por favor Lilo no sigás, que me va a doler! – Le pedía por clemencia.
– Ahora te va doler menos, tranquilita, que te va a gustar.
– Asegurándome que no había vuelta atrás.
Entonces llevó su mano derecha para atrás para acomodar su verga en mi agujero, y poco a poco, me la empezó a clavar, bien despacito.
-¿Te duele ahora, puti?
– Siiiii, todavía me duele.
-Le respondí con voz más excitada.
Mientras me la enterraba muy suave, apoyó todo su cuerpo sobre mi espalda, metió sus enormes manos por debajo de mi babydoll y empezó a rozar un dedo de cada mano, sobre cada uno de mis pezones.
Sus dedos todavía tenían crema, consiguiendo que me enloqueciera de deleite.
Respiré muy profundo y puede largar un apasionante suspiro al aire.
– ¡Aaaahhhh!
– Ahora te está gustando putita.
Muy levemente me penetraba y con mucha delicadeza acariciaba mis pezones con ambos dedos.
Mi mente se transportó al cielo porque mi cuerpo saboreaba el más sublime de los placeres del universo, el sentirse poseída por un dios del sexo, del dolor y del placer.
Jadeaba con inconmensurable locura, a medida que sentia ingresar todo su gran pijo en mi culo, estimulado por el dolor y mis incentivados pezones apoderados por sus dedos.
– ¡Tenés una pija muy grande Lilo! ¡Qué rica la siento!
– Es toda para vos puti.
Cométela toda.
Palabras que me recontra estimulaban.
De esa manera comenzó a meterme y sarcarme su enorme verga muy despacio y con gran delicadeza.
Lilo no producía movimientos largos, más bien después de introducirme su pene en lo más profundo, comenzó a hacer sus movimientos cortos y suaves.
Aún continuaba haciéndose dueño de mis pezones mientras me cogía delicadamente.
Mis ojos estaban totalmente dilatados por el increíble momento de gozo que vivía.
Mi mente divagaba por la luna porque mi cuerpo experimentaba el más sensacional de los encantos.
Los movimientos de verga fueron haciendose cada más largos y constantes, mientras yo jadeaba enardecida de exquisita sensación.
– Ah, ah, ah, ah, así Lilo.
Cogeme bien fuerte que me gusta y me duele.
¡¡¡Seguí cogiendome así de ricooo!!!
– ¡Cómo te gusta que te rompa el culo putita! Ahí tenés por golosa.
– Sí Lilo, haceme tu puta.
Metémela fuerte mi amor.
¡Dame con todo lo que tengás!
De pronto, levantó su torso y tomó de mis muñecas amarradas con mi tanga, elevando mis brazos lo más alto que pudo.
– Pelotudooo, ¡me torces mis brazos! -Le respondí molesta.
Ese dolor extra aumentó notablemente mi placer al máximo, mientras su pija entraba y salía a toda marcha.
Me estaba incendiando de gusto y dolor a la vez.
– ¡Cogeme así, hijo de puta que me matás!
– Tomá putita, te lo merecés.
-Me decía energicamente.
– Sí, cojeme, cojeme más, que me muero.
Por último tomó de mis caderas, y me dió una tremenda embestida con su gran pija en mi culo; me la metió hasta los huevos.
– ¡AAAAAAhhhhhh! – Grité endemoniada al recibir el impacto.
– Ahhh, ohhh, ohhh, ahhh, ahí va mi leche puti.
Ahhh, ohhh, ohhh.
¡Qué rico! – Lilo exhalaba con fuerza, el aire de sus pulmones del magnífico placer que experimentaba al eyacular.
Poco a poco su pelvis se movía más lentamente.
Yo sentía su pija bien profunda y pausada dentro de mi culo.
Tan profunda, que no podía percibir su semen dentro.
Aunque mi diminuta cosita también largó un pequeño líquido preseminal.
Fue muy natural.
No lo pude evitar.
Lógico que su verga se achicó y me la pudo sacar.
Al no tenerla dentro y sin estar excitada, inminentemente apareció todo el dolor por dentro.
¡Qué dolor por favor!
Lisandro me ayudó a levantarme, desató mis muñecas, y al sentarme, sentí mis piernas completamente entumecidas de adomercimiento, con ese molesto hormigueo por la falta de circulación sanguínea.
Además tenía un tremendo ardor por dentro de todo mi recto.
Casi ni me pude sentar de tanto dolor.
Sin palabras de por medio, me alcanzó mi campera y la tanga.
La campera ni me la puse porque hacia calor, pero cuando me puse la tanga y se me metió en la raya de mi culo, noté algo muy raro ahí.
– Prendé la luz por favor.
– Le pedí.
Encendió la luz, pasé uno de mis dedos por mi orificio y al llevar mi mano frente a mi vista.
– ¡Mirá boludo cómo destrozaste mi culo! ¡Me está saliendo sangre huevón! – Le reprochaba culpándole por todo.
– Calma, es normal.
– Me tranquilizaba
– ¡Qué mierda va a ser normal si me lastimaste mi ano! – Le seguía regañando.
Sacó de un cajón que tenía a mano, un rollo de cocina y me lo dió para que me limpiara.
– Limpiate el culo.
Ya vas a ver que es sólo un hilito de sangre, nada más.
Muy desconfiada, extraje del rollo, dos paños para limpiarme, y noté que no fue una hemorragia como supuse.
Volvimos en el camión prácticamente en silencio, cómplices de nuestro maravilloso pecado.
Nuestras miradas se cruzaban porque tuvimos una experiencia colosal de sexo rico, cargada de mucha emoción y relajante satisfacción.
En la puerta, impensadamente estaba sentado, uno de los albergados de la pensión.
Tuve que ponerme la campera nuevamente con todo el calor que hacía para que no me viera en babydoll.
Además me quité los aros.
– ¿Por qué vienen a esta hora? Es la una y media de la mañana.
Los de la bebidas ya dejaron todo y ustedes se desaparecieron – Nos comentó el hombre.
– Permiso, me voy a mi pieza.
– Me desaparecí sin dar ninguna explicación.
Sin embargo Lilo se quedó en la puerta con el tipo, vaya saber hablando de qué.
Luego de bañarme y vestirme para dormir, al recostarme en la cama, pude volver a la realidad ¡Qué divino momento pasé con él! Por primera vez me sentí mujer de verdad, pensaba y pensaba.
También lo esperaba que fuera a visitarme a mi cuarto otra vez, pero poco a poco, esperando por él, me relajé y quedé dormida.
Me desperté de muy buen humor, porque sonaba la más cautivadora música de amor en el ambiente para mis oídos.
Y era cierto, porque uno de los alojados de la pensión reproducia música con su equipo.
Era una canción romántica del cantante Axel.
Pero todo volvió a la realidad cuando retornó nuevamente mi dolor anal ¡Cómo me molestaba! ¡Qué ardor me quedó ahí! Aunque considerándolo bien, la noche anterior perdí mi virginidad anal, y no era para menos.
Me tocaba y no podía creer que Lilo me había hecho tanto mal y a la vez me hizo tanto bien ¡Qué maravilosa dicotomía!
Era sábado y se festejaba el cumpleaños de la dueña de la pensión.
Ese día todos ayudaron para realizar el evento, acomodando sillas, mesas, decorando y sirviendo en todo lo que se necesitaba.
Lisandro se desapareció por todo el dia.
Ni supe dónde fue.
A la noche, todos los invitados cenamos y bebimos bastante.
Lisandro y yo nos sentamos muy separados uno respecto del otro.
Lógico que no podía ser mujer delante de todos.
Aún así mi mirada por momentos se perdía en el hombre que me sodomizó.
Después de la cena, la mayoría quedamos muy pasado de copas.
A tal punto, que los tipos se estaban poniendo insoportables.
Entonces decidí retirarme a mi habitación, que se encontraba bastante retirada del patio, donde se realizaba la fiesta.
Me encerré con llave y me puse mi exclusiva ropa de dormir, muy femenina por cierto.
El estridente sonido de la música más el griterío de la gente, impedían que me reconciliase con el sueño.
Aunque pasada un hora, Lisandro comenzó a golpearme la puerta.
– ¡Abrime la puerta! ¡Dejame pasar!
Golpeaba y gritaba con una voz arrastrada por estar bastante ebrio.
Yo no le abría, lógico.
Es más, deseaba que se fuera.
A parte me dolía todo mi ojete por dentro.
No deseaba entregarle mi culo que estaba muy lesionado.
Pero sus insistentes golpes, más su descontrolada borrachera, lograron que le abriera la puerta a medias.
Me aseguré que no hubiera nadie cerca, mirando para los costados.
Esto fué antes de hacerlo pasar, o al menos eso creía.
Al ingresar a mi cuarto.
– ¡Qué rica estás puti! Sacate esa ropita que tu papi te quiere hacer de todo.
Le salía un espantoso olor a alcohol por su boca.
Había perdido mucho el equilibrio para mantenerse en pié.
En fin, su cuerpo estaba completamente poseído por los efectos del alcohol.
– ¡Esperá estúpido!, ¿pudiste observar si alguien te vio entrar? – Le repliqué muy desconfiada.
– No, vine solito.
– Me contestó.
– ¡Boludo!, ya sé que viniste sólo.
Pero, ¿no viste si alguien te siguió? – Nuevamente le pregunté.
Entonces se destinó a tomar de mi cintura y tratar de bajar mi culote.
– Dejate de joder y sacate la bombachita.
– Me ordenó.
De inmediato le retiré sus manos de mi bombacha y le dije.
– ¡Qué te pasa boludo! ¿No ves que si entera tu tía nos va a hacer mierda?
Sin pensarlo, se bajó su pantalón junto a su slip, y de ese modo, pude ver otra vez su pija bien parada.
Soy sincera, ¡la noté muy grande y muy rica! Pero todavía me dolía muchísimo mi colita.
No podía dejar que me la terminara de desgarrar.
Entonces muy sutilmente decidí.
– Sentate en la silla mi amor.
Por mostrarme esa verga te voy a dar un tratamiento muy especial.
Sentado, con su pantalón y su slip hasta los tobillos, me arrodillé sobre un cojín casi a sus pies y acerqué mi boca a la glande de su pene.
No sabía cómo empezar.
Nunca antes en mi vida había mamado una pija.
Pero los videos porno que vi en Internet me enseñaron cómo hacerlo.
Además no me quedaba otra, o se la comía con mi boca o me aniquilaba mi trasero.
Sin dudarlo le sujeté su poronga con mi mano derecha desde la base, y poco a poco comencé a lamer su cabeza con la punta de mi lengua, así como se lame un helado.
Cerré mis ojos y empecé a disfrutar con mi lengüita toda su tierna cabecita.
Segunditos más tarde y muy levemente me fui introduciendo ese exquisito pedazo de carne.
Con más confianza, me animé a más, me decidí a frotarla con mi mano derecha y mover mi cabeza para metémela y sacarla de mi cavidad bucal.
Trataba de tragarme ese trozo de carne todo lo que más podía, pero no llegaba a entrar ni la mitad.
Cada segundo que transcurría, se la seguía chupando con más fuerza, mientras mi saliva bajaba por su pija recorriendo toda su longitud.
– ¡Qué rico puti! Uyyyy, ¡cómo me la chupás! Seguí, seguí así, no parés.
– Me decía deleitado de gozo.
Yo continuaba chupando y chupando de manera endemoniada.
En un instante sentí en mi mano derecha toda mi saliva, que caía y caía hasta llegar a sus huevos, aunque no estaba afeitado ¡Cómo deseaba tener esa pija dentro de mi culo! Pero no podía, tenía que hacerle eyacular.
– ¡Ahhhh!, ¡ahhhh!, no parés, no parés.
¡Seguí así! – Me exclamaba desesperado.
Entonces tomó con sus manos de mi cabeza y se lanzó a acompañar el vaivén de mi boca comiendo casi toda su verga.
Ambos estábamos enloquecidos.
Al abrir mis ojos, noté que sus párpados estaban caídos y todos los músculos de sus piernas contraídos.
Hasta que decidí en pasarle los dedos lubricados con mi saliva de mi mano izquierda, por sus testículos, bien suavecito.
-¡Ahhhh!, ¡No aguanto más!, ¡Ahhhh! ¡Ahhhh! ¡Ahhhh! – Exhaló por su boca hasta su última porción de aire.
De esa forma, estalló en una inevitable eyaculación en mi boca.
No dejó ni una gota de su leche fuera.
Fue hermoso y deleitante para mí.
Nunca voy a olvidar ese gusto muy particular que tenía su semen.
No lo tragué, simplemente lo escupí sobre una pequeña toalla.
Lilo se relajó y paulatinamente con sus ojos cansados y la borrachera que tenía, se quedó dormido, sin subirse el pantalón.
Yo me tumbé sobre mi cama hasta quedar dormida.
Luego tuvo que salir por el portón a escondidas hacia afuera, para decir que se quedó en su camión.
Pero a la larga todo se sabe, todo.
No se puede ocultar nuestra vida a los demás por la eternidad.
Y menos en mi provincia, que es la capital del chisme.
Con esto digo que Lilo y yo tuvimos un romance oculto por casi dos meses.
Eso era cada vez que venía a visitar la pensión.
La última vez que hicimos el amor en mi cuarto, fue una noche de principios de febrero de dos mil dieciséis.
Él había llegado tarde de Mendoza, otra ciudad.
Cenó, fue a su habitación y luego durante la madrugada se dirigió hasta mi cuarto.
Yo lo esperaba muy ansiosa, en tanguita, con medias muy sexis de tres cuarto y un top transparente.
Todo de color rosa.
Estaba con una terrible ganas de coger como su nena pasiva.
Dentro, él se sacó toda su ropa velozmente y también me quitó docilmente cada una mis prendas.
Pero como lucía muy cansado, fui yo quien lo recosté sobre el respaldar de la cama, cubi
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