Mi segundo encuentro: Ella-él.
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Anonimo.
Mi segundo encuentro.
Ella-El.
Ya había relatado como es que me llevé una grata sorpresa con Lorena, la amante de mi tía.
Pero fue una sorpresa deliciosa, llena de morbo picante, donde descubrí una parte de mí hasta entonces inexplorada.
Lorena llevaba algunos años al lado de mi tía, pero no vivían juntas, y en todo ese tiempo llegué a creer que era una mujer ciento por ciento.
Y aunque en esencia es una verdadera mujer, una parte sola de ella, conlleva su sexo de nacimiento.
Pero esto no significa nada cuando aprendes a amar a alguien; lo verdaderamente importante y digno de notar, es el sentido apasionado con que lo demuestras.
Quince largos días habían pasado desde mi encuentro con Lorena, y no podía soportar su ausencia.
No entendía por qué no acudía como era anteriormente, pues todos los días acudía con mi tía.
Para entonces, tenía diecisiete años, lo cual resultaba que no comprendiese de una manera madura, que Lorena sentía pena.
Pero mi tía era abierta en estas cuestiones, y si yo disfrutaba y deseaba a Lorena, ella me apoyaría.
En esos quince días, logré dominar un poco mi ardiente deseo por Lorena, gracias al fuego no menos quemante que mi tía demostraba para conmigo.
Fue una semana después, cuando creyendo que ella regresaría como de costumbre después de su trabajo, sentí la necesidad de procurarme satisfacción por propia mano.
Vestía solamente un delantal negro de vinyl y unos guantes rojos, con los cuales hacía limpieza.
De hecho, estaba en la cocina lavando platos, y escuchando música en mis audífonos, de modo que no escuché entrar a mi tía.
Estaba justo a la entrada de la cocina, pegada a la pared, mirando cómo yo, sin notar su presencia, me frotaba mi ardiente entrepierna con los húmedos guantes.
Entonces, sentí su cuerpo tras el mío sumada a una sensación placentera cuando se inclinó y puso su rostro justo frente a mi trasero lleno de pompas de jabón.
Sumisa, y puesta al servicio de lo que dulcemente sabía estaba por suceder, permití que ella hiciese de mi lo que deseaba.
Yo, casi pegada totalmente al fregadero, sentía las manos largas y delgadas de mi tía, surcar mis húmedas partes, y una lengua lasciva se hundía en mis pudendas partes.
Me sujetó por mi cintura, abriéndome las piernas.
Acto seguido, paseo sus atrevidos dedos por toda mi ardiente entrepierna.
Yo jadeaba, gemía gustosa.
Mi boca se deshacía en un clamor suplicante, y mis manos ocultas en aquellos guantes, se paseaban por mis senos duros y anhelantes de ser besados.
Me giró después, y con sus movimientos llenos de experiencia y lujuria, llevó su boca a mi cavidad, resultando para mí, una mezcla de placer cada vez mayor.
Cerraba mis ojos, y mil escenas eróticas pasaban en un rápido avance.
Sentía la tibieza de aquella profanadora lengua, como un castigo, que yo, con dulce sumisión recibía en claro morbo.
La fuerza de la emoción, y el flujo de mi inmadurez, me hizo sujetar a mi tía de sus cabellos negros, de dulce aroma, y ella, notando mi ardiente situación, me llevó a la mesa, donde me recostó.
Continuó con su desenfrenado besar.
Jamás sus labios se cansaban de mis partes húmedas.
Entonces, se puso de pie y sonrió con coqueteo.
Se desataba el peinado, y desbrochaba su blusa de seda; la cual realzaba su hermosa y esbelta figura.
Tomó una de mis enguantadas manos, y la llevó a uno de sus rosados pechos.
Luego, notando que la observaba con una mirada suplicante, bajó mi mano y la suya, de modo que haciendo a un lado de mi vientre aquel negro delantal, colocó mi mano en mi cavidad para que yo me masturbase.
Y así fue.
Poseída de un éxtasis enorme, llevé mis dedos a donde la necesidad me dictó hacerlo, y noté que mi tía se dirigía a otro cuarto, pero escuché claras sus palabras:
__ ¡Regresaré enseguida!
En menos de dos minutos estaba frente a mí de nuevo.
Tenía el torso blanco y sensual descubierto, pero aún vestía su falda y sus tacones.
Más entonces, vi como algo abultado se movía dentro su falda, y subiéndose la prenda, observé con delicia un miembro realista.
Con el me penetró tantas veces, que me supuso una salvaje aventura de recónditas emociones.
Me giraba y me penetraba de espaldas, y otras me hacía montarla sobre su vientre.
No entiendo aún hasta hoy, como muchas personas creen esto una perversión, cuando si se hace por amor, entonces no debe ser sino una alternativa a amarse íntimamente.
Así acabé débil y extasiada, recostada sobre la mesa, mientras mi tía se dirigía a ducharse.
Habiendo pasado un buen rato, y ya vestidas ambas, mi tía me habló sobre la distancia que marcaba Lorena, pero antes de ir a dormir, me entregó una carta de ella para mí.
__ Esta carta te la envía Lorena.
Léela, y después interpretarás su silencio.
Ella es una excelente mujer, tu bien lo sabes; y tú le has despertado un placer dormido.
Quedé sola en la sala, y apagué el televisor, pues no podía con el ansia de leer aquella carta.
Sus palabras, finas y atinadas, me llegaron hondo, pues describía nuestro encuentro, no como un error, sino como un inesperado pasaje digno de no olvidarse.
Pero lo que me hizo ceder a un llanto de enamorada, y sentir moverse dentro cada sentimiento, fue un poema que aún tengo atesorado, el cual es este:
Cautiva de tus formas de mujer,
¿cómo podría yo pecar en los silencios de tu piel?,
si prisionera de la soledad de tu desnudez
errantes los pasos míos, se dan solo en caminos del amor.
No puede ser perversión lo que es fuerza de amar,
pero, vivo entregada a una idea voluptuosa,
ese viaje en mis memorias surcando tus labios
cuando un paraíso formaban unidos los míos en los tuyos;
¡que bella sumisión amar así!
que importa la moral y la virtud
pues todo sería nada, si es realmente amor,
si dos bocas llenas de sí, crean un mundo
donde el deseo se muestra inderrumbable
Y tantas andanzas en la piel, no corrompen el corazón;
¡oh! Cuanta debilidad me causa tú sonreír,
tantos vacíos olvidaron nuestros cuerpos ya desnudos,
no callaran los vientres esas voces mudas,
y alcanzamos un fin en un silencio: el de nuestro mirar.
Aquellas palabras, entraron a partes desconocidas en mí.
Removieron sustancias dormidas, que por mi edad no despertaban aún; supe entonces, lo que era el amor y no la vaga pasión que solo exige el dominio de la carne.
Mi cuerpo empezó a temblar de un modo caliente, hasta mis mejillas se encendieron en el rubor mismo del placer.
Sus palabras me habían excitado hasta el mismo interior.
Besaba las blancas hojas con sus letras, mientras mi otra mano, la que no sujetaba la carta, se encontraba explorando mi ardiente sexo.
No pude más, algo en mí me obligaba a encontrar una respuesta segura a la calma requerida, de modo que me dirigí al cuarto de mi tía.
Permanecí unos momentos ante la puerta una vez que la abriera sin solicitar su permiso para adentrarme en su estancia.
Mi mano izquierda la tenía en la boca, y la derecha se encargaba de frotar un miembro realista provisto de un arnés, pues deseaba y maquinaba mi mente solo hacer el amor a la mujer que dormía plácidamente.
Entonces me dirigí a ella, y la miré recostada sobre las blancas sabanas.
Desnuda, llena de belleza.
Su silencio me invitaba a yacer con ella, toda su soledad era el alimento que mi placer pedía a gritos.
Observé su rostro, bello, maduro, sumamente sensual; y su boca, entregada a una quietud que me robaba los anhelos; todo esto me dio la valentía de yacer con ella.
Me subí a la cama, y para cuando ella sintió mi presencia, liberó un débil gemido, pues la había penetrado de frente, llevando hasta el fondo aquel miembro, que la sensación me hacía creer era todo mío.
Sin abrir los ojos, sujetó con fuerza los pliegues de las sabanas, y mordía parte de su almohada, y yo, notando que aquello era de su agrado, movía mi vientre con tal furia y ardor, que la penetré tantas veces y en tantas formas, que ambas terminamos expulsando nuestros húmedos jugos.
Pero fue al día siguiente, cuando sentí la necesidad de ir a donde Lorena, pues la extrañaba.
A mi ardiente memoria venían sin cesar las escenas donde hacía el amor con mi tía, y me gustaba pensar fantasiosamente, que yo tomaba su papel, y Lorena el mío, mientras sentía su sexo duro y erecto dentro de mí.
Me puse guapa para ir a verla, llevaba un simple abrigo, pero que dentro ocultaba un corsé de cuero, y calzaba mis botas largas.
Llegué algo nerviosa, pero decidida toqué a su puerta.
Ella abrió casi al instante, y sonrió al verme.
Me besó como se besa a una amiga, y observó mis ojos aguados por las lágrimas.
Me tomó de la mano y me llevó a su sala, donde platicamos largamente sobre diversos asuntos.
Entonces, me besó en la boca, y dijo que debía tomar una ducha.
La vi levantarse del sofá junto a mí; bella, alta, siempre provocando con su porte magnifico.
Observé su cuello delgado y desprotegido por su cabello holgado, y su torso cubierto apenas por un top que le hacía denotar espléndidamente sus pechos y su vientre liso.
Sus piernas largas, lucían casi todas desnudas, pues apenas y se cubrían por unos pequeños shorts de licra.
Con esta visión, sentí la necesidad de ir a su encuentro, y sorprenderla como lo hice con mi tía.
Por eso, me quité el abrigo y el corsé, y desnuda totalmente me dirigí al cuarto de baño.
La puerta estaba abierta, y los vapores de la tibia agua se aglomeraban por todo el cuarto.
No se percató de mi presencia, y yo para no mojar mis cabellos, me coloqué una cofia de vinyl y sin más, corrí a un lado las cortinas, y ella me observó sorprendida.
Pero, sin más, me tomó del brazo y me llevó consigo.
Cuantas gotas de agua rodaron por nuestras ardientes mejillas, no lo sé.
Pero nuestras bocas, incapaces de hartarse de tanta humedad al estar una a la otra unidas por locos besos, decían sin articular palabras el deseo desenfrenado que nos unía ahí bajo la ducha.
No sé cuánto tiempo la besé, mientras mis atrevidas manos tocaban sus pechos, y su erecto miembro, largo y duro, aguardaba con una consistencia de guardián a que le tocará su turno.
Y fue Lorena misma, quien poseída de una fiebre interna por aquel placer espontaneo, quien me hizo descender ante su miembro, el cual se ocultó dentro de mi boca.
Mis manos jugaban con él, lo movían de arriba abajo y mi lengua lasciva parecía derretirse en todo su contorno.
Sentía que las piernas de Lorena temblaban con aquella ardiente labor, y sus manos largas y delgadas apretaban mi cofia.
Dispuesta a llegar al final de aquello, pues no lograría frenar mi paso de lujuria, como una loca salvaje terminé aquel sexo oral, y sentí su caliente líquido en mi rostro.
Ella estaba exhausta, pero yo aún sentía el fuego de mis partes, por eso salí de la ducha, y puesto que estaba preparada para más, tomé un dildo strapless que llevaba en mi bolsa, y mientras colocaba la parte curva en mi vagina, lanzaba una mirada de deseo a Lorena, quien estaba de rodillas, recibiendo la tibia agua.
Sentí una rica delicia al sentir aquel miembro de plástico en mi cavidad, y la parte exterior, larga y rosada, pronto se adentró en el depilado y bello ano de Lorena.
La coloqué a gatas mientras el agua nos caía en las espaldas.
Entonces, la penetraba con total salvajismo.
Ella jadeaba, gemía, y tanto era el agrado que sentía, que nuevamente su pene tuvo otra erección.
Continué gozando de aquel bello placer, pues de pie, tenía sobre mí su espalda mientras la penetraba con locura.
Besaba sus hombros, mordía sus glúteos y al final, ella me llevó a su cama, donde mojados aún y con mi dildo aún en mí cavidad, ella me hizo el amor penetrándome salvajemente hasta que expulsó nuevamente toda su carga.
Una loca idea, hizo abrir mi boca para decirle que la amaba; ella, en una sonrisa natural me dijo lo mismo.
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