Por fin llegó el día de mi estreno
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por chicochica.
La hermana de Javier, mi novio, se encargó de enseñarme todo lo necesario para ser una mujercita, maquillaje leve, solo para acentuar mis rasgos, peinado juvenil, ropa que haga lucir mis piernas, tacones no muy altos y, sobre todo, actuar lo más natural posible, no ser exagerada.
El sábado llegué temprano a casa de mi novio, me duché y me dirigí a la recámara de mi cuñadita para arreglarme; parado frente al espejo y totalmente desnudo, analicé mi imagen: 1.65 mts. de estatura, piel morena clara casi sin imperfecciones, ojos color miel, cabello castaño hasta los hombros, delgado, completamente depilado, trasero apenas prominente, tirando a plano, con la ventaja de estar enmarcado por un par de piernas bien torneadas.
Tomé un conjunto de bikini y bra de encaje color azul marino y me lo puse para no estar completamente desnuda; con calcetines rellené el bra y comencé a maquillarme, unas cuantas sombras en el pecho para dar la impresión de volumen, sombras en los ojos, muy poco rubor en las mejillas, labial color chocolate y delinear ojos y pestañas; me parecía increíble que con un par de semanas de práctica ya era toda una experta en el arte de maquillarme.
El peinado se me complicaba mucho, se requiere mucha práctica para hacerlo una misma y sin ayuda, así que opté por media coleta y un poco de fleco sobre la frente; este pequeño detalle era para mí el más importante, porque cubría un poco mi cara y creía que así era más difícil ser reconocida por alguien que nos pudiésemos encontrar en la calle.
Escuché ruidos, sabía que ya no estaba sola en casa; mi maestra entró a su recámara y comenzó a arreglarse también; no puse mucho interés en verla medio desnuda, porque mi prioridad era otra. Escuché la regadera y supe que Javier ya se estaba preparando y no tardaría mucho en estar listo.
Tomé una falda color arena, a la cadera, con tablones para simular curvas de mujer y 10 cms. arriba de la rodilla; blusa azul marino semitransparente; zapatillas azul marino con látigo en el tobillo y tacón de 5 cms., las mismas que había estado usando para practicar el caminado y, finalmente, una bolsa no muy grande que podía llevar en la mano o colgada del hombro.
Este outfit era el que llevaba mi cuñadita cuando la conocí, recuerdo cómo me excitó verla así y, de hecho, sentí que yo me veía mejor, aunque me faltaba algo y no atinaba a saber lo que era, hasta que entró la hermana de mi novio y me dijo: "Toma, pónte estos"; eran unos pequeños aretes dorados en forma de corazón y, afortunadamente, de presión, por lo que no debía preocuparme por no tener perforaciones.
Al sentirme lista, bajé a la sala y me senté a esperar a mi novio, quien no tardó más de 5 minutos en llegar conmigo; me paré, caminé frente a él y giré 360 grados para permitirle verme desde todos los ángulos y me dijo: "Lorena, qué bárbara, estás hermosa", me sonrojé y él me tomó de la mano y me dio un tierno beso en los labios.
Javier me trataba como una dama, abrió la puerta de su casa, me ayudó a subir a su auto y en el trayecto a la ciudad de Guanajuato me miraba, sonreía y acariciaba mi pierna, sin propasarse.
Grande fue mi sorpresa al saber que comeríamos en el restaurante del Castillo de Santa Cecilia, aunque me saltaré los detalles para no extenderme demasiado con esta introducción.
Mucho más me sorprendí cuando salimos del restaurante, caminamos por los patios del castillo, pasamos por la recepción, Javier recogió una llave y nos dirigimos por los pasillos hasta llegar a nuestro nidito de amor; al entrar había una pequeña sala, adelante el baño y, al fondo, la recámara, una cama king size cubierta de pétalos de rosa.
No podía salir de mi asombro aún, cuando Javier me tomó por la cintura y acercando nuestros cuerpos comenzó a besarme tiernamente, pero con una pasión que no había notado antes. Yo estaba excitadísima y sentía mi propio pene crecer dentro del encaje que lo aprisionaba; mi novio levantó la falda tan suavemente que solo me di cuenta hasta que sus manos acariciaban directamente mis nalguitas, mientras nuestras lenguas jugaban a entrar y salir de nuestras bocas; yo, con una mano recorría su cara y cabello, con la otra buscaba con urgencia sentir su pene, duro y grueso.
Luego de algunos minutos, nos recostamos en la cama, yo boca arriba y Javier encima de mí; sin dejar de besarme bajó un poco el bikini hasta poder tener acceso a mi ano; di un pequeño salto al sentir sus dedos tratando de introducirse en ese pequeño y caliente agujerito.
En una breve pausa, mi novio sacó de la bolsa un gel lubricante a base de agua, me puso algunas gotas que sentí frías en mi ano, se untó los dedos y comenzó a hacerme movimientos circulares. Era algo que ya había hecho antes, pero sin gel y sin toda la ilusión de saber que al fin le entregaría mi virginidad.
Con cada vuelta de sus dedos en mi culito yo sentía llegar al cielo, mi sangre hervía, la cabeza me daba vueltas, las piernas me temblaban, mi pequeño pene estaba completamente erecto y, a juzgar por la humedad, estaba claro que ya había algo de líquido preseminal y solo escuchaba a Javier que entre beso y beso me decía: "Ay, Lorenita, por fin vas a ser completamente mía".
Mi caballero quería tenerme vestida, me quitó solamente los zapatos, pero él si se dejó ayudar para desnudarse completamente; ver su escultural cuerpo y sentir sus fuertes brazos alrededor de mí me hacían sentir más deseada, más lujuriosa… más mujer.
Se apartó un instante para colocarse el condón y me dio el lubricante; no pronunció palabra, pero entendí lo que debía hacer, así que lo lubriqué y dejé el envase en la mesita de noche. Me tomó por las caderas y con un rápido movimiento me hizo ponerme en 4, con mi colita a la vista y sentí que puso más lubricante en mi dilatado agujero.
Contuve la respiración, temiendo que lo que venía me provocaría dolor, pero no fue así, me había dilatado tan bien y la penetración inicial era lenta que lo único que sentía era cómo se llenaba mi interior con su dura verga; no sé cuanto tiempo tardó en meterla completa, tal vez un minuto… o una eternidad.
– ¿Te duele, mi reina? – preguntó el caballero
– No, amor, me encanta lo que haces – contestó la dama jadeando (o sea, yo)
– Perfectó – replicó – voy a comenzar a sacar y meter, si te duele solo dime para ir más despacio
A partir de ahí, todo lo que salía de mi boca eran sonidos guturales, ininteligibles, jadeos, pugidos y babas, muchas babas porque tampoco era fácil tragar saliva estando empalada.
Con movimientos lentos y suaves, Javier, sacó completamente su verga de mi ano, para después volverla a introducir hasta el tope y repetir la operación; en cada embestida sentía cómo que se me iba la vida y volvía en cada retroceso y estas sensaciones se incrementaron de la misma forma que se incrementaba la velocidad de la tremenda cogida que estaba recibiendo.
El mete-saca era ya rapidísimo, yo gozaba en grande, pujaba, jadeaba y traté de aguantar, sin éxito, mi propia eyaculación, creía que ahí acabaría el placer, pero no fue así, al contrario, se intensificó porque dejé de poner atención a mi pene y todos mis sentidos se concentraron en lo que ocurría con mi culito; ni siquiera podía escuchar lo que decía mi novio, solo quería más… y más… y más!
Sentía cada vez más grande la verga de Javier que me daba cada vez más fuerte hasta rebotar sus bolas en las mías, una y otra vez, arrancándome la respiración, llevándome a la luna y trayéndome de regreso en solo cuestión de milisegundos; ya no podía más con tanta lujuria, tanto gozo, tanto placer.
De pronto, la vergota que llenaba mis entrañas salió, dejándome un vacío que casi me mata, giré un poco la cabeza para ver lo que pasaba y vi a mi novio quitarse el condón, masturbarse y derramar toda su lechita caliente en mi dilatado ano y haciéndome hervir por dentro, regalándome, de paso, otra eyaculación de mi aún erecto pene.
Caí rendida y poco recuerdo de lo que pasó después, solo que nos recostamos abrazados, volvimos a besarnos tiernamente y de ahí se borró mi memoria hasta que ya estábamos de vuelta en casa de mi amado novio, donde no quise cambiarme y me quedé a dormir en la recámara de invitados; al menos para sus Padres parecía funcionarme el ser Lorena.
Por la mañana hubo necesidad de cambiar las sábanas, porque se llenaron de gran cantidad de semen combinado, mío y de Javier.
Próximamente les contaré cuando el caballero decidió dejar de ser caballero y que yo ya no era una dama, sino su putita.
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