Recuperando la relación
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por chicochica.
De pronto, se dio la oportunidad de pasar un fin de semana juntos, desde el viernes por la tarde hasta el domingo por la noche, por supuesto, en su casa; nos vimos en la prepa el mismo viernes en la mañana y con su dulce voz me dijo:
– Oye, Lorena (así me decía siempre que estábamos a solas, sin importar si mi vestimenta), mis padres estarán de vacaciones y tendremos la casa para nosotros, si es que estás dispuesta a darme una oportunidad de demostrarte que realmente me importas.
Acepté inmediatamente, sin prestar mucha atención a ese "me importas", cuando, lo menos que yo esperaría, era un "te quiero".
Después de la escuela fuimos a comer a una fonda y luego caminamos hasta su casa; al llegar, me entregó un uniforme que su hermana usaba en secundaria y que ya habíamos probado recién iniciamos nuestra relación; no estaba segura si me seguiría quedando después de poco más de dos años, en ese tiempo ya tenía 17 y algunos kilos extra; sin embargo, me quedó a la perfección:
Blusa blanca, con botones que querían abrirse al rellenar el sostén; minifalda a cuadros rojo y azul, que me apretaba un poco en la cintura y cadera, pero resaltaba mi pequeño culito y mis bien torneadas piernas; calcetas blancas; calzado escolar y, debajo, un juego de bra y bikini de algodón en color blanco que, no eran mis favoritos por que siempre preferí la suavidad de la seda, satín o licra, pero valía la pena satifacer el deseo de "mi amado".
Me maquillé muy ligeramente, tal como hacen las chicas de mi edad y solo para verme más femenina; el peinado también fue algo sencillo, una coleta adoranada por un moño de listón color blanco.
Cuando entré al cuarto de Javier, me encantó ver su expresión que denotaba sorpresa y lujuria, me encantaba sentirme deseada por mi macho; también me di cuenta que tenía algunos juguetitos en la mesa, a saber, condones, vibradores, lubricante, cuerdas y guantes de látex. Al ver mi cara de espanto y que mis ojos querían salirse de sus órbitas me dijo que solo quería intentar cosas nuevas y que si algo no me gustaba simplemente lo dijera y pasaríamos a otra cosa.
Se acercó lentamente a mí, con una mano detrás de la espalda, donde traía una rosa roja que me regaló; sonreí, nos abrazamos y comenzamos a besarnos tiernamente, sin prisas, disfrutando el sabor de nuestros labios y jugando a querernos comer la lengua el uno del otro. Muy despacio y suave, comenzó acariciando mi espalda, bajando a la cintura y llegando a mis nalguitas, me besó el cuello y metió sus manos por debajo de la falda para deslizar sus dedos por la suave piel de mis piernas y de mi culito.
Nos dirigimos a la cama, donde se sentó y liberó su deliciosa verga, invitándome a saborearla; yo, ni tarda ni perezosa, me hinqué frente a él y fui acercando mi boca a su erecto miembro, sin dejar de verlo directamente a los ojos, sabiendo que eso lo excitaba aún más.
Besé el glande y, con besitos pequeños, recorrí su pene desde la cabeza hasta la base y luego a los huevos, volví a subir, pero esta vez con la lengua, al llegar arriba, lamí toda la parte superior, en círculos y, con un solo movimiento rápido, me tragué su miembro por completo.
Comencé a mamar rápidamente, presionando su verga con lengua, labios y dientes, volviendo la mirada de cuando en cuando para ver la cara de Javier, que gemía y jadeaba cada vez más fuerte; en menos de dos minutos, logré que se viniera en mi boca y no paré de chupar hasta que le saqué la última gota de su viscosa, caliente y sabrosa lechita.
Yo sabía que él necesitaba un par de horas para reponer fuerzas y volver a la acción, pero estaba segura que algo tenía en mente con esos juguetitos de la mesa; por supuesto, no me equivoqué, ya que me puso en cuatro, sobre la cama, tomó un guante que llenó con lubricante y regresó conmigo.
Sin mediar palabra, levantó mi falda, bajó el calzón y posó un dedo en mi ano, haciendo círculos e introduciéndolo suavemente; tomó más lubricante y logró meterme dos dedos, yo me limitaba a disfrutar esas caricias y mi respiración comenzaba a agitarse.
– No vayas a terminar muy rápido, nena – me dijo – quiero que esta sea una sesión larga donde ambos disfrutemos y acabemos al mismo tiempo.
– Sí, está bien – respondí.
– Si sientes que vas a llegar, avísame para hacer una pausa.
– Sí, corazón, así lo haré.
Acto seguido tomó un vibrador pequeño, de unos doce centímetros, lo embadurnó de lubricante y, sin encontrar resistencia, lo metió de un solo empujón en mi ano; yo me quedé quieta, recargando los codos y cabeza sobre la cama y proporcionando un acceso más fácil a mi culito ardiente. Mi lujurioso novio activó el vibrador y comenzó a sacarlo y meterlo, muy lentamente, haciéndome sentir un placer que jamás había experimentado.
Javier sacó el vibrador y metió tres bolas plásticas en mi dilatado agujero posterior, las sacó y repitió la misma operación una y otra vez, yo sentía que me faltaba la respiración y mi cuerpo temblaba al sentir cada una de las bolas entrar y salir; nunca pensé que los juguetes sexuales podrían ser tan satisfactorios.
Después de casi una hora de juegos, varias pausas solicitadas por mí y de diversos artefactos que llenaron mis entrañas, sentía mi cara arder y mi pene, en completa erección, estaba a punto de estallar, Javier lo notó, se agachó para besar mis nalguitas, puso sus manos en mis caderas y me metió salvajemente su verga; sentí un poco de dolor, pero el placer era infinitamente mayor e hice lo posible por evitar que la sacara, apretando todos los músculos posibles para mantenerlo ahí unos segundos, mientras mi cuerpecito se acostumbraba a esa riquísima invasión.
Lentamente fui aflojando y permitiendo que Javier iniciara el mete-saca; él lo quería lento, pero yo lo quería rápido, fuerte y brusco; en esos momentos no me habría molestado que me dijera lo puta que soy, todo lo contrario, sabiendo que tenía razón, lo disfrutaría como nunca.
Meneando mi trasero, forcé a que la penetración fuera rápida y sentía como su verga salía casi por completo de mí para ser insertada nuevamente, chocando sus huevos con los míos y haciendo chasquidos en cada nueva embestida. Yo me sentía como una perra en celo, apareándose con su macho alfa y pedía que no parara, porque ya estaba a punto de venirme.
El momento culminante fue cuando sentí algo caliente llenando mis entrañas, pausados, como si fueran disparos con pistola de agua, no pude contenerme, gimiendo, gritando y emitiendo sonidos guturales, comencé a eyacular como nunca antes lo había hecho, llenando con mi propio semen todo lo que estaba al alcance de mi pequeña y erecta verga, manchando la falda, el calzón, las sábanas y hasta mis piernas y tobillos.
Me tumbé boca arriba sobre la cama, estaba fatigada, exahusta, extasiada y, sobre todo, satisfecha, creí saber lo que sentían las chicas al recibir una muy buena cogida, me sentí mujer como pocas veces lo he conseguido; pregunté:
– ¿Por qué lo hiciste sin condón?
– No te molestes – responió – es que no me gustaría perderte…
– Pero sabes que tengo pánico de que contraigamos una infección o una enfermedad – lo interrumpí.
– Sí, nena, pero quiero hacer lo posible para retenerte y por eso vamos a aprovechar este fin de semana, te voy a regalar nuevas experiencias y estoy seguro que las vas a disfrutar.
No quise discutir más, me sentía como si estuviera en las nubes, cerré los ojos y traté de almacenar en lo más recóndito de mi memoria imágenes lo que acababa de pasar, por que esto era algo que nunca debería olvidar; salí de mis cavilaciones recordando cómo eran las cosas en esa casa, creí que Javier me haría limpiar todo el desorden de mi corrida, pero me sorprendió ver que él mismo hacía la tarea de buscar mi semen y recogerlo con su lengua, incluso quiso limpiarme el pene, mamármelo, pero no se lo permití.
Me visto para ser una chica y comportarme como tal, no tenía (ni tengo) interés por ser versátil, así que si esa era una de las experiencias que me quería "regalar", era mejor que se la guardara; yo quiero un hombre que me coja y no uno que pretenda ser cogido; en una relación basta con un puto y siempre seré yo.
Nos acostamos ambos en la cama, encargamos pizza para cenar, vimos televisión y nos quedamos profundamente dormidos; el resto del fin de semana lo contaré en otra ocasión, porque creo que ya me extendí mucho.
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