Relato real de mi primera vez
la primera vez es siempre inolvidable.
Mientras me terminaba de maquillar con mucho cuidado, delineando cuidadosamente mis ojos, me preguntaba cómo era posible que estuviera en esta situación: labial intenso y brilloso, pestañas postizas dobles, peluca larga castaña, base de maquillaje y rubor, toda una princesa, sí, pero en realidad un arquitecto de 44 años, esperando al hombre que me haría mujer por primera vez.
Con los nervios a tope, las manos temblando, di el último toque a mis labios y revisé nuevamente el último mensaje de texto que tenía recibido, Diego llegaría en cualquier momento a mi cuarto de motel. Me había dado instrucciones claras de cómo recibirlo, así que me fijé en el espejo para comprobar que estaba lista: baby-doll blanco muy pegadito, con una tanga con encajes y listones, también blancos y unos tacones plateados de 15 cm, como toque final un tocado como de novia que había encontrado en una tienda de disfraces… me sentía toda una recién casada a punto de entregar su virginidad.
Caminando con mis altísimos tacones, me dirigí hacia la puerta del cuarto, con el corazón latiendo apresuradamente, lista para obedecer las instrucciones de este hombre con el cuál llevaba más de seis años chateando: tenía que salir a abrir el portón del cuarto, para que cuándo llegara el taxista me viera, vestida de putita esperando a su macho.
¡Que nervios! pensé mientras el portón iba subiendo lentamente después de activar el botón de apertura, nunca me había atrevido a exhibirme así en “público”, así que cuando terminó completamente de abrir, ahí me encontraba yo, un profesionista exitoso y casado, vestido de mega zorrita con mis taconazos y en lencería blanca. Finalmente el taxi arribó, con un señor ya de edad avanzada manejándolo, y que con sorpresa me vio y bajó rápidamente la mirada, mientras Diego bajaba del auto y le decía en voz alta: ¿linda la putita no?
El taxista hizo mutis y apresuradamente se alejó del cuarto, mientras Diego me observaba en el quicio de la puerta con una mirada cargada de lujuria. Se acercó a mí y me dio un beso apasionado, que me hizo derretirme: ¿qué tenía este hombre ya maduro, mucho más maduro que yo, que me hacía sentir como una adolescente? El beso continuó mientras sus manos acariciaban mis nalgas casi desnudas, mientras me decía: que linda noviecita, estás preciosa.
Cerrando la puerta del cuarto, comenzó el proceso que terminaría con mi virginidad, besos lujuriosos, miradas encendidas, me sentía como una nena sexy y deseada; Diego con su virilidad a top desde el momento que llegó me dejó claro que él era el hombre, el señor, mi macho, con su miembro de tamaño mucho mayor al mío, dejándome claro que comparado con el suyo, lo mío era solamente algo lindo y femenino. Muéstrame tu cosita amor, me ordenó con mirada segura, mientras yo hacía a un lado mi tanguita, para mostrarle mi pequeño miembro, erecto ya pero sin alcanzar siquiera los 11 cm; mmm que linda cosita, me dijo mientras la acariciaba suavemente, ya viste que chiquita se ve al lado de la mía, me decía ronroneando, sabiendo lo mucho que me excitaba tenerla muy pequeñita, de nena.
Muéstrame como te has estado preparando para mi amor, me ordenó con voz firme pero suave; así que procedí a ponerme en cuatro puntos, mientras yo pensaba ¿cómo has pasado Marisol, de ser una chica tv de closet que solo se vestía como hobby, a estar abriéndote el culo y metiéndote uno, dos y finalmente tres dedos frente a un hombre? ¿Cómo has pasado de decir que solo te gustaba vestirte y nada de hombres, a estar en lencería, excitadísima, lista para tu primera penetración?
Feliz de haberle demostrado a mi hombre que había estado preparándome para él, me volteé con una mirada entre sumisa y libidinosa, mientras me volvía a dar un beso apasionado, al tiempo que casi sin darme cuenta, colocaba una almohada en el piso y me tomaba de los hombros para posicionarme de rodillas frente a él; sin decir palabras, se desabrochó la bragueta y me puso su miembro frente a mis labios: ponme un condón amorcito, y ya sabes que hacer. Así que con algunos leves forcejeos, procedí a colocarle el condón y de inmediato su mano guio mi cabeza hacia su verga, comenzando a mamársela como una loca.
Diego me empujaba la cabeza para que intentara abarcársela toda con mi boca, pero era complicado, mi falta de experiencia y su tamaño, me provocaban leves arcadas por lo que preferí mamársela despacio y con calma, pasando la lengua a lo largo y hacia la cabeza. ¡Cómo me encantaba chupársela!, eso me hacía sentir tan femenina, arrodillada, vestida de novia, saboreándolo completamente, como tantas veces me habían hecho a mí, pero esta vez yo era la nena, de rodillas, sumisa, comiéndole el miembro a mi hombre, dándole placer.
Después de chupársela durante un buen rato, Diego me levantó anunciándome que era el momento de proceder a limpiarme a detalle, antes de ensartarme a fondo: mencionó que ya estaba lista pero quería dejarme bien limpiecita para que ambos disfrutáramos aún más la cogida que me iba a poner. Yo seguía sin poder creerlo, la forma en la que me dominaba, me ordenaba, simplemente lo obedecía sin pensarlo, quería que me metiera la verga, quería disfrutar mi primera vez.
Tantas conversaciones sobre feminización, las fantasías de salir vestida, de ser dominada se estaban volviendo una realidad; tantos años en los que Diego poco a poco, pacientemente había ido socavando mis temores, mis negaciones y me había ido convenciendo de que él era el hombre que me iba a hacer mujer, el primer hombre que me iba a meter la verga en mi ano virgen, vestida de lencería blanca, vestida de novia, el hombre que me iba a hacer vibrar de placer como una verdadera hembra.
Diego procedió a preparar metódicamente todo lo necesario para limpiarme por dentro mediante un enema, para luego inyectarme por atrás un litro de solución de agua con glicerina, hasta quedar yo completamente llena, momento en que hábilmente retiró la cánula y me insertó un tapón en el ano, al tiempo que decía: apriétalo y consérvalo adentro amor, mientras yo lo obedecía contrayendo mis esfínteres y sujetándolo solamente con mi culito.
Después del proceso de limpieza, que me hizo sentir totalmente dominada, Diego siguió con sus sorpresas: acuéstate sobre la cama Marisol, pon una almohada para que estés cómoda y abre las piernas para que pueda verte el culo; en silencio asentí y me coloqué como me indicaba mi macho, abriendo la piernas, en posición de perrito con mis tacones puestos sobre la colcha. Colocada así, seguía recordando cómo había conocido a este hombre y como me enloquecía que me dominara por chat, y la primera vez que me mostré frente a él por webcam, esa misma ocasión en la que por primera vez me metí un dildo, sorprendiéndolo esta vez yo por primera ocasión. Ya para esos tiempos, no había ninguna duda de que me iba a meter la verga, solo faltaba ponernos de acuerdo cuándo sería.
Mientras estaba en esa posición, escuchaba a Diego utilizar el lavabo y mover objetos. Luego se acercó y me ordenó abrirme las nalgas con las manos para exhibir impúdicamente mi intimidad: sentí algo fresco que me untaba alrededor del ano: es crema de rasurar mamita, te lo voy a rasurar para que se te vea espectacular cuando esté metiéndote la reata. ¡Qué morbo!, pensé, pero no dije nada mientras Diego con mucho cuidado me iba rasurando completamente el culo, mientras me decía: qué lindo agujerito, parece una boquita, mientras yo no podía creer la forma tan tremenda en la que este hombre, de amplia experiencia, me estaba feminizando deliciosamente.
Aunque no me lo veía, me imaginaba que el espectáculo que le daba: en cuatro, medias y tacones sobre la cama y luciendo el culito totalmente rasurado, seguramente era una visión de lujuria para mi hombre. Toda una nena ofrecida para ser sometida y penetrada por primera vez; una nena que al mismo tiempo era un hombre casado, lleno de ocupaciones y responsabilidades, en ese momento olvidadas ante el momento en el que por fin sería convertida en un nena completa, dejando a un lado las fantasías de chica tv de closet y pasar a ser la mujer de un hombre, poseída por un macho, preocupada sólo por entregar su cuerpo y darle placer a ese hombre, y dejando –por una vez la preocupación sobre si podía cumplir con sus deberes de hombre (erección, tamaño) ya que en esta ocasión Marisol sólo sería usada por el culo, sería desflorada y se adentraría por primera vez en los placeres del sexo anal.
Diego procedió de nuevo a indicarme como me debería comportar antes de que me ensartara: te voy a meter un juguetito amor decía, antes de insertarme un pequeño dildo lubricado sobre mi rasurado agujerito, quiero que chupes cuando te diga y luego lo liberes, guiándome a través de la técnica que me había enseñado vía remota en varias ocasiones de sexo telefónico , para abrir el esfínter cuando entraba y cerrarlo cuando iba saliendo, para darle mayor placer a mi hombre, a mi marido, porque así era como me convertía en su mujercito, adicto a su verga y dispuesta a hacer todo lo necesario para complacerlo, como me había repetido una y otra vez.
Todo estaba listo y dispuesto, el momento había llegado, me movió ligeramente, me retiró el juguetito y me anunció que ahora sí, me iba a meter la verga: ya no había marcha atrás, ahí estaba yo, con mis rodillas y manos sobre la cama, mi tanga enrollada en una de mis piernas muy cerca de mis plateados tacones, lista para recibir el miembro duro de este hombre, mi hombre, mi marido, el primero que me iba a poseer, que me iba hacer una mujercita penetrándome una y otra vez: que nerviosss pensé, pero al mismo tiempo estaba consciente de que lo quería adentro de mí.
Diego se posicionó y colocó la punta de su miembro en la entrada de mi virginal agujero: ahora sí amor, abre el culo como te dije, mientras yo obedecía y lo abría para que lentamente su cabeza ingresara en mi ano: cuanta ansiedad, la boca reseca, lista por fin. Poco a poco y con maestría Diego fue insertando más y más su reata en mi ano, poco a poco lentamente, yo jadeando, entrando despacito, deteniéndose, luego siguiendo, hasta que por fin abrió mi ano totalmente y pasando la mitad de su verga, terminó enviándola hasta el fondo de mi, casi sin dolor: ya la tienes toda adentro mamita, me dijo con delicadeza
Así que ya la tenía adentro, ya era una nena, que momento tan emocionante, prácticamente sin dolor había perdido mi virginidad, así que procedí a disfrutarlo, gimiendo cada vez que Diego la sacaba casi en su totalidad y luego me la ensartaba nuevamente hasta el fondo, mientras yo abría y cerraba mi culo para apretarle la verga cuando iba de salida. Linda imagen debería ser: el señor arquitecto, maduro, dueño de sí mismo, pero ahora vestido con lencería y tacones, tocado y velo de novia, maquillado como una joven debutante, recibiendo las embestidas de un hombre de más de 50 años que se la cogía pacientemente, disfrutando la espera de más de 5 años que tardó en hacerme mujer, su mujercita o más claramente… su mujercito.
Le pedí jadeando que usara la posición que más fantasías me había arrancado: patitas al hombro papi, por favor; con un ligero sonido de plop provocado por su verga saliendo de mi ano retiró su rígido miembro, y procedió a moverme con rapidez colocándome de espaldas y tomando mis piernas por los tobillos. Estando así abierta, dominada, completamente a su merced, procedió a ensartarme de nuevo, colocando mis tobillos sobre su hombros al momento de la primera penetración: que tremendo, pensé, que rico se siente, gemía mientras me la metía una y otra vez y veía mis tacones bamboleándose sobre sus hombros en cada metida de verga, mi sueño mi fantasía cumplida: mis bellos tacones balanceándose sobre los hombros de mi amante, mientras me sodomizaba bombeándome el culo una y otra vez, y yo soltaba grititos de placer en cada ocasión que su verga chocaba con mis redondas nalgas.
Totalmente feminizada, sometida, me sentía realmente como una hembra, capaz de volver loco de placer a su hombre, capaz de disfrutar una buena cogida de su macho; me tocaba estar del lado contrario, sintiendo lo que sentían mis conquistas, siendo perforada por mi hombre, mientras Diego me la metía riquísimo, también disfrutando el someterme y hacerme suya por vez primera, disfrutando por primera vez ese culo que tantas veces había descrito como magnífico.
No sé cuánto tiempo estuvo cogiéndome así, pero ya el dolor había desaparecido totalmente, y yo totalmente feminizada, simplemente disfrutando la tremenda cogida que me estaba dando mi marido, comenzaba a entender porque muchas mujeres se enamoran del primer hombre que las posee, porque se enculan de forma impresionante de su primer macho: Diego, pensaba, me encantas, me fascina como me la estas metiendo mi amor.
En plan de hembra fue cuando decidí tomar un poco la iniciativa, en ese momento me sentía como una verdadera diosa del sexo, lujuriosa, de cimbreantes caderas y largas piernas, un verdadero culazo como constantemente me adjetivaba mi hombre: papi, me dejas montarte, le pedí con voz suplicante pero decidida. Diego se colocó en el borde de la cama, frente al espejo, y yo, titubeante y casi resbalándome al caminar con mis tacones, me dispuse a empalarme yo sola sobre su enorme verga que estaba comenzando a volverme adicta.
Con cuidado me comencé a ensartar yo sola esa tremenda estaca, con algunas dificultades, por lo resbaladizo que tenía el ano, no alcanzaba a metérmela bien; Diego con la verga totalmente parada, me dejaba hacer; por fin, me pude posicionar y de un solo golpe me dejé caer: que delicia, sentía la verga hasta adentro y estaba gozando como nunca, el espejo me devolvía la imagen de una hembra vestida de novia, con una sonrisa de lujuria y satisfacción, enrojecida de placer, disfrutando su primera cogida
Era increíble, yo una chica tv de toda la vida, siempre negando que me gustaran los hombres, montando a un hombre como toda una putita, disfrutando de su verga, que me estaba metiendo yo sola; en esa posición su verga me llegaba hasta un punto de éxtasis inaguantable, estaba disfrutando el sexo como nunca lo había hecho, solo que ahora yo era la nena, la putita, a pesar de ser todo un hombrecito casado, aquí estaba de nena, de novia, gozando a mi amante como si toda la vida hubiera estado haciendo el amor a los machos.
Me quedaba claro que a pesar de lo mucho que lo hubiera negado en el pasado, estaba realmente gozando la verga de este hombre, de este señor que me estaba feminizando a pasos agigantados; subida en su verga, me daba vueltas sobre él y me dejaba caer, mientras mi cabellera se agitaba sobre mi rostro y disfrutaba en el espejo esa lujuriosa escena. Ahora me lo estaba cogiendo yo, y eso me hacía sentir putísima, toda una zorra, apretándolo y agitándome como una pequeña licuadora, que cogida pensé, que delicia, que rico, Diego mi amor.
Finalmente mi hombre decidió tomar nuevamente la iniciativa y me guió hacia la cama, colocándome sobre mis espaldas, con una mirada cargada de pasión y lujuria total. Me tomó de los tobillos y con fuerza me comenzó a ensartar de nuevo, sus testículos chocando continuamente sobre mis duras nalgas; de pronto Diego me tomó las piernas y salvajemente me las echó totalmente hacia atrás, con lo que cada embestida me llegaba hasta lo más profundo. Ahora sí me estaba cogiendo de forma salvaje y yo sentía su verga totalmente mientras veía mis tacones estar prácticamente encima de mis propios hombros.
No puedo describir fielmente con palabras la sensación, pero Diego me estaba haciendo totalmente hembra, mi pequeño y diminuto pene se agitaba en cada arremetida, flácido pero con un delicioso escurrimiento muy femenino, me estaba poseyendo completamente, sometiéndome una y otra y otra vez con su dura verga, prácticamente doblada sobre mí misma, sintiendo todo el peso de su cuerpo.
Cada metida de verga me llegaba hasta lo más profundo, y yo estaba disfrutando por primera vez sin tener mi cosita parada, una sensación nueva pero altamente disfrutable. Me levantaba en vilo, y en cada acometida yo trataba de cerrar el culo para que Diego disfrutara, como yo lo estaba disfrutando, una y otra y otra vez: nunca me había sentido tan femenina en toda mi vida.
Finalmente mi hombre, cansado de la dura faena que me estaba haciendo, con más de dos horas continuas metiéndome la reata, pidió descansar; la noche se venía encima y él tenía que retornar a su lugar de origen, después de finalmente haberme desvirgado.
Me besó despacio, mientras yo me sentía una nena enamorada de mi macho, totalmente despeinada, sudorosa, ya casi sin labial ni brillo en los labios, totalmente satisfecha de esa primera vez que había sido como la había soñado, como una verdadera novia en su noche de luna de miel.
Me compuse un poco para despedirlo, mientras él me señalaba una prenda que había dejado en la cama: te la pones corazón? Me dijo con esa voz que no indicaba dudas, era una orden y quería verme con esa malla chiquita que imitaba unos jeans que había dejado encima; de inmediato me los puse mientras se cambiaba y llamaba al taxi para que viniera a recogerlo.
Me arreglé el cabello, me puse labial y brillo nuevamente, un poco de rubor, los jeans me quedaban como una segunda piel, resaltando mis duras y paradas nalgas, producto de tantas y tantas horas de ejercicio. Me puse unos tacones plateados muy altos y lo esperé mientras se desocupaba.
Quiero que me despidas cuando llegue el taxi, con el portón abierto, que te vea de nuevo el taxista, lo deliciosa que te ves – me ordenaba mientras mi corazón latía aceleradamente de nuevo de pensar en exhibirme frente a un desconocido, pero totalmente decidida a obedecerlo.
Como terminé así? Pensaba mientras salía del cuarto con pasos vacilantes, vestida como el sueño de cualquier hombre: la mallita que me había dado Diego, muy embarrada, blusita corta rosa, larga cabellera, tacones altísimos, una hembra muy nalgona, muy zorra, cogida por primera vez, totalmente feminizada, a despedir a mi macho, un señor maduro que me dio verga por más de dos horas.
En el momento que Diego me vio, nuevamente la lujuria encendió su mirada, y me beso largamente recargada sobre la pared, mientras dejaba su equipaje en el suelo y sus manos recorrían mi trasero febrilmente, apretándome con fuerza mientras su lengua taladraba mis labios de forma masculina y dominante, todo ello a la vista del taxista y con el portón abierto.
Estoy segura que estuvimos a segundos de que me volviera a meter la verga, ahí afuera, en la cochera, pero quizás recordando la travesía que aún le faltaba, me soltó y se despidió de mi: adiós corazón, fue una delicia hacerte mía por fin.
Mientras se alejaba y el portón se iba cerrando de nuevo, pensaba nuevamente: cómo es que terminé así? Cómo es que Marisol, travesti de closet de toda la vida, finalmente había entregado su culo a ese hombre mayor? No lo sabía, y no lo sé aún, lo único que sé, es que me tiene solo pensando en él y en cuando me la va a volver a meter de nuevo.
Le he pedido a Diego que la próxima vez me saque a la calle para que me vean. Él me dijo que lo haría y que debería vestirme tal y como lo hice para despedirme, sólo que debajo de la mallita no deberé usar ropa interior y que no deberé esconder mi cosita entre las piernas sino ponerla hacia arriba, para que se note mi condición, sobre todo si me excito. Ahí les contaré.
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