TE LLAMARÁS WANDA (2)
acto seguido, me di la vuelta, levanté mi falda, bajé mi bombacha y ofreciendo mi super culo, dije: -“¡Mirá el culo que te vas a comer! ¡Este culo es bien de puta! ¡Dale! ¡Cogeme! ¡Cogeme que doy más de calentura y de excitación!”..
Hola a tod@s
En mi relato anterior, comenté los pormenores de mi nombre “Wanda”, pero lo que nunca me imaginé, hasta ese momento, fue el propósito que tenía Casandra, el travesti que me bautizó como tal.
Con el pretexto de “te voy a enseñar cómo chupar las pijas” o “te voy enseñar cómo hacer desear a los hombres, de tal forma, que les vas a poder pedir todo lo que quieras”, etc., etc., etc., a punto estuve de ingresar en el universo de la prostitución, obviamente, sin saberlo.
Yo, como un joven (una joven, en mi condición de Wanda) que solamente pretendía recibir placer, gozo y satisfacción sexual, por el enorme gusto que sentía cada vez que me cogían, estaba deseoso de recibir las enseñanzas y las instrucciones de toda una experta en la materia, motivo por el cual me sentía por demás agraciada.
Comencé a ir a casa de Casandra todas las tardes y lo primero que hacía ella, era “vestirme de mujer”, algo que me fascinaba, sobre todo porque ella contaba con un impresionante vestuario y una vez que yo me transformaba en Wanda, empezaba la “clase de sexo”.
Cómo caminar, cómo sentarme; en síntesis, cómo seducir a los hombres con el movimiento del cuerpo y con gestos fasciales.
Yo estaba obnubilada por los conocimientos que demostraba tener Casandra, pero lo mejor fue cuando comenzó a instruirme en el tema, en el cual más problemas e inconvenientes tenía; obviamente era en la forma y en la manera de “chupar pijas”.
Empezó mostrándome toda clase de “consoladores” (hoy en día, están al alcance de todo el mundo, pero hace 35 años atrás, muy pocas personas podían acceder a ellos).
“¡Así se comienza! ¡Hay que lamer, besar, tocar suavemente! ¡Después, se empieza a chupar como si fuera un helado!” – Fue lo primero que me enseñó Casandra y lo recuerdo como se fuese hoy mismo.
Acostumbrada yo a que directamente me la metieran en el culo y sin más preámbulos, aquello me fascinaba y ya me imaginaba unas maravillosas y espectaculares mamadas.
Después que terminaba mi clase de “aprender a chupar pijas”, venía algo que también “me volaba la cabeza” y era, nada más y nada menos, que aquel cuerpo escultural de mujer, pero que además “calzaba una espectacular verga”, se ocupaba de “darle de comer a mi super culo”.
“¡Qué hermoso culo, Wanda! ¡Sos una privilegiada! ¿Sabés cuántas mujeres desearían tener un culo como el tuyo? ¡Los hombres te darían hasta lo que no tienen, con tal de coger semejante culo!” – Solía exclamar Casandra, una y otra vez y si bien, yo, en principio, no reparaba mucho en ello, sino que solamente me dejaba agraciar por tantos halagos y elogios; con el tiempo entendí a donde apuntaba todo aquello.
Casandra me enseñaba todo tipo de poses, mientras me cogía una y otra vez, pero constantemente me decía, por ejemplo, cómo jadear, cómo gemir, qué decir, cómo hacerme desear, etc.
“¡Ay! ¡Sí! ¡Cogeme! ¡Cogeme más! ¿Viste que puta soy? ¡Cómo puedo ser tan puta! ¿Querés que sea tu putita? ¿Te gusta que sea tan, pero tan puta?” – Eran algunas de las frases que, según Casandra, calentaban y excitaban a los hombres y, si bien, yo no podía comprobar si ello era cierto o no, a causa de mi falta de experiencia, particularmente, me gustaba y vaya si me gustaba.
Yo era muy buena alumna y a la semana de mis “clases de sexo”, ya había aprendido cómo chupar pijas, volviéndome casi una experta en la materia; fue allí entonces, cuándo Casandra decidió hacer “otra de sus movidas”.
Estaba, como todas las tardes, vestida ya de Wanda, cuando escuché varias voces femeninas, ingresando a casa de Casandra, algo que me incomodó mucho, porque nada sabía yo de ello y nadie me había visto “de mujer”, pero inmediatamente ella me calmó, diciendo:
“¡No hay problema Wanda! ¡Son algunas de las chicas que trabajan en el Cabaret! ¡Yo ya les hablé de vos! ¡Son re piolas! ¡Muy divertidas y súper buena onda!”.
Me tranquilizaron sus palabras e inmediatamente fue presentándome a las chicas, “Yennifer, Sheila, Macarena, Yannina y Jannette”, quienes fueron saludándome, una a una.
Si, a priori, me había sentido incómoda, después de compartir una conversación de lo más amena, estaba tan a gusto con las chicas, como si fuese una más de ellas.
Me encantaba todo aquello; las escuchaba hablar de sexo y de hombres y era para mí, algo alucinante ¿Cómo podrían saber tanto esas mujeres?, pero cuando estábamos en lo mejor de la velada, Casandra dijo:
-“¡Chicas! ¡Ya les conté acerca del super culo que tiene Wanda! ¿Quieren comprobarlo ustedes mismas?”
Y, mirándome a los ojos, finalizó diciendo:
-“¡Mostrales, Wanda! ¡Así se mueren de envidia!
Haciendo gala mi falta total y absoluta de pudor, de prejuicios y de vergüenza, me puse de pie, me di vuelta, levanté la falda, bajé mi bombacha y dejé al descubierto mi culo.
Las muestras de admiración no se hicieron esperar y recibí, como de costumbre, todo tipo de halagos y elogios, hasta que una de las chicas, exclamó:
“¡Tendrías que llevarla al cabaret con nosotras, Casandra; esta chica es una mina de oro!”
Se hizo un breve silencio, solo interrumpido por la anfitriona, quien salió rápidamente de esa situación, invitándonos a pasar al living, para continuar con nuestra agradable y amena velada (tiempo después, supe que aquello también había sido, de alguna manera, planeado u orquestado).
Una o dos veces a la semana, nos reuníamos en casa de Casandra, las chicas y yo e inclusive ellas se sumaron a mis “clases de sexo”; entre bromas, risas, carcajadas y todo tipo de comentarios, yo ya me sentía como una de ellas, al punto tal que hasta presenciaron una de las tantas cogidas que solía darme Casandra e inclusive, estuvieron presentes también cuando ella me hizo chupar su verga, a modo de examen final.
“¡Wanda! ¿Querés que te lleve al cabaret este sábado?” – Me preguntó Casandra y antes de que yo esbozara algún tipo de respuesta, volvió a decir:
-“El auto tiene vidrios oscuros, nadie te va a ver y allá, te hago entrar también sin que nadie nos vea y te quedás siempre a mi lado”
Yo estaba en una situación de lo más incómoda, ya que por un lado me moría de ganas, pero por el otro, tenía muchos temores, siendo, el principal de ellos, qué decir en mi casa, aunque rápidamente salvé ese inconveniente, al recordar que justo era el cumpleaños de un compañero de colegio; mi salvoconducto perfecto.
El sábado, Casandra me vistió y me produjo de una manera alucinante; yo me sentía una mujer hermosa, una chica por demás agraciada y tan obnubilada estaba, que ni siquiera reparé en el hecho concreto, de observar a mi alrededor, al subirme al auto.
Una vez en el Cabaret, mi sensación era la de estar en una especie de “templo del sexo”, ya que todo estaba ambientado (como no podía ser de otra manera), para ese fin.
“¡Te voy a presentar como mi sobrina!” – Dijo Casandra, mientras nos acomodábamos detrás de la barra de tragos.
Imagínense, por un momento, cómo me sentía yo en ese ambiente y en la época en que ello se produjo, es decir, hace 35 años atrás; estaba maravillada de todo ese entorno y más aún al ver a las chicas y a los “parroquianos” en acción; me fascinaba verlas moverse en el lugar; me encantaba ver como hacían excitar y calentar a los hombres, cómo los provocaban, los seducían, los incitaban.
La oscuridad de lugar; las luces tenues e inclusive las siluetas sexuales que podían divisarse, aunque difusas, detrás de los cortinados; todo era hermoso, bello, asombrosamente alucinante para mí.
“¡Ella es Wanda! ¡Mi sobrina!” – Dijo Casandra, mientras me presentaba a un joven muy pero muy apetecible, al cual ni siquiera lo había visto acercarse, debido a mi estado de obnubilación.
“¡Hola Wanda! ¡Pero que jovencita tan linda!” – Dijo el hombre, luego de presentarse como Roberto.
“¿Quieren conversar un rato? ¡Pueden sentarse allí!” – Exclamó Casandra, mientras cruzaba conmigo una mirada cómplice y con el hombre, una sonrisa pícara y socarrona.
El muchacho aparentaba unos 20 años, más o menos y al preguntar mi edad, dije 18 (tal como me había instruido Casandra); caminamos hasta el sitio indicado y en eso, sentí su mano bien cerca de mi culo.
Yo ya estaba tan caliente y tan excitada, que, si me lo hubiera propuesto, me dejaba coger allí mismo y en ese instante, pero recordé las recomendaciones que me habían dado al respecto: “Hacer que el hombre se desespere y se vuelva loco de deseo” y me senté a su lado, mostrando algo de desinterés en un primer momento.
La conversación fue subiendo en clima, obviamente en todo lo relacionado con el sexo, hasta que, en un momento determinado, yo ya estaba sentada sobre sus rodillas y el muchacho directamente manoseando y toqueteando mi culo; hubiese deseado que ese momento no finalizara nunca, pero en lo mejor de la velada, Roberto se paró y fue hasta la barra, para posteriormente volver y decirme:
-“¡Te llama tu tía!”
Fui hasta donde estaba Casandra y me dijo, sin ningún tipo de preámbulos:
-“¡Te quiere coger y me preguntó si podía hacerlo! ¿Vos querés?”
Le respondí afirmativamente, con un movimiento de cabeza y me dijo entonces:
-“¡Andá detrás de las cortinas! ¡Es ahí el lugar para coger!
Yo me dirigí raudamente hacia el lugar indicado, pero el muchacho se desvió y fue nuevamente hasta la barra; lo vi conversar brevemente con Casandra, hasta que volvió y se introdujo en el sitio, para comenzar con los preparativos del acto sexual.
Era hora de poner en práctica, todo lo aprendido, ya sea directamente con “mi maestra” y también con el resto de las chicas, así que acerqué mi boca a la suya, pero sin siquiera rozar sus labios; cada vez que el muchacho intentaba besarme, yo me negaba, aunque muy dentro de mí, me hubiese dejado “comer a besos”.
Suavemente, fui llevando mis manos hasta su entrepierna y comencé a acariciar su zona genital, por encima de su pantalón; lentamente desabroché su bragueta (en otras latitudes, cremallera), hasta dar con una pija, hermosa y por demás apetitosa, aún fláccida pero ya bastante caliente.
En primer lugar, la toqué, la acaricié, siempre muy tierna y suavemente, hasta que comencé a besarla, a lamerla y a chuparla, nuevamente tal como me habían enseñado y, al respecto, debo haber sido una muy buena alumna, ya que Roberto no paraba de gemir y de jadear de placer.
“¡Ah! ¡Ah! ¡Oh! ¡Qué buena sos chupando! ¿Tanto te gusta la pija?” – Dijo el muchacho.
“¡Sí! ¡Me encanta la pija! ¿Viste que puta soy chupando? ¿Querés que sea tu putita chupa pija?” – Le respondí, haciendo gala de un vocabulario soez, pero a la vez efectivo, sensual y por demás excitante; acto seguido, me di la vuelta, levanté mi falda, bajé mi bombacha y ofreciendo mi super culo, dije:
-“¡Mirá el culo que te vas a comer! ¡Este culo es bien de puta! ¡Dale! ¡Cogeme! ¡Cogeme que doy más de calentura y de excitación!”.
Roberto ni siquiera titubeó y me la metió “de una”, para empezar a “bombear” fuertemente; me cogió de una forma fenomenal y yo me sentía la más puta entre las putas, sobre todo porque cuando él acabó dentro de mi culo, todo el mundo se enteró de ello.
Después de “mi debut como puta”, Casandra me llevó a su casa (temprano aún), para cambiarme, quitarme el maquillaje, el “olor al cabaret” y llegar a mi casa “como si hubiese ido al cumpleaños de mi compañero de colegio”.
Esa noche no dormí, de tan excitada que estaba; quería volver al Cabaret, quería formar parte de todo ese universo de sexo, pero también era perfectamente consiente de que ello no era posible.
Al día siguiente, Casandra me preguntó si me había gustado.
“¡Muchísimo!” – Respondí, pero agregué:
“Pero no puedo ir de noche, porque en mi casa van a empezar a sospechar”.
“¡No hace falta que vayas!” – Exclamó Casandra.
“Puedo hacer venir a Roberto o alguno de los otros chicos acá, para que cojan con vos. Hasta les puedo dejar mi cuarto, jajaja ¿Querés?” – Finalizó diciendo.
Obviamente mi respuesta fue afirmativa y aunque me moría de ganas de ir al Cabaret, internamente sabía que ello no era ni remotamente posible.
Esa semana no solo me cogió Roberto, sino, además, un par de tipos más, algo que ya no fue de mi agrado y mucho menos, cuando Sheila, una de las prostitutas, se cruzó conmigo en el barrio y me explicó todo.
Casandra estaba cobrando por mis servicios y muy buena plata, por cierto, e inclusive tenía la firme intención de venderme “fuera del país” (algo que me horrorizó). Además, Sheila me explicó y con todo lujo de detalles, el oscuro mundo de la prostitución:
“¡Sos un jovencito hermoso! Si tanto te gusta que te cojan, podés hacerlo pero por placer, ya sea como Marcos o como Wanda. Yo ya soy prostituta y, seguramente, moriré como tal, pero vos no tenés porqué serlo. Haceme caso y aléjate de todo esto y nunca le digas a Casandra, que fui yo quien te lo dije”.
Nunca más volví a casa de Casandra y eso que ella, en reiteradas ocasiones, me buscó, ya sea caminado desde el colegio a mi casa o en cualquier otro lugar del barrio.
Hoy, ya con mis 50 años a cuesta, no le guardo a Casandra ningún tipo de rencor, ni mucho menos; ella seguramente tampoco pudo aislarse del mundo de la prostitución y, dentro de ese mundo, yo era “un buen ingreso de dinero para ella”.
Pero Casandra me abrió el universo de las mujeres, me bautizó con el nombre de Wanda y hasta hoy disfruto de mi condición de “Andrógino”. Para algunos soy Marcos y para otros soy Wanda; para algunos soy hombre y para otros soy mujer.
Espero sus votos y sus comentarios.
Besos a tod@s.
Soy marcoscomodoro y mi correo es: [email protected]
Me encanto tu relato
Muchas gracias. Escríbeme, por favor. Besos.