Una travesti me hizo pasivo
El sábado 20 de septiembre de 2025, fui llevado a los límites del placer por una travesti colombiana .
Llegué en la mañana mientras comenzaba a llover. Me abrió la puerta una travesti de alrededor de 45-50 años. Nada atractiva, pero se notaba que había trabajado en su cuerpo, pues tenía caderas y unos senos ni tan grades, pero tampoco pequeños. La cirugía había replicado las medidas perfectas de una mujer: 90-60-90. La verdad no iba preparado para nada. Cuando entramos a su casa empezamos a besarnos. Era sin duda una profesional. En internet había visto sus fotos y lo que me convenció fue una foto de ella en la cual se mostraba con su pene erecto. Cálculo de unos 20 centímetros en total erección. Cuando vi esa foto me imaginé chupando ese pene, idea que me excitó y me hizo decidirme a ir a verla.
Después de algunos minutos besándonos empezó a usar su lengua, lo cual yo seguí con gusto. Le dije que besara mi cuello, cosa que hizo. En ese momento comencé a desnudarme. Primero la chaqueta que tenía puesta, luego la camisa. Pasamos entonces a la cama. Ahí me desnude completamente. Me puse encima de ella y comencé a moverme como si la estuviese penetrando. Sólo lamento de esta experiencia el hecho de que no puede tener una erección para poder penetrarla a gusto. Aunque quizás mi misión esa mañana no era ser activo sino pasivo. Lo más pasivo que había sido en mi vida.
Por mi parte, no era la primera vez que visitaba prostitutas. He adquirido la mala costumbre de pagar por sexo. Pero nada de lo que viví esa mañana, nada, se parece a algo que haya vivido antes. Su sensualidad, a pesar de que sus mejores años claramente habían pasado, era innegable. Sabía cómo llevar a un hombre. Cómo desenmascarar sus deseos.
Iniciamos con besos. Cada vez más intensos. Nos fuimos a la cama y allí nos desnudamos. Nos tocamos mucho. Miré con ansias su verga. Ella entendió lo que yo buscaba. Su pene progresivamente iba adquiriendo rigidez hasta estar totalmente duro: brillante, maravilloso, majestuoso. Tomé su pene con cuidado, admirando el diámetro de su verga: 22 centímetros de erección, toda para mí, Cuando la introduje en mi boca, su carne me llenaba. Me era casi imposible ponerla toda adentro de mi boca. Mis manos recorrían de manera casi inconsciente, explorando y acompañando cada reacción, mientras la respiración de ella se aceleraba con cada instante que pasaba. Me ordenó que me pusiera de rodillas mientras ella estaba en la cama. Ahí me propuse chupársela hasta que se corriera. En un momento, logré tragar toda su verga. Cuando entendí cómo hacerlo, me tragaba su verga apasionadamente. Lágrimas salían de mis ojos y debía tomar aire por momento. Su pene empezaba a pulsar. Más y más. M detuve por un momento. Saboreé su pene. Entonces vino mi premio: Su semen. Sin preguntar, me tomé todo su semen, no dije nada.
Me bañe y me vestí. Iba a despedirme, pero empezó a besarme. Intenté resistirme a sus deseos, pero después de un rato fue inútil. Comenzamos a besarnos con pasión. Mi lengua se confundía con la suya. Le expuse mi cuello para que lo besara “Chúpalo, bésalo, muérdelo”. Le dije. Así lo hizo. Sin que yo se lo pidiera, me chupó el pico.
Tragar semen no es solo un acto físico, sino una experiencia completa de entrega, satisfacción y sumisión absoluta. Así, llegó el momento esperado. Luego de haberle chupado la verga con mayor intensidad, de haberla masturbado con fuerza, puse su pene en mi boca. Se lo chupe con cariño. Adorando con mi lengua su pene. Su pene era mi ídolo y yo le rendía culto. Podía oírle decir “ay, que rico.” De pronto, sentí cómo la eyaculación llenaba mi boca, mi lengua y labios la recibían con deleite, como el manjar más fino. La calidez y la textura intensificando cada oleada de placer. El calor de su semilla dentro de mí disparaba un lado animal que no conocía pero que estaba dispuesto a explorar sin restricciones. Cuando crucé el umbral de su puerta, no tenía pensado ser sodomizado. No estaba entre mis planes. Pero luego de haber sido reducido a un esclavo sexual estaba listo para todo.
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Cuando terminó de hacerme el beso negro más delicioso que me habían hecho en mi vida se acercó a mi boca y comenzó a besarme. En sus labios podía sentir el aroma de mi culo, el cual lejos de parecerme desagradable me excitó otro poco más. Luego bajó por mi pecho hasta llegar a mi pene, el cual comenzó a chupar con ahínco, tanto así que tuve que pedirle que lo hiciera más lento. “con la lengua” le dije. Ella obedeció y comenzó a pasar su lengua por mi glande, dándome mucho placer. Continuo con su lengua, pasando por mis muslos. Nunca había sentido algo tan intenso ahí. Ella volvió a meter mi pene en su boca. Yo empecé a mover mi pelvis y sentía cómo mi pene entraba y salía de su boca. El dolor que sentía en mi glande pasó a ser placer. En cierto punto, la travesti se paró de la cama y me dijo “te corriste en mi boca”. Mientras estaba en el baño, yo le pedí disculpas. Pero no fue problema. Cundo volvió a la cama bajé a su pene, el que ya no estaba duro, así que me propuse enderezarlo nuevamente. Me lo puse justo sobre mis labios. Lo tragué, todo lo que pude. Su pene era muy grande para mi boca, así que me concentré en chuparle la punta mientras lo acariciaba. De a poco, fui entendiendo el ángulo correcto para que
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Me dijo -“ponte en cuatro”- Yo obedecí y me puse en la posición que ella deseaba. Más bien me puse recostado. Estando ahí, boca abajo sentía la anticipación de tener su pene adentro mío. No se lo pregunté, pero no se puso preservativo, lo cual me excitó aun más. Nunca antes había aceptado ser penetrado sin protección en mis 11 años de experiencias homo eróticas y con mujeres trans. Nunca antes había sido así, pero estaba a punto de serlo. Justamente con una mujer que tomaba las precauciones del caso debido a su trabajo. Darme cuenta de esto me hizo pensar que no estaba ante cualquier prostituta. Algo había pasado. Algo intenso. Algo salvaje. Hicimos en ese momento un pacto sin decirlo. Hagamos una excepción: Tu no serás mi cliente y yo no seré tu prostituta: Seremos amantes. Iremos a lugares a los cuales no vamos usualmente. Nos daremos placer de una manera desconocida. Yo te preñaré, tu serás mi perra. Yo estuve de acuerdo con esos términos. Para ese punto ya había violado mi mente, y disfruté siendo violado.
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Estaba su pene rozando mi culo. Siempre he tenido un ano más bien “suelto”. Es decir, no necesito mayor lubricación para que a mi ano entre un miembro viril. Sentía cómo se iba introduciendo, yo le dije “todo no”. En realidad, lo quería hasta el fondo, tan profundo cómo pudiese llegar. Cundo estuvo adentro contra la cama sentí su pene cómo entraba en mi culo. No pasó mucho hasta que empezó a empujar con furia. Sentía el sonido de su carne golpeando la mía. Cada vez con más intensidad. Cada impulso arrancaba un gemido de mí. Me sentía dominado, entregado a los comandos de este travesti que me estaba llevando a límites de placer desconocidos para mí. Gemía y gemía, casi sin control.
A veces se detenía un poco y luego empujaba con fuerza dentro mío. Nuevamente, me vi obligado a hundir mis gemidos contra la cama. Ella seguía empujando y a cada impulso me hacia más suya. En ese momento, perdí la sensación del “yo”. Era su perrita. En un momento sentí que estaba llegando a mi punto P. Sentía ganas de defecar, pero las contuve, pues sabía lo que venía. Había escuchado del orgasmo anal, lo había intentado sólo en mí casa con juguetes sexuales, pero nada. La sensación incomoda de tener algo introducido en mi ano, nada más.
Sentí cómo algo se apoderaba de mí. Me recorría por todo el cuerpo. Mis gemidos conjugaban placer y confusión. Nunca había sentido algo tan intenso. Hundí mis gemidos en la cama, que a esa altura eran incontrolables. Ya no me importaba si me escuchaban o no. Si alguien me veía reducido a una perrita deseosa de pichula. Si es que acaso mi voz, siempre varonil, se asemejaba con la de una puta gozadora. Estaba consumido por su poder y maestría en las artes sexuales. Pensé por un momento “Tú eres un hombre. No se supone que sientas esto”. Sin embargo, esa misma idea me excitó aun más, pues entendí que había cruzado el umbral de la lujuria y me encontraba en terreno donde la carne, el sexo, son amos y maestros. Ella continuaba empujando. “A esto viniste, verdad?”. Dijo. Yo respondí sumisamente entre gemidos y jadeos “Sí”. Apreté mis manos en las sábanas y lo sentí: El orgasmo anal. Un cosquilleo en mis pies anunció que el estimulo a mi próstata había dado resultados. En ese momento, estaba rendido. Si me hubiese ordenado salir desnudo a la calle lo habría hecho. Si me hubiese ordenado hacerle un beso negro, lo hubiese hecho.
Un instante después, ella paró. Un instante después, sentí algo cálido en mi culo. Me había preñado con su semen. “Terminaste?” Dije, con un tono de decepción. “Sí”, respondió. Cuando todo terminó, respiraba con fuerza. Yo me uní al ritmo de su respiración y lo hicimos así durante unos momentos. Ella estaba sobre mí, aun con su pene adentro mío. En realidad no quería que lo sacara. Yo estaba con la sensación de haber experimentado algo intenso y completamente único: un placer que me había liberado de mis ideas preconcebidas sobre la sexualidad y el erotismo. Mí búsqueda de 11 años había terminado. Había disfrutado siendo penetrado, había sido su objeto de deseo. Durante el tiempo que estuvimos juntos, me entregué como nunca antes en mi vida. La hice eyacular tres veces y todo su semen ahora era parte de mí ser. Había logrado disfrutar sin culpa ni vergüenza. Sin preguntas sobre mi masculinidad. No me sentía ni más ni menos hombre. En ese momento, me sentí pleno, capaz de recibir, pero también con ganas de asumir mi rol natural. Quizás ese será el afán de otro día. Ojala que lo sea.
Nos despedimos y bromeamos con el hecho de que “no íbamos a poder caminar”. El recuerdo de esa experiencia me motivó a escribir esto y reconocer cuales son mis verdaderos deseos sexuales. Ahora no tengo miedo en reconocer que me gustan los penes grandes. Lo veo con claridad. Tenerlos en la boca, chuparlos, saborearlos me provoca mucho morbo, como ninguna otra cosa. Estaría dispuesto a chupar penes y tragar semen por días hasta quedar satisfecho. Y estaría dispuesto a ser sodomizado por una mujer con pene. En algún punto mi deseo cambió. Esta prostituta, sin saberlo, me abrió los ojos a un mundo de placer desconocido al cual quiero volver una y otra vez. Y no por eso dejaré de ser hombre. Me gusta el cuerpo de una mujer y busco hacer sentir a una mujer lo que yo puedo sentir. Pero ese es afán de otro día.
No sé cuanto dinero le pague por sus servicios, pero cada peso valió la pena. Cada gota de su semen quedará en mi memoria por siempre. Lo que viví esa mañana es irrepetible.
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