Conociendo mi sexualidad IV
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por latosita.
Pasaron algunas semanas y todavía conservaba los temores que me impedían meterme uno o varios dedos al masturbarme, a pesar de haber estado en aquella memorable piyamada, presenciando el tutorial en vivo de Paulina y verla, junto con mis otras compañeras, darse dedo hasta el fondo.
Por casualidades del destino, un día la maestra de español desvió el tema de la clase, se puso a hablar de la virginidad y aclaró algunos mitos, en resumen: El himen no tiene que ver con la virginidad, no todas lo tenemos igual, no necesariamente se rompe en la primera penetración y no es obligatorio que haya sangre, además, la virginidad se puede definir como “no haber tenido relaciones sexuales”, o sea, nada tiene que ver con la masturbación y, muy importante, al tener relaciones siempre hay la posibilidad de embarazo, no importa si es la primera vez.
Con todo esto, lo único que me hacía falta era decidirme y creo que la cosa era lograr un muy buen grado de excitación, que no tardó mucho en llegar porque las conversaciones de sexo con mis compañeras eran muy frecuentes, con Laura no tanto, pero también quedaba casi lista para hacerlo, lo malo es que al llegar a casa el morbo se había disipado y se reemplazaba con los acostumbrados temores.
Se acercaba el fin de año escolar, acompañado de una gran cantidad de trabajos y, para mi desgracia, mi compu murió, entonces tuve que usar la de mi hermanito; una tarde, después de terminar un ensayo, me puse a curiosear y encontré fotos de chicas con poca ropa, pensé “el enano ya no es un niño”, luego vi una carpeta con nombre muy extraño, números y letras al azar, al abrirla vi una colección de fotos ¡de mí!, en la mayoría no se me veía la cara y había una gran cantidad donde solo se apreciaban mis piernas y trasero.
Enfurecida, le hablé para que viniera a explicarme porqué el muy “cochino pervertido” tenía esas fotos mías y, además, escondidas entre otras de chicas con poca ropa; el niño apenas estaba tratando de balbucear una explicación cuando sonó el timbre y tuve que ir a abrir, era mi novio, que inmediatamente notó que algo me pasaba, pero no quise contarle porque este tema debía tratarlo a solas con mi hermano.
Intentando calmarme, mi novio me besó tiernamente, luego me abrazó y estuvimos un rato como bailando lento; todavía faltaba al menos una hora para que llegaran mis papás y quise olvidarme de todo, así que fui yo quien tomó la iniciativa de provocarlo, besándolo apasionadamente y colocando sus manos en mis pequeños pechos.
En ese tiempo solo lo dejaba tocarme por encima de la ropa y él no lo hacía nada mal, casi siempre lograba encenderme y desear ser mucho más permisiva, de hecho, ese día me desabrochó la blusa para besar el espacio entre mis pechos y metió, por primera vez, sus dos manos por debajo de la falda, acariciaba mi trasero suavemente, que es como siempre me ha gustado, y luego se enderezaba y me apretaba contra él, como presentándome a su “muñequito”, haciéndome sentirlo, caliente y duro, rozando mi vulva.
Con su lengua recorrió desde el pecho, subiendo por el cuello, hasta la oreja izquierda, lamía y mordía el lóbulo, haciéndome vibrar de placer; me agarró fuerte de las nalgas para restregar su entrepierna con la mía y, a pesar de la ropa, sentía su erección frotándose en mi vulva y mis bragas no tardaron en mojarse abundantemente.
Estaba tan caliente que le habría permitido hacerme el amor ahí mismo, en la sala de mi casa, si tan solo él lo hubiera intentado; tomé su cabeza y lo invité a bajar nuevamente hasta mi pecho, lamió mis tetas bordeando el contorno, hasta donde le permitía el brasier, mientras sus manos acariciaban, estrujaban y masajeaban mis nalgas; en aquel entonces todavía me gustaba usar ropa interior de algodón, generalmente blanca.
Con la boca abrió más mi blusa y comenzó a chuparme un pezón, sobre el sostén, lo atrapó con cuidado entre sus dientes, luego lo lamió de arriba abajo, de un lado a otro y en círculos; ambos gemíamos cada vez más fuerte y yo solté un leve grito cuando sus manos me separaron las nalgas y metiendo un dedo hasta sentir la fina tela de mis bragas prácticamente dentro del ano.
Por instinto abrí un poco las piernas para disfrutar más ese delicioso “faje”; él se enderezó y llevó su boca a mi cuello, besaba, lamía y succionaba; juntamos nuestras caderas y comenzamos a movernos como si estuviéramos cogiendo, gemíamos y nos decíamos lo mucho que nos amábamos, hasta que de nuestras bocas solo salían sonidos guturales y ambos llegamos al orgasmo al mismo tiempo, como prueba de esto, él tenía una mancha de humedad en su pantalón y yo sentía mis propios jugos resbalar por las piernas.
Mi novio se fue al baño para tratar de eliminar, o minimizar, la mancha de su pantalón, yo me recompuse la blusa y metí la falda entre las piernas para limpiar el flujo que escurría; volteé hacia el comedor y vi a mi hermano parado detrás de una silla, el muy sinvergüenza había visto todo; le dirigí una mirada desafiante y puse un dedo en mis labios, en señal de que debía callar.
El enano también me respondió con señas, una mano con dos dedos apuntando uno a cada ojo y la otra con un dedo en sus labios; después, una mano apuntando hacia mí, manteniendo la otra en sus labios, seguida de otra seña, con una mano apuntando hacia arriba; sí, la traducción completa de sus señas era: “Yo no diré nada de lo que vi si tú tampoco dices nada de lo que encontraste en mi compu”, después subió las escaleras y se encerró en su cuarto.
Nunca hablamos de lo que pasó ese día, mi hermano me regaló unos chocolates, sabiendo que me encantan y creo que ambos lo tomamos como una “ofrenda para la tregua”; me volví muy cuidadosa y no volví a hacer cositas con mi novio si había la posibilidad de que nos descubrieran; menos mal que fue el bebé de la casa, porque de haber sido mis padres, estaría castigada hasta “el retorno del señor”.
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