Del metro a la cama: una extraña y la fantasía de mi pareja
A veces el pasamanos vertical del metro puede convertirse en el caño de un topless. Al menos así lo creyó ella.
El hacinamiento en el metro durante la hora punta suele poner nuestros cuerpos a distancias incómodas con los otros pasajeros y pasajeras, siendo ese roce el gatillo que dispara tantas fantasías que en muchas ocasiones terminan convertidas en abusos sexuales, manoseos y punteos no consentidos. Y no solo ocurre de varones a mujeres sino que existe la versión inversa.
El Año 99 en plena pubertad estudiaba en colegio de varones. Todo lo que fuese mujer era una fuente de excitación: la profesora, la secretaria, las madres de nuestros compañeros. Todo. Para los días de aniversario del colegio lo más esperado era la presencia de las muchachas del colegio de niñas más cercano. No entendía cómo en horarios de clases tantas chicas podían asistir a dar un «espectáculo» a un lugar rebosante de testosterona. Las chiquillas, siempre vestidas, bailaban provocativamente, hacían performances eróticas dignas de franja nocturna,se reían de los piropos que les lanzaban e incluso firmaban autógrafos cuando bajaban del escenario siendo rodeadas de púberes que no solo acercaban el cuaderno y el lápiz, sino que también se frotaban con sus cuerpos y manoseaban descaradamente. Esa práctica avalada por profesores, dirección y los curas del colegio, normalizó ese trato con las mujeres que veíamos al salir del colegio: si el manoseo y el punteo en esa instancia festiva colegial era reproducida en los viajes de retorno a casa, en donde mis compañeros se organizaban para trazar la ruta de regreso juntos. Yo era el único que vivía lejos y tomaba la micro en otro paradero, así que no participé en esas «orgías» mentales que vivían mis compañeros cuando volvían a sus casas, seguramente, a bajarse los pantalones y masturbarse desenfrenadamente. El recuento al día siguiente consistía en el relato de manoseos y roces con sus penes en la micro. Varios de los que oían esas historias tomaban sus genitales mientras los avezados contaban sus aventuras.
Oyendo historias de amigas y de familiares mujeres entendí lo desagradable de esas prácticas adolescentes, entendibles mas no justificables por temas de desarrollo sexual y el machismo imperante, y sobre todo cuando eran realizadas por hombres adultos. Por lo mismo, siempre fui cuidadoso en mi edad adulta universitaria cuando entraba a los vagones llenos del metro o de la micro, tratando de ser siempre lo menos amenazante en términos de contacto físico con las mujeres que estaban al alcance de mis genitales.
El transporte público, sin embargo, es un nicho para perversas fantasías, todos nos hemos enamorado furtivamente o hemos visto cuerpos que desearíamos poder tocar y besar. Para qué hablar del verano, cuando todo es escote, putishort, minifaldas y vestidos ceñidos. Muchas veces miramos con disimulo o sin él a alguna pasajera, muchos deseamos que se bajara en la misma estación y que se nos adelantara en la escalera para tratar de ver algo de lo que escondía bajo su ropa o para distinguir qué ropa interior llevaba puesta. En una ocasión ya de adulto universitario vi a una mujer despampanante: pechos enormes contenidos por un pequeño top, abdomen visible y un jeans que a duras penas (o alegrías) contenía unos glúteos que pugnaban por deshacerse de esa prenda. Se bajó en una estación del centro lleno de cafés con piernas; no podía trabajar si no en otra cosa que en un lugar así pensé. Ese cuerpo trajo a mi memoria un pasaje de mi adolescencia , 13 o 14 años no recuerdo, en donde también vi a una mujer voluptuosa al punto de la provocación. Era rubia teñida, piel morena, usaba un peto, sus pechos no eran grandes, pero lucía unas calzas que acentuaban lo enorme de su cola. En esa ocasión, el metro no ina lleno. Era un sábado en la tarde y sobraba espacio. No me atrevía a mirarla para evitar la excitación, que mi pene se fuera a parar ante ese espectáculo. Ella sí lo hacía con algo de molestia (era de esas mujeres que no tolera que no las miren) y de un momento a otro se acercó donde yo estaba afirmado en el tubo vertical, se dio vuelta y puso su enorme trasero ahí justo en mi mano. Sabía perfectamente lo que hacía. Para mala suerte mía debía bajarme en la siguiente estación. Y no fue la única vez que me pasó.
2013. Temporada primavera y no solo el «love is in the air», también las fantasías sexuales. Solía vestirme bastante cómodo cuando iba a la universidad y aquella mañana había elegido un short deportivo que pronunciaba mi paquete. No lo hice para ser objeto de las miradas de mis compañeras y mis profesoras, simple comodidad. Abordé el vagón del metro a eso de las 8:15, había algo de espacio y para que próximos pasajeros pudiesen abordarlo me acerqué nuevamente a la tubería de apoyo. Una mujer rubia vestida con de ejecutiva se quedó mirándome, sentí ese cosquilleo similar al aire que soltamos cuando gemimos cerca del oído de nuestras amantes. En la siguiente estación subió mucha gente al punto de que quedé pegado al tubo. Entre la gente que subía y salía, la mujer rubia también quedó sujeta al mismo tubo. De reojo le dí un vistazo pues seguía sintiendo que me observaban y que cada vez me respiraban más cerca. En ese momento no tuve más opción que apegar mi cuerpo al tubo, ya que en esa última estación si mantenía la posición que llevaba antes hubiese rozado a una mujer demasiado voluptuosa que se acomodaba tratando de no vivir lo que debe haber sufrido cada vez que subía en hora punta, el sobajeo de varones que no podían o no querían perder la posibilidad de establecer con ese cuerpo extremadamente prominente. Evitando el contacto con la exuberante mujer y ya cada vez más pegado al tubo, advertí una mano que se sostenía en él, empinada unos pocos centímetros sobre mi cintura: sí, la rubia ejecutiva a quien volví a dar una mirada: reía cachonda, tenía unos pechos muy redondos que acomodó en ese tubo. Los sentí ligeramente contra mi brazo, así como tambén percibí que su mano empezó moverse como si lo que tuviese empuñado fuera mi pene. Miré hacia otro lado, no quería que pensara que me estaba pasando rollos, pero sus nudillos estaban agitando mi polera. nuevo intercambio de miradas: sonrisa mordiendo su labio inferior. Siguió así, pero moviendo la mano más rápido y sin dejar de mirarme y pese a lo incómodo de la situación que se agravaba por que en mi cadera comencé a sentir el trasero de la mujer a la que cedí espacio para evitar el contacto bamboleándose por los movimientos del tren. Otro intercambio de miradas: la rubia se había percatado cómo en mi short se evidenciaba mi erección.
Tras tanta tensión en donde sentí las estaciones eternas, experimenté una cuota de alivio porque nos aproximábamos a la combinación de líneas y habitualmente ahí bajaban muchos pasajeros y tendría más espacio para salir de esa incómoda sensación que pasaba, pero que no me había dejado de excitarme. Fue una mezcla de sentimientos encontrados: pensaba en lo que me contaba mi pareja sobre los roces y los punteos que sufría en el transporte público, en las veces que la habían tocado y lo habitual de eso. En ese entonces me sucedió que fantaseaba con un trío o con verla tirar con otro hombre y me imaginé que ella también podía estar en el lugar de la rubia ejecutiva, así como pensé en lo que podía ocasionar el roce inevitable de su cuerpo entre los varones, así como yo sin querer y con mucho respeto, sentía cómo se frotaba el trasero de la otra mujer. Me excitó mucho la idea y aumentó mi erección. La rubia se percató.
Llegamos a la estación de combinación. La despampanante mujer que sin querer osciló su cola en mi cadera, se bajó y sentí esa sensación que te queda cuando hiciste acabar a tu pareja y arrancaste el condón vacío pero satisfecho de lo logrado. La rubia no se bajó y pese al espacio subió su mano en el fierro y giró como si fuese una stripper en el caño posando su culo en mi pene. Había espacio para evitar ese contacto, pero eso fue lo que provocó, eso fue lo que quiso sentir. Fue cosa de segundos; me aleje rápidamente, sin embargo, a medida que me iba apegando al muro del espacio sentí cómo inclinó su espalda y siguió azotando sutilmente su culo contra un pene erecto que ya no sabía cómo ocultar. Miró hacia atrás se río mantuvo la distancia, sabía cómo me tenía. Me tuve que sacar la mochila y ponerla a la altura de mis genitales para disimular mi erección. Su último movimiento fue girar sutilmente en el caño para mostrase entera: gordibuena, cara de perversa y con un halo en su mirada de «¿Te gustó?». Le respondí sacando mi mochila y enseñándole lo que me había hecho, bajó su mirada, se río y se me pegó nuevamente, dándome tres sentones furiosos antes de bajarse en la siguiente estación. Miré luego que se bajó al resto de la gente del vagón y nadie parecía haber visto nada. Mi calzoncillo sí lo advertía, estaba mojadísimo al punto que se volvió mi fantasía: no me interesaba ni el disfraz de enfermera, ni el de profesora, nada, solo el de ejecutiva/secretaria.
Al llegar a la universidad pasé al baño, despegué mi pene de la tela del calzoncillo, oriné dolorosamente ya que mi pene había quedado predispuesto a vaciarse. La jornada fue terrible: no dejé de mirar a las secretarias que lucían parecidas o cuyo uniforme se pareciera al de la rubia. Mi deseo aumentaba con cualquier estímulo posible y mi verga no dejó nunca de estar pronunciada, porque no es solo el relieve, sino que la emisión de hormonas que te delatan. Ese día me habló la compañera que siempre me coqueteó, la profesora que más me calentaba me dejó para el final porque debía agendar mi presentación. Tenía, no obstante, la salida finalizando el día: mi novia se pasaría a mi casa después de su trabajo.
No puedo omitir que ambas interacciones que mencioné anteriormente, con mi compañera que siempre quiso follar conmigo y con la profesora, se volvieron fantasías que quise resolver masturbándome en el baño, pues todo contacto con mi verga ese día era un remake de esa película erótica que me hizo vivir la ejecutiva. Decidí esperar, no obstante, y guardar toda esa energía sexual para mi novia. Fue difícil, muy difícil, pues el viaje de retorno a casa lo hice en metro. Vi la película de nuevo.
Mi novia llegó a casa a eso de las 19:00. En ese entonces aún vivía con mi mamá y ella adoraba a Andrea, la encontraba tierna y dulce. Y sí, lo era, pero su imaginación era bastante sucia. Como les decía ella ya trabajaba, se vestía semi formal, su blusa era como la de la ejecutiva, pero sus pantalones eran un poco más gruesos que los de aquella rubia: daba lo mismo, se los iba a bajar y tirármela corriendo el hilo dental hacia el lado. Acabamos de cenar y acusé cansancio y deseos de acostarme. Andrea tenía sospechas, me veía algo acelerado. Entramos a la pieza, se comenzó a desnudar y vio mi verga tensa y muy gruesa. Le conté lo sucedido. Se volvió su fantasía, le excitaba la idea de que su hombre fuese deseado por mujeres ajenas. Se sentaba en mi pene y sus movimientos aumentaban con cada detalle que le daba hasta que se corría. No me lo pidió solo esa vez, sino varias más. Incluso una vez me pidió que la recreáramos. ¡Cuántos orgasmos tuvo! Pensé en la rubia, quizás quién le habrá sacado todo el deseo que provocó. Seguramente sabe que en una de esas tantas veces que reproduje la historia , era ella quien saltaba sobre mi verga.
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