DOÑA TERESA
Hace tiempo que quería contar lo que me ocurrió de adolescente, con un amigo: disfrutamos del voyerismo, de pajas y otras cosas..
Hace tiempo que quería contar lo que me ocurrió de adolescente, con un amigo: disfrutamos del voyerismo, de pajas y otras cosas. La culpable de esas otras cosas fue una vecina de mi amigo, llamada Teresa, que era una infiel, pero su marido era un cornudo consentido. Ellos tenían poco menos de treinta años, nada especial, salvo la cara hermosa de ella, enmarcada en un cabello negro y largo; un pecho grande que colgaba de manera natural. Sus nalgas no eran grandes ni sus piernas “buenas”, pero sí con unas curvas delicadas.
La casa de mi amigo estaba edificada en un terreno largo que tenía dos frentes, a calles paralelas, y sus padres habían construido su casa hacia la calle menos transitada. Hacia la otra calle construyeron dos accesorias para rentarla a comercios y, sobre de ellas, un departamento, también para rentar. Ambos padres trabajaban en la mañana y mi amigo quedaba solo.
Conocí a mi amigo cuando coincidimos en el último año de la primaria, pero en el momento de los hechos relatados ya estábamos estudiando la secundaria, en el turno vespertino. Aprendimos a pajearnos y, a veces, cuando no estaban sus padres, competíamos para ver quién lanzaba el chorro más lejos. También con frecuencia verificábamos de qué tamaño teníamos los penes, no había gran diferencia, pero como estábamos en crecimiento, había variaciones de un mes a otro. el chiste era comparar lo ralo de los incipientes vellos y medirnos el pito. Lo hacíamos colocándonos de frente, los juntábamos deteniéndolos con una mano y con la otra, medíamos dedo a dedo cuál era la longitud de cada pene. Me gustaba hacerlo examinando y acariciando la verga de mi amigo. A él más, pues siempre ideaba algo para comparar mejor y me explicaba de bulto cómo hacerlo. Así, medimos: el tamaño y peso de los huevos, la elasticidad del escroto y del prepucio, etcétera.
En el departamento que rentaban sus padres vivía una pareja relativamente joven, con dos hijos menores de siete años; según me dijo mi amigo, la pareja reñía con mucha frecuencia, al parecer porque Doña Teresa, la señora, tenía un amante y él escuchaba los diálogos porque la ventana de la recámara, que era de piso a techo, daba a una zotehuela (patio trasero de una casa, destinado generalmente a lavar y tender la ropa) y se podía escuchar y ver mucho de lo que acontecía desde la pequeña ventana de un cuarto que situado en la azotea de su casa.
Una mañana que terminamos una tarea en su casa, fuimos al cuarto de la azotea y tuvimos la buena fortuna de ver cómo se cogía el amante a la vecina ya que la cama estaba casi pegada a la ventana y desde nuestra posición se podía ver todo. Aunque fue poco el tiempo que miramos, nos tocó ver que lo hicieron en varias posiciones.
Cuando empezamos a ver las escenas de amor, nos acariciamos la verga sobre el pantalón, el amante estaba desnudo y acostado boca arriba, y doña Teresa, también sin ropa, le daba una mamada, le recorrió el tronco con la lengua para concentrarse en los huevos, los cuales le chupaba haciéndole una chaqueta lenta, pronto cambió por una cubana, envolviendo con sus chichotas, de areolas guindas que resaltaban en la piel blanca de sus ubres, al pene de unos 20 centímetros de largo y circundado de su amante. Nosotros nos sacamos los penes para jalarlos con lentitud. Después ella lo cabalgó un rato, gritando “Te amo por esta cosota que sabe hacerme muy feliz, Eduardo”. Doña Teresa se vino y su amante aguantó sin venirse. Ella se tiró hacia adelante, quedando de rodillas, al tiempo que el tal Eduardo se incorporaba para que la verga no se le saliera. Sin embargo, se la sacó y se la empezó a meter por el culo. Doña Teresa gritaba “Qué rico, mi amor, qué rico”. Nosotros ya nos habíamos bajado los pantalones para jalárnosla a gusto, mi amigo tomó mi mano y la colocó en su pene para que yo lo pajeara y él tomó el mío para hacer lo mismo. ¡Estábamos tan calientes que no me importó hacer eso!
El tipo eyaculó abundantemente, pues cuando le sacó la verga, los mecos le escurrieron por las piernas a la señora; Eduardo se exprimió el pene sobre las nalgas de doña Teresa, a las cuales les dejó un beso de despedida. Se vistió y se fue dejando a la señora acostada y mientras veíamos cómo le escurría el semen entre los pelos de la vagina roja y abierta, nos venimos casi al mismo tiempo, soltando sendos pares de chorros de leche ¡Uff, delicioso…! Nos sentamos en un sillón arrumbado que tenían en el cuarto, sin subirnos los pantalones pues todo el tiempo estuvimos mirando de pie, casi de puntas para poder ver, y estábamos agotados.
No pasaron ni diez minutos cuando escuchamos gritos. El esposo había llegado y se encontró con la esposa encuerada y bien servida.
—¡Claro que era él, no vi mal! –reclamaba el marido, quien seguramente en la calle vio de lejos al amante—. ¡Además, te encuentro desnuda y con la cama hecha un asco! ¡No se conforman con coger en el hotel, en su combi o en su departamento, también lo metes a nuestra cama!
—Tú sabes cómo me pongo cuando estoy caliente y lo llamé. Ven, amor, aún tengo ganas…— Le explicó la señora a su cornudo y le dio un beso que duró el tiempo suficiente para desabrocharle la camisa y el pantalón.
—Te amo puta, pero no lo hagas en la casa. —le decía el cornudo mientras le agarraba las chiches con una mano y trataba de quitarse la ropa.
—No, mi amor, te prometo que ya no lo haré aquí —dijo doña Tere y le ayudaba a quedar desnudo.
El señor traía una verga muy parada, de buen tamaño, pero no tan grande como la del amante que se acababa de retirar. Ella se le colgó del cuello, le rodeó la cintura con las piernas y se ensartó en el miembro que resbaló de inmediato hasta adentro. Se besaron y empezaron a moverse. Él señor la cargaba colocando las manos en las nalgas y, entre el movimiento, vimos cómo se le bañaban los huevos de los jugos que habían preparado los amantes.
Nosotros nos volvimos a empalmar y sentí la mano de mi amigo en mi pene, correspondí agarrando la verga de él. Lo bueno es que él es zurdo y yo no…
La señora Teresa dejó de besar a su esposo y se descolgó. Lo tumbó en la cama y se subió en él ofreciéndole la panocha peluda en la cara mientras que ella se metía la verga reluciente de atole en la boca. Ambos disfrutaban el mismo sabor en el perfecto 69. Se chuparon mucho tiempo, ella le limpió hasta los huevos; la nuez de Adán en la garganta del marido, mostraba cómo deglutía éste con fervor las ordeñas que traía la mujer revuelta con las venidas de ella.
En ese momento, de manera simultánea no venimos mi amigo y yo, pero no fueron los chorros de antes, así que nuestras manos quedaron con semen que mutuamente nos sacamos. Como si lo hubiésemos acordado, nos llevamos la mano a la boca para probar cada quien lo que extrajimos. ¡Nos supo más rico que el propio, el cual ya habíamos probado alguna vez! Nuestra calentura nos obligó también a hacer un 69 en el sillón. Cada uno exprimimos la tripa del otro para seguir saboreando el semen, nos lamimos los huevos al tiempo que escuchamos lo que se decían doña Tere y su cornudo marido.
—¡Estás muy rica, mi Nena! ¡Te amo así: muy puta!
—¡Yo también te amo cornudo, mi amor!
—¿De cuántos me has dado lefa?
—Sólo de dos, y de los dos te has quedado prendido como como bebé tomando la leche. ¿Cuál te ha gustado más, la de Eduardo o la de Roberto?
Nosotros seguíamos escuchando sin dejar de mamarnos y acariciarnos el pene, los huevos y las nalgas. También nos besábamos los miembros, las piernas y la barriga apretando el cuerpo desde las nalgas. Se nos volvió a parar por las caricias y por lo que oíamos.
—No es el sabor de la leche, es el atole que haces con ellos. Mientras ellos se vienen dos o tres veces, tú te vienes veinte o treinta veces soltando chorros de jugos. ¡Eso es lo rico! —le contestó el cornudo.
—Sí, es cierto. Cuando tenemos dos o tres horas para hacer el amor quedamos rendidos de tantos orgasmos —asintió la esposa.
—Me gustaría mucho que así fueras conmigo… —suplicó el marido—. Dime cómo te gusta más con cada uno de ellos, hazme el amor como se lo haces a ellos, aunque me muera de tanta felicidad, mi Nena.
—¿De verdad quieres saberlo, cornudín?
—Sí, putita, también me gustaría verlos en acción.
—Ja, ja, ja, no creo que ellos estuvieran de acuerdo, sólo te mostraré cómo me hacen. Pero antes te diré un secreto: a ellos también les gusta chuparme mucho la vagina cuando saben que me acabas de coger.
—¿Cómo saben ellos cuando te acabo de coger? —le preguntó el marido a doña Tere.
—Ellos saben que todos los días me das una cogida en la noche y otra en la mañana, porque les he contado, también los calienta saber cómo me coges. A veces llego y le digo a quien me espera que “no me dio tiempo de asearme” por llegar a tiempo a la cita. Se pone más arrecho y lo primero que hace después de encuerarme es ponerse a aspirar el olor de mis vellos y lamerlos, después su lengua hace paseos lo más internamente que puede. Yo me mojo más de lo que vengo y me hace venir con las sorbidas que me da en los labios interiores y en el clítoris, así como tú, mi cornudito…
—Sí, Nena, tu pelambre y tus labios son tan hermosos como tus chiches.
Volvimos a la ventana y los vimos arrodillados en la cama, frente a frente, ella con las manos en la cintura de él y el marido jalándole los pezones.
—¡Ay, no tan fuerte!
—¡Perdóname…! ¿Ellos no te las jalan?
—Sí, es frecuente, son como tú, pero ya saben que no deben hacerle fuerte, sólo cariños, magreadas suaves y las mamadas que quieran.
—¿Cómo le gusta más a Roberto?
—A él le gusta cogerme de perrito, aunque dice que, en mi caso, es de vaquita. Me pone frente al espejo y se mueve mucho para que mis tetas bamboleen, eso lo enciende y ¡a mí más!
—¿Por qué?
—Porque me suelta chorros abundantes y siento el calor en mi vagina.
—Y Eduardo, ¿cómo te gusta que te coja?
—¡Como él quiera, tiene una verga grande y gorda, el sueño de todas las mujeres! Aunque algunas dicen que no importa el tamaño, entre más grande, más adentro se siente el calor de su semen.
Ellos se abrazaron y se pusieron a coger en la posición del misionero. Después, él dejó el abrazo y se agarró de las chichotas de su esposa. se veía que ella disfrutaba los embates de su marido. “Más, más, más” gritaba ella que seguramente tenía un orgasmo tras otro. El cornudo se movió más rápido cada vez hasta que también se vino, gritando “¡Te amo puta, mi Nena!”; ella le contestó “Y yo a ti porque eres quien más aguanta sin venirse, dándome más orgasmos”. Se quedaron quietos, respirando agitadamente, ya calmados, sin sacársela se pusieron de lado y el marido se puso a mamarle el pecho lo que mirábamos con la boca abierta, con el antojo de ser nosotros quienes mamáramos esas chiches. Todo lo vimos sin soltar la verga del otro, que traíamos en la mano y le dábamos fuertes apretones al jalarlas. Sí, se nos mantuvo erecta, teníamos orgasmos con las caricias, pero ya no salía casi nada.
Sólo vimos otro par de veces a doña Teresa cogiendo con su marido, al parecer le cumplió la promesa de no llevar a los amantes a la casa. Alguna vez tuve oportunidad de verla de cerca en una tienda de abarrotes del barrio. Su cara era hermosa y se me antojaba acariciarle las chiches. Ella me miró con recelo pues me le acercaba mucho, pero no era para cumplir el antojo, sino para olerla: su aroma era delicioso y se me paraba la verga con aspirar su perfume de mujer, con el tiempo supe que eran las feromonas que despedía la mujer en celo, ¡claro, ella siempre estaba lista para coger!, según lo que escuchamos les contaba a sus amigas por teléfono.
Otra de esas veces, vimos cómo hizo venir a su marido con puras mamadas en los huevos: Ella jugaba con una mano levantándole y bajándole el pellejo, se metía a la boca un huevo, estirándolo después hasta que se le salía de la boca y le acariciaba el otro testículo con la otra mano. Alternaba el trabajo de manos boca y huevos. Acostado, el esposo gozaba de las caricias sin dejar de recordarle que era una puta y que seguramente así de rico trataba a sus amantes. Ella se limitaba a asentir y a preguntarle si acaso a él no le gustaba lo que aprendía en otros cuerpos. También, el marido le preguntaba sobre el tamaño de las bolas de sus socios y ella le decía que él era el más huevón y que su pene quedaba empatado en segundo lugar con el de Roberto, pero que todos sabían moverlo muy bien. Nos enteramos que Eduardo era el más lechudo, pero que su semen era de sabor ligero como el yogurt, en cambio el del marido era de sabor fuerte.
Así pasaba el tiempo entre chupadas, meneos y caricias, el marido se quedó callado y al poco rato gritó “¡Ya me voy a venir, Nena, me vengo…!”; doña Teresa sin soltar lo que tenía en sus manos se acomodó para recibir en la boca el chorro de semen, le exprimió el tronco sin dejar de chupar el glande, en tanto que el marido se convulsionaba gritando “Puta” en cada eyaculación que la mujer tragaba con deleite, además de recuperar con los dedos lo que se le escapaba de la boca.
Una vez que ella se puso a la par del extenuado marido para besarle la cara y presionarle el pene contra la panza con la palma de la mano abierta para rodar el cilindro menguado que dejaba un arco de baba en su recorrido, mi amigo y yo nos miramos, nos desnudamos y nos tiramos en el sofá haciendo un 69 para imitar los mimos que vimos hacer a doña Teresa.
Me gustó esa experiencia, pues pude meterme los dos huevos de mi amigo simultáneamente, tuve que hacer mucho esfuerzo. Mi amigo también lo logró. Duramos poco así pues sentíamos dolor en las quijadas. Me gustó lamerle y chuparle el escroto y acariciarle con ternura las bolas, le jalé el pellejo, lo hice venirse pronto y con mi boca llena de semen lo empecé a deglutir con deleite. Mi amigo suspendió su trabajo para gozar del momento y lo reanudó cuando, a pesar de las exprimidas que le daba, ya no le salía nada a su penecito, el cual quedaba ahora de unos tres centímetros.
Cuando él continuó, se lo metí en la boca y lo agarré de la cabeza sacudiéndosela para cogérmelo así, me moví diciéndole cosas similares a “puto, sigue mamando hasta que me venga”, “mama, putito, trágate toda mi verga, mama”, así hasta que me vine, llenándole la boca y miré cómo le chorreaba mi esperma por las comisuras.
Cuando se acabaron mis eyaculaciones, él estaba muy maltratado y se quedó sentado. Lo abracé y le dije “No lo desperdicies”, lamiendo el semen que escurría en la cara y con un beso se lo depositaba en la boca. Nos besamos apasionadamente mientras con nuestras manos nos acariciábamos todo el cuerpo, poniendo énfasis en las nalgas y la verga del otro.
En la última ocasión que vimos el show de doña Tere y su cornudo, apenas escuchamos que el marido le decía “Qué bueno que ya llegaste, putita. ¿Vienes bien servida?” y la señora contestó, “Sí, como te gusta”, nos quitamos la ropa y nos asomamos para ver cómo se desnudaban. El marido se acostó boca arriba y ella se sentó, literalmente, sobre su cara mientras se mecía bañándolo de sus jugos revueltos con el semen del amante. “Roberto”, le dijo el esposo, quien soportaba cómo se pajeaba su mujer al tallarse el clítoris en su nariz.
—Sí, es de Roberto. Está rico, ¿verdad? —corroboró ella—. Le conté que me estabas esperando en casa y me dijo que me aseara antes. A lo que le contesté que no, si tú me querías coger así, que te atuvieras a las consecuencias.
—Ja, ja, ja —rio el marido.
—No te rías, él se asustó y me insistió en el aseo. Yo le dije que él me había hecho el amor sabiendo que tú me habías cogido antes y que además te quedaste con ganas, justo es que tú hicieras el mismo sacrificio que él.
—¡Puta, me sacrifico cada vez que te cojan, siempre y cuando tu tengas orgasmos también!
—Sigue chupando, mi amor ahí viene otro chiquitico —exigió la señora Tere a su marido tallándose con más fruición. —¡Ah, que rico es coger rico! —dijo por último antes de desplomarse hacia la cama, y su marido siguió chupándole la vagina.
Nosotros, mientras mirábamos la escena, nos abrazamos y restregamos el pene sobre el cuerpo del otro. En uno de los abrazos, mi amigo quedó atrás de mí con el pito parado sobre la línea de mis nalgas, escurriendo de líquido preseminal. Como él seguía viendo, juntó su mejilla a la mía, me dio un beso en la comisura de los labios y siguió viendo cómo se movía doña Tere y meneándome el aparato desde los huevos. Al sentir el líquido en mis nalgas le tomé el falo y lo tallé de arriba hacia abajo, la verga se deslizaba fácilmente con la viscosidad del lubricante. A veces, él se hacía hacia adelante, punteándome el culo. Me jalaba el escroto y me chaqueteaba lentamente y yo tallaba su verga en mis nalgas con más furor. Disfrutábamos deliciosamente de nuestras caricias, pero no nos perdíamos nada de lo que ocurría en la recámara que veíamos hacia abajo. Cuando la señora se levantó de la cama y salió de escena, nosotros nos abrazamos y desnudos nos besamos. Acabamos otra vez con un 69 en el sillón paladeando el semen.
Al poco tiempo, al concluir la secundaria, la familia de mi amigo se cambió de barrio y ya no los volví a ver, ni supe si doña Tere y su esposo siguieron allí. Pero esos hechos siempre me han hecho reflexionar sobre lo compleja que es la sexualidad y no mostrar prejuicios ante las conductas de otros.
Hola. Este relato ya lo conocía en la primera versión del foro. Lo recuerdo porque me gustó porque me da la impresión que te «fusilaste» escenas de mi vida (incluidos los nombres de los amantes).
Pero el meollo de tu relato gay está muy bien expuesto. Felicidades.
¡Tita la PuTita, qué honor!
En primer lugar quiero agradecerte las sugerencias que me hiciste cuando lo publiqué por primera vez en entregas; según yo, ya los enmendé.
Efectivamente, se te hicieron conocidas las escenas desde entonces. La verdad es que nosotros, mi amigo y yo, sólo veíamos muy poco desde donde estábamos y escuchábamos cuando la ventana de la señora estaba abierta, pero siempre eran unos calenturones los que nos daba con ese poco. Sin embargo, después de leer unos relatos de infidelidad, consentida o no, pude armar éste, incluso mejorarlo sobre la marcha. Y sí, lo declaro públicamente, tú eres gran parte de la inspiración para completar y darle solidez a estas aventuras que tuve con mi amigo cuando fui adolescente.
Gracias
yo quiero un amigo como vos jaja, muy bueno!
Ja, ja, ja, Consíguete uno. Yo lo gocé de adolescente, tanto a mi amigo como ver a doña Teresa.