El chico de al lado. Parte 2
La tensión crece entre Nancy y su insistente admirador. Segunda parte .
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Nuestra rutina
Después del episodio del baño con mi joven espía, empecé a caer poco a poco en su juego de manera sistematizada. En las mañanas salía con lencería de encaje de lo más sensual al balcón de mi recámara. Conjuntos de dos piezas y de colores oscuros como negro, guindo, o azules oscuros que resaltaban en mi piel blanca, y que coronaba con una cortita bata de seda semi transparente para no parecer muy exagerada.
No quería que el muchachito se diera cuenta de que yo estaba consciente de su acoso. Ese era en resumen la parte esencial del juego, de mi juego; él debía sentirse alerta todo el tiempo, sentir la adrenalina de no ser atrapado en sus perversiones. Debía permanecer como un espía entre las sombras y nunca saber que fue descubierto. Es por eso que me divertía siendo lo más sensual que podía sin dejar de parecer natural. Pocas veces volteaba en su dirección y trataba de hacer movimientos casuales que en el fondo sabía que lo estarían volviendo loco. En esas mañanas salía con cara soñolienta y después de tomar una gran bocanada de aire matinal, en donde mis pulmones se llenaban sacando así mis abundantes senos a flote entre el escote de mi bata, procedía a realizar una serie de estiramientos que a decir verdad ya los realizaba antes de esta locura pero que ciertamente no de una manera tan provocativa como entonces, y menos en el balcón. Estos movimientos consistían primero en girar mi cuello de manera lenta en círculos, después en entrelazar mis manos y levantándolas hasta arriba, proceder a arquear mi espalda lo más posible sacando mis redondos pechos y levantando mi trasero poniéndome de puntitas; todo esto estando o bien de perfil, o bien de espaldas a la casa vecina. Otros ejercicios que tenía en esa rutina era girar mis caderas lentamente, utilizar mi elasticidad para subir ahora un pie, después el otro, sobre el barandal del balcón inclinándome hacia enfrente para tocar la punta de mi pie y dejar salir mis senos. Y hacer sentadillas lentas y sensuales, o simplemente enpinarme para tocarme la punta de mis pies. Toda esta rutina no duraba más de 15 minutos pero sé que eran 15 minutos de mi tiempo que hacían arder en deseo a un joven morboso, y eso, cuanto más lo pensaba, hacía que un ligero cosquilleo empezará a nacer en mi entrepierna.
El segundo encuentro visual con él, como ya mencioné, sucedía en el cuarto de baño. Aún con el conjunto encima, aunque algunas veces, cuando me sentía algo más divertida, sin la bata de seda encima, llegaba hasta el balcón del baño y abría las cortinas para dejar entrar la luz del sol. Después emprendía el viaje de regreso hacia la regadera caminando lo más cadenciosamente posible y moviendo mi trasero, que según mi marido, lucía espectacular con esas bragas que se escondían entre mis glúteos. No me desnudaba si no hasta ya estar dentro de la regadera, que como ya lo dije antes, era un cubículo en el centro de la habitación de un cristal transparente pero de visibilidad opaca, distorsionada, y que podía verse perfectamente desde la casa de enfrente. No me desnudaba ante él porque quería que deseara mi cuerpo más y más cada vez. Que imaginara día y noche cada parte de mi y que construyera con su mente cada rincón de mi cuerpo que él no había alcanzado a ver aún.
Mi cuerpo a través del cristal dibujaba solamente mi silueta, e imaginaba mientras me bañaba que su sexo adolescente iba poniéndose más y más duro mientras me contemplaba. Casi podía verlo gotear por mí, y antes de reprocharme esos pensamientos tan absurdos, de un chico al que le llevaba más de 10 años de edad y que además no era para nada guapo; ya estaba con un par de dedos rozándome abajo y con la otra mano acariciando mis senos mientras el agua ardiendo, acaso no tanto como toda yo por dentro, se deslizaba por mi espalda y entre mis nalgas.
Al terminar, el vapor terminaba por dejar sin visibilidad a través del cristal. Cogía una toalla y me secaba dentro de la regadera, después la enredaba en mi cuerpo y salía de nuevo. La toalla cubría solo lo esencial; mis pechos apenas se contenían, desbordándose en cada paso que daba. Y debajo, la tela apenas cubría la naciente marca de mis nalgas que ahora se veía y después se ocultaba ante el vaivén de mis pasos y el viento que se colaba debajo.
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El jardín
No sé absolutamente nada de jardinería. Pero después de una semana y de pensar que era muy aburrido esperar dentro de la casa sin poder mostrarme a mi chico vecino sin parecer muy obvia, pensé que debía de encontrar una excusa para salir donde pudiera verme sin parecer que ya había descubierto que me espiaba y que además me gustaba. Y después de darle vueltas al asunto, tuve la idea de salir al patio a simular que trabajaba en el jardín. Mi admirador tenía poco viviendo al lado y supuse que no sabía aún que jamás en mi vida me había ocupado de esos asuntos y que de hecho, contábamos con un jardinero que venía cada cierto tiempo a ocuparse de esa tarea. Así que no me fue difícil arreglar la cuestión. Tomé el teléfono y marque a nuestro jardinero, un hombre mexicano ya rondando los 60 años y que siempre se había portado muy decente conmigo, más allá de las miraditas discretas cuando me volteaba y él creía seguro deleitarse con mi cuerpo sin que yo me enterará. Pero las miradas pesan, y más cuando están cargadas de deseo, y eso lo he aprendido muy bien en los últimos meses. En fin, aún así sus miradas siempre las sentí con deseo, sí, pero siempre con un toque inocente por su edad y nunca me llegaron a molestar.
-Felipe, habla Nancy, de Chester Hill.
– Ooh, hola señorita, ¿cómo ha estado?- me dijo con gusto en la voz
– Muy bien, gracias por preguntar Felipe-
– No es nada señorita. Pero, creo que no me toca ir a su casa hasta el próximo miércoles. ¿Pasó algo con el jardín? A ya se, son los rosales ¿verdad? El perro de los Ramírez se metió de nuevo al jardín ¿no es así?
– No Felipe, no son los rosales. Es solo que quería pedirte un favor- le dije con un tono coqueto, ese tono que según mi marido volvía loco a cualquier hombre
– Por supuesto que sí señorita, usted sabe que estoy a sus ordenes- dijo con sincero entusiasmo
– Sucede que he estado viendo algunos manuales de jardinería y me ha entrado una curiosidad repentina por esta. Solo quería pedirle que si podía ausentarse las próximas semanas. No se preocupe por su salario, se le pagará exactamente igual como si estuviera aquí.
– Pero señorita…
– Señora, Felipe, señora.
– Sí, sí, lo siento, es que es usted tan joven y tan bonita que lo olvido y…
– … No te preocupes Felipe.
– Claro. Pero señora ¿cómo podría hacer eso? no dudo que usted pueda tener un gran talento con esto, inclusive ser mejor que yo, con esas manos tan dulces que tiene señorit… Señora, pero, si su marido se entera que estoy cobrando sin trabajar temo que me regañe incluso me despida.- dijo con tono asustado
– No Felipe, si se llegara a enterar yo te protegeré tenlo por seguro. Pero eso no va a pasar, por qué de hecho, el no se enterará. El está muy ocupado estas semanas y solo viene un par de días entre semana y solo a dormir. Y no se enterará porque él piensa que todas esas ideas que se me ocurren repentinamente son solo caprichitos míos, así que se lo ocultaré esta vez ¿me entiendes? Así que no te preocupes que él no se enterará. Y tómate el descanso sin preocupaciones que jamás seré buena en esto como tú y cuando este caprichito como dice mi marido y que seguramente tiene razón, se me pase, volverás a trabajar aquí igual que siempre.
– Está bien señorita, cualquier cosa o duda no dude en llamarme. Qué tenga buen día.
Colgué y pensé que lo que me estaba pasando estaba llegando cada vez más lejos. Ahora estba afectando a terceras personas por este demencial juego de miradas y deseo que no sabía cómo se estaba volviendo cada vez tan grande como divertido.
Salir al jardín era de hecho el momento donde podía lucir mi guardarropa. Obviamente, no saldría al patio vestida como una puta, pues sabía que en gran medida el deseo que él sentía por mi estaba basado, además de mi cuerpo claro está, en lo tan inalcanzable que le resultaba al chico. Sabía que el ser una mujer casada con un hombre guapo y exitoso además de rico, ser una mujer que lo tenía todo, elegante y con una pinta de rica, hacían que le fuera más deseable todavía. Por lo tanto, mientras más elegante, decente y con clase me vistiera, más volvería locos los instintos de mi joven vecino. Claro, el vestir elegante no quiere decir que no fuera sexy, de hecho estaba dispuesta en convertirme en la mujer con clase más provocativa que hubiera conocido en su mocosa vida.
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Acosada
Para el segundo encuentro pasaron dos semanas con la misma rutina. Las mañanas en lencería, el baño de la mañana, las tardes en que salía a tomar aire fresco, el baño de las tardes y finalmente desnudarme frente la ventana de mi cuarto para ponerme ropa de dormir con las luces encendidas y dibujando mi silueta en las cortinas blancas cerradas de la ventana del balcón. Además, claro está, de los martes y viernes de arreglar el jardín.
Era esta última la actividad que me estaba fastidiando más. Porque aquí yo no estaba segura de si él me estaba espiando o no. Al principio no tenía duda de que sí lo haría debido a su empeño. Pero conforme fueron pasando los días llegué a dudar que fuera así. ¿Y si él no me miraba ahí? ¿Si él no tenía cómo verme de una manera cómoda? ¿Y si todas las veces en que vestía con unos shorts de mezclilla cortísimos adheridos a mi respingón trasero que terminaban en la naciente de mis glúteos, y con una camisa a cuadros de botones que parecían reventar ante la presión de mis redondos pechos, y me ponía a gatas a trabajar en los Rosales, él no estuviera tras las sombras para deleitarse? Era un pensamiento cansado, pero estaba decidida a no rendirme.
Un viernes dio resultado. Estaba vestida tan sexy como ya he dicho y estaba de pie descansando un poco bajo un árbol cuando el mocoso se atrevió a volver a mostrarse ante mí. Llevaba unos shorts deportivos holgados y un jersey blanco. Lucía algo nervioso pero parecía tratar de actuar de lo más normal. Salió botando un balón de Soccer y cuando se puso a mi altura en su lado del patio, miró hacia mí.
-Cielos, qué hermosa tarde- dijo sonriéndome y enarcando una ceja.
Yo me limité a fruncir el ceño y a poner cara de molesta. No dije nada y me dirigí de nuevo hacia donde había estado trabajando en los rosales. Al llegar ahí me puse de rodillas y pude sentir cómo mis shorts se escondían entre mis nalgas. Pude imaginarme su reacción, así que sonreí donde no pudiera verme hacerlo.
Volví a oír botar el balón. Me puse a gatas y empecé escarbar en la tierra con una pequeña pala de mano. Sabía que había desabrochado los primeros 3 botones de mi camisa, por lo que mis pechos salieron de la camisa y rejuntados por un liso sostén color blanco, se bamboleaban cada vez que escarbaba con la pala. Como ya he dicho, llevo el cabello corto a medio cuello y lacio, pero lo tengo algo abundante así que las puntas de mi rubio cabello se metían en mi boca o me cubrían la vista por lo que tenía que levantar el dorso y acomodarlo tras mis orejas de vez en cuando.
Estaba pensando en que quien me tenía inmersa en esta locura estaba viéndome en ese instante sin ocultarse de mí. Había salido de entre las sombras quien me tenía pensando tanto en el deseo la última semana. No era mi marido irónicamente, era el desagradable niño de junto, un mocoso de escasos 16 años que además de ser algo feo, era la segunda vez que lo veía tan claramente desde que llegó a la casa de al lado.
Pero las cosas eran como eran. Y no podía evitar excitarme tanto. Estando pensando en esto, no me percaté de que el balón había dejado de escucharse, así que volteé para ver qué ocurría y entonces vi una imagen que aún tengo grabada en mi mente. Ahí estaba el chico con su celular en la mano, aparentemente grabándome o tomándome fotos, con los ojos perdidos, casi en blanco, y con la otra mano tocándose la entrepierna donde ya se marcaba un considerable bulto. En ese momento no sé cómo pasó, pero olvidé por completo el juego, me paré tan rápido como pude y avancé hacia él con cara de enfadada. No era actuación, lo juro, el chico en mi juego, el que me tenía loca de deseo, el que lograba hacer que me tocara ardiendo por dentro no era ese que estaba observándome. El que me tenía obsesionada era invisible. Era solo un par de ojos en las sombras, tras unos binoculares, era una imagen difusa, solo era un cúmulo de deseo hacia mí.
Lo que estaba en el patio de alado, era un pervertido mocoso, que era flaco, feo, y encima grosero y estaba violando mi privacidad sacando fotos de mi culo y mis tetas.
-Hey! Tú! ¿Qué crees que haces escuincle grosero? Dije mientras me acercaba a él, que estaba como en shock y con la cara roja, había dejado tocarse.
– ¿Crees que puedes sacarme fotos empinada y tocarte como un enfermo mientras me ves a plena luz del día? -Le dije mientras me paraba frente a él. Yo no soy muy alta, pero él solo me llegaba hasta quizá la boca o nariz.
Seguía con la mirada perdida, aunque ahora miraba mis ojos fijamente, y el celular descansaba en su mano. Volteó a mirar su celular por unos segundos, y después lo puso en su bolsillo.
-¿Pero qué crees que haces? Dame ese celular ahora mismo mocoso, vas a borrar todas esas fotos y…
-Pe, pe, pe perdón- Se veía tan frágil, no podía creer que él, que ese niño aún, me tuviera tan, pero tan caliente las últimas semanas.
-¿Perdón? Estarás de broma, acabas de acosarme jovencito, y esto lo van a saber tus padres ¿Perdón? Y tienes suerte de que no se lo diré a mi marido, por qué no quiero hacer las cosas más grandes, pero él seguro que no se conformaría con un «perdón». ¿Crees que lo que hiciste, estar sacando fotos del culo de tu vecina se arregla con un perdón?
-n, n, n, no, no,- Decía tartamudeando mientras bajaba su vista por mis senos que estaban en su sostén blanco con los botones de mi camisa dejándolos libres, y se seguía por el resto de mi cuerpo.
-Claro que no, ¿y cómo te atreves a seguir mirándome así? Eres un grosero.
-No, no le pido, le pido perdón por, por, por eso.
-¿Ah no? ¿Entonces por qué? ¿por existir? Le dije realmente molesta, atrás quedaban los días de deseo, ese mocoso no era mi admirador.
-Le, le, pido, pi, le pido, perdón por, perdón por esto.- Puse cara de confundida y, sinceramente, la verdad es que no lo vi venir: dio un par de pasos y acabó con la distancia entre nosotros, después muy rápido me abrazó y me besó como un loco a punto de explotar en deseo. Bajó una de sus manos y la deslizó hasta mi trasero, tomó uno de mis glúteos y lo apretó con tanta fuerza que me hizo daño y me dejó una marca por días que me costó ocultársela a mi marido. Después, mientras seguía besándome, puso su otra mano en mi seno izquierdo y con su mano sobre mi sostén, apretó mi pecho como si fuera cualquier cosa menos una parte sensible de una mujer. El dolor era fuerte, pero me sentía tan apresada que no sé por qué en un segundo, en tan solo un segundo, mientras me tenía apretada por atrás y por delante, abrí más mis labios y rocé un par de veces su lengua joven con la mía; pude sentir cómo nuestras salivas que estaban a punto de hervir, se mezclaban y se deslizaban en partes iguales dentro de nuestras gargantas.
Después abrí mis ojos como platos, cerré mi boca y gruñí como un animal mientras me retorcía para zafarme de sus brazos. Era más pequeño que yo, pero la fuerza de su deseo lo hacía muy difícil de quitar. Al fin pude zafarme de sus brazos y lo golpeé con una cachetada que sonó casi en toda la calle, le dije que estaba loco y que se arrepentiría de eso. Él se alejó de mí lentamente, y recobrando la mirada inocente y de niño que tenía antes de que lo poseyera la excitación, se alejó corriendo con cara de asustado y una gigantesca erección bajo el shorts donde ya se dibujaba una mancha húmeda.
Quedé en shock y me llevé la mano al seno y a la nalga que me había lastimado segundos atrás y me sobé por el dolor que empezaba a sentir. Tendré que hablar con sus padres de esto, pensé.
Dejé las herramientas donde estaban y entre a la casa convencida de que esto se tenía que terminar. Ese escuincle se estaba saliendo de control, más adelante quién sabe de qué sería capaz. Estaba totalmente obsesionado y loco por mí. Sí, definitivamente esto tenía que terminar.
Entré a la casa con la firme intención de hablar a los vecinos y acabar con esto de una vez. Pero cuando estaba sentada ante el teléfono, ya no estaba tan Segura de querer que esto terminara. De hecho, estaba empezándome a tocar entre las piernas con el teléfono, y es que la forma en la que me había apresado me parecía ahora tan caliente que en pocos segundos terminé por tener un orgasmo, acaso el mejor de mi vida.
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