El diario de Pirucha
Nuevas facetas de la agitada y cachonda vida sexual de Pirucha en su agitado caminar por experiencias más allá de límites y barreras..
Dejaré la historia tal cual, sin la estructura habitual de este tipo de escritos. Así que ahí va tal cual se lee…
En la casa vecina, vivía una familia que tenía una sirvienta proveniente del campo. Era bajita, morenita, un poco gorda y muy pizpireta. Una mañana que miraba desde la muralla subido en una escalera y escondido detrás de las ramas de un árbol, apareció la Elsa, se levantó la falda y se puso a orinar en cuclillas. Se pasó la mano por el sexo, se puso de pie y se dirigió a la llave del agua, se lavó y se introdujo en la vivienda. Me di cuenta de que no usaba calzones y que se secaba con la mano. En los sectores rurales, lo que en la ciudad se acostumbra a realizar en el excusado era reemplazado por hacer las necesidades a campo traviesa. No siempre se dispone de papel higiénico o simplemente papel, usaban piedras, hojas o… la mano como en el caso de Elsa.
Desde ese día, la espiaba todas las mañanas, mientras ella orinaba, me masturbaba.
Creo que advirtió mi presencia, pero se hizo la desentendida, pues un cambio ocurrió a partir de entonces. Ya no se secaba y se iba, sino que, con las piernas entreabiertas, se acariciaba, se abría el coño dejando ver sus labios menores ocultos por los labios mayores poblados por una tupida maraña. Con lentitud al principio, para luego ir aumentando el ritmo y la intensidad. De pronto concluía, se bajaba la falda y se marchaba apresuradamente. Quedaba empalmado masturbándome con ansiedad hasta obtener el orgasmo casi con rabia.
Otra de las actividades que eran mi deleite, la descubrí un día de verano de mucho calor. En busca de un lugar fresco, había ido al último patio bajo las higueras que crecían a lo largo del canal de regadío que atravesaba los recintos de las viviendas para llegar a las plantaciones. Sentí unos extraños ruidos entre suspiros y gemidos. La curiosidad me llevó a subirme a una de las higueras para descubrir la causa.
La visión que tuve fue excitante: Elsa, desnuda, en medio de una salvaje danza, se bañaba en el chorro de una manguera que había instalado entre las ramas de una higuera. Se enjabonaba delicadamente sus partes íntimas y se dirigía hacia el chorro con lascivos movimientos como si se exhibiera ante alguien; se frotaba ardorosamente entre gemidos y suspiros. En ese instante, sus tetitas saltaban y sus nalgas temblaban al recibir los impactos del líquido. Su trasero me llamó la atención. Dos colinas de carne palpitante dejaban espacio a una hendidura que escondía un agujerito rosado y apretado que se abría cada vez que sus dedos se introducían para llevar jabón. Mi erección fue instantánea. De ahí en adelante fui ascendiendo en mis movimientos masturbatorios, con tal energía que un paso en falso y la rama de la higuera se quiebra y doy con mi humanidad en el suelo.
Afortunadamente, la chica no se percató de mi caída ni de que la espiaba como todas las mañanas. En mi mente quedó la imagen de esa ninfa campesina de culo prominente, tetitas juguetonas y un monte de Venus cubierto de tupido y negro vello púbico que se me abría en las matutinas orinadas, para darme vistas de su sexo mientras el caudal de su orina salía con fuerza y azotaba el suelo.
Las noches las pasaba urdiendo formas para dar el paso siguiente. Era una obsesión que crecía y se exacerbaba con aquellas sesiones de voyerismo y masturbación. Intuía que la muchacha sería complaciente y aceptaría consumar lo que era evidente, pues ambos nos deleitábamos con esa complicidad en que dábamos rienda suelta a nuestra libido.
Venía llegando del colegio, cuando la encontré en la puerta de su casa situada junto al portón de entrada lateral de la mía. La saludé y le dije que quería hablar con ella, pero no ahora, sino cuando fuera de noche que nos encontráramos en ese mismo lugar por el que transitaba solo la sirvienta y los trabajadores que venían de vez en cuando solo en el día. Sin mediar palabra, asintió con la cabeza gacha y un ligero rubor en las mejillas. Se dirigió al ingreso y se dio vueltas, levantó la mirada y me sonrió. No pude dejar de mirar el contoneo de su trasero. Desde ese momento, estuve empalmado esperando el momento del encuentro.
La tarde se hizo interminable. Intenté distraerme con la lectura de los libros que tenía a mi alcance. Solo podía sumergirme en las primeras líneas y volvía a mí la imagen de Elsa dándome vistas de su sexo o de su culo.
Cuando sirvieron la comida, la devoré rápidamente y me dirigí a mi cuarto con el pretexto de que tenía que estudiar. Cerré la puerta y abrí sigilosamente la ventana que daba al pasillo que llevaba al portón y esperé que la chica cumpliera su promesa.
Aunque me pareció un siglo, no pasaron sino algunos minutos, cuando la puerta se abrió lentamente. Intenté hilvanar algunas frases, pero me puso un dedo en los labios. Descubrí que ella ya sabía de qué se trataba la ´conversación´. Me acerqué a ella y se me apegó al cuerpo. Sentí la punta de sus pezones en mi pecho y ella debe haber sentido la erección, porque se levantó el vestido y se me ofreció. Con prisa le di libertad a mi miembro y lo guie para acceder a su vagina. Solo conseguía enredarse en su vello púbico. La mano de la chica lo cogió y la penetración fue facilitada por la humedad de su coño y la dureza de mi pene… Fue ingresando en etapas sucesivas hasta que, corroborado por los suspiros de Elsa supe que mi herramienta había llegado al tope y su acceso había sido total. Elsa por supuesto no era virgen. Un tío le había arrebatado su inocencia cuando la sorprendió bañándose desnuda en las aguas del riachuelo cercano a su vivienda. Oculto en las malezas, escondió sus ropas. Cuando Elsa salió del agua, no las encontró donde las había dejado. Salió el desalmado con ellas en la mano y con una exigencia perentoria. Solo las devolvería si seguía sus órdenes.
Cogió a la muchacha por un brazo y la condujo hasta unos matorrales en que la hizo hincarse y le folló la boca. Las arcadas de la chica no eran tomadas en cuenta por el rijoso y abusivo pariente. Una vez que se cansó del sexo oral, quiso completar su fechoría. Elsa pensó que eso sería todo. Nunca había sido penetrada. Con sus primos solo conocía mamadas mutuas o pajas, pero nada de penetración.
Cuando la obligó ponerse en cuatro, ya se dio cuenta que su sufrimiento recién comenzaba.
-Si te portas bien, te dejaré intacta tu conejita. Nada respondió. Sabía que era inútil el llanto o la súplica. Harían que su tormento fuera mayor. Ella ya sabía lo que ocurría con los genitales de las mujeres y qué les hacían los varones. Más de una vez, observaron las cópulas entre animales y algunas parejas que iban al río y follaban creyendo que estaban solos. Los chicos sabían esconderse muy bien para captar las incursiones de las parejas de amantes furtivos.
Sintió un escupitajo en su culo. Una mano que palmeó sus nalgas. Un dedo y luego otro, fueron ingresando a su canal excretor y lo preparaban para la intromisión contra natura.
No podía negar que el miedo y la excitación era una mezcla extraña de deseo y pudor. Solo que siempre la víctima termina por ceder al impulso lujurioso y se rinde ante el violador sin oponer resistencia. Elsa no pudo reprimir un gesto de dolor cuando su recto fue penetrado y gimió. El invasor se quedó inmóvil un momento, pero de pronto su erección fue más rígida y creció en tamaño. Lo extraño es que cuando se reinició el ataque, ya no era doloroso. Sintió que su esfínter se había distendido y ya no impedía salir o entrar al ariete. Una oleada de raro calorcillo la invadió. Ya no deseaba que la faena terminara, sino que se prolongara todo lo posible para mantener esa extraña sensación de estar participando en la lucha desigual entre el violador y su víctima.
Concluyó con fuertes y calientes chorros de semen en su intestino. Cuando el pene fue retirado, el líquido seminal se escurrió por sus piernas provocando un morbo especial en la muchacha. Sintió entonces como se contraía algo en el interior de su vagina que, aunque no había sido tocada y permanecía virgen, no dudó en manipular para impedir que terminara.
-Toma. El sujeto le lanzó sus ropas y se dirigió al lugar en que había dejado su cabalgadura.
Elsa sintió el galope y recién se sumergió en las aguas purificadoras. Se secó con parte de su ropa y se puso el vestido y emprendió el regreso a su casa. Al menos -pensaba- su vagina no había sido penetrada y estaba aún intacta. No sabía que le duraría muy poco ese estado. Entrada la noche y mientras dormía en un apartado lugar de la casa, fue despertada bruscamente. Le taparon la boca mientras la conminaron a no emitir ningún sonido.
El malvado había vuelto a concretar su tarea. El aliento alcohólico le indicaban que no cejaría hasta obtener el virgo de Elsa. Estoicamente se abrió de piernas y levantó la pelvis para facilitar la penetración. La humedad de su sexo no pasó inadvertida por el hombre que vio considerablemente favorecida su acción por la involuntaria disposición de entrega de la chica.
El coito no fue breve, sin embargo, sino todo lo contrario. Fueron largos momentos de tortura reiniciada cada vez que creía que terminaba.
Después de aquello, Elsa decidió que nunca más sería violada y ella buscaría quién o quiénes serían objeto de su reciente decisión. En efecto, sus primos recibieron los beneficios sexuales que implicaba.
En mi caso, la iniciativa la llevé siempre yo, pero la chica me daba su consentimiento y alentaba cada paso que daba.
Aún estaba dentro de ella, mi pene acomodado en su vagina tibia y húmeda, cuando me sacó de su interior y se dio vuelta colocando mi sexo entre sus nalgas. Entendí que deseaba ser sodomizada. Mi pene se endureció como el acero y se dispuso a penetrar la estrecha entrada pecadora. Sin dar un solo gemido recibió en su funda la ardiente espada de mis ímpetus. Sentía que me apretaba con fuerza como si de verdad me lo mamara. Sentía los movimientos de su mano con que se masturbaba. Cada estremecimiento iba acompañado de apretones en mi órgano viril.
Y habríamos estado mucho tiempo más follando, cuando sentimos un ruido y los pasos de la sirvienta. Me tengo que ir- dijo Elsa y se arregló el vestido y se fue sigilosamente. Pero la criada alcanzó a ver el movimiento de la puerta y con un dejo de enojo me advirtió que ello podía enfermarme de TBC. Me cerré rápidamente la bragueta y sin mediar palabra me fui a mi dormitorio a rumiar lo que había pasado.
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