el joven de al lado
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Anonimo.
Parte 1
[[[ 1 ]]]
La princesa y la señora de sesenta y tantos años
Sin duda alguna me arrepiento de lo sucedido.
A consecuencia de ello he sufrido castigos tanto físicos como morales.
Pero cuando recuerdo con detalle ese momento, no puedo evitar tocarme.
Mi nombre es Nancy
Tengo 28 años y vivo en Denver.
Hace mas de cuatro años que estoy casada con un exitoso abogado.
En los últimos años nuestra economía se ha visto bastante bien remunerada, y es por ello que hace poco más de dos años nos mudamos a un hermoso barrio privado a las orillas de la ciudad.
El lugar se llama chester hill, y es un lujoso conjunto de casas de estilos extravagantes.
Aquí me he sentido como una Reyna.
La casa cuenta con dos pisos de techo alto, varias recamaras y baños lujosos.
El patio trasero es muy bello y cuenta con una espaciosa piscina.
Por todo esto, no cabe duda que, de la vida que me da mi marido no me puedo quejar.
Y para redondear el asunto, de él tampoco.
Él es un tipo bastante bueno.
Es guapo a su manera.
Formal, alegre, educado y me parece que no tengo dudas que también me es fiel.
Me trata como a una princesa.
Me compra todo lo que le pido y no puedo evitar sentirme súper chiflada.
Es por eso que no puedo si no mas que reprocharme el porque me comporté así, el porque le fallé así.
No suelo tener muchas amigas.
Y en estos momentos donde me he sentido tan confundida me he dado cuenta de que quizá no tenga ninguna.
La única que recuerdo en los últimos años, o al menos la más cercana a serlo, fue una señora de sesenta y tantos años que fue mi vecina hace unos meses.
Era una señora algo solitaria (a excepción de sus diez gatos), senil y sorda.
Pero a pesar de ello, ahora estoy convencida de que extraño su compañía.
Desde el momento que me mudé aquí, me recibió con un enorme pastel de fresa para mí y mi marido.
Y regularmente me visitaba para asegurarse de que todo estuviera bien.
Decía que aunque este fuera un barrio muy seguro, siempre existía la posibilidad de que una chica tan guapa y joven corriera peligro estando sola.
Y es que aveces pasaba varias noches sola cuando mi marido salía de viaje.
También he extrañado las mañanas de café con una rebanada de pastel (para variar) sentadas en la cocina platicando de todo un poco.
Su compañía era la válvula de escape a mis cavilaciones, que ahora que estoy sola, muy a menudo me asaltan para tentar la razón.
Y son estas las que echan a perder el trabajo que la virtud y la moral hacen en mí, hundiendo por las noches, lo que con tanto esfuerzo elevan estas en el día.
Tales pensamientos no son otros que los de poner en tela de juicio mi satisfacción marital.
Si bien he dicho ya que mi marido es un hombre intachable en todos los sentidos, es en el aspecto sexual en el que el demonio siembra sus dudas.
De ninguna manera puede decirse que mi marido es malo en la cama.
Él tiene todos los aspectos que pudiera otorgarse a un llamado buen amante; buen tamaño (que a mí sí que me importa), buena duración sin ser exagerada, delicadeza, condescendencia, en fin, es un caballero.
Pero como todo caballero, hay ciertos tabúes que los dogmas morales que su familia implantó en él no lo dejan romper.
Actos que, ahora mismo ya no se si afortunada o desgraciadamente pude conocer antes de casarme con algunos de los novios que tuve.
A mi marido cosas como el sexo oral o el sexo anal no le gustan.
Vamos, imagino que como todo hombre deben de gustarle, pero está resuelto a no faltarme al respeto de esa manera bajo ninguna circunstancia.
El sexo oral le parece un acto sucio hacia mi boca, Jamás fui muy insistente en realizárselo, pero aunque se lo pedí alguna vez, se negaba y cambiaba de tema.
Ahora me doy cuenta que realmente es una necesidad en mi.
Sentir la carne entre mi boca es una de las cosas que mas caliente puede ponerme.
Con el sexo anal pasa igual, a él le parece una aberración.
Dice que soy su esposa, no una cualquiera.
Y en este caso, aunque en mi época de soltera llegué a disfrutarlo mucho con un novio, no fue algo que le pidiera tanto como el sexo oral, puesto que no lo sentía como una necesidad (ahora enteramente sí) y por eso la única vez que se lo mencioné y se negó rotundamente, no se volvió a tocar el tema.
Mi debacle como esposa comenzó hace 1 año y meses.
Mi vecina, la señora de sesenta y tantos, tocó la puerta de mi casa, abrí y la vi en el umbral como el día en que llegue a esta casa; con un pastel en las manos y 2 gatos rodeándole los pies.
Minutos más tarde estaba contándome que se mudaba de la ciudad.
Una casa tan grande para una señora de sesenta y tantos años era algo tanto deprimente como peligroso, así que había llegado a la conclusión de mudarse con una sobrina.
En ese momento no me sentí triste.
Después de los protocolarios; que le vaya bien y los hipócritas; te voy a extrañar, la acompañé a la puerta y la despedí sacudiendo la mano mientras se alejaba cojeando por la banqueta.
La vecina terminó de mudarse en 3 días, eso fue un miércoles, y la casa estuvo ocupada de nueva cuenta el domingo.
Mis nuevos vecinos eran una típica familia americana.
El jefe de la familia era un obeso hombre de negocios, con anteojos y severa calvicie a sus aparentes 50 años.
Su mujer era una señora de unos 40 años, con una cara de culo, y unos modos de realeza que quedaban en el piso al ver el mal gusto que tenía en vestir.
Al parecer eran una familia que hace no mucho tiempo que contaban con tantos recursos.
El último integrante de la familia, si no contamos a un asqueroso y pulgoso perro (no me gustan los gatos, pero los prefiero a este animal), era un chico de 15 o quizá 16 años, aún no lo sé.
Era esos críos que tenían toda la pinta de ser un ratón de biblioteca.
Era al igual que el padre, alto, tenía un peinado de lo más nerd, era muy delgado (contrario al papá), llevaba gafas, tenia el rostro lleno de espinillas y aunque no era un mounstro, no era muy guapo.
A grandes rasgos ellos eran mis nuevos vecinos.
[[[ 2 ]]]
Bienvenidos
Al día siguiente, haciendo honor al recuerdo de la otrora mi vecina; la señora de sesenta y tantos, me propuse cocinar un pastel para los nuevos vecinos como la mencionada anciana lo hubiera hecho.
Como no estoy acostumbrada a cocinar, esta empresa me llevó más tiempo que a muchas personas, pero cerca de las once de la mañana, tenía en mi mesa un aceptable pastel de vainilla, que si sabía como se veía, mi ex vecina estaría orgullosa de mí.
La verdad, aunque me gusta que los hombres me miren, no suelo salir a la calle con poca ropa, pero como se trataba de la casa de al lado, y como mientras comenzaba a cocinar, cerca de las 9 de la mañana, había visto salir al obeso de mi vecino en su coche y aún no se veía en la terraza, decidí por pereza ir como estaba vestida.
Tenía una ropa bastante cómoda para poder relajarme mientras cocinaba.
Llevaba una blusa de tirantes muy ajustada color blanca y no usaba sostén, y unos shorts de tela color rosa bastante cortitos y que se me metían entre las nalgas apenas daba un par de pasos después de haberlo acomodado.
Mi trasero no era ninguna enormidad, pero si era bastante generoso, respingón y redondeado.
Mérito más por mi afición al ejercicio que a mis genes.
También gracias al ejercicio, tenía unas piernas gruesas que lucían fantásticas con ese tipo de shorts.
Eran de hecho los shorts que usaba para volver loco a mi marido cuando tenía ganas de sexo y quería provocarlo.
No soy chaparra pero no mido mas de 1.
67, y soy y he sido delgada desde niña.
Esto hizo que en mi adolescencia cuando me empezaron a crecer los senos, resaltaran mucho más.
Y esto, el tener unos pechos naturalmente considerables, es de las pocas cosas que no debo al ejercicio si no únicamente al bendito A.
D.
N.
Me calcé unas sencillas sandalias y con pastel en mano salí al patio.
Era una mañana fantástica y soleada.
Era mediados de mayo pero la brisa estaba un poco fresca así que me reproche por salir tan destapada.
No tengo cabello largo, mi cabello es rubio y lacio, y siempre lo he llevado corto hasta medio cuello.
Aún así, el viento lo revolvía en mi rostro y por tener cargando con ambas manos el pastel, tenía que agachar el rostro para poder ver.
Llegué frente a la casa de a lado que tantas veces había visitado antes.
Me enfilé a la puerta y toqué el timbre.
El sonido sonó dentro de la casa tres veces y 8 segundos después, escuché pasos rápidos bajando las escaleras.
Esta mujer tiene condición la muy perra, pensé.
Escuché correrse 3 cerrojos (ya había dicho antes que la antigua propietaria era muy temerosa), y se abrió la puerta frente a mí.
Parado frente a mi estaba el miope y cacarizo hijo de los vecinos.
Tras sus muy graduadas gafas pude ver sus ojos abrirse como platos de sorpresa y deslizó la mirada rápidamente a mis senos para volver a verme a la cara después.
Me olvidé del estúpido mocoso, pensé.
– Buenos días, soy Nancy, su vecina.
–
Le dije mientras maniobraba el pastel con una mano para con la otra tenderle la mano.
Él me dio la mano y me saludó despacio al principio y después afanosamente de arriba abajo.
Mire que volvía a verme los pechos y entonces me di cuenta.
Tus senos están botando estúpida, por eso te sacude así.
Así que le solté la mano bruscamente y seguí hablando.
-¿se encuentra en casa tu mamá?
Le dije mientras en un acto de pudor intentaba con una mano subirme el escote, pero la gravedad y la falta de sostén hacían inútil el trabajo y volvía a bajarse quizá más que antes.
Él me miraba alternando entre los ojos y los pechos y empezó a hablar entre balbuceos
-nnn, nnn, nnn-o, no se encuentra, Sa, sa, salió de compras.
–
– oh! Lástima.
les traje este pastel, es un regalo de parte mío y de mi marido para darles la bienvenida.
Espero poder conocer a tu mamá en otra ocasión.
–
-gra, gra, gracias.
–
Soltó mientras miraba mis senos fijamente.
Cuando notó de reojo que fruncí el ceño algo molesta, volvió a mirarme los ojos algo avergonzado y con la cara roja.
-¿y bien? ¿No vas a tomar el pastel?-
Le reclamé después de como 5 segundos donde solo estaba viéndome.
-si pe, pe, perdón.
Gracias!-
Tomó el pastel y me sonrió
-de nada-
Le dije en tono molesta.
Di la media vuelta y me fui sin más por el camino de entrada.
Que mocoso tan desagradable me parecía aquel chico, de seguro jamás tendrá novia, me dije.
Seguí avanzando y al llegar a la acera volteé a la puerta y ahí estaba aún el chico ese.
Estaba mirándome fijamente el trasero.
Con una mano sostenía el pastel y con la otra, me pareció ver, antes de que el marco de la puerta me tapara la vista, que estaba frotándose entre las piernas donde en su pantalón, se empezaba a notar algo abultado.
¡Ja!, que chiquillo tan insolente, me dije, y apreté el paso.
Cuando cerré la puerta de mi casa tras de mí, pensaba que muy a pesar de quien fuera, el hecho mismo en su más pura esencia de ser deseada por otro, no era tan desagradable.
[[[ 3 ]]]
Mi juego
Quizá una de las coincidencias mas fatídicas en este caso, fuera la que representó que en este tiempo, mi marido tuvo más viajes de negocios que nunca.
Y las pocas veces que estaba en casa, estaba cansado.
Jamás y aun ahora lo pienso así, he llegado a pensar que me era infiel, pero lo cierto es que antes nunca dejaba pasar una oportunidad para hacerme el amor, y ahora o estaba cansado o simplemente no estaba.
No busco con esto poner una excusa, pero pasar tanto tiempo sola hacia necesario sentirme una mujer atractiva.
Mi marido sabía que no tenía familia ni amigas, y que comida y todo lo que necesitaba era llevado a la casa por una asistente de él.
Por eso no podía salir casi nunca de la casa, porque aunque mi esposo no fuera un hombre celoso, sería sospechoso que su asistente que venia seguido sin avisar, le dijera que varias veces no me halló en casa.
Además de que él podía rastrear mi teléfono celular y saber dónde me encontraba cuando él lo deseara.
A así que hice de mi único admirador a mi alcance, mi juego de distracción.
Debo reconocer que el mocoso era muy inteligente al igual que insistente.
Un par de semanas después de su llegada, se atravesaron las vacaciones de verano, y él pudo dedicarse día, tarde y noche a la tarea de observarme.
Para estas fechas él ya había realizado un registro exacto de todos mis horarios y rutinas, así como un mapa completo de donde poder realizar todos los contactos visuales posibles conmigo.
El primero de ellos era la ventana de mi habitación, ésta daba exactamente frente a la suya (además con suerte el estúpido).
Sabía muy bien que todas las mañanas entre las 8 y 8 y cuarto de hora, abría las cortinas de mi ventana.
Salía tal cual me despertaba, a veces con una bata muy escotada, o a veces solo con un diminuto sostén que se esforzaban en la titánica tarea de contener mis abundantes senos.
Me asomaba en la ventana y dejaba que el viento me diera en el rostro.
m, tomaba aire fresco y disfrutaba la vista.
Todo este ritual me llevaba cerca de 5 minutos, y estos eran para mi espía, 300 segundos de oro molido.
Tardé unos días en darme cuenta, 4 días después de que salieran de vacaciones para ser exactos.
Ese día me deslumbró un reflejo en el rostro, traté de seguir el rastro del resplandor y lo encontré para mi poca sorpresa en la ventana de enfrente.
Cuando sonreí en aquella dirección, las cortinas se movieron y cerraron más.
Desde esa vez, no ha habido un solo día que el reflejo de sus gafas no me deslumbre el rostro por las mañanas.
[[[ 4 ]]]
Mi espía
No recuerdo el momento exacto en el que todo esto empezó a parecerme divertido.
Solo se que cuando descubrí que también me miraba mientras estaba en el cuarto de baño, el asunto comenzó a parecerme picante.
Sucedió dos días después dé percatarme que me espiaba en la ventana por las mañanas.
Mi cuarto de baño es muy amplio y lujoso.
Tiene mosaicos color beiges con vivos cafés.
En una orilla tenemos un hermoso jacuzzi de mármol, en el otro extremo un w/c de el mismo material y en el centro de la habitación se sitúa nuestra regadera.
Ésta está elevada por un escalón, y está cerrada por un cubículo de cristal semi transparente.
Cristal del tipo de visibilidad borrosa, semejante a un espejo al empañarse.
La habitación tiene un balcón de unos dos metros de ancho por medio metro de saliente.
Y este balcón está detrás de una puerta corrediza horizontalmente también de cristal pero limpio y transparente.
Obviamente esta puerta del balcón esta siempre cubierta por unas elegantes cortinas doradas.
Pero esta obviedad estaba dejando de serlo tanto.
No solía salir al balcón mencionado, desde que dejé el vicio de fumar.
Ahora solo salía muy pocas veces y ya vestida, para respirar un poco cuando el vapor me sofocaba.
Ese día lo hice.
Llevaba puesto unas mayas deportivas blancas y un top ajustado negro.
Recién me había cambiado y salí descalza a respirar un poco.
Mirando la casa que me quedaba de frente, que no era otra si no la de el insistente mocoso, pensaba en que era lo que a una mujer le parecía interesante de ser deseada.
Una mujer necesita sentirse bonita es verdad, pero el ego en sí mismo seguía siendo tan misterioso en las psiques humanas para mi corta capacidad filosófica.
Estando entregada a estas ideas, un rayo de luz cruzó fugaz mi memoria y abrí los ojos como globos.
Recordé las mañanas de café con la señora de sesenta y tantos, en aquellos días que mi marido estaba en casa.
Solía estar preocupada porque mi marido se levantara y no estuviera el desayuno listo, no es que fuera a enojarse, pero tenía tantas atenciones de su parte, que no podía bajo ninguna circunstancia fallarle yo en alguna.
Después de varias veces que mi vecina me vio nerviosa, me pregunto por qué salía hacia mi casa repentinamente y regresaba tantas veces.
Le expliqué el caso y el porqué no podía simplemente llamarlo por temor a despertarlo.
Me preguntó cuál era su rutina y le comenté que después de despertar, tomaba una ducha y bajaba a desayunar.
Perfecto, me dijo; Solo tienes que ir una vez, corre la cortina que da al balcón de tu baño, y regresa aquí.
Quise replicar que eso en qué ayudaría, pero insistió en que lo hiciera y regresara.
Después de hacerlo y de paso constatar que seguía dormido, regresé con la vecina y le pedí que me explicara el asunto.
Ella se limitó a levantarse y a pedirme que la siguiera al piso de arriba.
En la primera habitación a la derecha se encontraba el cuarto de lavado, entramos y nos dirigimos a una pequeña ventana, ella corrió la cortina y quedamos de frente al balcón y a la puerta que da al baño de mi casa.
Ahí está, me dijo.
Puedes ver que no hay nadie en la regadera ni en la habitación, así que solo tienes que ver por aquí de vez en cuando, y así evitas dar tantas vueltas que te harán quedar exhausta.
Cómo no se me había ocurrido antes.
Volteé y entrecerré los ojos para enfocar bien aquella ventana pequeña en la casa vecina.
No tardé un segundo cuando pude distinguir un par de binoculares a un lado de la cortina.
No quise asustarlo, así que desvíe la mirada rápido.
Me parecía que ese mocoso estaba realmente enfocado en su trabajo de espionaje, así que pensé que no tenía nada de malo darle un pequeño premio por su empeño.
Bajé la mirada hacia mis senos, y empecé a acomodarlos.
Levanté mis dos manos y puse una en cada pecho levantándolos desde la parte de abajo.
Después levante un pecho, luego lo baje y levante el otro, y repetí la operación cada vez más rápido.
Sentía el peso y la carnosidad de mis pechos en mis manos.
El escote de mi top era muy apretado así que no se bajaba de lugar por lo que me decidí a ayudar un poco.
Bajé el escote con mi mano hasta que la sombra rosada de la aureola de mi pequeño pezón empezó a asomarse.
Hasta ahí era suficiente.
Quité las manos de mis pechos y me alisé las mayas.
Me di la vuelta y simulé que algo se me había caído, entonces muy lentamente, de la manera más excitante posible, fui doblándome hacia abajo dejando mi trasero en lo alto.
Ya estando completamente empinada, balanceé de un lado a otro mis glúteos simulando ganas de hacer del baño.
Después me recompuse muy despacio y desaparecí tras las cortinas.
Parte 2
[[[ 5 ]]]
Nuestra rutina
Después del episodio del baño con mi joven espía, empecé a caer poco a poco en su juego de manera sistematizada.
En las mañanas salía con lencería de encaje de lo más sensual al balcón de mi recámara.
Conjuntos de dos piezas y de colores oscuros como negro, guindo, o azules oscuros que resaltaban en mi piel extremadamente blanca, y que coronaba con una cortita bata de seda semi transparente para no parecer muy exagerada.
No quería que el mocoso se diera cuenta de que yo estaba consciente de su acoso.
Ese era en resumen la parte esencial del juego, de mi juego; él debía sentirse alerta todo el tiempo, sentir la adrenalina de no ser atrapado en sus perversiones.
Debía permanecer como un espía entre las sombras y nunca saber que fue descubierto.
Es por eso que me divertía siendo lo más sensual que podía sin dejar de parecer natural.
Pocas veces volteaba en su dirección y trataba de hacer movimientos casuales que en el fondo sabía que lo estarían volviendo loco.
En esas mañanas salía con cara soñolienta y después de tomar una gran bocanada de aire matinal, en donde mis pulmones se llenaban sacando así mis abundantes senos a flote entre el escote de mi bata, procedía a realizar una serie de estiramientos que a decir verdad ya los realizaba antes de esta locura pero que ciertamente no de una manera tan provocativa como entonces, y menos en el balcón.
Estos movimientos consistían primero en girar mi cuello de manera lenta en círculos, después en entrelazar mis manos y levantándolas hasta arriba, proceder a arquear mi espalda lo más posible sacando mis redondos pechos y levantando mi trasero poniéndome de puntitas; todo esto estando o bien de perfil, o bien de espaldas a la casa vecina.
Otros ejercicios que tenía en esa rutina era girar mis caderas lentamente, utilizar mi elasticidad para subir ahora un pie, después el otro, sobre el barandal del balcón inclinándome hacia enfrente para tocar la punta de mi pie y dejar salir mis senos.
Y hacer sentadillas lentas y sensuales, o simplemente empinarme para tocarme la punta de mis pies.
Toda esta rutina no duraba más de 15 minutos pero sé que eran 15 minutos de mi tiempo que hacían arder en deseo a un joven morboso, y eso, cuanto más lo pensaba, hacía que un ligero cosquilleo empezará a nacer en mi entrepierna.
El segundo encuentro visual con él, como ya mencioné, sucedía en el cuarto de baño.
Aún con el conjunto encima, aunque algunas veces, cuando me sentía algo más divertida, sin la bata de seda encima, llegaba hasta el balcón del baño y abría las cortinas para dejar entrar la luz del sol.
Después emprendía el viaje de regreso hacia la regadera caminando lo más cadenciosamente posible y moviendo mi trasero, que según mi marido, lucía espectacular con esas bragas que se escondían entre mis glúteos.
No me desnudaba si no hasta ya estar dentro de la regadera, que como ya lo dije antes, era un cubículo en el centro de la habitación de un cristal transparente pero de visibilidad opaca, distorsionada, y que podía verse perfectamente desde la casa de enfrente.
No me desnudaba ante él porque quería que deseara mi cuerpo más y más cada vez.
Que imaginara día y noche cada parte de mi y que construyera con su mente cada rincón de mi cuerpo que él no había alcanzado a ver aún.
Mi cuerpo a través del cristal dibujaba solamente mi silueta, e imaginaba mientras me bañaba que su sexo adolescente iba poniéndose más y más duro mientras me contemplaba.
Casi podía verlo gotear por mí, y antes de reprocharme esos pensamientos tan absurdos, de un chico al que le llevaba más de 10 años de edad y que además no era para nada guapo; ya estaba con un par de dedos rozándome abajo y con la otra mano acariciando mis senos mientras el agua ardiendo, acaso no tanto como toda yo por dentro, se deslizaba por mi espalda y entre mis nalgas.
Al terminar, el vapor terminaba por dejar sin visibilidad a través del cristal.
Cogía una toalla y me secaba dentro de la regadera, después la enredaba en mi cuerpo y salía de nuevo.
La toalla cubría solo lo esencial; mis pechos apenas se contenían, desbordándose en cada paso que daba.
Y debajo, la tela apenas cubría la naciente marca de mis nalgas que ahora se veía y después se ocultaba ante el vaivén de mis pasos y el viento que se colaba debajo.
[[[ 6 ]]]
El jardín
No sé absolutamente nada de jardinería.
Pero después de una semana y de pensar que era muy aburrido esperar dentro de la casa sin poder mostrarme a mi vecino espía sin parecer muy obvia, pensé que debía de encontrar una excusa para salir donde pudiera verme sin parecer que ya había descubierto que me espiaba y que además me gustaba.
Y después de darle vueltas al asunto, tuve la idea de salir al patio a simular que trabajaba en el jardín.
Mi admirador tenía poco viviendo al lado y supuse que no sabía aún que jamás en mi vida me había ocupado de esos asuntos y que de hecho, contábamos con un jardinero que venía cada cierto tiempo a ocuparse de esa tarea.
Así que no me fue difícil arreglar la cuestión.
Tomé el teléfono y marque a nuestro jardinero, un hombre mexicano ya rondando los 60 años y que siempre se había portado muy decente conmigo, más allá de las miraditas discretas cuando me volteaba y él creía seguro deleitarse con mi cuerpo sin que yo me enterará.
Pero las miradas pesan, y más cuando están cargadas de deseo, y eso lo he aprendido muy bien en los últimos meses.
En fin, aún así sus miradas siempre las sentí con deseo, sí, pero siempre con un toque inocente por su edad y nunca me llegaron a molestar.
-Felipe, habla Nancy de Chester Hill.
– Ooh, hola señorita, ¿cómo ha estado?- me dijo con gusto en la voz
– Muy bien, gracias por preguntar Felipe-
– No es nada señorita.
Pero, creo que no me toca ir a su casa hasta el próximo miércoles.
¿Pasó algo con el jardín? A ya se, son los rosales ¿verdad? El perro de los Ramírez se metió de nuevo al jardín ¿no es así?
– No Felipe, no son los rosales.
Es solo que quería pedirte un favor- le dije con un tono coqueto, ese tono que según mi marido volvía loco a cualquier hombre
– Por supuesto que sí señorita, usted sabe que estoy a sus ordenes- dijo con sincero entusiasmo
– Sucede que he estado viendo algunos manuales de jardinería y me ha entrado una curiosidad repentina por esta.
Solo quería pedirle que si podía ausentarse las próximas semanas.
No se preocupe por su salario, se le pagará exactamente igual como si estuviera aquí.
– Pero señorita…
– Señora, Felipe, señora.
– Sí, sí, lo siento, es que es usted tan joven y tan bonita que lo olvido y…
– … No te preocupes Felipe.
– Claro.
Pero señora ¿cómo podría hacer eso? no dudo que usted pueda tener un gran talento con esto, inclusive ser mejor que yo, con esas manos tan dulces que tiene señorit… Señora, pero, si su marido se entera que estoy cobrando sin trabajar temo que me regañe incluso me despida.
– dijo con tono asustado
– No Felipe, si se llegara a enterar yo te protegeré tenlo por seguro.
Pero eso no va a pasar, por qué de hecho, el no se enterará.
El está muy ocupado estas semanas y solo viene un par de días entre semana y solo a dormir.
Y no se enterará porque él piensa que todas esas ideas que se me ocurren repentinamente son solo caprichitos míos, así que se lo ocultaré esta vez ¿me entiendes? Así que no te preocupes que él no se enterará.
Y tómate el descanso sin preocupaciones que jamás seré buena en esto como tú y cuando este caprichito como dice mi marido y que seguramente tiene razón, se me pase, volverás a trabajar aquí igual que siempre.
– Está bien señorita, cualquier cosa o duda no dude en llamarme.
Qué tenga buen día.
Colgué y pensé que lo que me estaba pasando estaba llegando cada vez más lejos.
Ahora estba afectando a terceras personas por este demencial juego de miradas y deseo que no sabía cómo se estaba volviendo cada vez tan grande como divertido.
Salir al jardín era de hecho el momento donde podía lucir mi guardarropa.
Obviamente, no saldría al patio vestida como una puta, pues sabía que en gran medida el deseo que él sentía por mi estaba basado, además de mi cuerpo claro está, en lo tan inalcanzable que le resultaba al chico.
Sabía que el ser una mujer casada con un hombre guapo y exitoso además de rico, ser una mujer que lo tenía todo, elegante y con una pinta de rica, hacían que le fuera más deseable todavía.
Por lo tanto, mientras más elegante, decente y con clase me vistiera, más volvería loco los instintos de mi joven vecino voyerista.
Claro, el vestir elegante no quiere decir que no fuera sexy, de hecho estaba dispuesta en convertirme en la mujer con clase más provocativa que hubiera conocido en su mocosa vida.
[[[ 7 ]]]
Acosada
Para el segundo encuentro pasaron dos semanas con la misma rutina.
Las mañanas en lencería, el baño de la mañana, las tardes en que salía a tomar aire fresco, el baño de las tardes y finalmente desnudarme frente la ventana de mi cuarto para ponerme ropa de dormir con las luces encendidas y dibujando mi silueta en las cortinas blancas cerradas de la ventana del balcón.
Además, claro está, de los martes y viernes de arreglar el jardín.
Era esta última la actividad que me estaba fastidiando más.
Porque aquí yo no estaba segura de si él me estaba espiando o no.
Al principio no tenía duda de que sí lo haría debido a su empeño.
Pero conforme fueron pasando los días llegué a dudar que fuera así.
¿Y si él no me miraba ahí? ¿Si él no tenía cómo verme de una manera cómoda? ¿Y si todas las veces en que vestía con unos shorts de mezclilla cortísimos adheridos a mi respingón trasero que terminaban en la naciente de mis glúteos, y con una camisa a cuadros de botones que parecían reventar ante la presión de mis redondos pechos, y me ponía a gatas a trabajar en los Rosales, él no estuviera tras las sombras para deleitarse? Era un pensamiento cansado, pero estaba decidida a no rendirme.
Un viernes dio resultado.
Estaba vestida tan sexy como ya he dicho y estaba de pie descansando un poco bajo un árbol cuando el mocoso se atrevió a volver a mostrarse ante mí.
Llevaba unos shorts deportivos holgados y un jersey blanco.
Lucía algo nervioso pero parecía tratar de actuar de lo más normal.
Salió botando un balón de Soccer y cuando se puso a mi altura en su lado del patio, miró hacia mí.
-Cielos, qué hermosa tarde- dijo sonriéndome y enarcando una ceja.
Yo me limité a fruncir el ceño y a poner cara de molesta.
No dije nada y me dirigí de nuevo hacia donde había estado trabajando en los rosales.
Al llegar ahí me puse de rodillas y pude sentir cómo mis shorts se escondían entre mis nalgas.
Pude imaginarme su reacción, así que sonreí donde no pudiera verme hacerlo.
Volví a oír botar el balón.
Me puse a gatas y empecé escarbar en la tierra con una pequeña pala de mano.
Sabía que había desabrochado los primeros 3 botones de mi camisa, por lo que mis pechos salieron de la camisa y rejuntados por un liso sostén color blanco, se bamboleaban cada vez que escarbaba con la pala.
Como ya he dicho, llevo el cabello corto a medio cuello y lacio, pero lo tengo algo abundante así que las puntas de mi rubio cabello se metían en mi boca o me cubrían la vista por lo que tenía que levantar el dorso y acomodarlo tras mis orejas de vez en cuando.
Estaba pensando en que quien me tenía inmersa en esta locura estaba viéndome en ese instante sin ocultarse de mí.
Había salido de entre las sombras quien me tenía pensando tanto en el deseo la última semana.
No era mi marido irónicamente, era mi vecino voyerista, un mocoso de escasos 18 años que además de ser algo feo, era la segunda vez que lo veía tan claramente desde que llegó a la casa de al lado.
Pero las cosas eran como eran.
Y no podía evitar excitarme tanto.
Estando pensando en esto no me percaté de que el balón había dejado de escucharse, así que volteé para ver qué ocurría y entonces vi una imagen que aún tengo grabada en mi mente.
Ahí estaba el chico con su celular en la mano, aparentemente grabándome o tomándome fotos, con los ojos perdidos, casi en blanco, y con la otra mano tocándose la entrepierna donde ya se marcaba un considerable bulto.
En ese momento no sé cómo pasó, pero olvidé por completo el juego, me paré tan rápido como pude y avancé hacia él con cara de enfadada.
No era actuación, lo juro, el chico en mi juego, el que me tenía loca de deseo, el que lograba hacer que me tocara ardiendo por dentro no era ese que estaba observándome.
El que me tenía obsesionada era invisible.
Era solo un par de ojos en las sombras, tras unos binoculares, era una imagen difusa, solo era un cúmulo de deseo hacia mí.
Lo que estaba en el patio de alado, era un pervertido mocoso de 18 años que era flaco, feo, y encima grosero y estaba violando mi privacidad sacando fotos de mi culo y mis tetas.
-Hey! Tú! ¿Qué crees que haces escuincle grosero? Dije mientras me acercaba a él, que estaba como en shock y con la cara roja, había dejado tocarse.
– ¿Crees que puedes sacarme fotos empinada y tocarte como un enfermo mientras me ves a plena luz del día? -Le dije mientras me paré frente al él.
Yo no soy muy alta, pero él solo me llegaba hasta quizá la boca o nariz.
Seguía con la mirada perdida, aunque ahora miraba mis ojos fijamente, y el celular descansaba en su mano.
Volteó a mirar su celular por unos segundos, y después lo puso en su bolsillo.
-¿Pero qué crees que haces? Dame ese celular ahora mismo mocoso, vas a borrar todas esas fotos y…
-Pe, pe, pe perdón- Se veía tan frágil, no podía creer que él, que ese niño aún, me tuviera tan, pero tan caliente las últimas semanas.
-¿Perdón? Estarás de broma, acabas de acosarme jovencito, y esto lo van a saber tus padres ¿Perdón? Y tienes suerte de que no se lo diré a mi marido, por qué no quiero hacer las cosas más grandes, pero él seguro que no se conformaría con un “perdón”.
¿Crees que lo que hiciste, estar sacando fotos del culo de tu vecina se arregla con un perdón?
-n, n, n, no, no,- Decía tartamudeando mientras bajaba su vista por mis senos que estaban en su sostén blanco con los botones de mi camisa dejándolos libres, y se seguía por el resto de mi cuerpo.
-Claro que no, ¿y cómo te atreves a seguir mirándome así? Eres un grosero.
-No, no le pido, le pido perdón por, por, por eso.
-¿Ah no? ¿Entonces por qué? ¿por existir? Le dije realmente molesta, atrás quedaban los días de deseo, ese mocoso no era mi admirador.
-Le, le, pido, pi, le pido, perdón por, perdón por esto.
– Puse cara de confundida y, sinceramente, la verdad es que no lo vi venir: dio un par de pasos y acabó con la distancia entre nosotros, después muy rápido me abrazó y me besó como un loco a punto de explotar en deseo.
Bajó una de sus manos y la deslizó hasta mi trasero, tomó uno de mis glúteos y lo apretó con tanta fuerza que me hizo daño y me dejó una marca por días que me costó ocultársela a mi marido.
Después, mientras seguía besándome, puso su otra mano en mi seno izquierdo y con su mano sobre mi sostén, apretó mi pecho como si fuera cualquier cosa menos una parte sensible de una mujer.
El dolor era fuerte, pero me sentía tan apresada que no sé por qué en un segundo, en tan solo un segundo, mientras me tenía apretada por atrás y por delante, abrí más mis labios y rocé un par de veces su lengua joven con la mía; pude sentir cómo nuestras salivas que estaban a punto de hervir, se mezclaban y se deslizaban en partes iguales dentro de nuestras gargantas.
Después abrí mis ojos como platos, cerré mi boca y gruñí como un animal mientras me retorcía para zafarme de sus brazos.
Era más pequeño que yo, pero la fuerza de su deseo lo hacía muy difícil de quitar.
Al fin pude zafarme de sus brazos y lo golpeé con una cachetada que sonó casi en toda la calle, le dije que estaba loco y que se arrepentiría de eso.
Él se alejó de mí lentamente, y recobrando la mirada inocente y de niño que tenía antes de que lo poseyera la excitación, se alejó corriendo con cara de asustado y una gigantesca erección bajo el shorts donde ya se dibujaba una mancha húmeda.
Quedé en shock y me llevé la mano al seno y a la nalga que me había lastimado segundos atrás y me sobé por el dolor que empezaba a sentir.
Tendré que hablar con sus padres de esto, pensé.
Dejé las herramientas donde estaban y entre a la casa convencida de que esto se tenía que terminar.
Ese escuincle se estaba saliendo de control, más adelante quién sabe de qué sería capaz.
Estaba totalmente obsesionado y loco por mí.
Sí, definitivamente esto tenía que terminar.
Entré a la casa con la firme intención de hablar a los vecinos y acabar con esto de una vez.
Pero cuando estaba sentada ante el teléfono, ya no estaba tan Segura de querer que esto terminara.
De hecho, estaba empezándome a tocar entre las piernas con el teléfono, y es que la forma en la que me había apresado me parecía ahora tan caliente que en pocos segundos terminé por tener un orgasmo.
Parte 3
[[[ 8 ]]]
El shock
El shock después de lo sucedido habría de durarme casi 3 días.
En cualquier actividad en la que me encontrara en la soledad de mi casa, siempre terminaba por evocar el episodio del jardín.
Lo recordaba una y otra vez, con la mirada perdida y los labios entreabiertos no logrando precisar si todo había sido producto de mi cada vez más decadente cordura o si en efecto, había ocurrido.
Pero no podía engañarme por más que deseara que así fuera.
Las marcas en mi trasero (en mi poma izquierda para ser más certeros), y en mi seno derecho, que ya empezaban a tornarse de un preocupante tono azul verdusco, dejaban completamente claro que de hecho, lo sucedido había sido muy real.
El me había tomado como un objeto y me había besado de la manera más sucia que jamás nadie me había besado.
Su lengua invadió mi boca y soltó un veneno con saliva que hervía intensamente.
Sus manos habían sido dos pinzas que me apresaron y me empujaron hacia casi al borde de mezclarnos en uno solo.
Pero no fueron estas cosas las que lograron que estuviera tan a su merced, sino ese oscuro y corrupto deseo hacia él que en el momento del ese climax hicieron que me derritiera y quedara sin fuerzas para oponerme a él.
Por eso cada vez que mis pensamientos me llevaban a esto último, sacudía mi cabeza y seguía con cualquiera que fuera mi tarea en ese momento para tratar de despejar esas desoladoras conclusiones.
Durante esos días después del incidente, y hasta la fecha en que llegó mi marido de su viaje de trabajo, no volví a mostrarme a mi vecino.
Los primeros días fue fácil, pues como les he dicho, el shock por lo sucedido seguía latente, y una mezcla de coraje y repulsión con un ardiente deseo, seguían dentro de mi.
Pero los días siguientes sí que me fue difícil seguir con ese plan de austeridad hacia mi espía.
Me lo imaginaba en su cuarto, esperando en su ventana y con sus binoculares en las manos esperando segundo a segundo a que por fin volviera a salir y pudiera verme, desearme, saborearme, reclamarme como suya mientras sus manos recordaban, reconstruían a calca perfecta en el aire, cada uno de los centímetros de mi cuerpo que acaricio.
Reviviendo vívidamente la consistencia de mi carne bajo la mezclilla de mis shorts y el algodón de mi sostén.
El aroma de mi cuerpo estaría presente aún entre sus manos, y sus labios guardarían aún el sabor de miel de mis labios.
Me lo imaginaba así, delirando por mí en las sombras de su morada, y poco a poco lo veía deslizando su mano hasta su sexo, rígido como aún recuerdo sentirlo contra mi vientre.
como comienza a tocarse por mi, poco a poco con un ritmo que me hace sudar.
Y a punto estoy de desvestirme y salir corriendo al balcón, a punto de dejar que sus miradas desenfrenadas me consuman solo con su mirada penetrante, a punto están de consumirme los deseos nuevamente cuando golpeó fuerte la mesa, el sofá, o cualquier mueble donde me encuentre y me digo que esto tiene que parar, que me estoy volviendo loca.
La última vez estuve realmente cerca de salir a por él cuando el teléfono sonó estrepitosamente en el buró.
Sonó tres veces y no podía reaccionar.
Estaba completamente sudada.
Mis pechos en mi top deportivo estaban perlados por el sudor y se inflaban y contraían al ritmo de una agitación al respirar.
Al fin reaccione y me percaté de que había comenzado a tocarme la entre pierna.
Nancy, tienes que parar esto o vas a volverte completamente loca.
Me dije mientras saltaba del sofá para alcanzar a contestar el teléfono que iva ya por su 6 timbrazo.
Levante el teléfono.
-bueno,
–
– hola amor, soy daniel.
Solo para recordarte que en un par de horas estaré llegando a casa, y me encantaría que hicieras una cena especial para celebrar que estoy de regreso.
Puedes sacar aquel vino que me regalaron y que tantas ganas teníamos de abrir.
– Me prece muy bien cielo.
Entonces tendré todo listo para cuando esté aquí-
– Perfecto.
Te amo.
Te veo en un rato.
–
– Chao- colgué.
–
Algo de todo esto me devolvió la tranquilidad.
El hecho de que mi esposo estuviera de regreso podía hacer que todos estos pensamientos terminaras por quedar de lado.
Jamás lo he culpado, pero esa última vez se había ido por casi tres semanas, y la soledad estaba afectándome demasiado.
Pero no es la primera vez que estás sola, no puedes buscar excusas a tu reprobable comportamiento.
Me decía mi conciencia, castigándome.
Y tenía razón, pero de algo tenía que aferrarme y empezar a creer que las cosas irían mejorando.
Tenían que mejorar.
[[[ 9 ]]]
Está de vuelta
-¿Y como te fue en estas 3 semanas en mi ausencia?-
Había cocinado una pasta excelente y efectivamente estábamos dando cuenta de aquel delicioso vino que le habían regalado.
– bien, nunca he terminado por acostumbrarme a la soledad, lo sabes, pero he estado leyendo una novela que creo que será la mejor que lea este año.
–
Traté de sonar lo más natural posible.
Pero mi conciencia me decía que no era así.
Sabe que escondes algo, me decía, tus manos, no haz dejado de retorcerlas y tú frente está sudando.
Además no lo estás viendo a los ojos, tú siempre lo vez a los ojos.
Es cuestión de tiempo para que te descubra.
Pero para que te descubra de que, me decía mi lado positivo, si ni siquiera puede decirse que lo haz engañado.
Si sabes que el chico te mira y tú juegas un poco con eso pero, ni siquiera te muestras desnuda.
Y ¿a que mujer no le gusta que la miren, ¿a cual?.
Pero es otro hombre, estas dándote a desear a otro hombre, insistía el diablito de mi conciencia.
Tal vez, pero no haz cambiado tu rutina por darte a desear, siempre haz gustado por andar en lencería y vestir ropa sexy, vamos, tú te ves sexy con traje de esquimal nena.
Me seguía defendiendo.
¿A no? ¿Y que me dices de el jardín? ¿No haz salido solo por él?.
No puedes asegurar eso.
Además todas tienen caprichos como intentar hacer el jardín alguna vez.
Y ese incidente no fue culpa de ella, ese chico mocoso fue el que la tomó por sorpresa y la acoso a la fuerza.
Puedes tratar de engañarte querida, pero lo que no puedes negar a ninguna de nosotras tres es que te gustó, te encanto, te ha fascinado.
No, no te gustó, ha sido la experiencia más intensa en tu vida, y mira que sabemos que no fuiste ninguna Santa antes de casarte.
Pum! Knockout.
La perra del negativismo había vencido.
– Amor!, te hice una pregunta.
¿Que como la pasaste sin mi? Andas algo distraída ¿no te parece?
Sabia que su pregunta no ocultaba otras intenciones.
Confiaba en mí como yo
Confió en que dios existe.
Y era eso lo que más me afectaba, saber que de algún modo le estaba fallando a esa confianza ciega que el depositaba en mí al dejarme sola.
– no, para nada.
Bien, ya te digo que no terminará por gustarme nunca la soledad.
– Eso ya me lo haz dicho jajaja.
Te pregunté qué ¿como es que se llama esa novela que tanto esta gustándote?
– Ah! Jajaja.
Pues la verdad que ahora mismo no recuerdo.
Pero es de un tipo que puede saltar entre varios mundos a través de portales o cosas así.
– Genial.
Deberías prestármela ahora que estaré aquí.
– Vale
Después de cenar él me ayudó a recoger la mesa y a fregar los platos.
Vimos una película juntos en la sala y a eso de las 10 pm subimos a nuestra habitación.
Un sentimiento de culpa, como grilletes de acero en mis tobillos que hacían pesado mi andar, o como una nube espesa y preñada de miedos que me seguía a todas partes ensombreciendo mi rostro, no dejaba de atormentarme durante todo momento.
No podía estar 5 minutos concentrándome en la cinta cuando el rostro enloquecido de mi joven vecino al momento de besarme en el jardín, golpeaba de nuevo mis pensamientos.
Al fin termino la aplícala y ya acostados en nuestra habitación me desvestí con mucha pesadumbre y cansancio moral.
Llevaba un brasero liso color negro con un pequeño moño color rosa entre las montañas redondas de mis senos.
Y vestía una sexy braga color negro que solo dejaba ver un pequeño triángulo de tela antes de perderse en mis abultados glúteos.
– te ves hermosa amor, tanto tiempo he pasado pensando con estar nuevamente contigo
– Gracias.
Yo también te he extrañado
Dije mientras dibujaba acaso la primera sonrisa honesta desde que él regresara.
– ven acércate.
Quiero tocarte
Me acerqué y puso su mano sobre mi mejilla.
Acercó su rostro y me dio un tierno beso.
Después me sentó en la cama y fue besándome más y más hasta que me empujó con su peso acostándome en la cama y quedando el sobre mi mientras seguía besándome.
No tardó en recorrer sus manos limpias y pulcras sobre mi cuerpo.
Acarició mi cuello con amor y fue bajando hasta mis senos, entonces bajó sus labios por mi cuello y en silencio presionó suavemente mis pechos con sus dedos.
De vez en cuando paraba un poco y me decía al oído "te amo", yo trataba de cerrar los ojos y disfrutar, de amarlo, pero siempre abría los párpados y miraba fijamente al techo de la habitación, y ponía mi mente en blanco para no dejarla carburar.
Desabrocho mi sostén con cuidado sin dejar de besarme y acariciar mis senos, mi cintura, mi vientre, mi espalda, mi trasero y más allá.
Siguió besándome por los pechos hasta mis pezones, suaves, rosados y firmes obedeciendo a las sensaciones de ser besados, lamidos, humedecidos, y desobedeciendo a mi mente que no hacía más que mandar señales muertas a cada terminal de mi cuerpo.
Mis pechos le encantaban.
Su redondez, su peso, lo terso de su piel.
Pude sentir que al besarlos y acariciarlos su sexo se hinchaba más y más.
No pudo aguantar más y agarrando me de mi cintura, se impulsó un poco para arriba y colocó su ya palpitante entrepierna en la entrada de mi vagina.
Entonces empujó.
Suavemente, con amor pero con firmeza, con deseo real.
Su glande está más hinchado de lo normal (víctima de tantos días de abstinencia) y mi sexo no terminaba por lubricarse por completo (víctima de una mente tan perdida), que la penetración resultó complicada y un tanto dolorosa.
Hice una mueca de dolor cuando por fin empujó por completo su pene.
Apreté mis uñas en su espalda y él volvió a repetirme que me amaba.
Embistió de nuevo ahora un poco más fuerte y de nuevo volvió a lastimarme un poco.
Siguió haciéndolo cogiendo un ritmo lento.
Su palo ardiente poco a poco hizo el trabajo que mi vagina se negaba a realizar, y sus jugos terminaron por ir lubricando mi cavidad, acabando así con la molestia al penetrarme.
Sus embestidas las sentía llenas de placer, de deseo, de amor.
Era todo su sexo tierno, amoroso.
Todo lo que una esposa desea en su marido, todo lo que yo deseo en él.
Pero no podía dejar de pensar, de divagar en todo lo que estaba sucediendo en los últimos días.
Por eso estaba con la mira de nuevo en el techo, fija, mientras él me empujaba con sus caderas y hacía que mi cabello se revolviera en mi frente tapando mi vista.
Yo resoplaba y resoplaba, un poco por el esfuerzo que conlleva el ser penetrada por un macho que te doblega el peso, y un poco para apartar los cabellos de mis ojos.
Logro apretarlos y me doy cuenta mientras miro al vacío que ha pasado largo tiempo desde que comenzó a follarme y yo no he emitido ruido alguno.
Solo lo abrazo y le clavo las uñas en las espalda cuando su penetración llega a lugares privilegiados.
Intentó gemir un poco, pero me detengo poco tiempo después al dudar si lo estoy haciendo real o si por el contrario es demasiado fingido.
Él ha comenzado a acelerar el ritmo.
Siempre ha sido silencioso al hacerme el amor, pero esta vez el placer lo está venciendo y empieza a gemir un poco.
Besa mis senos, mi cuello, mis labios.
Me repite que me ama, me muerde el labio, me muerde el seno, me muerde el pezon.
Mi vagina empieza a revelarse, empieza a emitir señales de orgasmo cada vez más claras y frecuentes.
El ruido de su vientre chocando en mi sexo se esparce por la callada habitación.
Te amo, me dice.
Lo sé me digo.
Su eyaculación está cerca, mi orgasmo quiere avanzar, pero mi mente la intenta detener.
De pronto mis culpas empiezan a ceder, el placer quiere sacarlas de aquí, quieren tener un climax pleno, perfecto.
El ha dejado de apoyarse en sus rodillas y ahora se impulsa desde la punta de sus pies, quiere penetrarme completamente, con fuerza.
su semen está listo, hirviendo en sus genitales.
De repente una imagen empuja la cortina blanca que he puesto ante mi para no perder los estribos, y puedo ver a el joven vecino ante mi, mi espía, el chico repulsivo y con acné que tanto me desea.
besándome, oliéndome, derritiéndome con sus manos.
Puedo sentir su lengua invadirme.
Estamos de pie en el Jardín.
Sus manos aprietan mis nalgas y mis senos.
Su saliva inunda mi boca.
Esta tomándome, reclamándome como
Suya.
Su sexo golpea mi vientre, quiere entrar en mi Venus, conquistar lo que es suyo.
Yo estoy ahí, de pie, paralizada.
Completamente aprisionada.
Pero obedezco, y recorro mi mano hasta mi vientre y la colocó sobre el botón de mis shorts ajustados.
Él sigue besándome, ríe por dentro sabedor que me tiene.
Desabrocho el botón y lentamente bajo la mezclilla.
Mi trasero trata de evitarlo pero un último tirón logra zafar mis glúteos de él shorts.
Lentamente los bajo hasta mitad de mis torneadas piernas.
Con mi mano temblando tomó su short deportivo y su ropa interior juntos y los bajo dejando al descubierto un enorme sexo hinchado, virgen, deseoso.
Separó un poco mis piernas y mientras él sigue besándome como un depravado, tomando por igual mis tetas y mi culo, aprieto su latente extremidad y la colocó lentamente en la entrada de mi vagina.
Él, como un perro intentando copular con su hembra, instintivamente comienza un ciego vaivén intentando colarse hasta el fondo.
Finalmente lo logra y siento cómo su carne me llena completamente, caliente, apuntó de explotar, y grito, grito como loca.
El orgasmo llega como explosión.
Me ciega aún con los ojos abiertos y grito más.
Mi marido también grita, gime.
Ha llegado al orgasmo junto conmigo, y sus últimas embestidas están bajando de ritmo.
Los últimos espasmos pasan y cae rendido sobre mi, sudando, sonriendo.
Yo estoy viendo el techo aún, pero ahora no hay pantalla blanca, ahora hay luces, una migraña me invade por la intensidad del momento.
Estoy rendida, con una agitación notable al respirar.
El está sobre mis pechos, me besa el cuello.
Te amo,
Me vuelve a repetir.
Dejar un comentario
¿Quieres unirte a la conversación?Siéntete libre de contribuir!