En la playa
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Ana30730.
Estábamos en la playa nudista y el niño empezó a dar la lata de que tenía sed, entonces mi marido se puso el bañador y se fue con él a un chiringuito cercano a buscar dos botellines de agua, en ese momento apareció el vendedor que nunca falta en todas las playas, era un hombre de raza negra, de unos 40 años, y al pasar junto a mí, se detuvo y me ofreció si quería comprarle algún collar o alguna pulsera.
Yo estaba totalmente desnuda, sentada y con las piernas juntas y de lado, de manera que no le permitía que me viera el chocho pero al no ver ningún pelo podía adivinar que lo tenía totalmente depilado. Sus ojos no se apartaban de mis tetas y eso me incomodaba, me ofreció que le comprara algo en tres ocasiones, y todo el tiempo permanecía con su mirada en mis tetas. Su último ofrecimiento fue que escogiera una pulsera y que me la regalaba por ser tan bonita, pero yo la rechacé, lo único que quería era que su mirada se apartara de mis pezones. Al cabo de unos minutos mi marido regresó y lo primero que me dijo fue: "Como te gusta lucirte desnuda en cuanto me marcho" yo le expliqué lo que había sucedido y él, medio en broma, me reprochó que no hubiera aceptado la pulsera.
Mientras hablábamos el vendedor volvía a pasar cerca de nosotros en dirección contraria a como había pasado antes, su mirada se fijó nuevamente en mí y mi marido le hizo un gesto para que se acercara. él se colocó justo ante mí y descargó toda su mercancía. Yo estaba sentada, con las rodillas contra el pecho y los talones contra mi coño y mis nalgas, de manera que no le permitía que me viera nada, no quería que se volviera a dar el festín que se había dado antes mirándome las tetas. Mi marido le preguntó cuanto costaban las pulseras y él le dijo que 10 euros pero que por ser para una mujer tan bella se las dejaba en 6 euros. Entonces mi marido le protestó y le dijo que hacía 10 minutos me la iba a regalar y que ahora le estaba pidiendo 6 euros, y el vendedor le contestó riendo que antes yo estaba sola y que le había llamado mucho la atención pero que ahora estaba acompañada. Entonces mi marido me cogió la manos y me las colocó hacia atrás de manera que quedé apoyada y ligeramente recostada, por lo que mis rodillas se separaron de mis pechos y estos volvían a estar ante los ojos del vendedor.
El vendedor se rió y le dijo que podía escoger una pulsera y que me la dejaba en 3 euros. Yo estaba alucinada, mi marido me estaba exhibiendo desnuda ante un vendedor ambulante de la playa. Antes de que pudiera reaccionar mi marido me agarró de los tobillos y puso mis pies un poco más adelante, y cogiéndome de las dos rodillas las separó formando un rombo con mis piernas y dejando mi coño totalmente expuesto ante los ojos de ese hombre.
Yo me quise morir, estaba totalmente depilada, no tenía ni un pelo y mi coño estaba totalmente ofrecido a ese hombre negro, que era mucho mayor que yo, y que tenía su mirada clavada en él, de la misma manera que antes la había tenido clavada en mis tetas.
Me sentí fatal, pero no fui capaz de reaccionar. El vendedor dijo que en esa postura podía escoger la pulsera que quisiera totalmente gratis, yo al principio no reaccioné y mi marido me increpó: "venga, escoge una pulsera que este hombre te la regala por tener un coño tan hermoso". El vendedor se rió, mi marido también, la única que no reía era yo, lo único que yo veía era la mirada del vendedor clavada en mi coño depilado.
Yo escojí rápidamente una pulsera para que se fuera rápido pero él tardó un montón de tiempo en darme la pulsera que le pedí, al menos a mí me pareció que tardó mucho, y en todo ese rato estuve sin cambiarme de postura, dejando que ese hombre me contemplara a gusto mis tetas y mi coño. Te aseguro que su mirada estaba clavada en mi coño y mi marido sonreia sin parar al verle mirándomelo.
Cuando el vendedor se fue le recriminé a mi marido que me había hecho comportarme como una puta, y encima por 10 miserables euros, además de puta me había hecho ser barata. Él me contestó que lo habría hecho gratis y, por sorpresa, me metió dos dedos en el coño y me dijo que no me quejara, que si no me hubiera gustado no estaría chorreando. En ese momento tuve que reconocerle que me había excitado al ver a ese hombre mirándome el chocho pero que también me había sentido muy humillada y utilizada.
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