La confesión de Lilít.
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por narradortristan.
Hola Tristán, soy Lilít,
Como ya sabes no me llamo Lilít, en realidad mi nombre verdadero es Lucía pero desde aquel día de verano hasta ahora siempre me identifico en mis mejores ocasiones con mi nombre de guerra: Lilít.
El verano de 2006 yo tenía recién cumplidos 20 años. Estaba estudiando en la universidad y pude aprovechar quince días entre los exámenes de junio y septiembre para ir a la playa con mis padres. A la misma costa de siempre, huyendo de la monotonía de la ciudad para disfrutar de la agradable monotonía de las vacaciones de verano.
Por aquel entonces tenía un novio, el de toda la vida, que se llamaba Héctor. Fue con el que me desvirgué y con el primero que hice muchas cosas. Sexualmente pensábamos que éramos de lo mejor. Tenía mi misma edad y vivíamos en la misma ciudad, veraneábamos en la misma playa, íbamos a la misma universidad… vamos un noviazgo ejemplar y normal. Él es un chico verdaderamente guapo y atlético y además yo pensaba que era el único del que me podía enamorar. Era el único que me había tocado. Cuando teníamos ocasión y sitio hacíamos intensamente el amor y nos gustaba innovar. A él más que a mí porque era un poco cortada pero no nos podíamos quejar.
Pero todo cambió. Mi vida tomó un nuevo rumbo desde aquel día de verano.
Esa mañana vino mi amiga Marga a recogernos en su coche. Íbamos a tomar el sol a la cala de Las Piedras. Una pequeña playa en una cala separada del pueblo a la que había que acceder andando después de bajar unos cinco minutos a pie. Se consideraba una playa liberal, y mucha gente hacía nudismo, topless o lo que realmente quisieran. Era conocido por todos y el que iba allí no tenía de qué quejarse. A nosotras dos nos gustaba tomar el sol en topless y por lo menos allí no estábamos a la vista de los viejos verdes de la playa del pueblo. Fuimos con nuestros respectivos novios, que en esto eran tolerantes. Más le valía porque lo íbamos a hacer de todas formas.
Yo me daba perfectamente cuenta cómo me miraba el novio de mi amiga. Nos conocíamos desde siempre y era además el mejor amigo de Héctor. Pero es que mi novio no perdía tampoco la ocasión de mirar las tetas de Marga. No sé quizá eso nos debería haber dado cierto pudor pero éramos amigos los cuatro.
Marga, que es mi mejor amiga y mi confidente en muchas de mis aventuras, tiene un cuerpo espectacular. Quizá está un poco rellenita pero sus grandes pechos son la envidia de muchas mujeres, incluso de mí. Y la obsesión de muchos chicos. Siempre vestía bonitos escotes porque se podía lucir. Es más bajita que yo pero siempre había sido la que más triunfaba con los chicos porque además era más lanzada.
Yo soy más alta que ella, mido 1,75 metros de altura y soy delgadita. Tengo unas largas y finas piernas, poco pecho, más bien que diría muy poco en comparación con mi amiga pero lo suficiente para lucirlo de vez en cuando. A mi novio lo que más le gustaba de mí era mi trasero. Tengo un culito respingón y levantado que me permite ponerme pantalones ajustados y que los chicos no dejen de mirarme. Por lo demás soy normal. Con el pelo corto sobre los hombros y yo diría que mi amiga y yo somos guapas, al menos resultonas. Ese día en la playa captábamos la atención y las miradas de conocidos y extraños. No he de negar que me gustaba que me miraran. A mí siempre me había gustado mirar cuerpos desnudos. Entonces me daba vergüenza comentarlo y era mi gran secreto, pero mi obsesión desde siempre era mirar las diferentes formas y tamaños de los penes, ya fuera en películas, en fotos, revistas, en la playa. Tenía debilidad por imaginar cómo sería la poya de un hombre conocido o desconocido. Me resultaba excitante comprobarlo si tenía ocasión, sobre todo en películas y fotografías. Sólo había podido tocar la de mi novio y estaba muy bien dotado, pero eso no disminuía mi lujuriosa curiosidad. En la playa nudista podía hacer realidad ese deseo. No era capaz de contárselo a nadie pero yo no veía un pene feo, todos me parecían curiosos: pequeños, grandes, arrugados, erectos. Incluso me permitía en mis ratos libres dibujarlos de mil maneras y colores distintos. Eso todavía lo hago en la actualidad y más de un susto me he llevado por hacerlo.
Ese día en la playa había muchos hombres haciendo nudismo con lo que pude, disimuladamente, hacer realidad mis fantasías. En realidad no me excitaba al momento de verlos, pero sí al recordarlos. Cuando me masturbaba era pensando en lo que había visto. Imaginaba que los probaba todos, que se crecían a mi contacto, e incluso reconozco que a veces me ponía a cien cuando pensaba en todas esas vergas me bañaban en semen. Sé que a ciertas personas esto les da asco pero a mí sólo me generaba placer el imaginarlo. No lo había probado nunca. Con Héctor como mucho había conseguido que se corriera en mis tetas después de mucho insistir él y no se lo había reconocido nunca pero me encantaba. Y tampoco había tolerado que se corriera en mi boca. Una cosa era imaginarlo y otra diferente hacerlo. Tenía la sensación de que iba a vomitar si se le ocurría echarme algo de eso en la garganta. Ya me costaba chupársela y lo hacía creo que bien pero a desgana.
Estaba siendo un día normal de playa, pero la historia empezó cuando estaba tomando el sol y de repente noté una presencia detrás de mí, a la altura de mi cabeza y la de mi amiga, pues estábamos juntas tomando el sol de cara. Como teníamos el sol de frente no nos dimos cuenta de quién se aproximaba hasta la playa. Además yo tenía en ese momento los ojos cerrados. Fue al oír su voz cuando abrí los ojos y lo vi.
_ Hola Marga. No sabía que estaríais por aquí.- dijo la voz.
_ Hola Martín, ¡qué sorpresa!. Ya ves. Hemos venido a tomar el sol. ¿Vas a pasar esta noche por casa, a la fiesta de mis padres? Estarán deseando verte después de tanto tiempo.- le dijo mi amiga.
_ Seguro que sí. Ya lo he hablado con tu padre. Tú debes de ser Lucía ¿no?. Pues sí que ha pasado el tiempo en vosotras dos. La última vez que os vi erais dos chiquillas. Habéis mejorado mucho, sin duda.- nos dijo, y sin esperar siquiera a que le contestáramos siguió andando unos diez metros más lejos de nosotras donde dejó las cosas que llevaba. Ni siquiera se volvió a mirar la cara de tontas que se nos había quedado, sobre todo a mí que no supe ni qué decir a su comentario y me había quedado paralizada al darme cuenta de quién era esa figura y esa voz sobre mi cabeza. ¡Y que además se acordaba de mí!
Nuestros novios estaban mientras paseando por la orilla disimulando mientras miraban todo lo que podían. A todas las mujeres que tomaban el sol. Estaban muy salidos los dos y ni se dieron cuenta de la presencia de Martín junto a nosotras.
Martín era el primo pequeño del padre de Marga. Debía tener unos diez años más que nosotras dos y hacía cinco veranos que no había aparecido por el pueblo. Se fue a estudiar a Estados Unidos y según Marga se había establecido allí, vivía en Miami y le iba genial. Yo siempre había estado enamorada de él. Desde que empecé a sentir algo por el sexo opuesto era el modelo de hombre que siempre había soñado. Como Marga y yo somos íntimas amigas desde siempre yo aprovechaba cuando él estaba en casa de ella para ir a verlo, tan mayor, tan bohemio, tan guapo y tan inteligente. Creo que mi secreta afición a dibujar e imaginar penes comenzó al mismo tiempo en que comenzaron mis primeros tocamientos y placeres íntimos en mi cama, por las noches, abrazada a la almohada y frotando mi sexo juvenil obteniendo delicioso placer, y siempre mi mente pensaba que era él el que me hacía sentir así. Incluso empecé a salir con Héctor porque en algo se parecían, y eso a mí me revolvía por dentro.
No pude hacer caso a los comentarios de Marga sobre Martín. Me quedé embobada mirándolo a él, cómo se quitaba la camiseta y dejaba a la vista su figura atlética, su espalda fibrosa y ancha. Sus brazos fuertes y recios. El cabello largo y algo rizado que descansaba suave sobre sus hombros. Se notaba que hacía bastante ejercicio. Tenía la piel morena con el bronceado marrón de los que aprovechan el sol todo el año. Observé cómo se recogió el pelo con una cinta y se quitó el pantalón corto que llevaba para dejarlo todo sobre la toalla. No llevaba bañador ni ropa interior debajo. Sólo el pantalón era lo que cubría sus musculados glúteos depilados, lo mismo que las piernas. No le adivinaba ni un solo pelo por toda la espalda, culo y piernas. Mi excitación era máxima. Lo estaba viendo desnudo, de espaldas, pero maravillosamente desnudo. Marga me estaba hablando sobre lo bueno que estaba Martín mientras lo miraba también pero yo no podía articular palabra. Mi mente sólo analizaba la figura de ese hombre y canalizaba todo el deseo acumulado durante años, desde mi adolescencia, sobre mi cuerpo.
Empecé a calentarme porque era lo que nunca había soñado que podría pasar. Héctor y el novio de Marga no habían vuelto todavía de su escapada voyeur. Menos mal porque se habría dado cuenta de cómo me había puesto y se habría enfadado. Si hubiera estado sola en la playa en ese momento me habría masturbado allí mismo contemplando mi deseo de juventud, mi ídolo sexual. Habría recordado cada una de las caricias que soñaba que me hacía él sobre mi cuerpo cada una de las noches que pensaba en él. No había tenido todavía oportunidad de vérsela. La poya. Pero sentía en lo más adentro de mí que quedaba muy poco tiempo para satisfacer el más íntimo de mis deseos. La había imaginado tantas veces y de tantas formas posibles que no me resultaría extraña, seguro que no. Mi boca se hacía agua y el calor aumentaba en mi interior. No podía dejar de mirarlo. Me atraía de una manera animal, inconsciente.
Se dirigió con paso lento hasta el agua donde estuvo un rato bañándose. Después de un tiempo que me pareció eterno lo vi salir del agua. Mi excitación era máxima. Pude ver cómo era su deliciosa verga. Morena, lisa, de aspecto recio y más bien grande. No estaba circuncidado pero la piel del prepucio descansaba bajo su glande y no lo cubría. Éste era de gran tamaño y se mostraba de color morado, brillante y mojado. Aunque estaba flácida mantenía un tamaño generoso. No me lo esperaba. No tenía nada de vello. Ni en el pecho ni en el pubis ni en los testículos que se descolgaban grandes. Nunca había visto una poya sin nada de pelo alrededor y se veía mucho mejor, más apetecible. Mis pezones se pusieron de punta y se humedecía mi entrepierna sólo con la visión de aquél hombre y su miembro. Ardía en deseos de acariciarla, suavemente, devolverle el placer que me generaba en mi interior. Besarla, y excitarla para verla en toda su extensión.
Él miró hacia donde yo estaba y me pilló contemplándolo embobada. Me hizo una mueca con la nariz y sonrió mientras llegaba hasta su toalla. Yo, que no sabía qué hacer, casi me desmayo al sentirme descubierta. Qué habría pensado de mí. Nos dio la espalda y se comenzó a secar lentamente dejando caer el agua de su pelo sobre la arena y luego poco a poco pasó su toalla sobre sus brazos, piernas y finalmente por su sexo. Se giró para sonreírnos a las dos mientras terminaba de secársela, con su hipnotizadora sonrisa. Tan cerca de nosotras. Le había crecido un poco y se notaba algo más tensa pero todavía en posición de descanso.
A Marga le dio por reírse al verme la cara de estúpida que yo tenía y lo colorada que me había puesto al pillarme Martín. Se había dado cuenta de cómo lo estaba mirando pero no le dio más importancia. A ella tampoco le importó ver lo que vio. Él se acostó boca arriba para tomar el sol al tiempo que llegaron los dos chicos.
Yo estaba nerviosa, colorada de la vergüenza y muy excitada. Tan sudada y mojada que no sabía qué hacer. Les convencí para que nos fuésemos cuanto antes a casa con la excusa de que tenía que volver pronto para hacer unas cosas a mi madre antes de comer. Estaba muy caliente. De mala gana aceptaron pues aún nos quedaba por lo menos una hora de sol antes de irnos a comer, y porque los tres estaban muy a gusto con lo que estaban viendo, cada uno a su manera.
Me monté en el coche y no pude articular palabra. Sólo miraba al suelo y notaba cómo se había manifestado tanta excitación en mí. No podía dejar de pensar en él. Me daba hasta vergüenza que me mirara Héctor pues sentía que lo estaba engañando, y él sin darse cuenta de nada. Marga me notó rara pero no dijo nada. Nos dejaron a Héctor a mí primero en mi casa.
Le dije a Héctor que me acompañara un momento que tenía que decirle algo. Apresuradamente entré en mi casa y al comprobar que no había nadie, pues todavía faltaba tiempo hasta que mis padres llegaran de la playa, lo llevé a tirones hasta mi habitación cogido de la mano.
Al entrar no pude aguantar más tiempo y lo empujé contra la cama. Quedó sentado sobre ella, asombrado por mi reacción, sin entender nada. Yo no pude más que quitarme la braguita del bikini y dejar mi sexo, muy mojado e hinchado al aire. No me quité ni la camiseta ancha que llevaba ni la parte superior del bikini. Me agradó el contacto de mi pubis con el aire porque estaba a punto de explotar de calor. Héctor permanecía paralizado, con los ojos más abiertos que nunca y sin comprender qué ocurría. Yo nunca me había comportado de esta manera. Él era siempre el que me tenía que convencer para que hiciéramos algo. Siempre tomaba la iniciativa y yo le dejaba simplemente porque me gustaba cómo me lo hacía.
Me eché sobre él y sin esperar siquiera a que se quitara el bañador le saqué la camiseta y me abracé a él. Quería sentir su cuerpo caliente sobre el mío. Cerré los ojos y comencé a frotar mi sexo sobre el suyo todavía con el bañador. Mi clítoris latía tanto que necesitaba ser acariciado, fuertemente. Me masturbé con su cuerpo, me frotaba nerviosa sobre él, como loca por sentirlo.
_ ¿Qué te pasa, Lucía?.- me alcanzó a decir, con una sonrisa burlona y de aceptación mientras lo aprisionaba con mi cuerpo deseoso de su contacto.
_ Por favor, no digas nada. No lo estropees.- le acerté a decir, susurrante. No quería oír su voz. Necesitaba su cuerpo durante unos instantes. Era una necesidad casi animal.
Cuando noté que ya estaba muy empalmado le bajé el bañador con la mano hasta la rodilla. No se lo llegué a quitar del todo. No tenía tiempo. Yo iba a lo mío y estaba bien. Él con sus manos agarraba mis glúteos y cuando podía me sobaba las tetas por encima de la camiseta que no me había ni podido quitar. Mis labios hinchados agradecieron el tacto suave de la piel de su verga. Seguí frotándome clítoris, pubis y la entrada de mi vagina con su poya. De esta forma notaba cada pliegue y cada vena de su tronco, y la calidez y grosor de su glande y su frenillo sobre mí. Con los ojos cerrados, mientras él me apretaba el culo, sólo podía chupar su cuello, su boca, meter la nariz en su pelo largo y rizado que olía a mar, a sal, a arena. Me recordó a Martín. De hecho sólo pensaba en ese momento que era con Martín con el que estaba, con el que me frotaba y acariciaba. En la arena de la playa, una hora antes, frenéticamente sobre él y alcancé mi primer orgasmo. Fueron muchas sacudidas de placer que me recorrieron todo el cuerpo. Nunca me había sentido así en la vida. Fue un placer desconocido, brutal, inmenso. No pude más que gritar y jadear con cada golpe de electricidad que generaba en mi interior. Ese primer orgasmo fue inimaginable para mí, y para Héctor que ni se lo esperaba. Que su novia se echara encima de él, se restregara sobre su poya y se corriera como nunca lo había hecho, gritando, suspirando y jadeando como una loca, no lo habría imaginado nunca.
Nosotros siempre lo habíamos hecho con preservativo porque yo se lo exigía. Yo llevaba dos años tomando anticonceptivas para regular mi periodo, pero aún así le obligaba a hacerlo con condón. Nunca había sentido el contacto de su pene sobre mi sexo tan húmedo y lubricado por mis propios jugos. Eso quizá multiplicó mi placer inesperado. Héctor seguía sin entender mi comportamiento pero no se atrevió a decir nada, sólo a seguir mi ritmo.
Después del primer orgasmo sentí que necesitaba su verga dentro de mí, así, desnuda, sin embalajes. Mi cuerpo me lo pedía. Así que la tomé con mi mano y sin esperar a que él dijera nada la introduje en mí. La noté mucho más cálida y sensual. Mis labios y las paredes de mi vagina la recibieron y abrazaron dulcemente, receptivas, como un guante de seda. Mi novio tenía una buena verga, de 16 centímetros de larga. Lo sé porque tonteando una vez me pidió que se la midiera. Era la única que conocía y me parecía perfecta. En ese momento no sé si imaginaba que era la suya o la de Martín, que por lo que había adivinado igual era de la misma longitud pero Martín le ganaba en el tamaño del glande y quizá en grosor. Me puse a cabalgar sobre él con su poya dentro de mí. Volví a alcanzar la máxima excitación al frotarme sobre él. Yo dominaba la situación y la velocidad y me permitía dirigir los movimientos que más placer me generaban. Nunca me había comportado así. Deseaba exprimir cada centímetro de su carne en mi interior apretando y liberando los músculos de mi vagina, multiplicando mi placer. Así estuve un rato mientras él me arrancó la parte superior del bikini y levantó mi camiseta para chuparme los pezones. No podía ni abrir los ojos, estaba disfrutando tanto que al momento llegó el segundo orgasmo. Le tiraba del pelo, mientras gritaba de placer. Nunca había sido tan escandalosa y temí que me pudieran escuchar desde fuera. Pero no podía evitarlo. Este orgasmo no fue tan exagerado como el primero pero aún así fue mejor de los que había tenido nunca. Él seguía jugando con mis pezones en su boca y con sus manos me apretaba con sus dedos casi haciéndome daño con sus uñas clavadas en mi culo. Esa sensación de dolor y placer me gustó. Cuando sentí que disminuía el efecto del orgasmo, metí de nuevo la nariz en su pelo, por su cuello. Era tan parecido al de Martín. Volví a restregar mi pubis con el suyo con su poya aún en mis entrañas y moviéndome lo más rápido que podía hasta que sentí que volvía el tercer orgasmo. Él ya no pudo aguantar más mientras me decía.- Lucía, por favor, déjame salirme que me corro. No puedo aguantar más.- eso fue ya lo último que sentí antes del orgasmo porque no pude más que apretar todo lo que pude las paredes de mi vagina sobre su poya, para sentirme lo más aferrada posible a él, aprisionándola para recibir su néctar caliente dentro de mí. Nos corrimos a la vez. Era la primera vez que lo hacía dentro de mí. Y me resultó muy agradable. Este tercer orgasmo fue parecido al primero. Los dos gritábamos lo que se nos ocurría mientras yo le tiraba del pelo y él clavaba sus uñas en mis glúteos y en mi espalda. Tuve la sensación de que para él también había sido de los mejores que había tenido. Conmigo seguro.
Acabamos los dos abrazados, sobre la cama. Yo todavía encima de él. Esperé a que pudiéramos volver a respirar con normalidad. No me apetecía abrir los ojos y mirarle a los ojos. Me sentía culpable. Y él más feliz que nunca. Cuando su poya se arrugó traté de salir lo más cuidadosa posible, su semen resbalaba por mis piernas. Lo besé en la boca y le dije.- Vete a casa. Luego nos vemos. Van a llegar mis padres en seguida y tengo que lavarme.- y me fui al baño mientras él se vestía y se marchaba quizá todavía asombrado por mi reacción.
La ducha que me di y las horas posteriores no fueron suficientes para calmarme. No podía quitarme su imagen de la cabeza, su pícara sonrisa mientras se secaba con la toalla y se la tocaba y acariciaba frente a mí, desnudo, mirándome. Y tampoco podía olvidar el polvazo que había tenido con Héctor, tan placentero y bestial que mi cuerpo y mi mente no se habían todavía repuesto. Yo sólo podía entender que esa reacción era debida a lo que me había hecho sentir Martín, que había conseguido, con tan poco, aflorar el deseo y la pasión que se ocultaba desde siempre en mi interior. No sé lo que habría ocurrido si no llega a estar Héctor conmigo. No creo que me hubiese calmado sólo masturbándome sola en casa. Mi cabeza daba vueltas pensando qué es lo que me ocurría con Martín. Y si ese comportamiento tan irracional y placentero podría volver a salir en cualquier momento, y qué es lo que debería hacer si ocurría de nuevo.
Además tenía otro problema. Estábamos invitados esa misma tarde a la barbacoa que hacían todos los veranos los padres de Marga a mitad de verano. Iba a estar Martín. Y no sabía qué es lo que iba a pasar si lo veía de nuevo.
A las nueve de la noche llegué con Héctor a casa de Marga. Yo no supe explicarle porqué me había comportado así con él en mi casa. Le conté que fue un impulso que me dio porque lo deseaba tanto que no me pude controlar. Él aceptó sonriente y me dijo que deberíamos repetirlo, que para él había sido el mejor polvo que había tenido. Por lo menos estaba feliz y eso me hacía sentir mejor. En la fiesta no me quise separar de él y del novio de Marga. No me atrevía ni a mirar entre la gente por si lo veía a él, a Martín. Estaba realmente nerviosa pero no se dieron cuenta.
Marga, que estaba atendiendo a los invitados y de vez en cuando venía hasta la zona apartada donde nos habíamos situado recomendado por mí, se acercó y me dijo a solas:
_ Tía, me tienes que contar qué es lo que te pasa. Te veo muy rara. Además, no te lo vas a creer. He estado con Martín y me ha preguntado por ti, que si estabas por aquí. Y si habías venido con novio. No me lo puedo creer.- me dijo al oído mientras a mí se me ponía la cara colorada de la vergüenza.
Yo le conté que me había pillado mirándolo y eso me había avergonzado mucho. Le reconocí que con lo bueno que estaba me había calentado viéndolo y que en casa me había acostado con Héctor. No le di más detalles pero sí que le dije que no me dejara a solas con Martín en ningún momento, que no quería que Héctor imaginara nada y que yo estaba enamorada de Héctor. Ella se quedó conforme con mis explicaciones. Muerta de risa por la cara que mostraba.
Todo fue normal. Yo ni me di cuenta si estaba por allí hasta que tuve que ir al baño. Le dije a Héctor que me acompañara y todo fue bien. Fuimos al baño que estaba situado en la planta de arriba del chalet, allí no había gente esperando pues era un aseo pequeño. Al salir del baño no estaba Héctor. El muy cabrón se había ido y me había dejado sola. No había nadie y me apresuré a bajar, pero como tenía que pasar Martín estaba esperándome en las escaleras. Yo me dispuse a mirar al suelo y pasar por su lado sin mirarlo, como si no supiera que era él, pero al estar a su altura me cogió suavemente del brazo y me detuvo.
_ Hola Lucía. Te estaba buscando. ¿No te ha dicho Marga que he preguntado por ti?.- me dijo con una voz tan dulce y susurrante que casi me provoca un desmayo.
_ Sí, algo me ha dicho, lo que pasa es que estaba con unos amigos.- le dije temblorosa. Mi corazón latía tan fuerte que seguro que lo podía escuchar.
_ Estás muy cambiada, ¿sabes? Me ha gustado mucho verte en la playa. Tienes un cuerpo precioso. Enhorabuena. Seguro que tu novio está encantado. Me he quedado con ganas de ver más, la verdad. Tú sí que me has visto desnudo, y no dejabas de mirarme. Me parece que eres una gatita muy curiosa.- me dijo, lentamente, susurrante, hipnotizador. Yo no sabía de qué estaba hablando ni qué decía. Estaba tan roja de vergüenza que no me atreví ni a mirarle a los ojos. Él siguió hablando.
_ Creo que puede ser que te elija como gatita. Eres mi candidata número uno. Pero primero tienes que ganártelo.- hizo una pausa y se quedó pensativo observando mi reacción, estudiando cada uno de mis gestos. Yo no quise ni mirarle a la cara, y siguió hablando.- Si me deseas y quieres que siga este juego has de saber que no va a ser fácil. Pero seguro que podemos disfrutar. Ya noto que lo estás haciendo.- se volvió a callar mientras hacía como pensaba en algo.- Mañana quiero que vuelvas a la playa con tus amigos. Quizá te esté viendo. Pero tienes que tomar el sol desnuda. Completamente desnuda. Quiero ver si eres capaz de mostrarte así por mí y para todos. Ahí veré si puedes ser mi gatita o no.- lo dijo de una forma tan sensual que me embargó. Yo no paraba de temblar con su mano sujetándome el brazo.- Si consigues convencerme de que lo mereces, a partir de ese momento te llamaré Lilít. Así se llama mi gatita. Y es muy buena conmigo.- y se volvió a callar. Su sonrisa era tan deslumbrante y estaba tan seguro de sí y de que podía convencerme que me dio miedo mi reacción.
Estaba loco. Yo no podía iba a tomar el sol desnuda y menos para que todo el mundo me viera. Si lo hacía, Héctor se iba a cabrear conmigo pero de verdad. No lo iba a consentir. No estaba dispuesta a seguir escuchándolo y sin ni siquiera mirarle a los ojos me solté y salí corriendo buscando a Héctor. Quién se habría creído que era él. Sabía que me tenía embobada pero yo no estaba dispuesta a ser la gatita de nadie. Esto se había acabado. Me sentí más que insultada. Cuando encontré a mi novio le dije que nos íbamos porque me dolía la cabeza y me acompañó hasta casa. Ni siquiera hablé con él. Sólo lo abracé y seguimos caminando. Necesitaba sentirme segura en sus brazos. Estaba tan nerviosa y se me pasaban tantas cosas por la cabeza que agradecí que me dejara en casa y se fuera sin preguntar.
Como comprenderás esa noche no pude dormir. Sólo el contacto de las sábanas con mi cuerpo me llevaban a pensar en él. Como cuando siendo niña. No podía dejar de pensar en su voz, en su mirada, su cuerpo… su poya. Esta vez era distinto porque sí que sabía cómo era. Mi cuerpo me pedía que me frotara con la almohada como en tantas noches había hecho pensando en él. Mi mente, en cambio, me suplicaba que dejara de hacerlo, que Martín sólo era un imbécil que pretendía creer dominarme. Me había llamado gatita. Cuando me lo dijo me enfadé tanto que lo habría matado por tratarme así, pero en ese momento, en mi cama, a solas, aún me excitaba más al pensar que él me considerara algo suyo: su gatita. ¿Qué significaría ser su gatita? No lo podría saber si no hacía lo que me había pedido, pero es que no lo iba a hacer. Estaba segura de que no lo iba a hacer. Tan segura como que iba a olvidarlo en ese preciso instante. No quería saber nada más de Martín. Y me di la vuelta en mi cama, las sábanas aún olían a sexo del medio día, con Héctor. Me reconfortó pensar en Héctor. En cuánto lo quería. Y bajé un poco mis braguitas, sólo lo justo para que mi vulva sintiera el roce de la sábana. Me quité la camiseta que utilizaba para dormir. Tenía calor. Mucho calor. Me levanté a abrir un poco la ventana para que entrara algo de aire. Mis pezones se excitaron con el cambio de temperatura y con la caricia de la brisa al entrar en la habitación. Me acosté en la cama con las braguitas algo bajadas, mostrando mi pubis y mi sexo levemente y al acostarme mi cuerpo buscó el alivio que necesitaba. Abracé la almohada con las piernas, la alojé entre el hueco que dejaba mis braguitas y mi coño. Comencé a frotarme sobre ella, a morder el colchón. Metí mis dedos en la boca mientras susurraba su nombre: Martín… no me salía otro nombre ni otro deseo que el de sentirlo allí donde estaba la almohada. Tardé muy poco en correrme, intensamente, y me desvanecí a punto de llorar. Me estaba dominando y mi cabeza sólo pensaba en él. Mi cuerpo pedía estar con él, desde siempre había sido así y ahora no lo podía controlar. Esa noche lloré sin consuelo. Maldije el momento en el que apareció de nuevo en mi vida, esa misma mañana, en la playa. El día en que todo cambió para mí. Si no lo evitaba acabaría siendo su gatita o lo que él quisiera que fuera. Y antes de amanecer me quedé dormida.
Así es como comienza la historia de Lucía, Lilít desde aquella jornada de verano. Espero que mi narración les haya gustado tanto como le gustó a ella cuando dio su aprobación para publicarla. En sus correos me cuenta toda su historia, todo lo que ocurrió a partir de aquel día en la playa. Pero esto será en un nuevo relato.
Si estáis interesados en saber lo que pasó posteriormente y os ha gustado mi relato, dejad comentarios para que los lea.
También respondo a todos los mensajes que deseéis mandarme a narradortristan@yahoo.es.
Felices experiencias…
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