Mi hermana y la granja de vacas
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Oscar19.
Con cada año que pasaba (yendo de visita al pueblo de nuestros abuelos), mi hermana y yo fuimos haciendo amigos…bueno, sobre todo ella. Los chavales del barrio se nos pegaban como moscas cada vez que nos veían en la calle. Mi hermana siempre era muy simpática con todos ellos (a veces incluso demasiado, diría yo jiiji) atrayéndolos como abejas a la miel, les daba conversación, sacando su más profundo acento canario, y así empezaron a llamarla “Marta la Canaria”. A mi hermana le hacía gracia, ya que viviendo en Canarias, nunca se nos hubiese ocurrido un apodo similar.
Había de todo un poco entre los chavales del barrio, desde los deportistas (que se pasaban horas jugando al futbol o al baloncesto, en las canchas del colegio que había cerca de la casa de mis abuelos); los hermanos macarrillas (3 hermanos que iban siempre juntos a todos lados: El menor sería de la edad de mi hermana, y los otros dos tendrían un par de años mas, los cuales fumaban, oían música heavy-rock, y se paseaban por el barrio con sus motos de poco cilindraje), y hasta un chaval un poco raro, alto y flacucho, con gafas de culo de vaso, que siempre iba con los macarrillas y que trabajaba de ayudante en una de las vaquerías (donde producían el suministro diario de leche para los habitantes del pueblo). Mi hermana y yo solíamos charlar mucho con este último ya que vivía en una casa cercana a la de mis abuelos, y siempre nos contaba cosas de lo que hacían en la granja, cuidando de las vacas (lo cual nos resultaba muy interesante, ya que al vivir en una ciudad, no conocíamos a nadie que tuviese contacto directo con los animales de una granja). Las semanas fueron pasando, y el chaval fue cogiendo confianza con mi hermana (se notaba que a él le gustaba, porque se le caía la baba cuando la veía salir a la calle con aquellos vestiditos de verano. Pero mi hermana parecía no darle mucha importancia).
Un día, nos comentó que, si queríamos, podíamos bajar a ver como él trabajaba en la granja (bueno, más bien se lo dijo a mi hermana, seguro que con la esperanza de que ella bajara sola, pero mi hermana, como era de costumbre, me incluyó a mi en sus planes…y yo me dejaba llevar). Mi hermana aceptó encantada y le preguntó cuando sería el mejor día para ver la granja, y el chaval nos dijo que el sábado sería perfecto, sobre las 5 de la tarde, cuando ya habían terminado el reparto de la leche. Así es que cuando llegó el día, mi hermana y yo estábamos bastante animados con la idea de ir a visitar una de las granjas locales. Después de comer, mi abuelo se metió en su cuarto a echarse una siesta como de costumbre. Mi hermana y yo ayudamos a mi abuela a recoger la cocina un poco, tras lo cual nos sentamos un rato en la sala a ver la tele, mientras mi abuela se ponía a hacer punto de cruz. Pasando un cuarto de las cuatro de la tarde, mi hermana mi dio con el codo en el sofá, en señal de que era hora de ir saliendo, así es que nos levantamos y le dijimos a mi abuela que íbamos un rato al parque, y ella (concentrada en lo que estaba haciendo, mirándonos tan sólo un momento por encima de sus gafas de cerca), nos dijo que no volviéramos muy tarde para cenar.
Mi hermana y yo salimos de la casa, y nos pusimos de camino a las granjas del pueblo. Era una tarde soleada, y hacía bastante calor, por lo que no nos cruzamos con nadie en todo el trayecto.
Tras pasar las últimas casas del pueblo, llegamos a un camino de tierra que nos llevaría hasta las vaquerías, cuesta abajo. Bajando por el camino, ya podíamos notar el característico olor de las granjas (olor a heno seco con el que alimentan a las vacas, a hierba del campo, y a estiércol de los animales). Al final del camino, llegamos a una gran alberca, con una fuente que se usaba para que los animales bebieran cuando los sacaban a pastar, la cual dividía el camino en dos: una parte seguía recto cuesta abajo (perdiéndose entre los campos de olivos), y la otra parte torcía hacia la izquierda (sirviendo de entrada hacia las diferentes granjas que estaban situadas a ambos lados del camino).
La vaquería donde trabajaba nuestro vecino, estaba situada al final de este, un poco retirada del resto, pegada a las primeras hileras de olivos, quedando un poco escondida de las demás. Al llegar, vimos a nuestro vecino, barriendo la parte delantera de la entrada a la vaquería, tras haberla regado con una manguera. Cuando nos vio, sonrió a mi hermana y nos saludo, tapándose un poco la cara con la mano (ya que el sol a esa hora estaba bajando, y le daba justo de frente). “Que puntuales habéis llegado”, le dijo a mi hermana, apoyando un brazo sobre el palo de madera de la gran escoba (como las que usan los barrenderos para limpiar las calles), con una amplia sonrisa. “Nos dijiste que llegáramos a las 5, no?”, preguntó mi hermana metiéndose las manos en los bolsillos del vestidito que llevaba puesto. El chico se puso rojo como un tomate y agachó la mirada al suelo, “Si, si…ya lo sé, pero el reparto de hoy se ha retrasado un poco…y aún no he terminado de recoger aquí”, respondió él avergonzado, moviendo el palo de la escoba de una mano a otra. “No te preocupes”, dijo mi hermana sonriendo, “nosotros no teníamos nada que hacer en la casa de nuestros abuelos. Si quieres, podemos echarte una mano!”, siguió diciendo ella, mientras lo miraba directamente a la cara. “No, no, no…no hace falta, ya me queda poco. Además, se supone que tengo que hacerlo yo, y si el dueño llega (me dijo que pasaría mas tarde), seguro que no le haría mucha gracia, ya que es un poco tacaño”, dijo él siguiendo con la tarea que tenía entre manos, “Pero, puedes charlar conmigo mientras termino”, continuó diciendo el vecino, mientras miraba a mi hermana tímidamente.
Mientras ellos charlaban sobre cosas triviales, yo me puse a echar un vistazo a los alrededores. La vaquería era más bien pequeña, comparada con las demás. La entrada se componía de una gran explanada de cemento (donde había aparcada una pequeña furgoneta que utilizaban para hacer el reparto de la leche), con espacio para un par de vehículos, la cual terminaba delante de una larga baranda de hierro, que dejaba ver un amplio espacio abierto en el terreno, rodeado de árboles, donde descansaban unas quince vacas lecheras al aire libre (algunas tumbadas bajo la sombra de los árboles, y otras rumiando el heno de los comederos), las cuales se veían muy pacíficas. A la izquierda de la explanada, había una nave techada con una gran puerta de hierro, donde, en una parte, apilaban las alpacas de heno, para resguardarlas de la lluvia del invierno, y en la otra, guardaban a las vacas durante la noche. Dentro de la nave, había una segunda habitación mas pequeña, con varias neveras (donde mantenían fría la leche hasta el reparto), y tres máquinas de ordeñado eléctricas (de las que se enchufan a los pezones de las ubres de las vacas, y por efecto de succión hacen que la leche salga automáticamente, vaciándola por un tubo de goma dentro de unos grandes barreños). En esto, oí el sonido de un coche acercarse por el camino de tierra. Era un Land-Rover verde bastante antiguo, el cual entró a la explanada de cemento, aparcó a uno de los lados de la furgoneta, y parando el motor, de él salió un hombre de mediana edad fumando un cigarro. Yo salí de la nave (donde había estado husmeando hasta ese momento), y me puse al lado de mi hermana, la cual seguía charlando con nuestro vecino, mientras este, desde fuera de la baranda de hierro, rellenaba los comederos de las vacas con heno y pienso fresco. El hombre se acercó adonde estábamos parados, frunciendo el cejo por el sol de la tarde que le daba directamente en la cara, y nos miró a mi hermana y a mi con cara de desconfianza. Era un hombre bastante bajito (un poco más alto que yo, pero más bajo que mi hermana, y bastante más bajo que nuestro vecino), más bien delgado, con el pelo canoso, y aspecto desaliñado, con un fuerte olor a sudor debido al calor de la tarde.
Ya estando cerca, el hombre se quedó mirándonos de arriba abajo, deteniendo su mirada en la delantera del vestidito de tirantes que llevaba mi hermana puesto, y en sus tetitas (las cuales quedaban cerca de su cara), ya que al no llevar sujetador debajo, la leve brisa de la tarde había conseguido que sus pezones quedasen marcados, como pitones, bajo la fina tela del vestido de algodón. Al ver aquello, el pequeño hombre se animó un poco, y con una leve sonrisa en los labios, se acercó más a nuestro vecino a preguntarle quién éramos nosotros. Mientras nuestro vecino le daba los detalles oportunos (le explicó que solo estábamos de visita, y que al ser de fuera, queríamos ver una de las granjas del pueblo), pude ver como el hombrecillo miraba a mi hermana de reojo más lentamente, deteniendo sus ojos varías veces en sus tetitas y en sus firmes muslos, ya que el vestidito era bastante corto, quedándole bastante cerca de las ingles, dejando ver sus voluptuosas y largas piernas. “Mira…mientras tu terminas aquí fuera, yo puedo darles una vuelta por la granja para que vean como ordeñamos a las vacas y les sacamos la leche”, dijo el hombrecillo, con una amplia sonrisa, dirigiéndose hacia nuestro vecino. “Vale…pero ojito en que ubres enchufas las chuponas eh?, jejeje”, respondió nuestro vecino entre risitas. Los dos hombres empezaron a reírse a carcajadas, mientras mi hermana y yo nos miramos el uno al otro levantando los hombros, sin entender muy bien cual era el chiste. Mientras mi hermana y yo entrabamos detrás del hombrecillo a la nave techada, este le dijo a mi hermana: “por cierto, a mi me llaman Rebollo”. “Y eso, por qué?…que nombre mas raro, nunca lo había oído”, dijo mi hermana con voz de interés. “Porque tu te agachas…y yo te follo jajaja!”, dijo el hombrecillo mientras daba paso a mi hermana a través de la gran puerta de hierro. Mi hermana se puso roja como un tomate al oír aquel comentario, y yo oí como nuestro vecino también se reía a lo lejos, mientras seguía llenando los comederos de las vacas con pienso.
Tras dar una vuelta por el interior de la nave, donde las vacas pasaban la noche, el hombrecillo nos dirigió dentro de la pequeña habitación, donde momentos antes yo había visto las neveras. Al entrar, el hombrecillo estuvo explicándonos como era el proceso de ordeñado y almacenaje de la leche para el reparto. Era bastante interesante lo que estaba diciendo, pero yo no puse mucha atención, porque estaba más interesado en la manera lasciva como aquel hombrecillo no apartaba los ojos del cuerpo de mi hermana, mientras se relamía los labios de vez en cuando. Mi hermana mostró especial interés en las máquinas ordeñadoras.
Estas se componían de cuatro tubos de acero inoxidable (recubiertos en un extremo con una goma, la cual hacía contacto directo con las ubres del animal, y al mismo tiempo hacía efecto de vació quedándose pegada a la piel como un ventosa, cuando la máquina era enchufada a la corriente eléctrica), independientes al movimiento como los tentáculos de un pulpo, pero unidos a su vez a un grueso y largo tubo de goma (por el que pasaba la leche a los correspondientes barreños), que llegaba hasta un pequeño motor, con un largo cable que se enchufaba al interruptor de la electricidad. Mi hermana cogió una de las máquinas que estaban colgadas, agarrando dos de los cilindros de acero inoxidable (uno en cada mano), y empezó a mirarlos con fascinación (tenían la forma y el tamaño de los masturbadores masculinos modernos que venden en los sex shops. Esos cilindros de cristal que vienen con una válvula de vacio, y que además sirven para alargar el pene jijiji). “Y esto no es peligroso para el animal?”, dijo mi hermana observando el extremo de los cilindros que quedaba recubierto por una goma negra, “no podría darle una descarga eléctrica?”, continuó diciendo mientras seguía inspeccionando los gordos tubos que tenia en cada mano. “Jajaja…que va mujer. Esto está diseñado para que el animal no lo rechace, de lo contrario, no podríamos ordeñarlas cada mañana”, respondió el hombrecillo, mientras se acercaba más a mi hermana, y le pasaba un brazo por detrás de su cintura. “Mira…ves a esa vaca que está ahí afuera bebiendo agua?”, dijo el hombrecillo a mi hermana, señalando a través de una ventana que había en la habitación donde estaban las neveras, desde la cual se podía ver el trozo de terreno donde las vacas descansaban al aire libre. “Cuál?, la blanca y negra que está de culo a nosotros?”, dijo mi hermana inclinándose un poco sobre la repisa de la ventana para poder ver mejor a las vacas de fuera. Yo estaba detrás de los dos, y pude ver como al inclinarse, a mi hermana se le levantó el vestidito, dejando ver parte de sus braguitas blancas, las cuales estaban ya bastante metidas por la raja de su culo, después de la caminata.
El hombrecillo se dio cuenta de aquello enseguida, y me miró a mi sonriendo, como diciendo: “joder…que buena que está tu hermana chaval!”. Y poniendo de nuevo un brazo alrededor de la cintura de mi hermana, se posicionó a su lado (pegándose a ella más que antes) para seguir hablando sobre las vacas. “Ves como le cuelgan las ubres entre las patas traseras?”, continuó diciendo el hombrecillo mientras se arrimaba más a mi hermana. “Y eso que parecen dedos que son?”, dijo mi hermana señalando con su mano hacia la vaca. Yo también podía ver a la vaca de la que hablaban desde donde estaba, tenía las ubres muy hinchadas con unos enormes pezones como pitones (parecía como un guante de goma hinchado de aire, con los dedos del guante también hinchados jijiji). “Eso son los pezones mujer…jajaja”, respondió el hombrecillo dando una carcajada, “las metemos dentro, en la nave, les echamos de comer, y mientras comen les enchufamos las chuponas a los pezones, y les sacan toa la leche”, continuó diciendo el hombrecillo mientras indicaba a mi hermana la parte del cilindro recubierto de goma, pasando su grueso dedo índice por encima. “Uy…que interesante, me gustaría ver como funciona!”, dijo mi hermana poniéndose derecha de nuevo y sonriéndole al hombrecillo. Este le sonrió de vuelta clavándole los ojos en las tetitas. Y pasándose un dedo por el labio inferior, tragó saliva, y le dijo a mi hermana, “sólo las ordeñamos por la mañana preciosa. Pero… se me ocurre otro pitón del que podrías sacar bastante leche, y ordeñarlo ahora para ir practicando jejeje”, dijo el hombrecillo pasándose la mano por el bulto de su pantalón, mientras sonreía a mi hermana, y esta lo miraba con cara de puzle, sin saber de lo que estaba hablando.
“Interrumpo algo?”, dijo de repente nuestro vecino, parado con los brazos cruzados en el marco de la puerta. Mi hermana, el hombrecillo, y yo dimos un brinco sorprendidos, porque nos habíamos olvidado de él por completo. El hombrecillo se puso nervioso, e hizo como si tosía, y dirigiéndose hacía afuera dijo: “no, no, no…le estaba enseñando donde enchufar las chuponas…pero ya lo verá otro día”. “Ya…claro, jeje”, dijo nuestro vecino mientras sonreía al hombrecillo con cara de complicidad. Entonces, oímos un par de motos que se acercaban por el camino de tierra. Nuestro vecino y el hombrecillo se apresuraron a salir fuera para ver quien venía ahora. Mi hermana y yo los seguimos, y salimos fuera de la nave también. Desde la explanada de cemento, pude ver que eran dos de los hermanos macarrillas del pueblo. Eran los dos mayores. Traían un par de bolsas de plástico colgadas del manillar de la moto, y venían solos (lo que me pareció raro porque siempre iban lo tres juntos). Entraron a la explanada de cemento, y aparcaron las motos al otro lado de la furgoneta de reparto, junto a la puerta de la nave. “Que pasa colegas?”, estuvieron saludando a nuestro vecino y al dueño de la granja, mientras dejaban las bolsas en el suelo. Y mirando hacia nosotros (mi hermana y yo), le dijeron a nuestro vecino, “no nos dijiste que hoy tendríamos visita”, mirándonos con cara de sospechosos. “Que guardado te lo tenías, eh cabrón?”, siguieron diciendo mientras le daban a nuestro vecino un empujón con el hombro, “es esta Marta, la Canaria, de la que tanto nos has hablado?”. Nuestro vecino se puso rojo como un tomate, pero los tres empezaron a reírse, y el hombrecillo se unió a ellos, mientras se comían a mi hermana con los ojos. “Hemos traído un par de litronas de cerveza”, dijo uno de ellos, “Rebollo, abre una y mete las otras en la nevera pa que se mantengan frescas, que aquí fuera hace calor”.
Se pusieron a hablar entre ellos de temas del reparto y el trabajo (cosas que a mi me aburrían un poco, así es que no puse mucha atención), y mi hermana y yo quedamos en un segundo plano, apoyados sobre la baranda de hierro que daba a los comederos de las vacas, mientras ellos bebían cerveza. Pasado un rato, uno de los macarrillas dijo: “Rebollo, ve a por otra litrona que esta ya se está acabando?”. “Ve tu coño…que yo tengo las manos ocupadas jeje!”, dijo el tal Rebollo detrás de la furgoneta. Desde donde yo estaba apoyado, pude ver como el hombrecillo se bajaba la bragueta y se ponía a echar una gran meada, pudiendo incluso ver como caía el chorro entre sus piernas, mientras nos daba la espalda. El otro llegó con la segunda litrona, y mirando a mi hermana dijo, “pero que mal educados que somos…no os hemos ofrecido un trago”. “No te preocupes, nosotros no bebemos”, dijo mi hermana sonriendo, “Venga mujer, un traguito…que está fresquita!”, dijo el otro macarrilla ofreciéndole a mi hermana la botella, mientras nuestro vecino no le quitaba ojo sin decir nada. “Bueno…solo un trago, pero tenéis un vaso?”, dijo mi hermana cogiendo la botella con las dos manos. Los tres tíos empezaron a reírse a carcajadas, “un vaso dice, jajaja!”, siguieron riéndose mientras mi hermana se ponía roja como un tomate.
En esto, llegó el hombrecillo de detrás de la furgoneta con algo en la mano diciendo, “Mirad lo que se me había caído entre los asientos de la furgoneta…se me había olvidado!”. “Coño…eso es un porro de marijuana!”, dijeron los dos macarrillas abriendo los ojos como platos. “Donde lo has pillao?”, dijo nuestro vecino quitándoselo de la mano e inspeccionándolo. “Me lo ha dao Fernando, el de la carnicería. Me ha dicho que se lo trajeron de Canarias, y que son la ostia jajaja!”. Todos se giraron a mirarnos a mi hermana y a mí, como si hubiésemos sido nosotros los que trajimos la mercancía. “Vosotros sois de Canarias verdad?”, preguntó a mi hermana uno de los macarrillas. “Si, pero nunca hemos visto nada de eso donde nosotros vivimos!”, dijo mi hermana poniéndose recta y cruzándose de brazos, como si lo estuviera retando. “El que no lo hayáis visto no quiere decir que no haya!”, dijo el hombrecillo sonriendo, mientras volvía a quitarle a nuestro vecino el porro de la mano, se lo ponía entre los labios, y encendiéndolo, le daba una larga y profunda calada. Los otros se quedaron en silencio, mirando al hombrecillo, esperando a que este compartiera aquel exótico placer.
Tras pasarse el porro un par de veces, parecían más relajados, y sus caras estaban más sonrientes. “Venga Marta, que te vamos a enseñar a beber a morro de la botella!”, dijo nuestro vecino entre risitas cogiendo a mi hermana de un brazo y acercándola adonde estaban los otros. Fueron pasando la botella uno a uno, mostrando a mi hermana como podía beber sin tocar el cuello de la botella con los labios. Al llegarle el turno a mi hermana, esta lo intentó, saliéndose la cerveza por la comisura de sus labios y resbalando por su cuello y el escote de su vestido, haciendo que mi hermana se metiera todo el cuello de la botella en la boca, como si de un biberón se tratara. Ellos empezaron a reírse de nuevo, y mi hermana se puso roja como un tomate. “No pasa nada mujer…te hace falta practicar. Tu sigue con los chupetones…que se te da muy bien!”, dijo uno de los macarrillas entre risitas, los otros se miraron los unos a los otros y rieron también. Yo mientras tanto, seguía apoyado en la baranda de hierro, observando todo lo que hacían. Era fascinante, parecía que se hubiesen olvidado que yo también estaba allí. Pero me hacía gracia ver como se comportaban intentando camelarse a mi hermana, me estaba divirtiendo jijiji.
“Toma nena…prueba esto también, que verás como entra”, dijo el hombrecillo pasándole el porro a mi hermana para que le diera una calada. Mi hermana le dio al porro una pequeña calada, echando el humo por la boca rápidamente, y se puso a toser. Los cuatro empezaron a reírse, mientras mi hermana tosía por el humo del porro. “Toma un trago…que así te bajará mejor!”, dijo uno de los macarrilas sonriendo, mientras le ofrecía a mi hermana la botella de cerveza. Esta intentó beber a chorro, pero esta vez la botella se le fue, haciendo que le cayera abundante cerveza en la delantera de su vestidito. Mi vecino le quitó a mi hermana rápidamente la botella de las manos, y esta intentó limpiarse, sin mucho éxito. Al mojarse, el vestidito se le había pegado al cuerpo como un guante, marcando perfectamente sus tetitas y la dureza de sus pezones por el frio de la cerveza, e incluso revelando el oscuro manojo de pelitos que coronaban la vulva de su coño…parecía que estaba en pelota, pero mi hermana pretendió no darse cuenta (no se si realmente no se dio cuenta de la gravedad de lo sucedido, o ya estaba calentita por el porro y la cerveza). “No te preocupes mujer…la próxima vez te dejaremos que chupes, que seguro que se te da mucho mejor chupando jejeje”, dijo el hombrecillo mientras pretendía ayudar a limpiarse a mi hermana, cuando en realidad le estaba sobando toda la delantera.
Los otros solo miraban y se reían. A mi hermana le volvieron a pasar el porro, pero esta vez le dio una larga y profunda calada, tragándose todo el humo. Los cuatro empezaron a hacerle palmas, “muy bien…así se hace jajaja”. Mi hermana volvió a toser otra vez, y le pasaron la botella de cerveza, pero esta vez se metió todo el cuello de la botella en la boca y empezó a chupar. Parecía que mamaba, de los chupones que le estaba dando a la botella. Ellos la miraban y se reían. “Venga…otra calada fuerte al porrito, que te va a sentar bien”, dijo el hombrecillo pasándole de nuevo el canuto a mi hermana. Mi hermana le dio dos caladas seguidas al porro, tan fuertes, que hizo que casi se consumiera el canuto entre sus dedos hasta la boquilla. Esto hizo, que ella cerrara los ojos, y perdiendo el equilibrio como mareada, se sentó en el suelo, delante de mis pies, abierta de patas y riéndose como un payaso. Los otros al verla allí sentada, se empezaron a reír también a carcajadas. “Mirala…se le ha subido el colocón jaja!”, dijo uno de los hermanos macarrilas mientras se reía. “Y se le ven las bragas jajaja”, dijo el hombrecillo mientras le daba otro trago a la botella de cerveza. “Marta, estás bien?”, dijo nuestro vecino entre risitas, “Estoy de puta madre jajaja, y tu?”, dijo mi hermana apuntándolo con el dedo mientras no paraba de reírse. “Se te ven las bragas marrana jajaja”, le dijo el hombrecillo, mientras se acercaba a ella y le daba un par de palmaditas en uno de sus muslos. “Uy…si, es verdad!”, dijo mi hermana mirando hacia abajo como sorprendida, abriéndose mas de piernas, lo que provocó que su vestidito se levantase por encima de sus ingles, dejando a la vista la delantera mojada de sus braguitas blancas. “Será mejor que me las suba”, dijo mi hermana sin quitar su mirada de sus bragas. Pero al tirar, hizo que la delantera de sus bragas se metiera del todo por la raja de su chumino, dejando ver los carnosos, morenos, y peluditos labios de su coño. Mi hermana, volvió su mirada hacia los cuatro hombres que tenía delante y les regaló una amplia sonrisa. “Vamos cabrones, quién me da otra calada de puro?”, los cuatro empezaron a reírse a carcajadas, mirando a mi hermana con cara de colocada, sentada en el suelo, y abierta de patas con to el potorro al aire. “Puro jajaja…un buen puro te voy a dar yo a ti!”, dijo nuestro vecino acercándose a mi hermana, y sacándose la chorra de la bragueta, se la puso cerca de la cara, mientras sonreía. Los otros siguieron riéndose pero sin quitar ojo a mi hermana, esperando ver cual sería su reacción por aquel atrevimiento.
Pero para sorpresa de todos (incluso mía), mi hermana agarró la chorra de nuestro vecino (la cual ya estaba bastante morcillona) con una mano, y metiéndosela en la boca, empezó a chuparla como hasta hacía unos momentos había estado haciendo con la botella de cerveza. Los otros, al ver aquello, empezaron a silbar y a vitorear a nuestro vecino. El hombrecillo se asomó corriendo al borde del camino de tierra, y volviendo apresuradamente, les dijo: “vamos a llevarla dentro, y cerramos la puerta, que alguien podría pasar y vernos…y si mi mujer se entera de esto me la lía jajaja”. Levantaron a mi hermana del suelo, y la llevaron a empujones al interior de la nave, mientras esta no dejaba de reírse. Entraron dentro y yo los seguí.
“Oscar, cierra un poco la puerta, pero no del todo. Y quédate ahí vigilando por si alguien viene. Que luego te voy a dar una cosa que sé que te va a gustar!”, me dijo nuestro vecino, mientras aguantaba a mi hermana de un brazo. El interior de la nave era abierto y espacioso, por lo que desde donde yo estaba, podía ver perfectamente lo que hacían. Los hermanos macarrillas, trajeron un par de alpacas de heno y las colocaron en el suelo, una delante de la otra, en medio de la nave. El hombrecillo trajo una sucia manta (años después descubrimos que esa manta la usaban para tumbar a las vacas en el heno cuando iban a parir) de la otra habitación, y la echó encima, cubriendo las alpacas de heno, lo que creó como un pequeño camastro, donde tumbaron a mi hermana boca arriba. Mi hermana seguía sonriendo, muy juguetona, pasándose las manos por las tetas, por encima del vestido, y subiéndose aun mas el elástico de las bragas, las cuales ya habían desaparecido por completo en la raja de su culo y se su chumino.
Los cuatro se quitaron toda la ropa, quedándose en pelota, y dejando al aire sus pollas ya tiesas como espadas. Mi hermana agarró la polla de los dos hermanos macarrilas, y empezó a meneársela. Mientras tanto, nuestro vecino y el hombrecillo, se las veían negras para quitarle a mi hermana el vestidito y las bragas, y dejarla en pelota a ella también, abierta de patas, tendida sobre las alpacas de heno mientras no dejaba de reírse. Los cuatro fueron turnándose con las dos manos de mi hermana, mientras le sobaban las tetas, el coño, y cada centímetro de su cuerpo. Tras un buen rato de sobarla, el hombrecillo se arrodilló frente a mi hermana, le separó las piernas, y metiéndole la cabeza entre los muslos, empezó a comerle el coño. Mi hermana levantaba la pelvis y se retorcía de placer, mientras el hombrecillo le daba lengüetazos por toda la raja de su chumino, hasta el mismo agujero del ojete. “Mira como se retuerce esta puta…se nota que está caliente eh?…jajaja”, dijo uno de los hermanos macarrilas, mientras se agachaba y le metía la polla a mi hermana en toa la boca. Los otros empezaron a reírse, mientras le estrujaban a mi hermana las tetas. El hombrecillo sacó la cara de entre los muslos de mi hermana, como para coger aire.
Estaba sonriendo y tenía la cara brillante de lo empapado que tenía mi hermana el coño. “Joder…esta guarra está chorreando jajaja”, dijo el hombrecillo a los otros mientras le metía de golpe tres dedos a mi hermana en to el chocho. “Coño…esta tiene el chocho de goma jajaja…mirad como da de si!”, dijo el hombrecillo, mientras animaba a los otros a acercarse y a mirar. Los otros tres se colocaron alrededor de las piernas de mi hermana, viendo como el hombrecillo le metía los dedos en el coño. Empezaron a reírse mientras seguían cascándose la polla. “Jajaja…Marta, parece que ya te han metió unas cuanta pollas en ese chocho no?”, le dijo nuestro vecino a mi hermana, mientras se acercaba a ella y le pellizcaba uno de los pezones. Mi hermana parecía estar volando, no decía palabra alguna, solo se agarraba las tetas, echaba la cabeza hacia atrás cerrando los ojos, y se abría de piernas todo lo que podía. “Jaja….mirad, pero si ya tengo dentro casi toda la mano!”, dijo el hombrecillo entre risotadas. Entonces, uno de los hermanos, apartó al hombrecillo de un empujón, y poniéndose con la polla tiesa entre los muslos de mi hermana, se la metió hasta los huevos. Los otros tres empezaron a reírse, mientras el hombrecillo decía, aún sentado en el suelo, “jajaja…follatela macho, que está cachonda!”. Los otros dos acercaron la polla a la cara de mi hermana, y levantándole la cabeza con una mano, la animaron a mamársela, mientras que con la otra le tiraban de ambos pezones. Mi hermana gemía como una perra en celo, enroscando las piernas alrededor de la cintura del que se la estaba follando. El hombrecillo se levantó del suelo, y cascándose la pequeña polla que tenía entre las piernas, empezó a animar a los tres jóvenes para que le dieran caña a la zorra de mi hermana. De repente, vi como el que se la estaba follando, aumentaba la velocidad de la penetración, mientras mi hermana seguía mamando las dos pollas alternativamente, como con gula.
Entonces, el que se la estaba follando, sacó su polla aún tiesa del interior de mi hermana, y dándole un par de meneos, empezó a soltar chorro tras chorro de lefa, sobre el chumino ardiente de mi hermana, mientras gemía como un toro desbocado. Los otros, al ver aquello, empezaron a meneársela también, hasta que entre los dos, le regaron a mi hermana la cara de leche. Por último el hombrecillo se acercó a ella, y tirando de la piel de su pollita hacia atrás, dejando salir su rojo capullo, empezó a soltar abundantes chorros de leche sobre las tetas de mi hermana. Mi hermana, se abrió de piernas, tendida sobre la sucia manta, regada de leche como estaba…se abrió los labios del coño con una mano, y metiendo tres dedos de la otra, empezó a pajearse el chumino hasta que acabó en un brutal orgasmo, el cual produjo que al sacar los dedos de su coño, saliese un amarillo chorro a presión…como si se estuviera meando patas abajo. Los cuatro hombres, al ver aquello, empezaron a reírse y a aplaudir. Lo cual hizo que yo notara algo húmedo entre mis piernas, y mirando hacia abajo, me di cuenta del manchorrón que tenía en la delantera de mis pantalones…me había corrido sin ni siquiera tocarme, siendo testigo de aquel espectáculo.
FIN
Dejar un comentario
¿Quieres unirte a la conversación?Siéntete libre de contribuir!