Sin calzones
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Mariita.
Desde niña siempre me ha encantado tocarme, sentirme sucia, mala y expuesta, pero no había podido hacerlo en verdad, me gustaba desnudarme cuando no había nadie en casa, tocarme los pezones y meter la mano en mi vagina, el sólo rozar esa piel íntima me excitaba mucho, pero no se lo podía decir a nadie, aún desnuda me metía en la cama de uno de mis hermanos y cubrirme con esas cobijas ajenas de hombre a los siete años me hacía sentir como si fuera una mala niña y la verdad me gustaba sentirme así y eso que a esa edad no conocía nada de eyaculaciones, ni penetraciones, sólo sabía que las niñas tenían vagina y los hombres un pedazo de carne que se llamaba pene, pero ese limitado conocimiento que aprendí de los libros con ilustraciones era suficiente para echar a andar mi deseo.
Antes de que llegara mi mamá me salía de ahí y me vestía, jamás pensé qué habría dicho mi hermano si supiera que yo me metía en su cama, donde seguro él había tenido sus primeros sueños húmedos y sus primeras masturbaciones.
En casa, alguna vez vi a mis hermanos desnudos, sabía que no debía, pero lo hacía cuando accidentalmente la puerta se abría, mi hermano mayor en ese entonces tendría 17 y su pene era maduro y con mucho vello, mientras que yo, niña de primaria empezaba a tener cada vez más deseos de crecer, tentada en casa viviendo con 4 hombres y dos mujeres, la variedad de edades y cuerpos me daban ideas de lo que era el sexo, una vez me bañé en el patio trasero de la casa, feliz y desnuda, casi al aire libre cuando me secaba a solas noté que en la casa de al lado había un obrero mirando, sentí pena, pero también gusto, una excitación que seguiría creciendo.
A veces no usaba calzones y me llegué aponer los pantalones sobre la piel. Cuando el aroma de mis flujos en la adolescencia afloraba en la tela empapándola me excitaba más y más, pero todo lo que pensaba prefería dejarlo en mi mente, al menos otro tiempo. Cuando usaba la falda del uniforme y tomaba un trasporte público para ir a la secundaria daba zancadas grandes, pues los escalones están altos y yo soy pequeña de estatura, al levantar mis piernas para subir ese alto peldaño me habrán visto las pantaletas más de una o dos o cinco veces los hombre que estaban sentados, no me molestaba, más bien me halagaba.
Cruzaba por puentes peatonales y veía a algunos tipos desde abajo mirado entre los escalones, viejos, jóvenes, lo que fuera, pensaba en escenarios sexuales, me imaginaba a alguno de ellos arrinconándome, levantarme la falda y abusando de mí, pero afortunadamente no sucedió. En el trasporte me topé más dos veces a un viejo que se frotaba a lado mío, sobre la ropa claro, hasta que un día cansada de ese espectáculo y enfrentando el miedo que tuve ante la humillación pública lo golpeé y se bajó de inmediato, no lo volví a ver en esa ruta.
Una chica viajando sola se expone a muchos peligros, que te agarren las nalgas en las multitudes y te digan tanto piropos como grandes vulgaridades, una vez un hombre me siguió en su auto y cuando abrió la puerta se masturbaba frente a mí hasta que eyaculó, ver su semen disparado en un tramo solitario me asustó al principio y seguí mi camino llegando a casa, pero nunca deje que eso me perturbara de más.
Cuando viví sola compartía el patio para lavar la ropa y mientras hacía mis quehaceres me dejaba una minifalda de mezclilla, de nuevo sin calzones, el casero del lugar muchas veces me vio así, con una blusa de tirantes, sin brasiere y con la mini, incluso me agachaba constantemente, cuando sí traía pantaletas sin pudor recogía cosas en el patio o me mojaba la blusa lavando y se notaban mis pezones bajo la tela húmeda, al estar en cuclillas los vellos rizados y el aroma de mi vagina esperando acción me embriagaba tanto que volvía a casa y me masturbaba, me sentaba con las piernas abiertas y metía los dedos en la vagina, los chupaba y me apretaba el clítoris, frotándolo, sacándome las tetas por la blusa, gimiendo estando sola en casa, deseando que los vecinos de cuarto me escucharan.
Cuando iba a los hoteles con mi novio y él se regresaba antes para no llegar tarde al trabajo me quedaba en la habitación viendo la televisión, algún canal adulto y me masturba en una cama ajena, permanecía desnuda tocándome, imaginando qué pasaría si alguien se equivocara de habitación y abriera mi puerta teniéndome acostada en la cama con las piernas abiertas y a solas, o si algún empleado o empleada de limpieza llegar antes de la hora del aseo y abriera sin preguntar, justo como me pasó una vez en que me apenas me estaba vistiendo tras bañarme, mi chico se abrochaba el pantalón y la puerta se abrió rápidamente, él cerró de inmediato y se escuchó a la mujer del aseo sólo decir, “perdón, pensé que ya habían desocupado”
Ahora en una casa nueva continuo teniendo un casero con dos hijos hombres y sigo haciendo la limpieza en minifalda, hay muchos vecinos a los que puedo ver y me agacho sin temer que me miren las nalgas o los calzones casi al aire, me agacho despreocupadamente pues sé que no me harán nada más que mirar desde sus casas y esa sensación de poder y complicidad me incita a seguir haciéndolo, a veces ando desnuda por la casa con las cortinas algo abiertas y cuando me masturbo en la noche, miro las ventanas vecinas, esperando que en una, dos ojos cómplices me acompañen para abrirme de par en par y mostrar mi vagina mojada y mis dedos expertos, no sé, pudiera ser que un hombre se haga lo mismo y me comparta su pene erecto, jalándoselo para mí, o una mujer me enseñe sus senos, yo le ofrecería mis pezones a cambio. Tengo casi 25 y me gustaría descubrir en las casa de al lado a un adolescente ansioso con ganas de ver a una mujer desnuda, masturbándose o sólo en ropa ajustada lavando su lencería en el patio a la vista de diversos vecinos, en silencio, como si fuera un juego, no sé que más me gustaría ver, pero lo que sí sé es que bajo mi falda la piel de mi vagina y mis glúteos es mi única vestimenta.
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