Tarde de paseo
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por peliu.
Se había comprado aquella falda el fin de semana pasado y ya tenía ganas de estrenarla, así que cuando le llamaron para quedar por la tarde pensó que era una buena oportunidad. Abrió el armario, la cogió y se quedó mirándola, era preciosa, tan cortita y sexy, y bien ceñida, para que le marcara con detalle su estupendo culo.
Mientras la miraba, le vino a la cabeza la conversación que acababa de tener por el chat con su amigo, el que tenía una fijación por las faldas, con su manía persistente de que eran para llevarse sin nada debajo, la idea siempre le acababa excitando, ella lo había hecho varias veces, para salir a ligar y esas cosas, pero así, un día corriente para salir a pasear…
Se puso la falda y se miró al espejo. Encantadora, esa era la palabra, aunque era tan ceñida que tendría que ponerse un tanga, las bragas que llevaba se le marcaban bastante, por lo que se las quitó, la tela contra su culo era una caricia suave y la idea, insistente, le asaltó otra vez. ¿Y si se la ponía así, sin bragas ni tanga ni nada? Al pensarlo notó un intenso cosquilleo entre las piernas mientras el corazón le daba un vuelco, se giró para mirarse otra vez en el espejo y al moverse volvió a notar como la falda acariciaba con suavidad su piel, se sentía rara pero la sensación era excitante, una mezcla de morbo y vergüenza, porque eso sí, le daba vergüenza salir así a la calle, a ver que hacía si se encontraba con alguien conocido, aunque la verdad era que quien fuese no tenía porqué enterarse de que iba desnuda debajo de la prenda, pero aun así le daba cierto corte, de todas formas le daba mucho más morbo, de hecho ya estaba empezando a encontrarle el gustito y la humedad que notaba lo demostraba claramente.
Estaba decidida. Hoy iría a pasear sin ropa interior, por lo que se puso su camiseta roja sin sujetador y se dio cuenta de que el roce de la falda y la desvergüenza de lo que iba a hacer la habían excitado más de lo que se pensaba y los pezones, duros y tiesos, se marcaban como dos gominolas debajo de la camiseta. Estaba claro que tendría que llevar una chaqueta por encima si no quería acabar teniendo un rastro de tíos siguiendo sus pasos o algo peor, tampoco era cuestión de tentar al destino. Acabó de arreglarse, se calzó y se miró al espejo antes de salir. Perfecta, tan solo quedaba un pequeño detalle, un problema de humedades que estaban a punto de ser visibles en sus muslos, tendría que secarse antes de salir. Lo hizo procurando no excitarse más de lo necesario, metió en le bolso un paquete de pañuelos de papel y un tanga –por si acaso, más vale ser previsora- y con decisión salió a la calle.
El buen tiempo de los últimos días aún duraba, aunque hoy se había levantado algo de viento y ella lo notó de forma evidente nada más pisar la calle. Empezó a andar, dando gracias de que la falda no tuviese vuelo ya que entonces hubiese acabado en su cintura, pero era tan corta que el aire alcanzaba sus labios, soplando sobre ellos como si estuviese desnuda, aún estaban ligeramente mojados y sentía una caricia constante que no estaba ayudando en nada a calmar sus nervios, por detrás se le colaba como una corriente que erizaba la piel de su culo y le obligaba a comprobar en cada momento que la prenda seguía en su sitio, que no se había subido y que no estaba paseando con el culo al aire. Con todo, la sensación era deliciosa y el morbo intensísimo, le encantaba y se dispuso a disfrutarlo todo lo que pudiese. Se acordó otra vez de su amigo del chat, quien le había preguntado si alguna vez había tenido un orgasmo en la calle, no, nunca lo había tenido, pero en aquellos momentos sentía que no le iba a costar mucho trabajo si decidía tener uno.
Había quedado a las seis, y entre unas cosas y otras se le estaba haciendo tarde, por lo que decidió coger el autobús. No le entusiasmaba la idea, porque el airecito era una verdadera delicia y se estaba poniendo a mil, pero si no lo cogía no iba a llegar. Esperó de pie en la parada a que llegase el primero, abriendo ligeramente las piernas, dejándose acariciar por el viento y sintiéndose desnuda en medio de la calle, notaba como se le abrían los labios, como se iba mojando cada vez más, allí no podía secarse, esperaba que por lo menos no empezara a gotearle o algo parecido, pero le daba demasiado gusto como para cerrar las piernas. Por suerte, o por desgracia, el autobús apareció justo cuando parecía que se iba a correr ahí mismo, en la parada ya llena de gente, subir al autobús y sentirse observada por unos cuantos pares de ojos fue la misma cosa y no pudo evitar estirarse un poco la falda hacia abajo, le daba la impresión de que todo el mundo sabía su secreto y eso la ponía nerviosa y excitada a partes iguales. Como no le convenía en absoluto tener la mala suerte de caerse en uno de los vaivenes del bus, se sentó en el único asiento que encontró libre, uno de esos que quedan en primera fila y encima de la rueda, por lo que se veía forzada a mantener una pierna un poco más levantada que la otra y eso, sin ningún asiento delante que la tapase, hacía que cualquiera que estuviese delante de ella pudiese comprobar lo poco vestida que iba en cuanto a ropa interior, Se esforzó por mantener las piernas juntas, pero el trayecto discurría por una calle demasiado llena de baches, con los saltos del vehículo las rodillas se le separaban de forma involuntaria y, poco a poco, reunió a una audiencia considerable de hombres de todas las edades delante de ella, curiosamente eso sólo le daba un poco de vergüenza, el morbo que le producía era muchísimo mayor. Ninguno de esos hombres le quitaba los ojos del triangulito que quedaba entre sus muslos y la falda, pero no parecía que alguien fuese a decidirse a meterle mano ni nada parecido, por lo que pensó que podía jugar un poco. Giró la cabeza, mirando por la ventanilla, mientras relajaba las piernas de forma descuidada, dejando que se abrieran lo suficiente como para todo su público pudiese constatar, sin lugar a dudas, que le estaba viendo el coño depilado y mojadito. En unos minutos el bus llegó a su parada y se levantó, un poco decepcionada porque ninguno de aquellos mirones se hubiese decidido a comprobar lo caliente que la habían puesto esa breve exhibición, no obstante las caras de todos ellos eran auténticos poemas y sólo por ver al deseo en sus miradas había valido la pena lanzarse.
Pero no contaba con que para bajar tenía que pasar por en medio del numeroso grupo, ni con que esa era, para ellos, una oportunidad de meterle mano demasiado buena como para dejarla escapar, así que en ese par de metros consiguió no menos de diez caricias y magreos debajo de su falda, algún dedo incluso llegó a trazar el principio de sus labios, se llevó también un par de pellizcos en el culo y hasta hubo quien le puso un papel en la cinturilla, con un número de móvil, por si le apetecía una cita con un madurito.
Llegó a su cita con unos minutos de retraso, sus amigas ya la estaban esperando y por suerte ninguna notó nada extraño en ella, mucho mejor porque no le apetecía empezar a dar explicaciones, era su fiesta y la estaba disfrutando. Comentaron que hacer y decidieron irse de compras, alguien propuso ir a una zapatería y las demás aceptaron encantadas, al escuchar la propuesta el cosquilleo de su coño se volvió a disparar, después del breve respiro que le había dado un rato corto de charla intrascendente. Una zapatería, ni más ni menos. Ese sitio lleno de espejos inclinados, perfectos para que cualquiera pueda ponerse en un punto estratégico y ver por debajo de una falda suficientemente corta, ese lugar donde se vería obligada, para probarse algún par de zapatos, a levantar primero un pierna y después la otra, sabiendo que iba a dejar al aire mucho más de lo que los dependientes estaban acostumbrados a ver. No entraron en las que estaban más cercanas, prolongando el paseo y consiguiendo que el conjunto de la situación -el aire que seguía soplando, la aventura del bus, el morbo de estar paseando con sus amigas con una mini y sin bragas- volviese a ponerla en un punto en que su excitación le hacía difícil pensar en otra cosa, pero esa sensación le estaba encantando, le había cogido el gustito y lo estaba disfrutando muchísimo.
Entraron en la zapatería y cada una se fue por su lado, ella escogió rápidamente un par de zapatos bajos que le hacían juego con la falda y se sentó en el banco para probárselos, de un vistazo comprobó que había por lo menos un par de espejos desde los que le podían ver hasta las amígdalas, pero después de la experiencia del autobús tenía ganas de volver a enseñarlo. Se descalzó, sin importarle demasiado donde quedaba su falda y cuando iba a ponerse el primero de los zapatos se fijó en un dependiente que no se perdía detalle, cruzaron las miradas y el chico, alto y bastante guapo, se le acercó. Un par de frases más tarde -¿Te puedo ayudar?, Sí por favor- ya lo tenía con la rodilla en tierra delante de ella, intentando hacer entrar su pie en el zapato sin mirar, porque la mirada la tenía clavada en el coño que se abría a cincuenta centímetros de sus ojos, tardo una eternidad en ponérselo y ella aprovechó esa eternidad para separar un poco más las piernas, echar el culo hacia adelante y permitir que los labios se le abrieran ligeramente, dejando ver la humedad que desde hacia rato empapaba el interior. Después del primer zapato vino el segundo y con éste la maniobra aún fue más larga, ya que el dependiente no pudo resistir el impulso de deslizar la mano por la pierna, subiendo hasta la rodilla, ella abrió un poco más los muslos invitándole a ir más arriba pero la llamada intempestiva del jefe de tienda acabó con la diversión e hizo que, al levantarse, el joven no pudiese ocultar un tremendo bulto en sus pantalones.
Al borde del orgasmo, ella se cambió de zapatos y viendo que sus amigas ya estaban por irse, las siguió como pudo fuera de la tienda. Estaba tan excitada que no sabía ni lo que hacía ni lo que decía, sólo notaba el coño latiéndole, se moría por correrse. Entraron en un bar y se mantuvo prácticamente ajena a la conversación, únicamente intervenía con monosílabos mientras movía las piernas, juntas, intentando conseguir un masaje en el clítoris suficientemente intenso como para aliviar la tensión, era difícil, necesitaba una corrida con urgencia, aunque tenía que reconocer que mantener aquel estado de excitación le hacía sentir un placer intenso, era como un estado previo al orgasmo que podía prolongar por tiempo indefinido y que la estaba volviendo loca de gusto. Cuando por fin decidieron irse a casa, se apresuró para llegar cuanto antes, casi sin saludar se encerró en su habitación y no se molestó ni siquiera en quitarse la ropa, se lanzó sobre la cama y se regalo el orgasmo más explosivo que había tenido jamás.
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