UN MOMENTO, POR FAVOR.
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Maduritaseconfiesa.
Tenía yo unos 23 añitos, así que debía correr el invierno del ‘96. Había conocido hacía poco un hombre casado unos 10 años mayor que yo. Nunca pensé que haría algo así, pero me vendió la moto tan bien vendida que me lo creí todo: que su matrimonio no funcionaba, que lo mantenían por las apariencias, por los críos, que su mujer sabía que no era fiel, que ella tampoco lo era… Bueno, que me lo tragué y punto.
Aquella noche era una de nuestras primeras citas. Fuimos a tomar algo, me puso tontorrona en un pub y luego nos fuimos a su coche. Unos cuantos besos y unos cuantos magreos; no doy detalles que ya sabéis de qué va. La cuestión es que estábamos en un sitio demasiado público como para ir más allá, así que arrancó el coche y nos pusimos en marcha.
– ¿Tú sabes dónde podríamos ir? –me preguntó.
– Yo ni idea.
Empezamos a dar vueltas con el coche sin destino fijo mientras seguíamos magreándonos a una mano; yo ya sin sujetador y la blusa un poco desabrochada aunque no del todo, viendo cómo saltaba mi pecho en cada bache del camino (y el los pillaba todos, doy fe), él con el pantalón desabrochado, con la cabecita asomando por encima del bóxer con el movimiento de mi mano ocultándola intermitentemente.
Ya era noche cerrada y circulábamos por una urbanización tranquila y apartada cerca de la playa, buscando alguna calle con menos iluminación, o algún rincón más cerrado o… cualquier sitio donde parar de una santa vez el coche e ir al lío.
Total, que no sé si por decisión razonada o por desesperación absoluta decidió hacerlo y yo no pregunté. Se pasó a mi asiento y empezamos a toquetearnos y besarnos un poco más, dando tiempo a que los cristales se cubrieran de vaho para tener más intimidad. No tardó mucho.
Nos pasamos al asiento trasero, él sentado en el centro, yo sentada sobre él con las piernas abiertas, la falda por la cintura, la blusa completamente desabrochada y caída, apoyándome en los asientos delanteros para facilitar el movimiento. Mucha prisa… no llevábamos ni 20 minutos allí cuando ya tenía su polla metida en el coño resbaladizo, marcando con mis caderas el ritmo lento que a mí me gusta (exactamente el que marca la canción “Hedonism” de Skunk Anansie si queréis referencia), sintiendo sus manos en mis tetas disfrutando como una loca. Él con cara de haber visto a Dios, apretando los glúteos para aumentar la penetración y disfrutando como un loco. Gemía sin controlar el volumen. El orgasmo lo tenía a cinco segundos. “Más fuerte, por favor” gritaba mientras lanzaba todo mi peso sobre su polla. “Más fuerte, por favor” repetí a la primera convulsión del orgasmo.
Tac-tac- tac “Policía”, gritó alguien fuera del coche.
“¡Un momento, por favor. Un momento, por favor. Un – momento, – por favor!” Fue mi grito de orgasmo aquella noche, y debió oírse a dos manzanas de distancia. No lo había podido frenar.
Mi pareja me miraba entre aterrorizado y maravillado. Me bajé de él, me bajé la falda y me cerré la blusa. Él se puso los pantalones en 3 segundos. Y aún sin recuperar la respiración bajamos la ventanilla.
Los dos policías miraban al interior apoyándose en el techo del coche.
– Disculpe, señorita. Caballero –dijo con una media sonrisa-. Hemos recibido un aviso de un vehículo sospechoso que ha resultado ser el suyo.
Hablaba lento, con la media sonrisa en la cara, recorriendo mi cuerpo con la mirada, yo sin bragas y sin sujetador (que estaban tirados por el suelo del coche).
– No les decimos que no puedan tener “un momento” para la intimidad –dijo hablando despacio el otro-, lo que les decimos es que la próxima vez no aparquen en la puerta de una casa. Los pobres vecinos pensaban que eran ladrones merodeando.
– Lo lamentamos, agentes, de veras. No pretendíamos molestar a nadie –dije.
– No, no. Ya se ve que no era eso lo que querían. Eso está claro.
Nos bajamos del coche para poder ocupar los asientos delanteros y pirarnos. Yo sin bragas ni sujetador debajo de la ropa, cuando estaba a punto de sentarme de nuevo en el coche oí a mi espalda:
– ¡Un momento, por favor!
Me giré ruborizada y vi la sonrisa burlona de uno de ellos que me miraba.
– Tranquila, no es a ustedes. Márchese tranquila.
Al día siguiente me pasé tres horas circulando con el coche hasta que encontré un puto descampado alejado de cualquier vivienda. Pero confieso que no he podido olvidar la mirada pícara de aquel policía cuando gritó para que lo oyera… “Un momento, por favor”.
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