Un nenito cualquiera.
Mi mayor intriga desde muy chiquillo siempre fue el sexo..
Hola! A raíz de un accidente de automóvil murieron mi papá y mi mamá cuando yo sólo tenía tres meses de vida, por lo que se hizo cargo de mí, tía Lucerito de sólo 17 años que trabajaba de mucama en una estancia de la provincia de Córdoba, Argentina. En realidad, para Lucerito pasé a ser su hijo, más que su sobrinito.
Lo llamativo del caso es que desde muy pequeño, mostré una marcada tendencia a desnudarme con el único objeto de exibirme. Fui reprendido muchas veces y hasta castigado por eso, por lo que cuando quería desnudarme me iba a la espesura de un bosquecito en la ladera de la montaña.
Al desnudarme, me sentía vulnerable, accesible y soñando un acceso sexual, sentía sensaciones muy placenteras en mi colita.
Había desplegado yo grandes tácticas para que no se notasen mis «retiros» al monte y llevaba varias semanas que había empezado a meterme los dedos, hasta que descubrí las zanahorias y las empecé a usar en lugar de los dedos.
Una tarde de tantas, llegué al claro donde me desnudaba y bailaba sintiéndome toda una gacela, cuando de la nada brotó un aplauso. Al darme vuelta, constaté que se trataba de Osiris (17), el hijo menor de la dueña de la estancia que aprobaba mi número de baile. Sentí mucha vergüenza, acompañada de una gran felicidad por poder manifestar mi amor por mi desnudez. Sin dejar de aplaudir, Osiris me animó a volver a bailar, asegurándome que lo hacía muy bien.
Bailé para él, a la vez que adoptaba posturas distintas como tratando de destacar mi cola, a la vez que colocaba mis palmas hacia arriba en la base de mis tetillas de niño. Me sentía feliz. Un hombre joven y bello me miraba. Me llamó a la vez que se hinchaba sobre sus rodillas y rodeando mi cintura con su brazo, me mostró la zanahoria que había usado en mi patiecito trasero. Me dijo: Métetela. Comencé a llorar de vergüenza por lo que él me consolaba con palabras suaves y acariciándome. Sus caricias surtían ya su efecto cuando bajó sus manazas a mis nalguitas apretándomelas suavemente. Uno de sus dedos jugó en mi zanjita, a la vez que sacaba su miembro con la otra mano y me lo restregaba por mi cuerpito que estaba a mil. Me pidió que levante mi carita y abra la boca para besarnos y después de breves lecciones besaba yo como la más consumada de las meretrices. Me puso de espaldas a él tallándome la zanjita con su pedazo. Me preguntó si me gustaba y le dije que sí, entonces me dijo: Te voy a cojer.
Me puso frente a él y dobló mi cuerpito sobre su pierna, abrió mis nalgas y empezó a meterme mi zanahoria.
Pongamos atención en algo, estábamos a finales del año 1963, por entonces no existía el Internet, ni yo había visto jamás un pene que no fuese mi pequeñísimo y atrofiado penecito, créanme que sin haberlo visto jamás, empecé a chupársela sin ninguna sugerencia de parte de Osiris que hacía maravillas con la zanahoria, metiéndomela ahora del lado grueso y con uno de sus dedos. Estaba yo en el séptimo cielo cuando me retiró, se acostó sobre la hierba y guiándome me puso a horcajadas de su cuerpo, con mi puertita trasera apoyada en la cabeza de su pene que no tardó en ser totalmente devorado por mi hambriento culito. Solté un grito muy de putito feliz y mis gemidos expresaban claramente las sensaciones conque Osiris agasajaba a mis entrañas. Supe lo que significa acabar cuando comenzó a arremeter con infinita violencia mis asentaderas que disfrutaban aquello de modo descomunal.
Su juventud me regaló una eyaculación en mi boca (para lo que fui aleccionado) y otra cojida de órdago.
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