Un rayo de luz
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por capinemo.
Parecía que iba a ser un bonito día, por lo que me puse a pensar en qué podía ocupar el tiempo; podía ir a la piscina, aunque el bullicio no me apetecía, o mejor a un río o a algún pantano. Al final, decidí que ya era hora de levantarme y practiqué uno de mis actos preferidos: abrir las cortinas de mi dormitorio antes de vestirme, sin mirar si hay alguien que me pueda ver. Es mi forma favorita de dar los buenos días al mundo.
Esto me hizo pensar que era el día ideal para dedicarlo a mostrar mi cuerpo. Por lo tanto, lo primero que decidí fue que no me iba a vestir para estar en casa. Estaba tranquila, pensando a qué lugar podría ir a descansar y darme un baño pero también me apetecía que pudiera haber algún que otro pescador. Me encanta cuando viene un pescador por el río y me encuentra tomando el sol desnuda. Se suelen sorprender un poco pero cuando me levanto para preguntarles si han pescado mucho y les doy un poco de conversación, es cuando ya se quedan totalmente perplejos.
Me di una ducha relajante y me preparé un desayuno ligero porque ya era tarde. Junto a la ventana contemplaba como el otoño comenzaba a hacerse notar. Es un espectáculo entrañable ver que con su llegada, se tiñen las hojas de los árboles de ese tono marrón y comienza a transformar la sombra que nos cobijaba del sol en alfombra vegetal que disimula el asfalto de la calle. Estaba disfrutando de esta sensación mientras sujetaba entre mis manos una taza de café humeante que desprendía un espléndido aroma, cuando me sobresaltó el sonido del teléfono. Era Carmen, una de mis compañeras de trabajo. ¡Lo había olvidado por completo! Ese día habíamos quedado para comer en casa de otro compañero; nos había invitado para inaugurar su nuevo piso, así que pensé que se había estropeado mi sábado de exhibición. Al poco recapacité y llegué a la conclusión de que el día era muy largo y eso sólo sería una interrupción de unas horas, un tiempo muerto.
Aprovechando la circunstancia de que a mí me había tocado llevar el postre, decidí que esa podía ser mi primera acción. Busqué un vestido flojo con un poco de escote y me lo puse sin cinturón ni ropa interior. Me situé frente al espejo y comencé a bajar el tronco lentamente y pude comprobar que, en efecto, como yo me imaginaba, había un punto en el que se me podían ver los pechos completamente e incluso también se alcanzaba a ver el vello de mi pubis. Así, me dirigí contenta y nerviosa a la pastelería.
No fui a la confitería más cercana porque sé que las dependientas son mujeres y quise probar mejor suerte en otra. Después de un rato buscando, me decidí a entrar en una que atendía un hombre de mediana edad. Cuando entré en el local y percibí el olor a chocolate y canela procedente del obrador, mi imaginación comenzó a funcionar: me imaginaba tumbada en una enorme mesa haciendo de base para una tarta de chocolate de tamaño humano. ¡Qué delicia! Sin embargo, me llevé un pequeño chasco cuando comprobé que él era el pastelero y quien me iba a atender era su mujer, así que no hice ningún intento aunque al momento entró un hombre de unos treinta años muy elegante; llevaba unos pantalones vaqueros que le sentaban estupendamente y olía a recién duchado pero no sabía como conseguir que me pudiera ver. En ese momento, la suerte se alió conmigo. Cuando me disponía a pagar, recordé que tenía algunas monedas en la cartera pequeña y al abrirla, pensé que sería interesante dejar caer al suelo algunas monedas y eso fue lo que hice. En realidad, no tiré unas pocas, las tiré todas y cuando las recogía, procuraba ponerme de cara al muchacho, que en un primer momento no hizo nada. Al poco se agachó para recoger alguna moneda, con toda la intención de tener una perspectiva mejor al levantarse, cosa que yo agradecí un montón.
Volví a casa muy satisfecha, pensando que ya tenía suficiente hasta la tarde, cuando regresara. Entonces me puse otro vestido más ajustado y la ropa interior que no me había puesto en todo el día. También preparé una bolsa con crema y la toalla para poder ir al río cuando terminásemos.
La comida fue muy entretenida y la casa era pequeña pero muy bonita. De todos modos, yo estaba un poco impaciente por irme. A eso de las seis de la tarde les dije que me iba porque había quedado con unos amigos. En realidad, yo tenía otros planes para esa tarde y no tenía la intención de compartirlos con mis compañeros de trabajo.
Cuando bajé, pensé que a lo mejor era un poco tarde para ir a un río, así que me dirigí a la casa de campo pensando que tal vez allí podría tener un lugar donde tumbarme y ser vista. Cuando estaba acercándome, se me ocurrió que si me tumbaba desnuda en alguna zona bajo el teleférico, seguramente sería divertido. Por lo tanto, busqué el teleférico y seguí su trazado hasta que encontré una zona tranquila, donde aparqué, y que estaba alejada de los ambientes de prostitución. Me bajé, cogí mi bolsa y me adentré entre los árboles hasta que encontré un pequeño claro fácilmente visible desde el teleférico. Allí extendí mi toalla y me desnudé notando que, en efecto, a los viajeros del teleférico les causaba buena impresión verme así. No me quedé allí más de quince minutos porque temía que alguno de los afortunados espectadores pudiera querer venir hasta el lugar en el que me encontraba y además, ya no hacía demasiado calor. De todos modos, escuché varios silbidos y algún que otro piropo. Estoy casi convencida de que también vi alguna que otra cámara de fotos pero creo que no iban bien preparados para tomar fotos a esa distancia. Estaba emocionada, así que al levantarme para recoger, me puse a saludar ostensiblemente a las tres siguientes cabinas que pasaron, con el consiguiente alboroto de algunos pasajeros.
Me vestí y me fui por fin a casa. Llegué a eso de las siete y como era lógico, me quité toda la ropa para estar en casa. Encendí el ordenador y me metí en el chat que solía frecuentar. Pronto encontré a un chico muy agradable y bastante educado con el que me pasé charlando un largo rato; resultó ser muy ingenioso. Pude saber que era el gerente de una conocida tienda de ropa y eso me dio cierta confianza, así que yo también me sinceré un poco con él.
– Así que eres exhibicionista – me dijo.
– No me gusta esa palabra. Simplemente digamos que en ocasiones dejo que vean mi cuerpo – le contesté sin negarlo porque esa palabra no me gusta nada. No me siento identificada en absoluto porque tiene connotaciones peyorativas pero, en realidad, es algo parecido.
-¿Y cuándo te diste cuenta de que te gustaba dejarte ver? – me preguntó.
– Bueno, eso fue algo casual. Sucedió un día cuando limpiaba los cristales de la casa de mis padres. Yo llevaba una bata pero no me había puesto sujetador y noté como un vecino, en el que yo estaba interesada, me seguía con la mirada. Yo estaba en realidad más pendiente de él que de los cristales y al levantarme, se me trabó el cinturón de la bata con el brazo de la silla en la que me subía para llegar a las partes más altas.
– ¿Y qué pasó?
– ¡Qué iba a pasar! Que la bata se me abrió y mis pechos quedaron al descubierto durante un instante.
– ¿Te sentiste mal?
– Claro. Me sentí muy avergonzada.
– Entonces, ¿no fue una buena experiencia?
– Hasta ese momento no lo era pero al día siguiente me lo crucé en la calle y sin mediar palabra, me entregó una nota.
– ¿Qué ponía la nota?
– Me decía, en primer lugar, que se llamaba Alejandro y que era el vecino del 7 º C del portal que estaba frente al mío, aunque suponía que eso ya lo sabía yo.
Después de esto, me explicaba de un modo exquisito lo agradable que le había resultado la visión que había tenido el día anterior. No tenía por qué avergonzarme de nada puesto que mis pechos eran muy bellos y, por supuesto, siendo él un caballero como era, tenía su palabra de que jamás contaría a nadie lo que había visto o lo que pudiera ver en el futuro si yo tenía a bien mostrarle algo más en alguna otra ocasión.
– ¿Y lo hiciste?
– En ese momento no pero eso me dio que pensar porque esa carta me elevó el ánimo; mi ego estaba por las nubes y además, me sentía generosa también.
– ¿Y diste el paso?
– Pues, al cabo de una semana aproximadamente surgió la ocasión porque yo estaba sola en casa. Un poco antes de la hora de comer, noté que estaba asomado a la ventana de su cuarto, así que como yo llevaba la misma bata del otro día, me puse delante de la ventana.
– Continúa, continúa.
– Miré hacia él y me hizo un gesto de saludo con la mano al que yo respondí con un gesto similar.
– ¿Sólo eso?
– Bueno, creo que la mayoría de las chicas no le habrían ni saludado pero la carta que me escribió era muy educada y además, yo ya había indagado sobre este chico en el barrio. Sabía que, en efecto, era un muchacho muy apreciado y caballeroso. Por ese motivo, ya había decidido que si se presentaba la ocasión, quería experimentar esa situación. Por lo tanto, le hice con la mano un gesto para que se esperase y yo me fui a mi dormitorio. Allí me quité la ropa interior y la bata y me dirigí de nuevo a la ventana del salón, ya sin ropa.
– ¿Cómo te sentiste?
– Me sentí como una diosa. Él no pestañeaba, me admiraba. Me sentía muy bien porque por una parte, notaba que le gustaba y estaba haciendo feliz a una buena persona; por otra parte, sentía que era yo, que era mi propio cuerpo, mi persona quien conseguía ese efecto y además, con todas esas buenas sensaciones se mezclaba una sensación de vergüenza, de pudor que me hacía sentirme nerviosa. Sentía una descarga de adrenalina brutal pero me sentía satisfecha. En resumen: fue una experiencia muy buena.
– Y al muchacho, ¿le has vuelto a ver?
– Si, durante una época fue mi cómplice. Ideaba situaciones para mí y me ayudaba a realizarlas.
– ¿Y ya no lo es?
– Lo es cuando está aquí pero ahora vive en Londres y eso lo hace un poco difícil.
– Por lo que dices, la experiencia fue muy positiva.
– Lo es siempre que encuentro personas educadas. Él no era más que un vecino cuando me vio pero su comportamiento fue perfecto y no ha sido el único; he tenido otras muchas experiencias, la mayoría positivas, sólo que de vez en cuando me he encontrado con algún cafre que no sabe estar en su sitio.
– ¿Te gustaría tener de nuevo un cómplice?
– Eso me vendría muy bien pero tendrías que ganarte el puesto.
– ¿Cómo podría hacerlo?
– Pues es muy simple. Tienes que demostrarme que sabes estar en tu sitio, que en ningún momento intentas nada más de lo que yo pretenda y que tienes mucha imaginación; esto también es importante.
– ¿ Cuál fue la primera cosa que te propuso hacer?
– Fue algo muy divertido porque él, a su vez, fue muy cuidadoso y meticuloso a la hora de elegir el lugar y la persona ante la que me iba a dejar ver. El juego consistió en que un día fuéramos al cine a la sesión de las cinco de la tarde para ver una película. Lost in Translation era su título y yo iba vestida únicamente con unos zapatos, unas medias y un abrigo. Alejandro había quedado con un hombre algo mayor que nosotros con el que previamente había tenido ciertas conversaciones para dejar las cosas claras.
– ¿Qué cosas?
– Que se trataba simplemente de un juego, sin más intención que pasar un buen rato realizándolo pero que no debía pensar ni esperar que después fuera a pasar ninguna otra cosa.
– ¿Y lo comprendió?
– No es que lo comprendiera solamente, es que él también compartía esa idea y eso fue lo que hizo que Alejandro se decidiera a invitarme a realizar el juego.
– Bueno, y ¿qué pasó?
– Entramos al cine, con la fortuna de que la sala estaba vacía. Nos sentamos por la mitad de la sala, yo en el medio y cada uno de ellos a mi lado; la situación era muy excitante. Cuando la película comenzó, Alejandro me sugirió que me desabotonara el abrigo abriéndolo despacio y eso hice. Cuando lo abrí completamente, sentí una sensación muy agradable porque uno de los tubos de aire de la calefacción estaba enfocado hacia nuestra zona y notaba el aire caliente contra mi cuerpo, lo que me hacía sentir más claramente mi desnudez al mismo tiempo que me daba una sensación de libertad y confort.
– ¿Notaste como te miraba?
– Pues aunque te parezca difícil, casi no lo percibí. Fue muy sutil; me miraba con mucha discreción. Yo hice algún comentario sobre la película con la intención de que al responderme, girase la cabeza hacia mi y notar su mirada recorriendo mi cuerpo pero, desafortunadamente, no lo conseguí.
– Entonces, ¿cómo sabes que te miró?
– Supe que lo hizo porque al salir del cine describió con mucho detalle la forma de mis pechos, de mi pubis y algún otro detalle de mi cuerpo que tal vez un día puedas conocer por ti mismo.
– ¿Te gustó?
– Mucho. Fue estupendo.
– Esta situación estaba bastante preparada. ¿Tus juegos estaban siempre así de preparados?
– No, no siempre lo eran porque en otras ocasiones buscábamos la sorpresa de los chicos. Dependiendo del juego, unas veces se planificaba y otras se improvisaba más.
– ¿Me puedes contar alguna de vuestras improvisaciones?
– Sí, claro. Recuerdo especialmente un día que fuimos al campo con la idea de hacer unas fotos en compañía. Nos costó bastante tiempo dar con la situación adecuada pero al fin, surgió la ocasión. Vimos un tractor trabajando a una cierta distancia. Nos bajamos dispuestos a que me sacara unas fotos junto a un montón de alpacas. Yo llevaba poca ropa pero estaba vestida.
Al poco, vimos como el tractor se acercaba en nuestra dirección. Cuando llegó a nuestra altura, le preguntamos si nos permitía que me subiera al tractor para hacerme unas fotos. El hombre era amable y se comportó con corrección, así que en un momento dado Alejandro me sugirió que me quitara la camisa, cosa que hice al ver que el agricultor no ponía ningún pero. Después, como ya supondrás, me despojé del sujetador. Todo iba muy bien, el hombre no paraba de felicitarse por la suerte que había tenido esa tarde al encontrarnos. Finalmente, Alejandro me pidió que me quitara mi última prenda. Yo miré a nuestra víctima y le pregunté si tenía algún inconveniente. No tuvo ninguno, así que me desprendí de mi tanga. Pero lo más sorprendente fue que el agricultor nos pidió hacerse una foto para el.
– ¿Y se la distéis?
– Sí, como llevábamos una Polaroid, Alejandro me sacó una en la que no se me veía la cara. De ese modo podría recordar ese día con algo tangible.
– Es una idea estupenda. Me ha gustado mucho pero esto sólo os servía para el verano.
– Sí. Cuando el tiempo era más frío, hacíamos juegos más simples.
– ¿Recuerdas alguno de esos en particular?
– Bueno, recuerdo uno en especial debido a la reacción que causé.
– ¿Lo puedes compartir conmigo?
– Sí, claro.
A Alejandro se le ocurrió que podíamos ir a un concesionario con la falsa intención de comprar un coche pero yo llevaría una minifalda muy corta y no me pondría ropa interior. El juego salió muy bien porque yo me monté en varios modelos de coches y revisé concienzudamente el maletero de algunos de ellos. Lo mejor fue que notamos que el comercial comenzó a tartamudear y en cierto momento, se le cayeron al suelo los papeles que llevaba en la mano. Su nerviosismo era palpable y eso hace que recuerde ese día especialmente.
– ¿Te gusta poner nerviosos a los chicos?
– No, no es esa mi intención pero si notas que están nerviosos, es porque se produce una reacción a algo. Es decir, si están nerviosos, estoy segura de que me han visto y fácilmente se puede adivinar si es algo que les gusta o no y casi nunca les disgusta. Lo que busco, en realidad, es mostrarme y notar que les gusta, siempre, claro está, que me traten con respeto.
– Eres un pozo sin fondo. Seguro que tienes muchas más experiencias que relatarme.
– Bueno, no te creas que hacíamos esto a diario. No queríamos que se convirtiera en una rutina pero, claro, al cabo del tiempo hay unas cuantas cosas que contar.
– ¿Cuál te costó más hacer?
– Bueno, no sabría decirte exactamente cuál me ha costado más pero recuerdo una en la que yo no me acababa de decidir porque teníamos que “actuar” muy bien para que no se notara que estaba preparado.
– ¿Y qué pasaba si se notaba?
– Que el juego perdía toda su gracia.
– Bueno, soy todo oídos o, mejor dicho, soy todo ojos para leerlo.
– Pues, ya te anticipo que lo bordamos y el juego salió a la perfección.
Alejandro le propuso al chico con el que habíamos hecho el juego del cine que invitase a un amigo suyo una tarde con cualquier pretexto creíble. Alejandro también estaba allí porque era supuestamente un amigo que había conocido por la afición común que tenían al ciclismo y tenían que preparar una ruta. Después de quince minutos aproximadamente, yo llamé al timbre de la casa y me presenté como una encuestadora, pidiéndoles un poco de su tiempo para contestarme a unas preguntas sobre las playas españolas. Habíamos preparado unas preguntas que en un principio eran normales pero que al poco, se centraban básicamente en el nudismo para dar pie a lo que queríamos que se produjera.
– ¿Y qué queríais?
– Bueno, en primer lugar, ellos lógicamente se prestaron a responder la encuesta, eso estaba asegurado porque Alejandro y nuestro cómplice dijeron que sí sin dudarlo. Después, cuando empecé a hacer preguntas sobre nudismo, sólo parecía estar un poco cortado el chico que no sabía nada. Alejandro, por supuesto, asumió el papel de nudista de toda la vida y hacia la mitad de la encuesta, me dijo: “Oye, me gustaría proponerte algo con todo respeto y sin tener en ningún momento intención de ofenderte. ¿No te resultaría una experiencia interesante y divertida hacernos el resto de la encuesta estando desnuda?” A lo que yo respondí tajantemente que no, sin pensarlo ni un instante pero sin enfadarme, siguiendo con el buen ambiente que teníamos. De hecho, ellos hacían alguna broma, tomando el pelo a Alejandro por su atrevimiento. Así, yo continué con la encuesta en ese buen ambiente y cuando la terminé, les di las gracias y me fui.
– ¿Eso fue todo?
– Desde luego que no. Dejé pasar otros quince minutos y volví a tocar al timbre. Al abrir, nuestro cómplice hizo como si se sorprendiera y me preguntó si había olvidado algo, a lo que yo respondí que no, que lo que pasaba es que había estado pensando sobre la propuesta que me habían echo y que realmente era una situación que probablemente no se iba a repetir en mi vida y podía ser una experiencia divertida, siempre y cuando aceptaran mis tres condiciones. Ellos me preguntaron qué condiciones eran y les dije que me tenían que dejar sus carnés de identidad para bajarlos a mi coche mientras yo estuviera allí, que no podrían tocarme en ningún momento y que no me desnudaría ante ellos, sino que lo haría en otra habitación. En cuanto terminé de decir esto, Alejandro y nuestro cómplice ya estaban dándome sus carnés y el otro muchacho reaccionó rápidamente e hizo lo propio. Me fui con sus documentos, regresando a los diez minutos para que pareciera algo real y darles tiempo a que comentaran la situación entre ellos.
– ¡Qué interesante!
– Bueno, lo realmente interesante te lo voy a contar ahora.
– Estoy impaciente por saber qué pasó.
– Al regresar, me invitaron a beber algo. Les pedí un refresco aunque hubiera necesitado mejor una tila. Me indicaron dónde estaba el cuarto de baño y ellos se dirigieron al salón. En el servicio me quité todo salvo la ropa interior y me cubrí con una toalla. Me encaminé hacia el salón para cerciorarme de que no era posible que viniera alguien por sorpresa a la casa.
– Ah, ¿pero el dueño de la casa no era vuestro cómplice?
– Sí, esto sólo era una treta para aumentar la expectación ante el espectáculo inminente que se avecinaba. Después de que me confirmaran que no había problema, regresé al servicio y esta vez sí; me quité toda la ropa y volví al salón. La situación fue estupenda. Estuve charlando con ellos por lo menos quince minutos. La conversación fue muy agradable e incluso distendida al cabo de los primeros cinco minutos. El chico que no me conocía estaba alucinando y nosotros tres disfrutando muchísimo de la situación, era genial.
– ¿De qué hablasteis?
– Primero de la encuesta que les había hecho, luego la conversación derivo hacia mi cuerpo. Se fijaron en un montón de detalles y como los comentarios siempre eran muy positivos, yo estaba encantada.
– ¿Y como se terminó?
– Una amiga me llamó al móvil y le dije que me llamará un poco más tarde. Les di las gracias por su educación y me fui a vestir.
Seguimos charlando un rato más y al poco, me propuso un juego que me resultó interesante. Consistía en que esa noche yo fuera hasta su casa completamente desnuda y que al llegar, él tendría varios vestidos de mi talla para que me quedase con uno de ellos.
Yo estaba encantada con la idea, pensando que iba a cruzar medio Madrid desnuda en mi coche, aunque me daba cierto reparo que me hicieran un control de alcoholemia o algo así.
Continuamos hablando hasta bien avanzada la noche y a eso de las tres de la mañana pensamos que sería buen momento. Así que apagué mi PC, me puse unos zapatos, cogí las llaves y me dispuse a salir de casa. Bajé por las escaleras para no tener ninguna sorpresa. Todo fue bien. Subí al coche y arranqué. Tenía la adrenalina a cien por hora pero disfrutaba de ello. Antes de abandonar el barrio, me encontré el primer semáforo en rojo. Eso me excitó un poco más porque era consciente de que no podía cubrirme con nada pero nadie pasó cerca. Continúe mi viaje y encontré algún semáforo más. Ahora ya prefería que alguien pasara y se pudiera sorprender pero no sucedió, aunque quien sí se sorprendió fue un conductor que en el siguiente semáforo se detuvo a mi lado.
Todo iba bastante bien. Me estaba divirtiendo y a la vez me sentía un tanto indefensa, sin posibilidad de taparme si lo necesitara y vaya si lo necesité. Al poco de dejar atrás el casco urbano, noté algo extraño en el coche; algo iba mal. Menudo plan, ni siquiera podía llamar al servicio de asistencia del seguro. Decidí desviarme un poco en el primer camino que encontré y bajarme a ver si yo veía algo. Sin embargo, al pasar por un área de descanso, pensé que probablemente estaría desierta y me detuve allí. Me baje del coche y vi que lo que tenía era un pinchazo en la rueda pero no tenía otra solución más que cambiar la rueda y hacerlo yo sola. Busqué las herramientas, el gato y la rueda y me dispuse a hacer la maniobra lo más rápidamente posible, así que antes de comenzar, me subía al coche y revisé el manual de instrucciones para ver exactamente qué era lo que había que hacer. Abrí la puerta y me bajé con decisión, tratando de hacerlo todo con calma para no perder más tiempo. Desde luego, no fue fácil y la maniobra me llevo cerca de media hora pero tuve suerte y sólo tuve un sobresalto. Cuando acabé de poner la rueda nueva, un coche entró, así que yo cerré las puertas del mío y corrí a esconderme tras unos árboles, confiando en que nadie se bajara del vehículo. Afortunadamente, no se detuvo, así que volví tranquila a poner los tornillos de la rueda. Una vez terminada la maniobra, me sentía eufórica aunque un poco sucia.
Por lo que decidí separarme del coche para ver si había alguna fuente. Sentí una sensación que me estremeció cuando pensé que estaba paseando desnuda al aire libre pero era una sensación de agradable zozobra. Aunque de repente tuve que volver a la realidad porque me di cuenta de que un camión había entrado en la zona de descanso. Miré hacia el coche y vi que estaba demasiado lejos para llegar sin ser vista, así que me encaminé hacia él con naturalidad. Al poco note los focos del camión en mi espalda; era inevitable que me estuviera viendo. Yo continué y el camión, tras de mí pero al poco se detuvo y dio una ráfaga con las luces. No me detuve y al momento, alcancé mi coche. Cuando abrí la puerta, él hizo sonar su bocina de un modo gracioso, así que me relajé y sentí que no tenía por qué tener temor. Antes de subirme al coche, me volví hacia él y le saludé con la mano, contestando él de nuevo con su bocina y sacando su mano por la ventanilla haciendo un gesto con su pulgar hacia arriba. Al quedarme de nuevo sola y tranquila, pude tener un momento para contemplar la luna llena que con su luz plateada bañaba mi cuerpo y me permitía adivinar que estaba en un precioso lugar en el que no desentonaba mi desnudez.
Más bien, lo que parecía no estar en su lugar era mi coche, la valla metálica y las papeleras. Escuchaba el suave canto de una lechuza, la alegre cantinela de los grillos y el murmullo de las hojas de los árboles que parecían llamarme para compartir la noche con ellos. Me pareció muy tentadora la idea de acercarme a los árboles y darme un pequeño paseo pero la valla que nos separaba me hizo desestimar esa idea.
Ahora me sentía muy bien y me dirigí, por fin, en busca de mi vestido nuevo. Cuando llegué a la urbanización en la que él vivía, tuve una doble sensación; por una parte, sentía algo de desconfianza pero por otra, ansiaba que llegase el momento en que me abriera la puerta y comprobara de lo que había sido capaz. No pude aparcar todo lo cerca de la casa que hubiera querido y mucho más al comprobar que se acercaba un barrendero por la otra acera. En ese momento ni se me pasó por la imaginación echarme atrás, así que me dirigí con decisión a al puerta, sin importarme que el barrendero me echara un buen repaso al pasar. Llamé al timbre y la puerta se abrió enseguida.
Me presenté, esperando que me invitara a pasar pero me quedé de piedra cuando dijo que no sabía quién era, que no tenía ningún vestido para mí y que además no me hacía ninguna falta ponérmelo. Quise que me tragara la tierra. Me disculpé y me fui corriendo. Yo escuchaba que el hombre me llamaba y me decía que no me fuera tan rápido, que me podía ofrecer un café pero no le hice ningún caso.
¡Menudo chasco! No sabía qué pensar. Me habían tomado el pelo miserablemente o habría yo apuntado mal la dirección. El caso es que tuve que volver desnuda de nuevo a casa pero ahora estaba un poco enfadada, así que procuré evitar que me vieran en más ocasiones ese día.
Al día siguiente me volvía a conectar al chat y encontré de nuevo al muchacho de la noche anterior. Para mi sorpresa, fue él quien se dirigió a mí y me dijo que anoche estaba muy guapa. También añadió que había sido él quien me abrió la puerta pero que había pensado ponerle ese colofón a la historia para hacerme pasar un poco de vergüenza. Ante mi sorpresa, de nuevo me confirmó que, en realidad, había sido él quien me había abierto la puerta y después me había pedido que no me fuera.
Para demostrarme que en efecto era él, me hizo una descripción completa de mi cuerpo incluyendo, como no, la forma de mis pechos, el tamaño de mis pezones, el modo en que tenía recortado el vello del pubis y también me relató cómo se veía mi culo cuando me iba a toda velocidad. Entonces me sentí un poco tonta por haberme puesto tan nerviosa en el último momento pero al mismo tiempo, cuando recuerdo el instante en el que me presento desnuda ante un desconocido, me resulta muy excitante.
A la semana siguiente me pasé por su tienda cuando salí de trabajar para elegir mi vestido. En el probador tuvo ocasión de comprobar que no había llevado ropa interior pero esta vez no me avergoncé de que me mirase. Además, cuando dio la hora de cerrar la tienda, sólo me había probado tres modelos, así que me sugirió que como ya estaba cerrado, no era necesario que usara los probadores y que sería más cómodo si yo me probaba los vestidos allí donde estaban. Al final, conseguí dos vestidos en lugar de uno pero me quedé con las ganas de un tercero.
¿Creéis que lo podré conseguir en el futuro?
Autor: capinemo
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