Un viaje de trabajo
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por jofecon.
I.
Mi visita a Las Palmas coincidía con el Womad, así que algo podría divertirme aunque estuviera solo y en viaje de trabajo, para variar.
Como siempre, me alojé en un hotel económico y familiar cercano a Las Canteras, sólo conocido por habituales (estaba sin reformar desde los años setenta y fuera de la oferta turística) y al que ya tenía cariño después de varias estancias, sobre todo porque su sexagenaria dueña me trataba como a un hijo y porque no resultaba extraño escuchar por la noche a alguna parejita follando en alguna de las habitaciones cercanas, perfecto preludio para un relajado sueño…
Era viernes, terminé mis deberes laborales con un proveedor de equipos de audio, a las cuatro sucumbí a una magnífica chuleta de ternera con media botella de Ardanza en el Madrid II (la ocasión lo merecía) y después volví al hotel para dormir una siesta tardía. Llegué cerca de las ocho al Parque de Santa Catalina para ver el festival. Lo de siempre en estos casos: música, mucha gente desconocida, contenta y desinhibida, y un ambiente isleño y festivo, deliciosamente ingenuo y confortable para mi.
A lo largo de la noche me fui encontrando con algunos músicos amigos que no podían faltar a la cita pero al final, llegado el momento de estar a gusto de verdad, me quedé con Ousmane y uno de sus compañeros en la banda, Mario, que acababa de tocar la acústica con otra de sus bandas en el escenario del Womad. Ousmane es un músico senegalés (bello y esbelto como el sólo) con extraordinario talento y no menos extraordinarias amigas –como cabía esperar–, a pesar de tener pareja.
Me presentó a una joven percusionista: Yaiza. Ella iba con un chico al que había conocido esa misma noche y con el que parecía estar a gusto: Ranjit, un joven de origen indio y residente en Tenerife que tendría, más o menos, la edad de Yaiza. Los dos hacían buena pareja, a pesar de haberse conocido allí mismo: ambos dulces, él más reservado y ella más atrevida, cómplices, delgados y etéreos como si la fuerza de la gravedad no fuera con ellos y con sendos rostros inolvidables.
El festival terminó su jornada, hicimos sentada en la playa y la noche fue transcurriendo placentera: Ousmane y sus amigos, Yaiza y Ranjit, y yo, de flor en flor. Buena música (Ousmane cantaba, Mario a la guitarra y Yaiza con su yembé), cerveza Tropical y algún que otro porro. La intimidad nos fue ganando, poco a poco. La arena, los pies descalzos, las tonterías, las risas, los pequeños apartes, conversaciones, sonrisas, miradas de complicidad, algún abrazo y algún beso, siempre en la comisura de los labios. No nos bañamos: hacía fresco aquella noche de Noviembre. Supe de la vida de Ranjit (veintitrés años, hijo de madre conejera y de un comerciante de Delhi afincado en Santa Cruz hacía casi cincuenta años) y de la de Yaiza, canaria muy viajada a pesar de su edad, tres años mayor que él y ex-estudiante de sociología en Barcelona, viviendo nuevamente con sus padres en Telde. Ousmane nos deleitó con algunas historias de su Senegal natal, antes de emigrar a España, y con el relato de sus primeras experiencias con las mujeres blancas. Yaiza estaba atenta a todo, no sólo a Ranjit. Contemplé su expresión mientras escuchaba a Ousmane durante unos segundos: su mirada era inequívoca y percibir que le excitaba la historia del negro instigó rápidamente mi deseo. No pude evitar imaginarla con él… Pensé que a Ranjit le pasaba lo mismo. Después, ella miró a Ranjit –con esa mirada que todo hombre desea ver– y se dio cuenta de que yo también la miraba a ella: segundos después, yo no podía ponerme de pie sin que mi anatomía me delatara…
Cuando las inoportunas máquinas que limpian la playa, su molesto ruido y sus intensos focos hicieron aparición, la sombra de la retirada llegó: Ousmane se marchaba a su casa acompañado por Mario (ya era hora de volver con su pareja) y yo estaba condenado al mismo final: ya sin más compañía, no tenía sentido interferir a Yaiza y Ranjit en sus planes, a pesar de que quería seguir con ellos. Me ofrecí a guardar la guitarra de Mario en el hotel: ni él ni Ousmane tenían coche, volvían a sus casas andando, Mario estaba cansado (y algo "perjudicado") y Ousmane podía pasarse por mi hotel para recoger la guitarra a la mañana siguiente. Sin embargo, mi reticencia natural a dar por terminada la noche me hizo participe de una conversación necesaria, ya sin el senegalés y su guitarrista pero con la guitarra: Ranjit había venido solo al festival desde Tenerife (a la aventura) y Yaiza vivía en Telde pero no estaba segura de querer acogerle allí, en la casa de los padres: tratábamos de organizarnos para seguir juntos pero la amenaza de una despedida inminente se cernía sobre nosotros. No me gustó la idea y propuse una solución sencilla: en mi hotel, a pesar de la hora, serían bien recibidos y les darían habitación yendo conmigo. Ranjit no tenía demasiado problema con el dinero y nos pusimos en camino: teníamos algunas cervezas frías aún, a Yaiza le quedaban algunos porros y ¡no queríamos terminar, qué coño…!
Eran las cinco de la mañana y el portero de noche, José, me saludó afectuoso, como siempre. Nos conocimos de madrugada y siempre nos volvíamos a ver de madrugada: no cabía otra opción acabando su turno a las ocho de la mañana. Había sido comprensivo conmigo cuando anteriormente me había presentado con una chica en el hotel, también de madrugada. Al observar a mis acompañantes, noté como se daba cuenta de que no habíamos dormido ninguno y que nuestro estado era el que era… "Mi" guitarra, el yembé de Yaiza y la bolsa que llevaba goteando Ranjit con las cervezas y el hielo no ayudaban mucho pero José confiaba en mi y, finalmente, accedió. Les dio habitación en la última planta (la quinta) que ocupaban, a ser posible, sólamente con clientes como yo que demandaran menos ruido exterior (y que pudieran ser ruidosos…), ya que era un incordio para el servicio de limpieza del hotel el tener que hacer otra planta más. La habitación que les dio era contigua a la mía, ambas próximas al ascensor. Quizá no había nadie más en la planta. Nos pidió por favor que no tocáramos ni el yembé ni la guitarra: se la jugaba con Josefina, la dueña.
Yaiza y Ranjit estaban contentos porque el camino desde Las Canteras (no más de diez minutos, en realidad) había merecido la pena: un lugar donde continuar juntos y donde descansar después, sin problemas. Yo también estaba contento: ¡la noche volvía a colear…!
Les acompañé a su habitación. Solté la guitarra y mis cosas. La cama era de matrimonio: ¡se me olvidó pedir camas separadas…! pero no les pareció mal. (Y qué atento, José…). Comentamos divertidos: la distribución (tan extraña) y la decoración, el mobiliario y los saneamientos (tan decadentes) hacían del lugar un entorno difícilmente mejorado por cualquier bar de estilo kitsch de Madrid o Barcelona. Abrimos la ventana, pusimos las cervezas en el lavabo con agua fría y el poco hielo que quedaba (no había mini-bar), abrimos una de ellas, nos tiramos en la cama, nos fumamos un porro, jugamos tontamente, nos hicimos cosquillas y nos reímos un rato. Después me fui a mi habitación para darme una ducha rápida (me sentía sucio) pero me obligaron a prometerles que volvería ya mismo. Estábamos muy a gusto. Todo estaba bien.
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Ya en mi habitación, abrí la doble ventana para ventilar y reparé en la ubicación de la habitación de la parejita: su ventana estaba en ángulo recto con la mía, sólo separadas por el estrecho ventanuco de mi cuarto de baño. Las dos habitaciones conformaban, junto con una tercera, una suerte de patio en forma de "U" pero exterior porque el edificio sólo conformaba patio interior con la casa contigua (más baja) hasta la tercera planta. Los vi sentados en la cama y hablando, a través de la ventana, abierta de par en par. Ella preparaba algo en una de las mesillas. Me fui a duchar.
Mientras me quitaba el sudor, la humedad y la arena de la playa bajo el agua, casi sin darme cuenta, mi pene empezó a crecer. Sabía que esa noche –casi con toda seguridad– les oiría follar. Ella era una princesa extraña, dulce aunque algo inaccesible, inteligente y grácil, en sus movimientos y en sus palabras; de inquietante mirada, delgada pero fibrosa por la práctica de la percusión, preciosas manos y pies; magnética… Él era hermoso: quizá de los poquísimos hombres que me pudiesen gustar. Delicado, un bello rostro, boca sensual, pómulos sutiles, nariz fina, cuello delgado y ojos negros como el azabache. Algo tímido y misterioso, desde luego. ¡Y había tenido el valor de presentarse en Las Palmas solo, a pesar de su aparente timidez…! Intentaba terminar rápidamente la ducha pero no podía evitar imaginármelos juntos… Los dos, tan lindos, recién conocidos, desnudos, sus pieles morenas, ¡empujando sus cuerpos ansiosos por la novedad…! Empecé a hacérmelo pero quería volver con ellos a toda costa. Me sequé, me vestí con lo que pude (aún la tenía tiesa) y volví a su habitación.
Cuando Yaiza me abrió, Ranjit también se estaba duchando. Me ofreció algo inesperado en su mesilla: habían hecho tres y me guardaron una. No estaba seguro (me cuesta dormir luego) pero no pude decirle que no: quería avanzar y, en todo caso, una me quitaría el cansancio, simplemente.
Ranjit tardaba en la ducha y Yaiza y yo le reclamábamos con bromas. Entramos sin respeto en el baño. Ranjit se dio la vuelta, con vergüenza y a toda prisa, no sin que pudiéramos ver antes como su pene nos saludaba bajo la toalla: no había metido su ropa limpia en el baño y, seguramente, esperaba a que su sugerente prominencia desapareciera… Yaiza y yo salimos del baño entre risas. Me agradó comprobar que él también era sensible y que ella se lo tomaba bien…
Ranjit salió después, cogió un kurta pyjama blanco de su mochilita y se fue a vestir al baño, otra vez. Cuando volvió al cuarto nos pusimos a hablar sin mencionar el divertido incidente. Todavía era de noche. Yaiza puso un canal de música en la televisión. Llegó la segunda ronda en la mesilla. En dos minutos, nuestros corazones estaban palpitando: lo notábamos. Y también sentíamos que empezaba a suceder algo. Yaiza fue a coger su yembé pero le rogué que no lo hiciera… Comenzamos a hablar de nosotros. Las miradas de Yaiza se afilaban, poco a poco, y yo le respondía con las mías. Ranjit estaba cómodo pero no hablaba mucho. Yaiza se dió cuenta de que empezé a no evitar mirar su pecho, deshinibido aunque sin descaro: yo estaba sentado en una silla puesta del revés más bien enfrente de ella, con el respaldo por delante bajo mis brazos, y disponía de un punto de vista privilegiado. Ellos estaban sentados en el borde de la cama. Se tocaban a menudo cuando bromeábamos. La conversación derivó hacia Ranjit. Los dos le elogiamos: nos gustaba su presencia, discreta pero cálida. Yaiza me preguntó si no era cierto que era un chico precioso. Yo no podía disimular y contesté la verdad: dije que sí lo era y que era uno de los pocos hombres que me parecían hermosos. El se sintió avergonzado ya desde la pregunta de Yaiza pero ella lo abrazó intentando desembarazarle con palabras ligeras. Y ahí se hizo el silencio… Sin dejar de abrazarlo, ella acercó su boca (primero con decisión y en los últimos centímetros lentamente, en espera de su aprobación) a la de Ranjit: lo que siguió fue uno de los morreos más sensuales que he presenciado en mi vida… Empezó con un beso lento y elegante, se interrumpieron para mirarse un segundo y continuaron en un apasionado boca a boca unos segundos más. Yo no podía pronunciar palabra: estaba maravillado y no me importaba nada no ser actor porque, en realidad, estaba sintiéndolo como si fuera los dos: mi corazón latía a toda velocidad…
Nada más terminar, Ranjit miró disimuladamente si se notaba de nuevo su miembro bajo el kurta pyjama y Yaiza –que se percató del gesto– sonrío y, también de inmediato, apoyó su pie derecho en la banqueta de mi silla, entre mis piernas abiertas, sin tocarme pero mirándome fijamente. Ranjit sonrió y se volvió hacia la mesilla para darle una calada al cigarrillo compartido. La sonrisa de Yaiza era –nuevamente– esa mirada que todo hombre desea ver…, pero el miedo me invadió: el "efecto mesilla" potenciaba mi deseo y mi capacidad de seducir pero, al mismo tiempo, me impedía obrar: curiosa paradoja. Sentí que quería irme. Puse el pretexto de que debía dormir porque tenía trabajo en unas horas. Yaiza no me creyó y me pidió que me quedara y, mientras volvía a abrazar a Ranjit sugiriéndome que él también quería que me quedara (él no se atrevía a decirlo…), extendió su pierna y avanzó su pie derecho hasta tocar suavemente con sus dedos mi pantalón, justo ahí…
Me levanté, cogí la llave de mi habitación y el tabaco, les dejé unos cigarrillos y me despedí de Ranjit, sin siquiera hacer planes para la siguiente jornada del Womad. Ranjit me agradeció haberle facilitado la habitación y, mientras lo hacía, Yaiza se levantó de la cama, me miró entre comprensiva y contrariada pero aún cálida conmigo y me besó, todo el tiempo que la dejé, en la boca. Y sentí sus labios mojados como un último grito de su deseo… pero retiré mis labios de los suyos todo lo mejor que pude para no incomodarla y salí por la puerta.
Mientras doblaba la esquina del pasillo que separaba nuestras puertas me arrepentí de mi decisión al tiempo que recordé la guitarra de Mario, olvidada en su habitación…, pero ya no podía volver.
Entré en mi habitación, solté mis cosas, encendí un cigarrillo y me fui a la ventana. La claridad comenzaba a aparecer pero su habitación iluminada y expuesta por la ventana, abierta de par en par, se recortaba nítida como un reclamo fluorescente en la noche. Yaiza y Ranjit se besaban dulcemente, de pie. A salvo del pánico escénico, refugiado en mi habitación, mi deseo volvió a resurgir, esta vez definitivo. Decidí seguir mirando. Yaiza se quitó su top y empezó a acariciar la polla de Ranjit por encima del kurta pyjama mientras seguían morreándose. En uno de sus giros de cabeza me sentí descubierto: fui corriendo a apagar el cigarrillo y la luz de mi cuarto para no ser visto mientras mi polla reclamaba liberación.
Volví a la ventana, deshaciéndome de mis pantalones y mi boxer por el camino. Seguían de pie. Yaiza le quitó la ropa descubriendo un cuerpo que no habría podido definir si pertenecía a un hombre o a una mujer, salvo por el estilizado pene erecto que lo adornaba. Ranjit la despojó de su falda larga y comenzó a acariciar con fuerza su culo hasta que ella misma se bajó las braguitas. Yo ya estaba masturbándome, con el corazón a mil y con la sensación de estar con ellos: sentí que debía calmarme para no correrme todavía. Sus dos culitos eran un sueño: el de ella menudo pero redondo y respingón, y el de él pequeño y duro. Yaiza estuvo correspondiendo sus caricias en el trasero y le empujó a la cama. Ranjit, sentado, besó y chupo con delicadeza el pecho de Yaiza (aún de pie) hasta que ella empujó decididamente su torso hasta la posición horizontal. Mi excitación empezaba a llegar a su punto más alto y tuve que mojar con saliva mi piel para permitirla deslizarse mejor sobre el glande –inflamado al límite– y liberarlo sin dolor. Mi ángulo de visión sólo abarcaba media cama en diagonal pero lo suficiente para ver como Yaiza se sentaba cara a cara sobre Ranjit, tendido perpendicular a la cama pero con los pies en el suelo. Ella debía estar empapada porque logró introducirse de una vez todo el pene mientras encorvaba su espalda, su cuello y su cabeza hacia atrás. Sus costillas se hicieron reconocibles bajo la piel. Se volvió hacia delante, tomo la cara de Ranjit con ambas manos y comenzó la banda sonora. Mi mano agitaba frenética mi sexo y los gemidos de tan hermosos seres empezaron a resonar en el patio. Ella, tras una penetración inicial tan violenta, se movía ahora con cadencia, sin agotar todo el recorrido y haciendo pausas que seguía de nuevas penetraciones tan profundas como la primera. Yaiza cambiaba el ritmo tan perversamente que a Ranjit –y a mi mismo– le abrumaba la ansiedad, que había de desahogar apretando el culo de Yaiza con fuerza e incorporándose esporádicamente para devorar su pecho, también menudo pero terriblemente procaz, merced a unos insolentes pezones morenos.
Esta debía ser la táctica de Yaiza para comenzar y para ponérsela más dura a Ranjit porque, cuando se levantaron para cambiar de postura, pude ver una polla descomunal en relación con su estatura. Descansé mi brazo y fui raudo a beber un poco de agua al baño, aunque no fuera del todo potable: estaba sudando. Cuando regresé a la ventana se habían tendido longitudinales a la cama, él sobre ella, y sólo podía ver de ellos sus pies, sus piernas y el culito del indio. Volví a tomar mi polla con la mano derecha. Estaba tan dura que no podía doblármela hacia abajo. Ahora mandaba él y podía contemplar su precioso trasero moviéndose de fuera a adentro y de arriba a abajo, como una serpiente, embistiéndola con la energía y el ritmo que deseaba. Ranjit jadeaba como un novato y los gemidos de Yaiza eran insoportablemente excitantes: los oía con toda claridad y eso me obligó a masturbarme con cadencia más lenta (como ella se follaba a Ranjit al principio) para no correrme. Al poco, Yaiza levantó las piernas y él se incorpó, follándola de rodillas y lamiendo sus pies. Por primera vez en mi vida, deseé estar a la espalda de un hombre, del joven Ranjit, y follármelo mientras el se follaba a Yaiza. Imaginar mi sexo adentrándose en él, en contrafase con el suyo saliendo de Yaiza, mi vientre y mi pecho restregándose con su culito y su espalda, y poder sujetar y chupar los pies de Yaiza mirándonos, mientras tanto, me llevó al delirio. Durante aquellos minutos en que no podía ver sus rostros aunque los imaginase, lamenté no haberme quedado con ellos.
Cuando estaba a punto de correrme ante la más maravillosa y pornográfica visión con la mejor banda sonora jamás escuchada, se detuvieron para descansar. Y bebieron cerveza como si fuera agua. Y fueron a la mesilla otra vez… Por un momento pensé decepcionado que todo había terminado y que tendría que resolver sólo… Pero no: volvieron a subir a la cama. Esta vez Yaiza se puso a gatas con su cabeza al pie de la cama, se giró y le dijo algo que no pude escuchar, y Ranjit debió ponerse detrás de ella, de rodillas. Sólo la veía a ella: mi visión se interrumpía justo donde estaba él. Entonces comenzaron a follar de nuevo. Aquellos gemidos volvieron a mis oídos, más perceptibles aún y pude contemplar el rostro maravilloso de Yaiza mientras su cuerpo se doblaba y acusaba las penetraciones de Ranjit. Volví a ponerme a mil y mi mano volvía a sacudir mi sexo. Comenzaba a clarear en el cielo. Las embestidas del indio se aceleraban y Yaiza gemía libre.
Entonces, Yaiza levantó lentamente su cabeza con una sonrisa premonitoria y miró a través de su ventana: y pudo verme en la mía. Al instante me asusté y me aparté de su ángulo de visión. Ella contestó con su voz: sus jadeos me llamaban –lo sabía– y no podía volver a esconderme… Mi estado de excitación me ayudó a volver a la ventana: ¡esta vez, sí!
Mi estatura no me permitía ofrecerle la visión de mi sexo: quedaba oculto a su vista bajo mi ventana. Corrí a por el colchón de la cama y después a por el cojín del sillón, los puse al pie de la ventana, uno sobre otro, y me subí. Yaiza seguía follando pero ya no miraba hacia mi ventana. Comencé a masturbarme de nuevo. Ranjit empujaba más fuerte y la iba desplazando más hacia el pie de la cama. Podía ver sus manos asiendo la cadera de Yaiza, que gemía cada vez más agudo a cada embestida. Entonces lancé, casi inconscientemente, un jadeo profundo hacia el patio… y su cabeza volvió a levantarse. La claridad exterior ya me descubría entrevelado en la oscuridad del cuarto. Yaiza bajó su mirada y descubrió mi mano y mi sexo, moviéndose enérgicamente. Volvió sus ojos a los míos, desencajó la mandíbula hacia abajo con su lengua al borde de los labios y me sonrió levemente, esta vez absolutamente lasciva… A partir de ese momento no dejó de mirarme, mientras era ella quien empezaba a follarse a Ranjit aunque él estuviera detrás: todo su cuerpo pendulaba hacia atrás y ahora era ella quien penetraba al indio. Los jadeos de Ranjit eran ya tan fuertes como los de Yaiza. Yo no paraba de meneármela mientras Yaiza alternaba su mirada entre la mía y mi sexo: sentía que estaba follando con ella; con ellos. A los pocos segundos Ranjit metió sexta y empezó a embestir a lo bestia a Yaiza, quien cambió sus gemidos por gritos sordos. La cama chirriaba y también a mi se me escuchaba en el patio. Comencé a alargar el movimiento de mi mano sobre mi polla en todo el recorrido posible: estaba lubricada por mi propio flujo y se deslizaba insoportable sobre el glande. Yaiza no podía ya mirarme salvo en algunos momentos: el placer y las embestidas la obligaban a cerrar los ojos. Ranjit se calló por unos instantes y Yaiza se giró para mirarle: comenzó a correrse dentro de ella, golpeando profundamente su pélvis contra el culo de Yaiza. Ella contestaba sus arremetidas como podía mientras le miraba y volvió a girarse hacia mi; continuaron follando intensamente mientras Ranjit terminaba de correrse gimiendo. Yaiza cerró sus ojos unos instantes mientras me miraba, dándome la señal, y comenzó a follarse a Ranjit a lo bestia otra vez. En unos instantes, un orgasmo gigante me recorrió, comenzando a salir por mi pene: Yaiza sólo miró la primera andanada de mi polla antes de clavar su mirada en mis ojos y comenzar a correrse. Yo me corría y necesitaba cerrar los ojos pero no pude apartarlos de los suyos (en los que la lascivia mutaba en perversión a cada embestida), ni de su boca (por la que salían sonidos enloquecedores) hasta el final… Cuando no me quedaba ni una gota y casi me dolía continuar masturbándome a pesar del gozo, Yaiza aún disfrutaba de los placenteros estertores del final de su orgasmo, jadeando.
Ranjit se deplomó sobre ella, también jadeando, y ambos sobre la cama. Se rieron sofocados. Yo no me tenía en pie: las piernas me temblaban sin control y trataba de recuperar el aliento. Durante unos segundos, el silencio y el lejano rumor del mar mezclado con el despertar de la ciudad y los gorriones.
Yaiza levantó su cabeza y me sonrió brevemente mientras Ranjit aún yacía sobre ella. Su sonrisa volvía a ser dulce. Estaba extenuada. Yo contesté con la mía y me aparté de la ventana. Encendí el cigarrillo que había dejado empezado, recogí el cojín y me senté. No podía pensar: estaba en el mismo Nirvana que después de hacer el amor con una mujer realmente. Acabé el cigarrillo, cerré la ventana y la persiana, devolví el colchón al somier y me deje caer, boca arriba.
Dormí como hacía tiempo hasta que el teléfono sonó: eran ya casi las tres de la tarde y Ousmane me llamaba desde la recepción.
[CONTINUARÁ]
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