Una buena tarde en la oficina
Experiencias vividas una tarde en la oficina.
Después de la tercera vez que Gemma entró a la oficina con su vestidito rojo bien ceñido y sus hermosos chinos negros sueltos, yo ya no podía con la erección en el pantalón. Cada que entraba, se ponía de espaldas a mí y se recargaba discretamente en mi hombro mientras platicaba con Lalo. Ella sabía perfecto lo que hacía, y que además las cámaras apuntaban precisamente donde ella se paraba. Seguro que en la cámara se podía notar incluso cómo me frotaba la verga por encima del pantalón. Con mi codo podía sentir la suavidad de sus deliciosas nalguitas que muy sutilmente se clavaban en él mientras mantenía una concentrada conversación con mi colega acerca de sus cuentas. Yo ya no podía más, así que bajé mi mano derecha y la planté sutilmente a un lado de su pierna izquierda, rozando con los vellos de mi antebrazo sus suaves pantorrillas. Fue justo en ese momento que pasó nuestra jefa, Vero, quien acaba de salir del baño ya vestida con su delgadísimo vestido azul rey de noche puesto. Ese día era la cena de fin de año, así que todos íbamos bastante más arreglados de lo normal. Fue inevitable para ella no posar su mirada en mi brazo rozando la pierna de Gemma, a quien se le empezaba a subir un poco ese provocativo vestido por la parte de atrás, debido a la fricción que hacía con mi codo. Me di cuenta de Vero porque en mi monitor podía verse de frente su silueta delgada y bien formada permanecer completamente inmóvil por al menos 5 segundos, para luego voltear y dirigirse a su oficina, mostrando su abultado abdomen de 7 meses de embarazo.
Eso me calentó muchísimo más. En cuanto Gemma separó su culito de mí y salió de mi oficina, yo salí casi detrás de ella para alcanzar al menos a contemplar qué tanto se le había descubierto el cachete. Justo volteó a acomodárselo y vio cómo mis ojos la devoraban con la mirada; solo alcanzó a sonreir pero se apresuró a caminar porque escuchó a Vero cerrar su puerta detrás mío. Yo me metí de inmediato al baño del que acababa de salir Vero, con la intención de desahogar todo lo acontecido, pero no me esperaba semejante regalo de fin de año. La jefa había dejado sobre el tanque del inodoro su ropa interior blanca, recién cambiada y con un fuerte olor a fluidos femeninos.
Con una desesperación animal me bajé los pantalones hasta el suelo, me puse esos calzones de máscara y la verga se me salió sola de los bóxers. Aproveché la oscuridad del baño que acaba de quedarse sin luz por una bombilla rota, y entrecerré los ojos mientras empecé a jalármela durísimo pensando en Vero completamente desnuda, ahí en el baño conmigo, arrodillada a un lado de mí y el retrete, sobándose la prominente panza, con la cabeza inclinada hacia el borde de la taza, lamiéndola mientras espera con la boca y los ojos bien abiertos a que termine de venirme, con la esperanza de al menos recoger unos cuantos chorros en su lengua y en esa cara tan jovial y rojiza que la caracteriza. Mientras, combinaba mis pensamientos con el jugueteo de sus panties en mi boca; los olía profundamente, los metía a mi boca y llenaba bien de baba, los dejaba caer extendidos sobre mi verga y la frotaba por encima de ellos. Justo así estaba a punto de soltar mis chorros sobre la imaginaria cara de mi jefa cuando escucho el giro de la perilla. No le puse seguro. Del otro lado estaba Fer, ya cambiada con su vestido azul marino con puntos blancos y unos tacones también blancos de correas. Apenas escuché el sonido de la perilla, disparé chorros de espeso semen sobre los calzones de mi jefa y otros sobre la tapa del baño que estaba subida y sobre el asiento de plástico. Fer seguramente alcanzó a ver la sombra de mi verga erecta, pero me subí rápido los pantalones y al mismo tiempo aventé los calzones embarrados de mecos detrás del excusado. Yo salí apresuradamente de ahí mientras Fer se disculpaba toda avergonzada y tapándose los ojos con la mano, mientras pasaba detrás de ella casi rozánole con mi pene semi erecto el tremendo culazo gordo que cargaba (el más enorme y jugoso de la oficina, y tal vez de toda la zona); era difícil que ambos cupiéramos por la misma puerta con semejante pedazo de cola.
Me fui a sentar a mi lugar para terminar el día laboral y esperar a la cena, cuando veo de nuevo la silueta furtiva de Vero entrar al baño, seguramente buscando sus calzones blancos (por la tela y por mi leche).
Nos dio la hora de salir y todos partieron hacia la fiesta, salvo Vero, que seguía encerrada en el baño. Antes de salir, me fui a asomar a la oficina de Fer porque la luz estaba prendida, pero al llegar ya no había nadie, solo su silla quedó volteada hacia enfrente y pude notar que tanto el respaldo como el asiento tenían residuos de mi semen. Fer se sentó en la oscuridad sin notar que había dejado todo manchado. Apagué la luz y me agaché hacia el asiento, lamí los restos que quedaban y le di una buena olfateada. Esa silla todavía tenía impregnado el olor a sudor y a culo de mi nalgona compañera.
En eso, salió por fin Vero del baño y me pidió que la esperara porque no quería caminar sola a esas horas hasta el restaurante, a pesar de que estuviera a dos cuadras de la oficina. Al llegar al lugar, tuvimos que hacer dos filas afuera por un momento para poder entrar. Me dio un fuerte ataque de furia y celos cuando vi que mi novia Marina y Uciel estaban formados uno al lado del otro en primera fila, mirándose coquetamente y rozando sus brazos. Atrás de ellos estaban Gemma y Fer; la primera me vio con esa carita que me hace cuando ya lleva unas cervezas de más, y esos ojos de ninfómana que pone cuando está caliente, hasta que se voltea sonrojada al darse cuenta de lo que le provoco y enojarse porque preferí a Marina sobre ella. Fer, por su lado, juega inocentemente Pokemon Go en su cel, totalmente inadvertida de que su vestido azul trae unas líneas de humedad dibujadas en la espalda baja y en medio del estirado pedazo de tela que le marcaba la rica raja de su culo.
Vero se puso detrás de Gemma y yo a su lado, y estuvimos parados unos cuantos minutos hasta que empezamos a entrar. Mientras yo estaba embobado admirando ese espectacular par de nalgas manchadas por mi semen, pude apreciar de reojo que Vero no le quitaba la vista al culito que se le marcaba a Emma. Probablemente estaría recordando lo que vio cuando pasó por mi oficina, y si se dio cuenta de que sus calzones estaban llenos de mecos, tal vez entendía por qué. Cuando era turno de Vero de pasar por el umbral de la puerta del restaurante, le cedí el paso y fue cuando pude notar que en su delgado vestido azul rey se notaba una mancha oscura que le acentuaba la marca de sus calzones, resaltando deliciosamente sus nalgas de embarazada. ¿Se habría puesto entonces los calzones que llené de saliva y mecos? ¿Se los habría puesto así a propósito? Me estaba haciendo esas preguntas, cuando de pronto siento su mano deslizarse suavemente sobre mi bulto y dándome un firme apretón en la verga, me pregunta al oído: ¿tienes 5 minutos para hablar en privado?
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