AMOR ZOO
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por zoohot.
Ante todo, debo aclarar que a la época de esta experiencia que voy a contar, hacía ya tiempo que no vivía relación zoo. Había perdido mi mascota en un accidente y, para mayor complicación, me había mudado a un departamento en un edificio donde no se permitía tener animales.
Así las cosas, hace más de un año estaba atravesando un momento emocionalmente inestable, con mucha aridez en el aspecto afectivo. Como tenía que elaborar y redactar una ponencia para un congreso al que concurriría ese año, tomé mis vacaciones fuera de la temporada veraniega, con la idea de instalarme en un lugar tranquilo y apartado y así, en soledad, poder concentrarme en ese trabajo y -de paso- reflexionar sobre mis cuestiones existenciales. Fue de este modo que alquilé una casa en una pequeña localidad de la Costa marítima de Buenos Aires y, al comienzo del otoño, allí me radiqué unas semanas.
Iré al grano. Alejada ya la temporada veraniega y turística, la pequeña localidad a la que fui estaba muy quieta, sólo circulaban los habitantes permanentes de la misma. La casa que alquilé era pintoresca y cómoda. Los primeros días, en los ratos de descanso salía a dar alguna caminata y sucedió que un perro del vecindario, siempre suelto por las inmediaciones, se me pegó con entusiasmo. Era la mascota de un vecino cercano; se trataba de un hombre mayor que vivía solo y era dueño de LOKO (así se llamaba el perro). Como este hombre trabajaba en la construcción, salía muy temprano a sus labores volviendo al anochecer. El perro quedaba en el predio de la casa, pero el animalito había encontrado la forma de atravesar el cerco y ganar la calle para sus correrías. Así fue como tomé contacto con LOKO, ya que al no conocerme se me acercó alegremente y jugaba conmigo, me acompañaba en mis caminatas y hasta obedecía mis advertencias. Fue una cuestión de simpatía mutua "a primera vista". Incluso tomó la costumbre de seguirme hasta mi casa y quedarse allí conmigo, siempre alegre, cariñoso y obediente.
Su dueño supo de esta circunstancia y en una ocasión me lo comentó con simpatía, había visto que al regresar él de su trabajo, LOKO salía del predio de mi casa para volver a su lado. Me dijo que le parecía bien, que lo cuide, pero que no le de mucha confianza pues no me lo sacaría más de encima. Este hombre era algo indiferente con su mascota, mientras que yo jugaba mucho con él y le prodigaba atenciones.
Mi historia de atracción zoo me llevó a observar detenidamente al animal. LOKO era un hermoso perro macho, cercano a los cuatro años, con un temperamento manso, alegre y juguetón. Era de gran porte físico (su dueño me comentó que era una cruza, su padre era un dogo y su madre una hembra mestiza pero de buen tamaño). El animal era de color arena, pelo muy corto, panza algo rosada. Lucía un gran tórax, cuello ancho y fuerte, cadera y cintura más estrechas. De acuerdo a mi atracción erótica de siempre hacia los machos caninos, observé su sexo ya bien desarrollado: bolas bien grandes, simétricas y perfectas, contenidas en una bolsa grisácea. En reposo, el capullo o funda de su verga era grueso y prominente. Me atrajo especialmente la plancha de su orificio anal, también grande y de buen diámetro, de un tenue color amarronado. Con andar esbelto y gracioso, me atraía verlo caminar mientras pendulaban sus bolas viriles. Siendo animal joven, su cuerpo era sólido y muy musculoso, fibroso.
No habían pasado muchos días y mi vecino me paró para comentarme que debería ir a trabajar muchos días a una localidad vecina e instalarse allí. Sabiendo que yo permanecería en el lugar bastante tiempo, me pidió que le mire la casa y que, en lo posible, me ocupe de su mascota ya que él después me reintegraría cualquier gasto. Le dije que no se preocupe por eso, que vigilaría su casa y tendría a LOKO conmigo. Así fue como el animalito se instaló junto a mí.
La fuerte atracción que me producía la belleza viril del perro, sumado a la circunstancia de que durante días y días estaríamos juntos y solos (lo tenía para mí, a mi merced) y el hecho de ver al animal tan apegado a mí, tan obediente y sumiso, movilizó con mucha fuerza mi deseo zoo. Mi mente no dejaba de trabajar, observándolo a mi alrededor, con su andar esbelto, su cuerpo musculoso, el pendular de sus bolas al moverse, su orificio anal amplio y sensual (para mejor, virgen). Reviví mi antigua pasión erótica, el deseo y la lujuria que me provocaba la idea de someter la machumbre de LOKO, conocedor como era por experiencia del placer que sin dudas me brindaría entrar en ese cuerpo caliente y fuerte. Trataba de controlarme pensando "no, no debo", "no es mío, es de un vecino", "¿y si reacciona mal?". Pero mi pasión era muy intensa, así como también mi apego al animal tan afectuoso conmigo y apegado a mí.
El disparador de todo fue una actitud del propio perro. Una tarde, estando yo sentado leyendo mis papeles, LOKO se acercó como siempre y puso su cabeza sobre mi pierna, sumiso. Como acaricié su cuerpo, su instinto natural lo llevó a montar mi pierna fuertemente, y balancear su cadera como copulando, extrayendo toda su enorme verga del capullo, en una acción muy común en el perro macho. Ver su miembro erecto, enorme, totalmente fuera de su funda, sentir la firme presión de sus patas delanteras aferrando mi pierna y contemplar el rítmico movimiento de su cadera me excitó al máximo, y lo dejé hacer. Jadeaba y frotaba su inmenso y rojo pene en mi pierna, mientras le acariciaba el lomo y la panza. Comenzó a lanzar ininterrumpidos chorros de líquido por su pija, hasta que terminó de eyacular. Me gustó la situación, pero no le permitiría que él me domine. El perro y yo habíamos comenzado una disputa por la supremacía sexual, que él mismo había iniciado ya entrado en íntima confianza conmigo.
Como primera medida decidí bañarlo, higienizarlo a fondo; para ello compré shampoo y otros elementos adecuados en un pet shop del lugar. Por suerte, verifique que LOKO se sometió pasivamente a mi mando cuando comencé a bañarlo, lo soportó tranquilo. Le gustaba que recorriera su cuerpo con mis manos. Aproveché para estudiar su comportamiento ante mis tocamientos: con toda mi mano lavaba y tocaba sus partes, sabiendo que el perro es muy reacio a dejarse tocar los testículos. Sin embargo, noté que no reaccionaba mal, por lo cual largamente con shampoo, agua y abundante espuma, pero con suavidad manoseé y revolví sus huevos y el capullo de su pene. Lo mismo hice con su ano: estudié su comportamiento cuando se lo frotaba con mi mano y dedos durante el baño, notando que sumisamente lo soportaba. Incluso me animé a experimentar, llenando mis dedos de jabón líquido y suavemente presionando en su anillo anal hasta introducirle un segmento de mi dedo. El perro se estremeció un poco, pero aceptó la maniobra. Concluí que todo iba muy bien orientado. Luego de secarlo bien, lo dejé descansar sobre una manta en el suelo, cubriéndolo de caricias y premiandolo con unas galletas que le gustaban mucho.
En otro momento, recosté a LOKO en una manta y manteniéndolo panza arriba acaricié su pecho, su vientre y sus partes, notando que a él le gustaba y se dejaba. Comencé a masajear la base de la funda de su pene, hasta lograr que sacara toda su verga del capullo y se fuera poniendo hinchada y roja, formando en su pié un prominente bulbo. Sostuve el bulbo y continué con los movimientos masturbatorios, mientras el perro jadeaba y se relamía por la sensasión de placer. Aunque no me gusta mucho hacerlo, la excitación me llevó a pasar mi lengua por el tronco de la verga y lamerle también la punta, ya muy húmeda pues había comenzado a lanzar líquido preseminal. Seguí así masturbándolo hasta que concluyó su eyaculación.
Mas tarde repetí la misma maniobra, pero esta vez estando yo completamente desnudo, con mi verga dura y erecta. Cuando logré que el perro sacara todo su miembro estimulado por la masturbación, no la continué: probé la reacción del animal y acerqué su cadera a la mía (ambos echados sobre la manta), y comencé a apoyar y frotar mi verga en la suya, en su bulbo y hasta en sus bolas. Froté la punta de su pija con mi glande, mojándonos mutuamente con los líquidos que manaban de ambos miembros. Notando sumiso al perro, me recosté sobre él y apoyé mi bulto sobre el suyo, verga con verga, erección sobre erección, y me froté fuertemente hasta que acabé, procurando lanzar mis chorros de semen sobre su pija y su panza. LOKO se sometió a esa práctica, y luego lamía ansioso todo el esperma que tenía sobre su cuerpo.
Hubo una ocasión en que yo me excité mucho viéndolo andar, observándole su sexo y su ano. Muy erecto, me desnudé y me senté para masturbarme mirándolo. LOKO se acercó inesperadamente, olió mi bulto y comenzó a lamerme las bolas y la pija, tratando -con ansiedad- se beberse mi líquido preseminal. Encendido de lujuria, continué hasta acabarle en su hocico, dejar que relamiera mis espermas. Muy a propósito, demoraba el acto de cojérmelo para poder seguir disfrutando de esas situaciones eróticas, y seguir acostumbrando al perro a esa actividad sexual.
Un día compré varios potes de gel íntimo y me preparé para someter plenamente a LOKO. Rato después de haberlo bañado e higienizado bien sus partes, lo estuve acariciando bastante tiempo mientras que le daba voces de mando en tono alto para que se pusiera sumiso. Me desnudé por completo y llevé al perro al dormitorio, extendiendo una manta al pie de la cama. Allí nos echamos, pero procuré que él estuviera parado. Con mucho cuidado, comencé a acariciar su ano con mis dedos, frotándolo en forma circular. Luego, de la misma forma, fui colocando gel por fuera del orificio y, teniendo mis dedos embadurnados de lubricante, introduje suavemente un dedo. El perro se estremeció y volvió su cabeza hacia atrás para observar, pero le dí firmes voces de mando y nuevamente puso gesto sumiso, agachando la cabeza con sus orejas bajas.
Ya tuve claro que el perro me reconocía como macho dominante, me obedecía y se me sometía. Seguí trabajando cuidadosamente su ano con mis dedos cubiertos de gel, mientras le hablaba en forma tranquila pero firme. En un momento, usando mi mano derecha, crucé el dedo mayor sobre el índice, los cubrí de mucho gel y presioné el año suave pero firmemente, iniciando la penetración manual. Si bien el perro se inquietaba y algún quejido soltaba dado el mayor grosor de lo que le introducía, la abundancia de lubricación permitió completar la entrada de mis dedos hasta los nudillos. El ano estaba tenso, abierto, el conducto del recto apretado y caliente. Mantuve así mis dedos colocados unos minutos hasta que noté una mayor dilatación. Allí empecé con suaves movimientos que quita y pon, y repetí toda la maniobra intentando colocar mucha más cantidad de gel en su recto. El perro, se sometía pasivamente a todo ello, señal de que ya era completamente mío.
Un terremoto de testosterona me encendía, yo jadeaba como un búfalo, me dolían los huevos de tanta calentura y mi verga de tan erecta. Pese a ello, quise demorar la situación para seguir disfrutándola. Sentí que amaba a ese animal, que reconocía mi machumbre y se me sometía dócilmente a mi dominación.
No dí más: cubrí mi verga con mucho gel lubricante, volví a colocar gel en el ano de LOKO, limpié mis manos con un paño, y después de acariciarlo un poco, alcé al animal por sus patas delanteras apoyándolas en el borde de la cama, dejándolo con las traseras apoyadas en el suelo. Coloqué mi glande (ya rojo e hinchado) en el ano del perro e hice con él un movimiento circular, masajeando la abertura para dilatarla. Cuando lo sentí listo, empujé con firmeza y logré meter un tercio de mi pija en el culo del perro. El animal gimió ante la penetración, se estremeció un poco y noté que su musculatura se puso tensa, pero se sometió quietamente, se entregó dominado a su macho alfa. Tomándolo de su cadera, continué empujando rítmicamente hasta completar la penetración.
Cuando sentí toda mi chota dentro del recto del macho, me abracé a su torso sosteniéndolo firmemente y seguí empujando mientras sostenía la parte trasera de su cuerpo entre mis piernas. Al envolver entre mis brazos y piernas el cuerpo del perro lo sentí tenso, pero completamente entregado.En mi verga, durísima, sentía la presión muy intensa del recto caliente del animal, con el que hacía contracciones fuertes como amasando mi miembro viril. Me mantuve quieto para no provocar dolor y para prolongar el disfrute extremo, mientras con una mano frotaba su pecho y su panza, amasando incluso su capullo y bolas. Pero instintivamente comencé a bombear y revolver mi verga dentro de él, mientras lo apretaba contra mi cuerpo y le repetía en voz alta: "sos mío, soy tu macho, sentila, tomala así bien por el culoo, dejatee, yo soy el macho, entregaaaá". Comprobar la sumisión y pasividad del perro, que rendía su machumbre a mi dominación, me excitaba todavía más y así, hice más intensa mi cogida hasta que eyaculé poderosa y abundantemente dentro de su culo. En ese momento sentí que amaba a ese macho, no solamente lo había copulado por lujuria, había amado ese cuerpo, ese ser.
Retiré mi verga con cuidado y enseguida LOKO lamió su ano y se volvió hacia mí para lamer goloso mi verga y mis bolas. Ya era completamente mío, lo había dominado y montado, lo había servido con mi esperma. Yo era su macho dominante y él había entregado su machumbre a mí.
La fuerte vivencia que tuve con LOKO y su sumisión a mí me excitaban y me provocaban a repetir una y otra vez cada día el acceso sexual al perro. Lo copulé mucho y muchas veces, en todas las formas y posiciones, disfrutando de su cuerpo caliente y musculoso y de su total entrega pasiva a mi. Durante días hice que durmiera en mi cama, para poder tomarlo si yo despertaba y lo deseaba. Más allá de lo sexual, en todo momento continuó nuestra relación de alegre amistad, juegos, caricias y diversiones compartidas.
Cuando su dueño volvió y se hizo cargo de él viví un dilema. Hubiera deseado comprárselo y llevarlo conmigo a Buenos Aires. Lo amaba, nos amábamos los dos, no sólo física y sexualmente. Pero era imposible y tuve que regresar sin él, con mucho dolor y extrañeza. En todas mis experiencias zoo, nunca había sentido algo tan intenso, una unión tan fuerte. Ya en mi propia casa, muchas veces lo extrañé y necesité su compañía y en numerosas ocasiones me masturbé fuertemente repitiendo su nombre.
Porque así entiendo yo a la relación zoo: son dos naturalezas emocionalmente distintas, pero igualmente puede darse una íntima comunión entre dos cuerpos, entre dos vidas diversas. La posesión de un cuerpo y el intercambio de los fluidos sexuales sólo confirma intensamente esa unión que va mucho más allá de la lujuria y el deseo, también es una forma de amor.
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