CUIDADO CON LO QUE DESEAS (Ii)
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Anonimo.
CUIDADO CON LO QUE DESEAS, POR QUE PUEDE HACERSE REALIDAD
(II)
Al día siguiente me dolía todo el cuerpo. No pude ir a correr por primera vez en varios años. No me podía sentar, no podía caminar; me pasé todo el día en el sofá viendo la tele. Mi madre me preguntó insistentemente si me ocurría algo. Evidentemente le respondí que no, en todas las ocasiones.
Al segundo día, ya conseguía caminar, pero no fui a correr. No lo hice hasta el tercer día y no porque me apeteciera sino para que mis padres no sospecharan nada. No llevé a Max conmigo. Había guardado el bote de cristal con los paños húmedos de Laica en una esquina del armario de mi habitación en la casa de campo de mis padres. Ni se me pasó por la cabeza usarlo.
Poco a poco la vida volvió a la normalidad. Después de un mes, había gastado todos los paños menos uno, con el mismo éxito que el primero. Incluso en una ocasión mientras hacía mis estiramientos después de mi carrera, sin usar ningún paño, Max empezó a colocar las patas sobre mí con la clara intención de montarme. Evidentemente aproveché la oportunidad.
La virilidad de Max se había convertido en un sucedáneo de algo más. Ya no sentía la atracción por “mi macho”, que había sentido hasta un mes atrás. Era como si necesitara algo más fuerte. Era como un drogadicto que necesitara una dosis mayor y Max únicamente me servía para seguir tirando.
En una ocasión en que volvía solo de correr, a unos 2 km. de la casa de mis padres, teniendo delante un cruce a unos 50 m., pasó un coche destartalado conducido por “mi amante desconocido”. No me vio. Creo que no me vio. Mi corazón empezó a latir aceleradamente como si quisiera salírseme del pecho. Respiré hondo. Y empecé a correr hacia el cruce con intención de seguirlo. Lo perdí de vista. Los días siguientes hice coincidir la carrera de tal forma que, para la misma hora en la que había visto a “mi macho”, pudiera estar en el camino que había tomado tras pasar el cruce, escondido tras unos matorrales. Después de 5 días de espera y casi perdida la esperanza volvió a pasar. Sin que me viera conseguí seguirlo hasta su destino. Era una granja (una casería, como decimos aquí) muy grande a unos 6 km. de la casa de mis padres. Los siguientes días, con preguntas a mis padres y a uno y otro vecino, y espiando la casa, desde donde no me pudiera ver, empecé a montar el puzle que me permitiera saber quién era aquel hombre.
Era un granjero, esto ya parece evidente, tenía muchas bacas lecheras y cerdos, y como en casi todas las granjas de la provincia, de ese tamaño, también tenía caballos, gallinas y conejos. Tenía una hija de unos 35 años y dos hijos algo menores todos con su esposa. Todos los hijos estaban casados y tenía 2 nietos. Sus hijos trabajaban con él en la granja. Su mujer era gruesa y tenía un aspecto desaliñado y desde luego, muy poco apetecible sexualmente. Su hija, aún siendo más joven, tenía el mismo aspecto. Los hijos eran un calco de su padre en su aspecto físico y en su vestimenta; funda azul de trabajo y botas de goma.
Mientras encontraba respuesta a todas aquellas preguntas sobre “mi hombre”, aumentaba mi ansiedad, que ni Max, ni internet, ni mis videos porno conseguían aliviar. Después de volver a esperar que pasara por el punto en que lo vi por primera vez (mejor dicho, por segunda, ya que la primera había sido la causante de todo aquello), vi venir su coche a lo lejos. Sin pensar en lo que hacía, salté al camino y comencé a caminar como distraído en dirección contraria a la suya. Me vio y detuvo su marcha.
– Hola zorra, ¿Qué haces tan lejos de tu casa? – ¿sabía donde vivía? me pregunté mentalmente.
– Vengo de correr.
– ¿Hoy no ha habido sexo canino? Jajaja – rió sonoramente.
– No. – contesté tímido.
– Estas buscando una polla mayor eh puta. – continuó.
Agaché la cabeza pues no podía negarlo, pero, por supuesto, tampoco reconocer que en el fondo eso es lo que llevaba haciendo varios días.
– Sube. Te invito a una Coca-Cola.
Subí a su destartalado coche. Por dentro era aún peor que por fura. Los asientos estaban raidos y sucios igual que las alfombras del suelo. Había herramientas y papeles tirados en el asiento de atrás y todo estaba cubierto por una capa de polvo marrón. Olía a estiércol.
Llegamos a su casa, casi oscureciendo. Me quedé de pié en el patio central rodeado de tres edificios y un cuarto más alejado. Oía ladridos de dos o tres grandes perros, pero no vi ninguno. Me asusté al estar solo. El entró en la vivienda. Tras unos instantes me llamó desde un edificio anexo.
– Bruno
Sabía mi nombre. Era verdad que me conocía. Me acerqué. Era un edificio alargado, del que desde el patio únicamente se veía el frente. Me tendió una Coca-Cola fría, se dio la vuelta y me dijo que le siguiera. A la derecha del edificio según caminábamos, había comederos de bacas que entraban y salían a un cercado anexo por un portalón muy grande. A la izquierda había 8 o 10 celdas para caballos, pero solo había 5 caballos. El resto de las celdas están desordenadas, llenas de balas o fardos de paja, sacos de pienso, herramientas y sillas y bocados para los caballos. El suelo estaba sucio, lleno de pajas, estiércol y restos de pienso. Después de pasar las celdas para los caballos, se habría un espacio en el lado izquierdo, frente a los comederos de las bacas, con muchas más balas de paja y alfalfa. Comencé a oler el inconfundible olor de los cerdos.
– ¿Te gustan los animales?
– Si
– ¿Para que te follen? Jajaja – rió sonoramente. Tenía una risa hueca y fuerte como su voz. – ¿Te gustan los caballos? – continuó.
Casi no me atreví a contestar por miedo a su respuesta.
– Si, desde luego. Son unos animales magníficos. Aquí huele a cerdo. ¿Dónde están?
– En aquella nave – respondió señalándome un edificio alargado enfrente a donde nos encontrábamos.
Había abierto la Coca-Cola y la bebía a pequeños sorbos. Tenía la garganta seca y seguía nervioso aunque ya mucho menos.
– ¿Vives solo? – pregunté disimulando lo que sabía.
– Qué gilipollas eres. ¿crees que no sé todo lo que sabes de mí?
Me sentí como si me hubieran pillado masturbándome en el baño.
– Mis hijos ya se han ido y mi mujer se ha ido con su hija. Estamos solos; que es lo que querías saber.
Efectivamente, eso es lo que quería saber. Ya había terminado la Coca-cola.
– ¿Donde tiro la lata?
– Por ahí – señalándome un sitio indefinido.
La apoye en un sitio visible para tirarla más tarde a la basura.
– ¿Quieres que te folle otra vez?
Lo directo de su pregunta me dejó paralizado. Era lo que más deseaba en este mundo y desde que sabía que estábamos solos, la idea no salió de mi cabeza. El estaba como buscando algo en un estante apoyado en una pared de espaldas a mí, mientras me hablaba. Sin dejar de estar curvado hacia delante afanado en su búsqueda, volvió la cabeza hacia mí y repitió.
– ¿quieres que te folle o no?
– Si. – respondí con un susurro.
Se me había escapado sin pensar. Muy bajo. Como un sollozo. Como un ruego. El siguió buscando. Por fin pareció que había encontrado lo que quería. Se incorporó. Era un collar de perro con una larga cadena de paseo. Un collar de cuero simple, con una hebilla, al que iba engarzado por medio de un mosquetón, una cadena que terminaba en un tirador, también de cuero.
– Pero hoy vas a ser una perra de verdad. – dijo – mejor dicho; vas a ser mi esclava. Yo te follaré como a una perra…
Yo me quedé petrificado. No sabía que decir. Empezó a no parecerme tan buena idea haber salido a su encuentro. Aquel hombre me intimidaba enormemente, pero tenía algo dentro de mí, que tiraba hacia él incontroladamente.
– ¿Dónde puedo orinar?
– ¿Te meas de miedo?, no sufras que te lo vas a pasar mejor que el otro día. Mea ahí.
Aquellas palabras no me tranquilizaron en exceso. Comenzó a mover fardos de alfalfa haciendo una pila. Colocó los primeros perpendiculares a la pared, como a un metro de ella. Tres y otros tres detrás, más otros seis encima de estos y más otros dos en medio. Era como un pódium deportivo. Se acercó hacia mí con el collar y la cadena y una cuerda gruesa de cáñamo en la mano izquierda. Se colocó frente a mí.
– Desnúdate y chúpamela. – Dijo sin más.
Me quité la camiseta despacio, bajé los pantalones cortos de correr hasta mis tobillos y me los quité. Mientras, él bajaba la cremallera de su raída y pestilente funda de trabajo con su mano derecha.
– ¿Donde los coloco? – le pregunte despacio.
Sin contestar, me los quitó de las manos y los tiró sobre una pila de fardos de alfalfa que había detrás de mí. Luego, me colocó su mano derecha en mi cabeza y tiró de ella hacia abajo.
– Chúpamela. – Dijo nuevamente.
Me arrodillé mientras me impulsaba con su mano. Tiró la cuerda a mi lado y con su mano derecha sacó su paquete mientras que con la izquierda, aún con el collar y la cadena en ella, dirigió mi cabeza hacia delante. Me aferré a la funda que cubría sus caderas, abrí la boca y su polla se entró en ella. Empecé a chupar aquella polla flácida como la primera vez, pero más excitado si cabe, porque ya sabía de lo que era capaz y porque era lo que más deseaba desde hacía más de un mes. Su sabor a orines recientes y su olor amargo me excitó. Se puso dura muy rápido, entre chupadas, lamidas a lo cargo y visitas a aquellos enormes huevos, contra los que apretó mi cara. Yo empecé a masturbarme desde el primer instante en que estuve de rodillas.
– Qué puta eres. Qué bien la chupas.
Intenté cogerle la polla con mi mano derecha y para mi sorpresa, me dejó. Solté mi polla y cogí sus testículos con la izquierda y seguí chupando tan hondo como pude. Me cogió la cabeza entre sus manos y la empujó alternativamente delante y atrás.
– Come perra. Come.
Afanado como estaba en mi labor, no me di cuenta que me colocaba el collar, casi hasta que me lo tuvo puesto. No me lo apretó en exceso, pero su ancho impedía que bajara la barbilla del todo.
– Ahora sí que eres una perra. – dijo.
Bajó las manos a mi pecho, cogió un pezón con cada mano y comenzó a apretarlos y retorcerlos con dos dedos. Mmmm, fue lo único que pude decir mientras cerraba los ojos y notaba que mi polla se empinaba aún más. Con la mano derecha, tiró de la cadena hacia atrás y hacia abajo y me sacó la polla de la boca. Me dejó mirando hacia arriba, con la boca semiabierta, de la que caían hilos de saliva y su polla y sus huevos entre las. Se me quedó mirando fijamente. Sujetó mis mejillas por debajo de mi barbilla con su mano izquierda a la vez que se giraba hacia delante, y me escupió sonoramente en la cara y dentro de la boca.
– Qué guapa está mi perra con la cara llena de babas.
El acto reflejo fue apartarme pues no me esperaba tal reacción. Me dio asco. Su mano y el tiro de la cadena me lo impidieron, por lo que únicamente pude cerrar los ojos. Me sorprendió lo que aquel acto me excito. Él lo notó. Volvió a empujarme la cabeza con la mano izquierda hacia delante para meterme nuevamente la polla en la boca, que seguí chupando y lamiendo con deleite. Lo repitió varias veces antes de tirar de mi cuello hacia arriba con la cadena y para que me pusiera en pié. Casi me ahoga.
– Date la vuelta. – me ordenó una vez que estuve de pié.
Obedecí.
– Dame las manos.
– ¿Para qué? – pregunté.
– Calla puta y dame las manos. – me dijo apretándome el cuello con la mano desde atrás.
Puse las manos a mi espalda. Ató un extremo de la cuerda de cáñamo a una de mis muñecas y el otro extremo a la otra. Atado de esta forma, podía mover las manos hacia delante solo hasta que mis muñecas alcanzaban mis caderas, quedando el trozo de cuerda que las unía a mi espalda. Tiró de mi cuello con la cadena del collar y me hizo caminar hacia los fardos de alfalfa. Me colocó de pié frente al “nº 1 del pódium”; el fardo más alto. Rodeó la pila de fardos y tiró de mí, de manera que caí hacia delante. Tiró aún más hasta que mis pies quedaron en el aire.
– Aaaah!
Se escapó de mi boca al arrastrar mi pecho y mi barriga por el fardo en que me apoyaba. No dijo nada. Estaba tan nervioso como excitado. No sabía lo que hacía pero él parecía tenerlo perfectamente claro. En la posición en la que estaba, mi pecho quedaba apoyado sobre los fardos de paja de la parte superior, las manos atadas a la espalda a la altura de las caderas y las piernas en el aire con mis pies despegados del suero. De pronto, sentí un pánico atroz producido por la inmovilidad.
– Suéltame. Esto no me parece buena idea.
– A quien cojones le importa lo que te parezca puta. – dijo mientras tensaba la cadena y la ataba a una barra fijada a la pared
– Por favor, suéltame. Por favor, te lo suplico, suéltame – un chorro de orina se me escapó incontroladamente.
– Que te calles puta. – Gritó mirándome.
Caminó hacia mis espaldas y noté que sujetaba con una de sus manos, uno de mis pies. Me intenté revolver y con el otro pié le golpeé la cara. Arg!. Sin previo aviso, se incorporó y me dio un puñetazo en los riñones.
– Aaaah! – grite.
– Grita puta que aquí nadie te oye. Como me vuelvas a pegar te machaco la cabeza.
– Aaaah!. Socorro – grité por segunda vez lloriqueando.
– Grita puta llorona. ¿A ver quién viene?
Seguí llorando, balbuciendo y suplicando que me soltara, mientras el sujetaba mis piernas por los tobillos, con otras cuerdas, a las cuerdas de los fardos de alfalfa de la parte inferior de la pila en la que me encontraba. Mis piernas quedaron abiertas y levantadas del suelo, por la tensión de las cuerdas y mi posición. Mi cabeza se inclinaba hacia delante ligeramente elevada por la tensión de la cadena, mirando hacia mi derecha. Algunas pajas de alfalfa se clavaban en mi piel. Mi polla quedó atrapada entre mi vientre y el fardo en el que descansaba. No contento con esto, ató cada una de mis manos, a las cuerdas del fardo al que estaba subido. Ahora ya no podía moverme en ninguna dirección y mis manos quedaron bloqueadas a mis lados. No dejé de suplicar que me soltara durante todo el proceso. Se colocó delante de mí y dijo:
– ¿Está cómoda la puta?
– Por favor, suéltame, por favor – balbuceé.
– Tranquila putita, que te lo vas a pasar muy bien. – dijo en tono tranquilizante, mientras me acariciaba la cabeza.
Después de todo, a lo mejor no se trata más que de un juego, pensé. Siguió acariciándome hasta que me vio más tranquilo.
– Y ahora ¿vas a volver a comerme la polla putita?
No contesté. La cuadra ya estaba casi a oscuras. Le perdí de vista un instante angustioso y le oí caminar alejándose. Encendió la luz. Volvió junto a mí, se subió al fardo que tenía a mi lado y se arrodilló en él. Su polla quedaba a la altura de mi cara ya que yo estaba un fardo más alto. Se volvió a sacar la polla, aún dura, que cogió con su mano derecha y con su mano izquierda empujó mi cabeza desde la coronilla para metérmela en la boca. El collar me hizo daño por la tensión de la cadena y su tirón. Me movió la cabeza delante y atrás. Chupé. Temeroso al principio, gustoso después y excitado por fin. Mi polla se volvió a empalmar bajo mi vientre. Sacó su polla de mi boca y sujetándola con la mano por su base, como la tenía cogida, me golpeó con ella en la mejilla mojada aún de lágrimas. Era como una estaca caliente, mojada y muy dura.
– Eres una perra muy puta a la que merece que se follen bien. – dijo en tono casi paternal.
Sus palabras terminaron de tranquilizarme. Volvió a metérmela en la boca. Siguió un rato. Después, sin previo aviso se incorporó. Caminó hacia mis piernas por los fardos y saltó.
– Vamos a follarte un poquito – dijo.
Sentí que sus dedos empapaban mi culo de saliva. Me mordí el labio inferior temeroso de lo que vendría ahora. Se acercó a mí y sin más, me penetró despacio. Un poco primero y un poco más a cada movimiento. Tanta suavidad por su parte me desconcertaba. Me sujetó por mis caderas y me folló. Despacio. Sacando del todo la polla en ocasiones. Mi culo ya estaba dilatado y lo hacía con facilidad. Sin hacerme daño. Cogió la cuerda de entre mis manos y empezó a moverse más rápido y más violentamente. Lo agradecí ahora que estaba dilatado. Me hacía deslizarme sobre el fardo y algunas pajas se clavaban en mí y me hacían daño. No me importaba. Era muy superior el placer que sentía. Le oía gemir. Yo hacía lo mismo.
– Era esto lo que buscabas ¿o aún te parece poca polla? – dijo mientras seguía con su movimientos.
Al tirar de la cuerda que ataba mis manos hacia atrás, la cadena se tensó más y el collar me apretó.
– Me aaahooogooo – balbuceé.
– Eso…, se…, soluciona…, fácil… – dijo dándome una fuerte envestida con cada una de las palabras, aflojando la cadena, pero tensando las cuerdas que tenía atadas a mis tobillos, que se clavaban en mi piel.
Siguió con su movimiento. Me corrí. Él lo sintió y se movió más deprisa. Sacó su polla de mi culo y cuando me quise dar cuenta, estaba de nuevo arrodillado a mi lado con la polla en la mano. Me la metió en la boca y se corrió. Un semen espeso, caliente y salado me llenó la boca, y como en ocasiones anteriores, se coló entre mis labios por la cantidad. Metió y sacó la polla varias veces de mi boca y en cada una de ellas, un nuevo chorro salía proyectado a mi paladar y mi garganta. Con su glande recogió el semen que recudía del lado inferior de mi boca para que lo chupara. Lo hice gustoso. Lo saboreé y tragué cuanto pude con delectación. Como un manjar.
Fue una corrida casi ritual, aunque fuera la segunda que me comía. Me dejó satisfecho y parecía que él se había quedado de la misma forma. No sacó la polla de mi boca hasta que no hube chupado y tragado la última gota de semen que no había caído sobre el fardo de alfalfa.
– Qué bien la come mi perra. – dijo al fin – ahora vamos a darte el segundo plato. – continuó.
– ¿Segundo plato? ¿qué quieres decir? – pregunte sorprendido.
– Una putita que viene a buscarme para que me la folle y me corra en su boca, debe tener mucha hambre.
– ¿Qué quieres decir con segundo plato?
No me contestó. ¿Le habría dicho a alguien lo nuestro? ¿Querría compartirme con alguien? Las preguntas brotaban a mi cabeza mientras él se incorporaba, se subía la cremallera de la funda de trabajo, caminaba por el fardo hacia mis piernas y salía de mi campo visual. Nuevamente comencé a ponerme muy nervioso.
– Eeeeeh! ¿Dónde has ido? Suéltame ya.
No respondió. Insistí pero nuevamente no obtuve respuesta. Al cabo de unos minutos, sentí alboroto en las celdas de los caballos y los cascos de uno de ellos caminar por el piso de cemento. Me agité compulsivamente con intención de deshacerme de mis ataduras pero todo fue infructuoso. El collar me apretaba la nuca y levantaba mi barbilla y las cuerdas de cáñamo se clavaban en mis pies y en mis manos. ¿No estaría pensando lo que me parecía? El terror se apoderó de mí y empecé a gritar. No me contestó. Seguía oyendo los cascos del caballo acercarse, cuando lo vi pasar ante mí, entre la pared y la pila de fardos en la que me encontraba inmovilizado.
Era un podenco. Ni de tiro ni de monta y seguramente utilizado para esto último. Color marrón de mediana edad. Caminó hasta dejarlo a una altura, en que mi cabeza quedaba situada entre su barriga y los cuartos traseros. ¿No querrá que se la chupe desde aquí? Pensé casi mofándome. Olía a caballo que no había sido lavado en mucho tiempo. No estaba cepillado. Lo ató a la misma barra a la que estaba atada la cadena que me sujetaba del cuello. Me fijé bien. ¡Era una yegua! ¿Qué pretendía? La sensación de caricatura frente a mi pensamiento anterior desapareció rauda de mi cabeza. Entretanto, después de atar a la yegua, se alejó de nuevo, fuera de mi campo visual. Segundos después, volví a sentir las pisadas de otro caballo por el pasillo. Por las pisadas creí adivinar que era un caballo más joven, más nervioso,… Éste lo acercó a mí por mi espalda por lo que no pude verlo.
– Que estás haciendo. – susurré.
– Calla putita que ahora sí que te lo vas a pasar bien.
– ¿No dejaras que…? ¿No estarás pensando en…? ¿No harás que…? – pregunté con voz suplicante.
– ¿Aún no lo tienes claro? ¿Quieres que te haga un dibujo? Jajaja.
– ¡Aaaaah! ¡Socorro! – Grité de nuevo muerto de pánico.
No me hizo el menor caso. Seguí gritando y suplicando. Él seguía a mi espalda creo que atándolo. El caballo parecía asustado a juzgar por lo que se movía. De pronto, sentí que las carnes de mi espalda y una de mis nalgas que habrían. Aaaaah!!!. Un grito de dolor me salió del fondo de la garganta. Giré mi cabeza hacia él, mientras balbuceaba que me soltara. Me había golpeado con una fusta. Seguí quejándome y llorando, ahora convencido de que nadie me oía. Pasó delante de mí con un puñado de paja en la mano. Cuando llegó al culo de la yegua, le levantó el rabo con una mano y con la otra, restregó la hierba contra él. Circundó caminando la pila de fardos en la que me encontraba inmovilizado y restregó la hierba entre mis nalgas y por mi espalda. No podía parar de sollozar. Sentí como desataba el caballo y lo oí los cascos golpear el suelo a mis espaldas, hacia un lada y a hacia otro. Él se colocó a mi lado izquierdo, con una cuerda tirante que levantaba hacia arriba sujeta con su mano derecha, mientras que en la izquierda tenía la fusta con la que debió golpearme, también levantada hacia arriba. En el extremo de la cuerda debía estar el caballo al que aún no había visto. Seguía sollozando y suplicando que me soltara. Él seguía sin hacerme el menor caso. Animó al caballo. Sentí algo húmedo y frio pasar por entre mis nalgas; el caballo me estaba oliendo. Supongo que había colocado la yegua delante de mí para producir en el caballo la ilusión de que me estaba montando. Después de varios intentos, el caballo se subió a los fardos que tenía a cada uno de mis lados, con una pata en cada uno. Le oía resoplar sobre mi espalda. Se bajó. Él siguió animándolo para que volviera a subir hasta que lo consiguió. Ahora el caballo estaba más adelantado que la ocasión anterior y había rozado mi culo y mi espalda con su barriga. Yo no dejaba de suplicar me soltara. No me atrevía a gritar de nuevo por miedo a su reacción. Noté que algo muy grueso y duro golpeaba mis nalgas varias veces. El salió de mi campo visual hacia mis pies. Ahora aquel instrumento grueso y duro, pasaba por entre mis piernas en unas ocasiones y en otras se colaba entre mis nalgas y salía hacia mi sacro; era como si él estuviera guiando la polla del caballo. Tener aquella enorme polla temblando entre mis piernas y presionando mi culo, me excitó enormemente, lo que no hizo que dejara de estar terriblemente asustado. Mi estúpida polla se empalmó incontroladamente. Con cara de terror y sin que un solo quejido saliera de mi boca, oía al caballo resoplar, ahora sobre mi cabeza, y a él animarle. Oía las pezuñas traseras del caballo golpear el suelo de cemento junto a mis pies. Sentía cómo se movía excitadamente sobre mí.
– Vamos!!! Móntala!!! – dijo.
Tras varios intentos, aquel instrumento grueso se quedó inmóvil entre mis nalgas. El caballo dio un paso hacia delante, separó mis nalgas y me abrió el culo como nada en la vida me lo había abierto. Al sentirse dentro de mí, el caballo dio un empujón con sus caderas y una enorme polla me empaló entrando en mí no menos de 25 cm. Un grito de dolor se escapó de mi boca. La yegua se agitó delante de mí. Me oriné empalmado como estaba. El caballo siguió con sus empujones y con sus pisadas aceleradas. Aquella enorme polla salía y entraba en mi culo acompañado por un grito de dolor en cada ocasión.
– Ahora sí que te están follando bien, eh! – le oí decir a mis espaldas.
El caballo seguía con su trabajo. Tras varias penetraciones, volvió a dar un paso hacia delante y la polla se coló aún más hondo en mí. Sentí como si las tripas me fueran a salir por la boca. Mi culo se levantaba con cada envestida del animal tensando las cuerdas que ataban mis pies. Sus empujones me hacían subir y bajar, a la vez que su polla se colaba dentro de mí. Duró unos segundos de intenso dolor y placer. Me corrí. El caballo seguía penetrándome agitadamente, mientras lo hice por lo que él lo vio.
– Mira la puta que tenía miedo cómo se ha corrido. – dijo.
El caballo seguía resoplando y empujándome aceleradamente. Mi cuerpo se balanceaba como un muñeco de trapo, inmovilizado por las ataduras de mi cuello, manos y pies a merced de aquella bestia que parecía no tener suficiente. La yegua no paraba de moverse agitada ante mí; celosa. Un quejido de dolor y placer se escapaba de mi boca en cada vaivén. De pronto sentí un enorme calor en mi vientre, que lo hinchó. El caballo redujo la intensidad y la frecuencia de las envestidas mientras que sentía que aquella enorme polla se había convertido en una manguera que descargaba fuego en mi vientre. El vigor de su polla no descendió. Mi cara se mojó con lágrimas que se unieron al semen y a las babas anteriores. Inesperadamente, cuando sus envestidas ya casi no me movían de la posición más alta en la que me mantenía, el caballo dio un enorme salto hacia delante impulsando todo su semen hacia mi interior y penetrándome más de lo que lo había hecho hasta ese momento. Otro grito de dolor. La yegua se movió violentamente. El caballo se quedó inmóvil unos segundos. Mis caderas y mi vientre quedaron suspendidas en el aire, sobre los fardos de paja, por el enorme cipote que me atravesaba el culo. Siguió inmóvil manteniéndome en esta posición unos segundos, tras los cuales, sentí que su polla perdía vigor y tamaño rápidamente y caí suavemente sobre los fardos. Siguió reduciéndose y el caballo dio un paso hacia atrás sacando su enorme polla de mi culo.
Una cascada de semen salió de mi culo empapándome las piernas a la vez que mi vientre se deshinchaba. Mi culo quedó tan abierto que supongo se me podrían ver las entrañas. Me relajé completamente, con el culo chorreando semen caliente sobre las piernas y con el vientre mojado por mi sudor y mi semen. Respiraba pausadamente. Oí los cacos del caballo mientras él lo volvía a sujetar por la cuerda atada a su bocado. Después, lo oí caminar por el pasillo hasta su celda. No tenía fuerzas para decir nada. Esperaba que él me soltara sin ninguna nueva súplica por mi parte. ¡Me había follado un caballo! ¿ Cómo podría disimular mi estado frente a mis padres esa noche?. Admiraciones y preguntas brotaban en mi cabeza. Estaba absorto en mis pensamientos cuando mi di cuenta de que los cascos de otro caballo se acercaban a mí. Cuando estuvieron más cerca, giré la cabeza cuanto pude para intentar verlos pero no lo conseguí.
– Otra vez no, por favor – supliqué.
– Tercer plato puta. A ver si te gusta tanto como el segundo.
No tuve más fuerzas para suplicar. Las pisadas de este caballo eran más pausadas que las del anterior, pero sonaban más huecas y fuertes. Tan pronto estuvieron detrás de mí, noté como este también me olía el culo. Por el semen que había brotado de él y mojaba mis piernas, seguramente todos los caballos de la cuadra lo habrían olido. Le vi moverse a mi lado izquierdo en dirección a mi cabeza y tiró de la cuerda amarrada a su bocado hacia arriba para que el caballo levantara la cabeza. Lo hizo y de un salto se subió a los fardos. Me oprimió con su barriga y su polla pasó golpeando mi nalga izquierda. Debía venir ya empalmado. Debían estar todos empalmados. ¿No haría que me follaran todos los caballos de la cuadra?. Era más bajo que el anterior, más tranquilo y parecía más grueso por el bulto que sentía sobre mí. Tan solo con otro movimiento, una polla más gruesa que la anterior se coló en mi culo aún abierto que se abrió aún más. Un grito de dolor escapó de mi boca. La yegua se agitó nuevamente y empezó a lanzar coces con pequeños saltos, haciéndome temer que pudiera darme. Seguramente sería lo que quería por lo celosa que estaría de encontrarse con “una rival” que le quitara “sus machos”. Tan pronto como lo sintió, igual que el anterior, el caballo empezó a moverse con enérgicos golpes de cadera que introducían aquella monstruosa polla en mi cuerpo. No era tan corta larga como la anterior pero era más gruesa. Aún así, sentí que batía mis tripas dentro de mí empujándolas hacia mi boca, con cada golpe de sus caderas. Un grito de dolor se escapaba de mi boca a cada envestida. Me había levantado de los fardos desde el primer momento, colgado de él como si estuviera empalado, pegándome a su vientre que sentía rozar en mi espalda. La yegua no dejaba de moverse, más agitada que en la ocasión anterior. Las ataduras se clavaban en mi piel y el collar impedía cualquier movimiento de mi cabeza. Tras unos segundos propinándome empujones, dio – como el anterior – un paso hacia delante que con lo que me penetró más profundamente. Siguieron sus emboladas, más pausadas que el anterior pero más enérgicas, más fuertes. Otro paso hacia delante y de nuevo me penetró más profundamente. Empecé a sentir que se corría en mi interior. Había tardado menos que el anterior. Me hinchó el vientre aún más por la mayor cantidad de semen. También se quedó inmóvil unos segundos tras los cuales, con otro paso ahora hacia atrás, extrajo su cipote ya falto de vigor pero casi con el mismo tamaño, de mí dilatado culo. Otra cascada de semen corrió por mis piernas durante los diez o quince segundos que estuvo manando. Estaba absolutamente agotado tendido sobre los fardos de alfalfa, con el culo destrozado por aquellas enormes pollas y sin parar de desaguar, con las piernas y los pies empapados en un semen caliente y viscoso, las manos y los pies morados por la opresión de mas cuerdas y mi cuello dislocado por el collar.
– ¿Te lo has pasado bien puta? – dijo cuando estuvo a mis espaldas.
Sentí como se alejaba con mi “último amante” y deseé que de verdad fuera el último, al menos por aquella noche…. Las celdas de los caballos se agitaron nuevamente. Por favor, que no siga con otro, pensé. Le oí acercarse a mí por el pasillo hasta llegar a mis espaldas y pasó delante de mí para desatar a la yegua, a la que también llevó a su celda. Volvió hacia mí y se paró a mis espaldas.
– ¿Te lo has pasado bien puta? – dijo cuando estuvo a mis espaldas.
No contesté, no tenía fuerzas. Sentí que cortaba las cuerdas que sujetan mis pies, luego siguió por las que sujetaban mis manos al fardo en el que estaba tendido pero no la cuerda que ataba mis manos entre sí. Se dirigió a hacia la barra donde estaba atado mi collar y lo desato quitando la presión en mi cuello pero no la molestia que me producía el collar, que ahora me parecía enormemente grueso.
– Pero si lo que tenemos aquí, no es una puta, es una perra y sobre todo una cerda – dijo mientras rodeaba la pila de fardos sin soltar la cadena me cuello.
Cuando estuvo a mis espaldas, tiró de mi hacia atrás y mi cuerpo se arrastro por el fardo hasta que me encontré tendido en el suelo lleno de semen.
– ¿Te lo has pasado bien? ¿Me preguntó de nuevo?. Pero si no has probado el zumo de estos machos – dijo – ¿Cómo no me he dado cuenta? ¿No quieres probarlo? – dijo mientras recogía algo de semen con su bota y me lo restregaba en los labios.
Estaba muerto de sed. Se lo dije. Se alejo de mí unos metros y volvió con una manguera con una llave. Tiró de la cadena para que levantara la cabeza y abrió la llave delante de mi cara para que el agua corriera y bebí ávidamente. Cuando hube terminado me aparte, el cerró la llave me soltó la cadena y colocó la manguera de donde la había recogido.
– Bien. Ahora vamos a ver si eres o no una cerda – dijo.
Seguía tendido en el suelo, con la cara sobre el charco de semen y agua, el cuerpo totalmente molido por lo empujones y lacerado por las pajas de los fardos de alfalfa, con los pies hinchados, el culo reventado por el que aún manaba semen, mi vientre dolorido por los hinchazones de sus corridas, el cuello casi dislocado y mis manos atadas a la espalda, en posición semifetal. Creí que me había dejado allí tirado sin más. Y de hecho así fue por que desapareció durante unos minutos. Cuando hube recobrado las fuerzas intenté incorporarme muy lentamente. Primero, con mucho esfuerzo, me puse de rodillas, posición en la que estuve varios minutos con la cara apoyada sobre los muslos. Después, con mucho esfuerzo, posé un pié en el suelo e instantes después me levanté. Caminé hasta que me pude sentar en un fardo. Aaaah!, una brizna de paja me había hecho daño en las entrañas que parecían salir de mi culo dilatado. Lo sentía como si tuviera el diámetro de la lata de Coca-Cola que podía ver frente a mí, apoyada donde la había dejado antes. Me había dejado los pies con las ataduras y un largo sobrante de cuerda ¿Por qué no me los liberó sin más? .Estuve sentado, con la cabeza apoyada en las rodillas durante varios minutos. De puro cansancio me dormí.
– Venga cerda levántate – me gritó – aún no ha acabado la fiesta.
Me despertó súbitamente su voz mientras se acercaba a mí. Cogió la cadena y tiró de ella para que me levantara. Me incorporé y me quedé con las piernas semiflexionadas.
– Venga, que es para hoy – me dijo mientras tiraba otra vez de la cadena.
– No me puedo mover – sollocé.
– Vamos cerda, déjate de monsergas.
Tiró de la cadena y empezó a caminar. Me caí al suelo.
– Si no quieres andar, te llevaré arrastras.
Comenzó a andar en dirección al fondo de la cuadra. El tiro de la cadena apretó mi collar ahogándome. Me arañó el suelo de cemento al deslizarme sobre él.
– Para. Para por favor – le supliqué.
Se detuvo.
– Levántate si no quieres que te lleve arrastras.
– Espera unos segundos, por favor.
Intenté incorporarme de nuevo tal y como lo había hecho la vez anterior. El estaba parado frente a mí aferrando la cadena. Por fin estaba de nuevo de pié y caminé hacia él. Se dio la vuelta y empezó a andar en la misma dirección, tensando la cadena.
– Más despacio por favor. – le rogué mientras aceleraba el paso.
Él siguió caminando más despacio. Poco a poco le seguía, ganando en velocidad, a la que él estaba atento para acelerar también. Salimos de la cuadra por una pequeña puerta del fondo que no había distinguido, hacia un prado. Caminamos por un sendero en la hierba. Era noche cerrada; sin luna. No sabía dónde nos dirigíamos, pero cada vez olía con más intensidad el olor a cerdos. El seguía acelerando. Yo le seguía con mucho esfuerzo.
– Por favor, más despacio. – le rogué.
Par mi sorpresa, me obedeció y alivió la tensión de la cadena en mi collar. Llegamos a otro edificio parecido a una nave industrial. Abrió la puerta y aún conmigo fuera encendió una luz junto al marco. Toda la nave se iluminó. Aún desde fuera, podía oír los gruñidos de los cerdos en su interior. Tenía un pasillo central. A un lado, había celdas con la barandilla baja, donde había cerdas con sus crías. Cada cerda tenía 10 ó 12 cerdos. Al otro lado del pasillo había una gran barandilla de la misma altura, que cerraba un cercado que ocupaba todo el largo de la nave, con acceso al exterior ya que ese lado de la nave no tenía pared. Los chillidos eran insoportables. Había un olor penetrante y nauseabundo propio de los cerdos. Caminamos por el largo pasillo, las madres con sus crías se agitaban a la derecha a nuestro paso, mientras que a la izquierda, cientos de cerdos se acercaban a la barandilla. ¿Dónde iríamos? Estaba más desconcertado que asustado. El cuerpo ya me dolía menos y el paseo había hecho que la sangre circulara por mis manos y mis pies con lo que se había deshinchado. Notaba el culo abierto y terriblemente dolorido. Caminaba de forma que la cadena estuviera lo más floja posible par que el collar no tirara de mi cuello. Algunas cerdas estaban solas. Unas parecían preñadas y otras no. Se paró frente a una de estas últimas. Abrió la puerta de la barandilla y se volvió hacia mí.
– Ahora te vas a dar un baño. – dijo.
Sin soltar la cadena de mi collar, me cogió por el brazo derecho y me empujó hacia adentro. Me caí en el lodazal de la celda de aquella cerda que empezó a correr alborotada a mi alrededor. De repente me encontré en medio de un pestilente y asqueroso charco de barro y orines de no menos de una cuarta de profundidad. Al caer metí la cara en aquel lodazal, que me produjo arcadas de asco. Intenté levantarme lo más rápido posible pero patiné y volví a caer en él. Él entró en la celda detrás de mí. Estaba frio y asqueroso. La cerda no dejaba de ir de un lado a otro en el extremo opuesto al que nos encontrábamos, sin parar de chillar. Sentí como su bota de toma presionaba mi espalda y me hundía de nuevo en la mezcla de excrementos y los orines.
– ¿Te gusta tu salsa cerda?. – dijo.
– Puor fuavor… – languidecí con la cara en la mierda.
– Venga revuélcate…
Volví a intentar levantarme y volví a resbalar y caer de nuevo ante sus risas. Estaba totalmente empapado. Había tragado el lodo, los excrementos y los orines de aquella cerda. Mi cuerpo estaba dolorido y entumecido por el frio. Esta vez lo intenté más despacio para no resbalar. Era una cerda enorme. Observe que en su culo, su coño estaba totalmente abierto y de el manaba un líquido transparente. ¿orinaba?…. NO, estaba en celo. ¿no repetiría lo mismo con cerdos?. Este hombre estaba loco. Un escalofrío de terror me recorrió el cuerpo. Estaba sentado sobre una mis piernas, con las manos a la espalda y la cadena tirando de mi collar hacia arriba, temeroso de volver a intentar levantarme.
– Venga…. Es hora del postre.
Tiró de la cadena con fuerza hacia arriba. Casi me ahorca, pero ayudó a levantarme. Estaba chorreando orines que se habían colado en mi boca y en mi culo. Tiró nuevamente de mí hacia fuera de la celda, que cerró tras nosotros. Tirando de mí por la cadena, avanzamos de nuevo por el pasillo central de la nave.
– ¿Dónde vamos? – pregunté – No. Por favor, no.
– Calla cerda que es tu postre de hoy. Veras que bien te lo vuelves a pasar.
Respondió sin volverse a mí. Seguimos pasando al lado de celdas de cerdas, unas con crías y otras sin ellas. Unas celdas más adelante, vi a tres cerdas en una misma celda, más grande que las anteriores. Al avanzar me di cuenta de que no eran cerdas, eran cerdos sementales. Cuando llegamos a su altura, ató la cadena a la barandilla, dándole vueltas sobre la barra horizontal superior, como se atan los caballos. Se alejó de mí, caminando hacia el fondo de la cuadra. Aquellos cerdos eran enormes, como cuatro hombres y con unos testículos como los de un toro. No iría a dejar que…. Otro escalofrío recorrió mi cuerpo. ¿No me habrá tirado en los orines con intención de que me empapara de olores de la cerda en celo?. Si aquellos animales se ponían encima de mí me aplastarían. No tenía ni idea de cómo era la polla de un cerdo, pero tenía que ser enorme; al menos la de aquellos. Regresó donde yo estaba, cargando con otro fardo de paja. Abrió la puerta de la celda y lo tiró en medio. Los cerdos empezaron a chillar. Desató la cadena de la barandilla.
– Venga. Es tu hora de terminar la cena. – dijo tirando de mí hacia adentro.
– No por favor. No – supliqué nuevamente.
Sin contestarme, dio un nuevo tirón a mi cadena y entre en la celda. Me colocó frente al fardo y me empujó desde atrás. Caí con el pecho y la barriga sobre él. Con el cabo que sobresalía de la atadura de mi pié izquierdo, lo ató hacia delante, de manera que la rodilla casi estaba a la altura de mi pecho. Yo seguía suplicando que me dejara sin temor a moverme por no darle otra patada. No me hizo ningún caso. Ató mi pié derecho de la misma forma. Había quedado en posición fetal, boca abajo, apoyado sobre el fardo, con mi culo reventado sobresaliendo de él. Tiró de la cadena hacia abajo y la ató de tal forma que mi cara quedó sobre el fardo, mirando hacia la izquierda, hacia el pasillo.
– Que lo pases bien cerda. – dijo sin mirar atrás, mientras salía de la celda y cerrar tras de sí.
Vi como se apoyaba en la barandilla al otro lado del pasillo. Estaba de nuevo totalmente inmóvil. Los cerdos empezaron a rodearme mientras chillaban. Eran unos cerdos enormes. Aún así, sus testículos eran desproporcionadamente grandes para su tamaño. Empezó a salir de su vientre una especie de vara fina, alargada y torsionada. Estaba observando a uno de ellos, cuando sentí el hocico de otro empujar mi culo. Sentí su lengua entrar en él. Luego otro se unió y por fin los tres. Le miré a la cara y le imploré que me soltara, con el mismo éxito que en ocasiones anteriores. Sentí como uno de ellos saltaba sobre mi espalda y me introducía algo fino y alargado en mi dilatado culo. Su peso me aplastaba tanto que me costaba respirar. Sentí sus empujones con la cadera. Otro se puso en el extremo opuesto del fardo, empezó a olisquear mi cara y la lamió. Me siguió montando como a una cerda, pero su polla, por decirlo de alguna manera, era desproporcionadamente pequeña para su tamaño y qué decir, para el de sus huevos. El tercero pasó por mi lado mientras el otro me metía su hocico por la cara. Su polla estaba fuera de un orificio bajo el vientre. Era larga y delgada, terminada en una forma parecida al de una flecha. El que me estaba montando, empezó a descargar un líquido caliente dentro de mi culo. Me escocía horrores. Creí que no iba a terminar nunca. Fue una cantidad enorme, proporción de sus huevos. Cuando terminó, un segundo se puso en su lugar. Estaba siendo follado como una cerda, por tres enormes cerdos de gigantes huevos y ridículas pollas (al menos después de las de los caballos). El estaba apoyado en la barandilla, con la cremallera bajada, meneándose la polla mientras fumaba y veía el espectáculo. El espectáculo duró al menos una hora, en la cual, cada uno de los cerdos me montó al menos cuatro veces. Cuando se sintió satisfecho, entró en la celda y apartó los cerdos. Me cortó las ataduras de los pies con una navaja que sacó del bolsillo de su funda de trabajo, liberándomelos completamente. Desató la cadena de mi collar y tiró de mí hacia arriba.
– ¿Te ha gustado el postre cerda?
No contesté. Aún con las manos en la espalda, me sacó de la celda y cerró tras nosotros. Mi culo chorreaba semen de cerdo, caliente, que corría por mis piernas. Me puso la mano en el hombro y me empujó para que me arrodillara. Me caí sobre las rodillas y mi cara pegó en el suelo. Tiró de mí hacia arriba para que quedara de rodillas. Sin decir nada, me metió la polla en la boca. La tenía muy gruesa y dura otra vez. Puso las manos en mi coronilla empapada en los orines de la cerda mientras con la otra se sujetaba la polla y me la metió hasta el fondo de la garganta ahogándome. Le oí gemir. Las lágrimas corrieron por mi cara por tener aquella enorme tranca tan hondo. Cuando me la extrajo empecé a toser y dos hilos de babas cayeron de mi boca. Volvió a metérmela otra vez. Estuvo así hasta que se corrió en mi garganta y en mi boca otra vez.
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