DESVIRGUE DE MI NUEVO PERRO
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por zoohot.
Ya adulto, las circunstancias de la vida me llevaron a vivir nuevamente solo. Me planteé muchas veces repetir aquellas experiencias de placer, hasta que me decidí a concretarlo ya que al vivir solo tendría amplia libertad para ello.
Estuve indagando y observando para comprar un perro, al que debería entrenar para mi propósito. Buscaba un animal de tamaño mediano/grande, de pelo muy corto (esto último para facilitar la higiene). Averigüé de distintas razas, descartando algunas por su natural agresividad. Centré mi búsqueda en la raza boxer que, si bien son horriblemente feos aunque graciosos, los machos suelen alcanzar un buen porte físico y observé que generalmente poseen una abertura anal ancha. Me decidí por esa raza, luego que varios especialistas me comentaron el carácter alegre de la misma, su facilidad de entrenamiento y su apego, lealtad y sometimiento al amo. Así, compré un hermoso cachorro de seis meses, de muy buen porte físico, pelaje color arena, sano y ya cortado su rabo.
Sin ningún asesoramiento, sólo por mi intuición, empecé a prepararlo, lo fui acostumbrando a ser muy apegado a mí, a que me reconozca como alfa, como su amo, y que sea sumiso. Lo habitué a que le tocara y frotara su ano, sus testículos, su pene, a acariciarle la panza y el sexo. Desde las primeras semanas, día a día, le frotaba el ano con la yema de mis dedos y, lubricándolos con un poco de aceite de cocina, fui intentando introducir un dedo en su recto, suavemente, sin ninguna violencia. Así llegué hasta colocar todo un dedo dentro de él, bien lubricado, para que se acostumbrara a la sensación de la penetración.
También lo fui acostumbrando a que me coloque detrás suyo, tomándolo de la cadera y frotando mi bulto en su ano, para que esa situación no le resultara extraña. Lo entrené en oler y lamer mi pene y mis bolas. Simulando jugar con él, lo acostumbré a estar acostado en mi cama, panza arriba, subiéndome yo sobre él apoyando mi bulto en el suyo, frotándome sobre él.
Cuando se desarrolló sexualmente, ya tenía un excelente porte físico, corpulento y musculoso, testículos perfectos y pene prominente. Comencé a masturbarlo y hacerlo acabar. Incluso llegué a lamer su verga gruesa incitándolo a la eyaculación. Me ocupé de que no tenga contacto alguno con otros perros y menos aún perras, de modo que su instinto sexual solamente se centrara en mí. Mientras tanto, día a día, seguía con mi práctica de introducirle mis dedos en su ano con mucha lubricación. Noté que Sancho (ese es su nombre) se excitaba con todas esas prácticas y se lo veía gozarlas.
Así fue que llegó el día de desvirgar su ano. Primero, lo bañé e higienicé bien. Una vez seco su pelaje, lo llevé a mi cuarto donde ya había cubierto mi cama con una manta y colocado varios espejos grandes para que la visión de toda la escena resultara más excitante.
Me desnudé completamente y lo acaricié y lo incité a jugar conmigo, lo que siempre lo ponía muy contento. En esos entremeses, fui tocando, frotando y acariciando su ano, sus bolas y su verga y le hice oler la mía, eso siempre lo excitaba. Luego de los juegos, coloqué mucha cantidad de gel lubricante en su ano, me puse guante descartable lubricando también mis dedos, y comencé a introducírselo en el ano con suavidad hasta colocarlo todo. Con la otra mano tocaba y movía suavemente su pene. Él se mostraba muy sumiso, permanecía quieto. Mi dedo en lo profundo de su recto lo estimuló y toda su verga (roja y gruesa) salió completamente del capullo.
Lubricando más, coloqué dos dedos y –una vez dentro de él- hice movimientos circulares y de saca y pon hasta que la dilatación anal fue bien evidente. Juntando mis dedos índice, mayor y anular, los introduje en el ano, abriéndolos sin violencia para lograr una mayor apertura del orificio.
Para ese entonces, yo tenía una erección tremenda, el glande llegaba a mi ombligo, me dolía la verga y los huevos de tanta calentura. Retiré mis dedos de su recto, me saqué el guante, puse nuevamente gel en su ano y cubrí mi verga con abundante lubricación.
Me arrodillé detrás de él –que estaba parado-, bajé mi verga con una mano –no sin esfuerzo, estaba muy parada y dura- y apoyé el glande en el ano dilatado de Sancho. Empujé primero suavemente y luego con un poco más de fuerza; Sancho chilló un poco y se inquietó, pero lo aferré fuertemente de su cadera. Empujé un poco más hasta que un tercio de mi verga quedó adentro. A partir de allí, las mismas contracciones del recto de Sancho fueron llevando mi pija completamente adentro, hasta que mis pendejos quedaron rozando su ano bien dilatado. Fue delicioso sentir el calor del recto y las contracciones sobre mi verga. Sancho ya estaba desvirgado y cogido. Comencé a hacer movimientos circulares con mi cadera, y de saca y pon. La dilatación del ano y el recto de Sancho se hicieron mayores, lo que me permitió bombear y revolver con frenesí. Ël se quedaba quietito, sumiso, gimiendo, pero sometido, con ambas manos lo tenía bien aferrado por su cadera. En un momento noté que Sancho eyaculaba sobre el piso, señal de que la cojida lo había excitado. Viendo eso, dí rienda suelta a mi calentura y lancé una eyaculación muy fuerte y abundante, cuatro, cinco chorros de semen bien dentro de su recto. Allí Sancho chilló otra vez un poco, seguramente por sentirse servido.
Luego de acabar, fui retirando mi verga con mucho cuidado para no hacerle doler. Salió todavía erecta, mojada, brillosa de lubricante y semen. Un hilo de mi semen quedó colgando entre el ano y mi glande.
Mientras Sancho quedó recostado lamiéndose el ano, me retiré a higienizarme y a proyectar nuevos coitos con él. El desvirgue fue exitoso y se abría así un nuevo tiempo de placer entre los dos.
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