Dos fantasías en una
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Ano-Di-No.
Desde que conoció a Juan, hombre atrevido y enamorado de ella, Miriam, le saltaban constantemente dos o tres fantasías por la cabeza. Una de ellas era ver a Juan a cuatro siendo penetrado por una gran polla mientras ella se masturbaba. La había comentado con Juan, y tan atrevido como Miriam, él prefería que la primera vez que un hombre le penetrase fuese un negro, por aquello de los mitos. Ambos merodeaban varias fantasías para llenar sus cabezas de imágenes y alcanzar orgasmos más intensos, pero nunca daban el paso. Juan le decía, se hagan o no realidad, ellas alimentarán nuestra relación mientras.
Otra de las fantasías era ver cómo Juan sodomizaba a una mujer de unos 17-18 años. En la cabeza de ella sólo se daba el sexo anal, no había penetración vaginal. Miriam sólo la contemplaba como una escena de sumisión. Desde hacía años en la imaginación de Miriam se daban cita una chica joven y un hombre de mediana edad. Cando Juan llegó a su vida su fantasía estaba más cerca de ser realidad.
La tercera de las fantasías que rondó a esta pareja cuarentona y atractiva pasaba por la zoofilia. Miriam y Juan habían compartido escenas de vídeos de perros, ponis o caballos penetrando a mujeres y a hombres. Ambos veían al contrario atad@ y siendo penetrad@ por algún perro, siempre grande.
Viajaron ambos durante 3 días a Irlanda en un viaje para despejarse de las presiones diarias del trabajo y las familias. Cuando estudiante, Miriam había pasado unos años en el país de los verdes y quería aprovechar la ocasión para hacer de cicerone para Juan. El primer día se alojaron en un precioso hotel del centro de Dublín para poder patear la ciudad sin coger trasporte alguno. El segundo lo pasarían al norte de Irlanda, en un pequeño pueblo de la costa, Larne, pero con todo el sabor rural. Miriam lo había visitado de paso cuando joven pero nunca había pernoctado. Eligieron una coqueta granja a la entrada del pueblo en plan Bed And Breakfast. Construída a principios del siglo XX, había sido remodelada cien años después. Todo excepto los establos, donde todavía guardaban algunos caballos que utilizaban para arrendar a los huéspedes y como mini escuela de hípica.
Era domingo por la mañana cuando llegaron y algunos niños terminaban sus clases. Dejaron el equipaje en la habitación y salieron a conocer la comarca en un pequeño coche que alquilaron en Dublín.
Pasaron el resto del día fuera. Llegaron después de cenar algo con la idea de ducharse y quedarse en salón de la casa rural a tomarse una última copa antes de irse a dormir. Miriam se duchó primero, se puso cómoda y le dijo a Juan que lo esperaba con dos copas, que necesitaba usar el wifi para comunicarse con España. 15 minutos después Juan entraba en el salón, Miriam, tan bella como siempre, estaba sentada en un taburete junto a la barra y conversaba con el camarero en un perfecto inglés. Juan entendía el contexto general de las expresiones, pero se le escapaban muchas palabras, sobre todo si se hablaba rápido.
– Qué bien hueles, osito.
– Sabes que me gusta oler bien para ti. Te lo mereces todo.
– Pues acabo de cerrar un trato que te gustará, sobre todo a ti. ¿Vas a ser mi sumiso hasta mañana?
– Uy, cómo empieza la noche…
– Lo mejor es que espero que acabe tal como la he ideado.
– ¿Qué me darás a cambio, cariño? Le dijo Juan mientras daba su segundo trago al güisqui con soda.
– Placer, sólo placer, como tú me lo proporcionas a mí, le contestó Miriam con una mirada demasiado ardiente para ser las 9 y media de la noche.
Ella no le dio muchos detalles de sus intenciones. Él confiaba en ella. Casi al terminar la segunda copa, Miriam le dijo a Juan: Debes ir con la mujer de recepción y hacer lo que te diga ella. Yo me voy a la habitación a esperarte, no te preocupes que no te perderé de vista. Ella le dio un húmedo beso en la boca de despedida y se dirigió a la habitación, que estaba en el mismo piso del salón, al final de un pasillo. Él salió en sentido opuesto a buscar a la recepcionista.
Juan se presentó, le dijo que era el marido de Miriam y lo único que sabía es que debía seguir sus órdenes. Astrid era una delgada mujer de unos 50 años, con el aplomo que da el medio siglo. Sin la soberbia de los 30, pero con el respeto que otorgan 20 años más en un mundo donde el poder fáctico lo tienen los hombres, pero el práctico las mujeres.
Sígame, se lo va a pasar muy bien esta noche, no la olvidará nunca. Tampoco su mujer, le aclaró la supuesta recepcionista, aunque por el rol que jugaba parecía que era más que eso.
Juan siguió a Astrid por el exterior del que otrora fuera la casa de los señores de la granja. Entraron en un edificio apenas iluminado, pero tampoco la guía se tomó la molestia de iluminarlo más.
– Take off your clothes and put on all fours. Le dijo Astris. Pero Juan apenas entendió la primer parte. Como veía que no hacía nada, la irlandesa empezó a desvestirlo. Él siguió solito mientras ella lo miraba. Cuando no le quedaba nada ella le indicó que se tirase al suelo e imitando a un animal le indicó lo que quería que hiciera. Cuando Juan estaba a cuatro patas ella se acercó a él con dos pares de esposas. Con uno enlazó su muñeca izquierda a su tobillo izquierdo, y con la otra hizo lo mismo con las extremidades diestras. Juan estaba inmovilizado, en una granja de un pueblo del norte de Irlanda y nada sabía de su mujer.
De repente se abrieron unas cortinas en el costado derecho de Juan y vio a Miriam sentada en el borde de la cama en la habitación. Astrid terminó de correr las cortinas para que Miriam pudiera ver todo perfectamente y le dijo algo a Miriam que desde el establo donde estaba Juan no se podía escuchar. Miriam se desnudó y también se puso a cuatro encima de la cama. Astrid subió una banqueta pesada al centro de la cama y ató el cuerpo de Miriam a la misma, de modo que sus pechos reposaban sobre el banquito. Con toda la parsimonia del mundo Astrid terminó de atar la banqueta a las patas de la cama para que no se tambalease. Ahora el culo de Miriam se quedaba al aire al borde de la cama. Miriam sólo debía tener ojos para Juan, así que Astrid culminó de preparar la escena colocando en el cuello de Miriam una caperuza de las que colocan a los perros cuando los veterinarios no quieren que se arrasquen las orejas. De esta forma Miriam podía ver todo lo que sucedía delante de ella, pero nada por detrás. El espectáculo estaba a punto de comenzar.
Se encendieron dos focos en el establo y Miriam pudo comprobar como 3 perros entraban en la pequeña cochiquera donde estaba atado Juan, indefenso y caliente como una perra en celo. El primero un pastor belga negro que empezó a oler a su perrita, le metió el hocico por detrás, y tuvo que oler algo apetecible porque no tardó ni un minuto en sacar la lengua y empezar a lamer. Astrid había untado el ano de Juan con una crema especial para el gusto de los perros. Así estuvo un rato lamiendo hasta que decidió que debía preñar a su perrita, se subió encima de Juan, y después de dos o tres intentos no tardó en penetrarlo. Juan jadeaba, le pedía que lo preñase. Primer embolado de la noche. El perro negro se quedó enganchado a Juan.
Miriam jadeaba, pero no podía tocarse. Estaba tan mojada que parecería que se había corrido. Hubiera dado todo lo que le pidiesen porque le dejaran masturbarse o alguien le introdujese un pene o un consolador en su coño.
La bola del pastor belga tardó en desinflarse unos 15 minutos, mientras tanto Juan se movía lentamente jadeando. Y Miriam aumentaba su calentura.
Nada más salir el perro negro, otro can, en esta ocasión un pastor alemán, se acercó por detrás de Juan, y zas, a la primera lo ensartó por ese dilatado agujero. Miriam no lo podía creer, un segundo perro estaba penetrando a su chico. Y éste no podía hacer nada por evitarlo. El pastor alemán se entretuvo un poco más hasta que también consiguió enganchar a Juan.
El tercer perro parecía esperar su turno, parecía que sabía que su pene era el más grande de todos y necesitaba que su perra estuviera bien preparada.
Miriam veía como el gran danés blanco y negro recostado sobre un poco de paja de heno se lamía su entrepierna mientras el pastor alemán seguía enganchado.
Cuando el pastor alemán salió era el turno del gran danés. Miriam no podía creer lo que veía cuando se puso en pie y el gran falo colgaba. Lo va a destrozar como le meta todo eso, pensaba. Pero ni ella podía ni quería hacer nada para evitarlo, ni Juan podía ni quería evitarlo. Como si el gran jefe de los perros tuviese medida la situación, dio una vuelta alrededor de su perra exhibiendo su tranca y se situó detrás de Juan. Lo olió, consideró que estaba apunto, dio un salto y al apoyar las patas delanteras en los hombros de su perra el gran manubrio se quedó a la altura del ano de Juan. El perro se dio cuenta y de un empujón lo enterró en el interior de su perrita con la intención de fecundarla. Juan se retorcía a cada embestida hasta que lo abotonó. Miriam no podía más y se corrió, era la primera vez en su vida que había llegado al orgasmo sin tocarse o sin que la tocaran.
Miriam perdió el control, pero por lo que recuerda cada perro penetró a Juan 2 veces en la noche. Amanecía el lunes cuando se abrió una puerta de las cuadras y entró por ella un negro de casi dos metros que sabía a dónde iba. Cuando llegó a la cuadra donde estaba Juan uno de los perros todavía andaba enganchado. Los perros debían estar acostumbrados a él. El hombre negro no se lo pensó y se sacó la verga que le introdujo en la boca a Juan para que terminase de ponérsela a tono. Miriam no podía creer lo que veía. Un perro enganchado en el culo de Juan y el negro follando la boca de su marido. El perro salió y el negro también. Pero cuando se desnudó de cintura para abajo, Miriam pudo comprobar que aquél animal tenía la tranca más grande que ningún otro perro de los que se había follado aquella noche a su chico. Sin vacilar ni un instante, el negro soltó las esposas de Juan, lo levantó, le apoyó los brazos en una de las paredes bajas de la cuadra donde había pasado la noche, y al mismo tiempo le metió los más de 25cm de un tirón.
Cuando terminó de eyacular en el ano dilatado de Juan, lo volvió a atar y dejó que los perros siguieran con su faena.
Miriam no salía de su asombro, tan absorta estaba que no se dio cuenta que alguien entró en su habitación y empezaba a hurgarle en su más que humedecida entrepierna. No podía ver quién estaba detrás, pero no le importaba, estaba tan excitada que todo lo que llegara le vendría bien. Lo cierto es que Juan puso unos ojos tan evidentes que Miriam pronto intuyó lo que se le venía encima. Sobre todo cuando la tranca del negro que se había follado a su marido empezaba a abrirse camino por su coño, al que maltrató durante unos cuantos minutos para placer de ella y de su marido. A veces no es recomendable contarle a otra mujer todas las fantasías que una y su marido tienen. Astrid había conseguido que dos de las fantasías de Miriam y Juan, de tantas que tenían ambos, se hicieran realidad en una noche.
El resto del viaje anduvieron escocidos, pero contentos…
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