El dálmata de mi amigo
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Anonimo.
Hace unos dos años mas o menos me dí de alta en sexosintabues, un poco por curiosidad y otro poco para ver si podía contactarme con personas que tuvieran los mismos gustitos que yo.
Soy un hombre alto, buen físico, y nada desagradable. Y en ese momento en que me sumé a este portal tenía 45 años. No soy gay, pero cuando era más joven me gustaba mucho jugar con perritos machos. Me había hecho abotonar por cuanto perro grande había podido. Pero eso se terminó cuando me casé. Mi esposa nunca supo nada sobre eso. Tampoco pude tener un perro porque vivo desde entonces en un departamento en el que no permiten animales.
Por eso, la idea que tenía al entrar en sexosintabues era encontrar gente que le gustara la zoofilia, y si tenía perro y no contactábamos, mejor.
Claro que siempre fuí escéptico y desconfiado de encontrar gente por medio de internet, pero igual puse un aviso durante mucho tiempo buscando gente con perro grande. Hubo varios que me respondieron, pero no llegamos a concretar nada. Unos vivían muy lejos de mi casa, en la zona norte del GBA, otros eran contactos de dudosa seriedad.
Hasta que a principios del año pasado un hombre de Capital Federal se manifestó interesado en mi pedido. Me dijo que tenía un dálmata grande, bien cuidado y acostumbrado a montar. Y además, para certificar la seriedad de la propuesta me mandaba su número de celular.
Esa misma noche me decidí llamarlo. Confieso que esa situación nueva para mí me había puesto muy nervioso y me temblaba un poco la voz. Me atendió y le dije que era el sexosintabues. Su voz calma y agradable me inspiró confianza, entonces le propuse un encuentro para charlar y "ver que onda".
Me dijo que solo podía los domingos a la tarde, que era cuando ordenaba las cosas en su taller de costura para arrancar la semana laboral sin contratiempos. Se llamaba Jorge, como yo y me dijo que tenía 46, un año más que yo.
Quedamos entonces en encontrarnos al domingo siguiente, faltaban cuatro días que me parecieron interminables, hasta que llegó el día.
Habíamos quedado en encontrarnos en un bar de estación de servicio del barrio de Flores a las 6 de la tarde. Él me reconocería por mi campera con motivos norteños, y yo lo reconocería a él porque iba a llevar al dálmata. Cuando llegué al bar me senté a tomar un café en una mesa bien pegada al vidrio que daba a la playa de estacionamiento. Estaba tremendamente excitado, parecía que el corazón se me saldría por la boca de la emoción que tenía.
Esperé un buen rato pero no aparecía nadie con perros. Ya se habían hecho las 6 y media y cuando me estaba por retirar (no me gusta esperar mucho) veo que un hombre de grandote con un perro tomado por la correa entra a la playa de estacionamiento mirando para todos lados como buscándome. Me paré inmediatamente y fuí a su encuentro. Me acerqué a él y me dijo ¿Jorge? Siiiii, le respondí yo y le dije ¡Qué hermoso perrito que tenés!
Le pregunté si quería tomar un café y charlar, quería caminar o qué quería hacer. Me dijo que era mejor ir a su taller porque contaba con una hora nada más pues tenía que viajar de urgencia a la zona sur del gran Buenos Aires. No lo dudé y acepté su propuesta.
El perro era un hermoso dálmata de los grandes, estaba muy bien cuidado, su pelo brillaba y se lo veía muy vivaz.
Jorge me dijo que se excitaba cada vez que lo sacaba a la calle pues nunca lo había dejado estar con perras, que solo lo reservaba para las amigas. Me contó que tenía dos amigas que cada tanto le pedían los servicios de jamal (así se llamaba el perrito). Yo estaba cada vez más y mas caliente.
Caminamos unas cuatro cuadras y entramos por la puertita chica de una cortina metálica al taller de Jorge. En ese momento el perro comenzó a desesperarse. Mi amigo me comentó que pasaba eso porque ya sabía lo que le esperaba. El perro estaba tan excitado que le temblaban las mandíbulas haciendo castañetear los dientes.
Jorge me preguntó si quería tomar algo o quería ir directo al grano. Por supuesto que mi respuesta fué bajarme los pantalones y arrodillarme.
Jamal se desesperó de tal manera que su verga comenzó a asomar del capuchón y a largar chorritos de leche. Pero Jorge lo ató a una máquina y fué a buscar un pote de vaselina. Me dijo que era porque tenía el nudo muy grande y la vaselina iba a permitir una penetración sin dolor y una salida mas sencilla. Me unté la cola con abundante crema y por último mi amigo me preguntó si me animaba a que Jamal me abotonara ¡Es lo que quiero ! respondí casi desesperadamente.
Entonces soltó a al animal que de un salto se subió en mis espaldas y comenzó a bombear, pero sin conseguir embocármela. Jorge entonces lo ayudó y… zassssss. Unos pocos empujones endemoniados más y la tenía toda adentro. Uffffff. Que animal hermoso.
Se sacudió por uno o dos minutos más hasta que cesó de hacerlo. Yo sentía palpitar su verga dentro mío, que crecía y crecía. El perro pasó sus patas por sobre mi espaldas y giró hasta que quedamos cola con cola.
¡Estaba hermosamente abotonado por aquel delicioso animal! Jorge solo miraba. Hasta que le pregunté si le gustaría que le hiciera una paja, entonces arrimó una silla y se sentó frente mío. Tomé su verga de buen tamaño con una mano y suavemente comencé a masturbarlo. Le dije que aguantara así acabábamos los tres juntitos.
Yo no necesitaba tocar la mía porque el perro me había puesto a milll. La leche de Jamal seguía inundando mis entrañas, y su verga caliente crecía al ritmo de cada palpitación. Cuando yo ya estaba por eyacular aceleré la paja que le hacía a mi amigo y acabamos casi casi al mismo tiempo los dos. mmmmmmmm ¡que placer!
Jamal seguia eyaculando sin cesar, hasta que después de unos quince minutos comenzó a querer despegarse. Mi amigo me masajeó un poco la cola y ayudó al perro a separarse. En un momento sentí que me desgarraba, que me partía la cola. Me dió un poquito de miedo, hasta que un ruido como de sopapa me indicó que la bola de Jamal había salido de mi culito. Sentí como una gran cantidad de leche canina me chorreaba por las piernas al salir de mi cola.
Giré para tener una mejor visión de la verga del perro y quedé estupefacto. La verga de Jamal mediría unos 24 cms y su bola basal tendría el tamaño de una naranja mediana.
¡Guauuuu! exclamé que hermosa verga. Esa visión me excitó mucho, y entonces comencé a masturbarme.
Mi amigo me pidió que lo pajeara otra vez. Le dije que si tenía preservativos lo dejaría que me cojiera, total tenía la cola tan agrandada que creo que me hubiera entrado una botella de litro en ella.
Fué al baño y volvió con su verga enfundada en un presenvativo. Se puso atrás mío y me hundió su hermosa herramienta. Yo le tomé la verga a jamal y la acariciaba para sacarle hasta la última gota. Le pedí a Jorge que mientras me cojía me hiciera la paja. Y volvimos a acabar los dos juntitos.
¡qué momento tan caliente e inolvidable que pasé aquella tarde!
Lástima que Jorge tuvo que mudarse a Córdoba y nunca más lo vi. Tampoco volvía a tener ni a un perro ni a un hombre en mi cola. De esto hace más de un año.
Sigo buscando gente con perro (hombre, mujer, pareja, etc.), que viva en Capital o Gran Buenos Aires. Yo vivo en Campana, zona norte.
Tengo muchísimas ganas de volver a vivir una experiencia similar.
Espero les haya gustado esta historia cien por ciento verídica.
Si quieren pueden escribirme a calidoabril@yahoo.com.ar.
Jorge
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