El Nahual
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Anónimo.
Eran aproximadamente las seis de la tarde, era verano y en la Ciudad de México oscurecía como a las siete u ocho. Me encontraba en la Biblioteca Nacional tratando de encontrar material que lograra terminar de tajo con la investigación que estaba realizando, pues los exámenes finales estaban cerca y el riesgo de no acreditar era latente.
Pasaban ya de las ocho cuando escuché una voz que decía: "la biblioteca se cierra…" Rápidamente tomé mis cosas y salí corriendo. De inmediato busqué la manera más rápida de llegar al metro, pero el transporte de la Universidad no siempre pasa, por lo que decidí caminar por la obscura avenida que me llevaría a mi destino.
Cuando pasaba por la reserva ecológica noté la presencia de un grupo de perros que jadeantes seguían a una hembra, seguramente en celo. Eran aproximadamente diez o doce animales que se gruñían y peleaban, todo con tal de ser los primeros en montarla. El más grande de ellos logró detenerla atravesándosele en su rápido andar. Otro llegó por detrás y comenzó a lamerle su vulva con deseo frenético. Los demás animales la rodearon; incapaz de salir de aquel embrollo, comenzó a lanzar mordiscos a diestra y siniestra, pero sus agresores eran más grandes y fuertes por lo que sus intentos por quitárselos eran vanos.
Ya comenzaban algunos a intentar montarla pero ella se revolvía como podía, la tensión entre ellos crecía y al parecer faltaba poco para que cediera ante el acoso brutal al que era sometida.
Desde niño me ha gustado ver a los perros aparearse, es un acto verdaderamente candente que a cualquiera atrae, unos con asco otros con morbo; pero al final de cuentas casi siempre miramos de reojo lo que pasa.
Pero esa ocasión sentí algo distinto, pues la desesperación de aquel animal tocó mis sentidos y sin más ni más decidí comenzar a arrojar piedras, palos y todo aquello que se topaba con mi mano. En poco tiempo logré alejar a la mayoría de los perros, sólo quedaron dos, los más osados, y la hembra.
Conforme caminé, me di cuenta que la perra me seguía, seguramente a sabiendas de que estando cerca de mí no podrían lastimarla ni hostigarla.
Llegué al metro, como despedida acaricié la cabeza de mi protegida, movió la cola con gusto y me dispuse a subir las escaleras para ingresar. Pero el animalito aun me seguía, traté de espantarla con algunos aspavientos y amagos de lanzarle piedras ficticias, pero no resultaba.
Sabiendo que no me dejaría y que si continuaba los policías podrían correrla a patadas, decidí caminar hasta mi casa, con la esperanza de que en el camino encontrara algo más divertido que yo y se alejara.
Caminé por dos o tres horas. Estaba cansado y no quería saber de otra cosa que no fuera mi cama. Llegué al portón de entrada y asombrado noté que aun venía tras de mí.
Por un instante pensé en dejarla fuera; mas regresó a mí el recuerdo de sus acosadores y otra vez el corazón no me permitió abandonarla, así que la dejé entrar y al día siguiente decidiría su futuro.
Ya dentro de casa se me ocurrió la no difícil idea de que aquel animal callejero tuviera pulgas y otros bichos raros, así que sin más ni más, saqué la tina de la ropa sucia, la llené de agua tibia y busqué el jabón corriente.
Acerqué una mesa pequeña para no tener que estar agachado todo el tiempo, coloqué todos los instrumentos necesarios cerca y llamé a mi amiguita.
La cargué y noté que su peso no correspondía con su estatura, ¡pesaba mucho!; ella era una perra de raza indefinida color blanco, de pelaje corto y una cara de pícara sin igual. Me llegaba como a la rodilla y su cola era larga y puntiaguda.
La metí en la tina, lo que pareció no disgustarle, comencé a rociarle agua por todo el cuerpo con un bote vacío de chícharos; restregué con fuerza su pelo, hasta ver caer uno que otro insecto, el agua se comenzó a tornar gris, llegado el momento, cambié agua, sólo que ahora me quedó un poco más caliente que la anterior, lo que de inmediato tuvo respuesta, pues comenzó a jadear de manera tranquila.
Seguí con mi labor de enjuague recorriendo todos los rincones de su cuerpo. Y desde luego no podía olvidar lavar su parte trasera. Toque su vulva con algo de temor, pues no sabía que reacción tendría. La acaricié suavemente y ella siguió jadeando como si no le importara. Noté y recordé que estaba en brama, pues el tamaño de su vulva era mayor de lo normal, además de tener un color rojo intenso.
No sé por qué pero sentí muchas ganas de pasarle mi lengua tal y como recordaba lo habían hecho horas atrás aquellos perros. De inmediato reaccioné de mi sueño y traté de ocuparme en otra cosa para evitar la tentación. Mas me fue imposible, la idea crecía y mi imaginación hacía que mi cuerpo se erizara, alcanzando el máximo de la excitación.
Me decidí.
Tras colocarme en una posición cómoda, acerqué mi cara lentamente hasta llegar a olerle su orificio, que en ese momento se encontraba perfumado a jabón, saqué mi lengua y la dirigí, rápidamente di una primera repasada, no me desagradó y a ella tampoco, lancé otro con un poco más saliva y mayor lentitud; era una sensación indescriptible.
Acto seguido, saqué al animal de la tina y lo sequé con una toalla vieja; ella comenzó a correr por el departamento con gusto notorio. A mi se me olvidó un poco mi idea de seguir imitando a los perros.
Comencé a recoger aquel tiradero de agua, jabón y espuma; terminé exhausto. Me dirigí al televisor para ver las noticias antes de dormir. Ella se sentó a un lado de mis pies y se quedó muy tranquila.
Ya me estaba ganando el sueño cuando sentí en mi pie un movimiento rítmico y constante, era ella que se estaba lamiendo su vulva al tiempo que movía la cadera con claros signos de satisfacción y gusto. Nuevamente vinieron a mi mente las ideas de convertirme en un animal. Le acaricié la cabeza ahora con intenciones más oscuras; seguido acerqué mi mano a su vulva y la acaricié con el dedo medio, ella continuó su jadeo ahora atenta a lo que le estaba haciendo.
Introduje un poco mi dedo por su orificio: estaba húmedo, tibio y suave; se levantó súbitamente y comenzó a realizar nuevamente esos movimientos característicos de los perros, ahora con la espina arqueada. Mi corazón latía a mil por hora, se me ocurrió nuevamente la idea de lengüetear, así que me puse en cuatro patas y acerqué mi cabeza a su vulva, lamí ahora con más confianza y fuerza pues su sabor ya me era familiar.
Ella sacudía su cadera con un beneplácito tremendo. Lamía y lamía, después de un rato me empecé a desnudar hasta quedar totalmente al descubierto; ella lo notó y como si se lo hubieran dicho o entrenado para ello se dirigió directamente a mi miembro, que estaba erecto y algo chorreante en líquidos preeyaculantes.
Ahora la que lamía era ella, pasaba su lengua suave y cálida a todo su largo y ancho, se detuvo un poco en la cabeza (glande) y recogió suavemente cada una de las gotas que surgían del conducto. No aguantaba más quería poseerla ya; dispuesto estaba cuando dejé de sentir su lengua para sentir las uñas en mi cintura, quería montarme, a sabiendas que era imposible.
Dejé que se entretuviera un poco con sus juegos, cuando bajo, pensé: esta es mi oportunidad. La tomé por su cintura con una mano y con la otra mi pene, mismo que comencé a dirigir a su estrecho orificio; creí que no cabría pues glande y vulva tenían casi el mismo tamaño, con todo y la duda me dispuse a penetrarla.
Al sentir el contacto de mi pene en su cuerpo se quedó quieta y levantó un poco más la cadera, aproveché el momento y la introduje poco a poco. Grande fue mi sorpresa al sentir que ingresaba toda y sin problemas, salvo por una pequeña barrera que me impedía llegar al fondo.
Comencé a bombear lentamente; cada movimiento provocaba que la perra secretara algunos líquidos seguramente para lubricar su entrada y no sentir dolor, era grandioso ver mi verga húmeda, inmersa en la calidez de carnes tan acogedoras. Comencé a realizar movimientos más bruscos y toscos, ella arqueó su espina nuevamente y realizó sus movimientos frenéticos. Me detuve y comencé a disfrutar de ellos; pareciera que una máquina de placer estuviese encendida.
Comencé a sentir las típicas cosquillas que preludian la eyaculación. Abrace nuevamente a mi amante y con fuerza penetré hasta el fondo, la barrera que me lo impedía abrió paso atrapando la cabeza de mi glande entre dos paredes suaves pero firmes. No podía más, así que relajé el cuerpo y comencé a vaciarme todo dentro de ella, convulsioné como un loco, poco a poco me fui reponiendo. Mi pene, empezaba a contraerse, salió chorreante y lleno de líquidos mezclados; ella después de lavar los suyos, se dirigió agradecidamente a los míos, limpiándolos hasta el último detalle.
Caí sobre mi cama sin aliento por la caminata, por el baño y por la experiencia vivida. Mi compañera hizo lo mismo a mi lado, quedándonos profundamente dormidos.
Al despertar la mañana siguiente, noté con profundo miedo, sorpresa y algo de asombro que a mi lado se encontraba un ser pesado, creí que era la perra, pero conforme fui despertando noté que era una mujer; terminé de despertar y con un movimiento brusco la desperté al tiempo que le preguntaba: ¡Quién es usted? ¿Que hace aquí?… Ella me miró con ternura y contestó:
– Ya no te acuerdas de mí. Soy con quien estuviste ayer divirtiéndote y disfrutando de lo lindo…
Definitivamente no podía creer lo que estaba pasando, poco a poco me fue contando detalles de lo que vivimos esa noche; no me espió, de eso estoy seguro, pues los detalles con los que describió desde que la encontré en la Universidad hasta llegar a casa fueron perfectos.
Me dijo que era un Nahual (ser mítico de las historias precolombinas de mi país, que tenía la capacidad de adquirir forma animal, que gusta de proteger a quienes lo invocan, y que además usan sus poderes sobre todo para robar y pasar desapercibidos) que su primer intención fue salir a las calles a buscar una aventura animal, encontrándola con aquellos perros.
Dijo que en un principio había sido muy placentero sentir el ser montada una y otra vez por aquellas fieras, mas eran incansables y después de uno seguía otro y otro hasta que perdió totalmente el control y fue cuando la encontré.
Al verme sintió gran alivio pues sabía que la iba a ayudar, después pensó en seguirme para robarme mis pertenencias, pero al conocer mis intenciones y lo bien que la pasamos decidió hacerme un regalo.
Ella me otorgó el poder del Nahual, ahora puedo realizar mis más soñadas fantasías humanas y animales.
Continuará…
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