En el punto más rosado de la tarde
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Anonimo.
Esta historia ocurrió una tarde del fin del verano, en que con mi amigo José Luis, fuimos hasta un complejo habitacional en construcción que estaba cerca de nuestro barrio, a fumar y a ver revistas pornográficas para masturbarnos y hacer dios sabía sólo qué cosas más.
Cuando José sacó su pija del pantalón, ya caliente por las imágenes de la revista, yo no pude contenerme y me la metí en la boca y aunque todavía estaba muy blanda, me gustaba sentir como se iba endureciendo entre mis labios. José quedó muy sorprendido por mi reacción, ya que él no se imagina que a mí me gustaba chuparla, pero se dejó hacer, empujando mi cabeza con sus manos para que me la metiera toda, cosa que hice con mucho placer, trabajando la pija a full con la lengua hasta que en un espasmo acabó y yo me tragué cada gota de semen, dejando el glande reluciente.
Yo después de hacerle esa mamada había quedado súper excitado, y como no me podía controlar, necesitaba urgente algo para sacarme la calentura: y ahí no más, muy cerca nuestro vi a un caballito que pastaba atado por el cuello al tronco de un árbol. Era joven y lindo, un tobiano marrón con el pelaje brillante y hermoso.
Fui caminando hasta donde estaba el caballo y me metí debajo de sus patas y empecé a acariciarle los testículos y la verga que tenían una piel como de terciopelo, y no pude resistir mucho más, ya que al instante me metí la verga en la boca, que ya empezaba a echar sus jugos seminales que me desbordaban la boca y caían por la comisura de mis labios con su sabor tan agrio que igual tragué con placer. José Luis, que se había ido acercando de a poco hasta donde estábamos, empezó a calentarse, porque pasó él también bajo las patas del caballo y con su pija buscó mi culo para penetrarme rápidamente y ya al instante estaba acabando llenándome de su leche caliente.
Yo para esa altura con la verga del caballo a mil a dentro de mi boca, le pedí a José Luis que me ayudara para poder meterme la verga y hacer que el caballo me cogiera. Como a José Luis no le entraba en la cabeza que alguien pudiera tener relaciones sexuales con un animal, tuve que convencerlo relatándole brevemente mis experiencias anteriores con perros, para que accediera a hacer lo que yo le pedía. Dicho y hecho, José me ayudó a acercar la verga a mi pequeño agujero, y ahí la agarré yo y me la fui metiendo de a poco. Era dura y gruesa, y medía unos 30 centímetros. Una vez que la tuve adentro temí que me desgarrara, ya que al principio el dolor fue muy intenso, pero igual me gustaba ser sometido por ese caballo hermoso.
José Luis, parece que también se excitó, ya que me pidió que volviese a chuparle la pija, pero yo lo di vuelta y le metí la lengua en el culo, y mientras con una mano lo masturbaba y le estiraba los huevos haciendo para que pasaran por entre sus piernas y poder chupárselos también, al tiempo que me los metía en la boca. El caballo se sacudía encima de mi espalda y por un momento tuve miedo que que saltara y me cayera encima con sus cascos en punta, pero por suerte eso no pasó y en cambio empezó a acabar adentro mío unos chorros de semen caliente que eran como una enema que me inoculaba en el esfínter, que mientras se esparcían por mis intestinos me hicieron acaban a mí también.
Una vez que acabó, pude sacármelo de encima fácilmente. Estaba hecho polvo, pero feliz. José Luis tirado sobre el pasto me miraba asombrado, ya que había desconocía por completo esa faceta mía, donde la perversión estaba revestida del más puro amor a las especies. Lo llamé a mí lado y lo besé en la boca, cosa que él al principio se resistió, diciendo “mirá que yo no soy ningún puto” pero después cedió. Nos besamos y abrazamos. Y a mí se me volvío a empalmar la pija y me masturbé, acabando sobre mi pecho completamente lampiño.
José Luis se reía, y de a poco fuimos juntando nuestras cosas, y cuando el atardecer estaba en su punto más rosado empezamos a caminar para volver a nuestras casas.
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