escamas (otro de jonh.o.ann)
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por DomPeri.
Pero, sobre todo, era Hans el que tenía más urgencia física. Ella había permanecido en Dinamarca, libre para vaciar tantas pelotas sobrecargadas como le pidiera su voraz apetito. Él era el que venía de pasarse 6meses en la fría Groenlandia, trabajando en una pesquería, en un lugar en el que no había visto ni una sola mujer. Bueno, solo algunas esquimales, pero no se podía intentar nada con ellas, a no ser que quisieras arriesgarte a que sus padres o esposos te rajaran el vientre y le dieran tus tripas de comer a sus perros sin tan siquiera pestañear.
Así que se puede decir que había estado obligado a mantener, durante seis largos meses, su hermosa verga guardada en un congelador. Por tanto, se le podía disculpar perfectamente por el hecho de que, un par de minutos después de introducirse en el cálido y acogedor estuche rosado de esa rubia preciosidad nórdica que era su novia, acabara por correrse como una fuente incontenible, casi un vaso lleno de leche condensada. Y aún le había costado grandes esfuerzos no correrse en los calzoncillos cuando, nada más llegar a puerto, Dineke se alzó disimuladamente las faldas para mostrarle, ya que no llevaba bragas, su hermoso conejito sonrosado, completamente depilado en honor de su regreso.
Dineke, que era bien consciente de lo que podía pasar en cuanto se metieran en la cama, y esperaba la explosiva reacción, estuvo lo suficientemente lista como para, en cuanto noto la rigidez de los músculos de él, salirse de la penetración y recibir dentro de su boca todo aquel hermoso tesoro acumulado. Lo encontró delicioso, más nutritivo que el desayuno. Incluso tuvo serias dificultades para tragar toda aquella inacabable cascada de lefa, sobre todo por estar tan densa y viscosa.
A ella no le preocupaba en absoluto la precocidad de la explosión. Sabía muy bien que, manteniendo aquel hermoso órgano palpitante en el interior de su garganta, no sólo no llegaría a perder la erección sino que estaría pidiendo guerra de nuevo antes de dos minutos. Pero aunque todo esto ella ya lo tenía previsto, e incluso había estado fantaseando con ello durante el último mes, no podía haber tenido ni la menor idea de lo que iba a ocurrir a continuación.
-Yo también te he preparado una sorpresa. Es algo que me enseñaron lo esquimales. Ellos muchas veces tienen que utilizar todo su ingenio y recursos para lograr hacer entrar en calor a sus medio congeladas mujeres. Además, durante lo seis meses de noche invernal, tienen mucho tiempo que gastar con ellas.
Le mostró una curiosa funda de confección artesanal.
-Angda, ¿qué egs eggso? -le preguntó sorprendida, pero resistiéndose a sacar la trémula estaca de carne del interior de su boca.
-Se llama Ahina-ku. Cada varón se empieza a confeccionar uno a su medida en cuanto llega a la adolescencia. Es quizás el regalo más importante que ha de hacerle a su esposa. Ellos no estilan tener relaciones prematrimoniales, pero las mujeres pueden evaluar muy bien las capacidades amatorias de cada joven basándose en su habilidad para confeccionar el Ahina-ku. Yo llevo cinco largos meses dedicando todas las horas libres a preparar esto para ti. Ya verás, pónmelo, me han garantizado que, gracias a esto, no existe ni una sola mujer con problemas de frigidez entre aquellos esquimales.
-¡Pero sabes muy bien que yo no tengo ningún problema de ese tipo! Es más, estoy tan caliente después de haberme tragado toda esa leche que habías guardado para mí, que estoy segura de que voy a correrme en cuanto vuelva a sentir tu cálida polla en mi interior. No creo que nos haga falta ese trasto para nada.
Dineke se resistía a cubrir la hermosa carne con aquella funda. Pero claro, si el chico se había tomado tantas molestias, no iba ahora a decepcionarle. Menos mal que la funda tenía la forma de un cilindro, dejando el hinchado capullo por completo al exterior.
-Está construido con tiras de piel de gran variedad de peces, mezclada con la más suave y aterciopelada piel de bebe de foca que hayas tocado nunca. Ya verás como te entusiasma el contraste.
Hans estaba apretando los cordones que, como si fuera uno de aquellos antiguos corses femeninos, recorrían la parte superior de la funda, ajustando esta al pene. Luego siguió apretando, comprimiendo el fuste de su órgano viril, haciendo que su capullo se hincara grueso y violáceo, palpitando cada vez más congestionado, enorme.
Dineke tenía que admitir que, engalanado de aquella forma, el pene bien dotado de Hans adquiría el aspecto de un arma formidable , más bien temible. Ella empezó a sentir un picorcillo de expectación en el interior de su cavidad.
-La otra gran utilidad que tiene esto, apare de la intensa estimulación que provoca, es que, apretando bien los cordones, el hombre puede contener la llegada de su eyaculación por tiempo casi indefinido. Ya te he dicho que ellos tienen que buscar como pasar las eternas noches invernales.
Ya la estaba convenciendo. No necesitaba que le promocionara más el producto. El picorcillo de su interior empezaba a exigir con impaciencia que lo rascasen bien. Pero Hans le dedicó una sonrisa un tanto perversa.
-Yo he pensado en darle un uso nuevo al invento, algo para lo que no fue específicamente convencido.
-¿A…? ¿A qué te refieres? -empezó a preocuparse Dineke. Cuando a Hans le daba por ser retorcido, nunca sabía lo que podía esperar de él.
-He pensado que con esto podría hacerte llegar al orgasmo anal. Ya sabes lo mucho que me gustaría.
-¿Con…? ¿Con "eso"? ¿Por el culo? ¡Tu estás loco! ¡Me destrozaría! Ya me cuesta bastante esfuerzo y dolor recibir tu gruesa polla por detrás en condiciones normales. Ya sabes que sólo te dejo hacerlo por lo mucho que te quiero.
-Sí, por eso he pensado que tu también deberías disfrutar con ello. No te imaginas lo ingeniosos que pueden llegar a ser esos esquimales buscando recursos. Me he traído abundante provisión de un aceite especial que ellos utilizan, no solo como lubricante para las relaciones sexuales, sino también para ayudar en los partos por sus notables propiedades dilatadoras. Lo hacen con la grasa de unas glándulas especiales de las focas en celo.
Dineke no estaba demasiado convencida con todas aquellas explicaciones y, mientras él se aplicaba la grasa lubricante (que, por cierto, olía a rayos) observaba con inquietud como la cabezota del pene, debido a la congestión de las venas, adquiría un aspecto cada vez más amenazante. Pero… ¡estaba tan caliente! ¡Necesitaba que le metieran algo dentro! ¡Lo que fuera! ¡Por donde fuera!
Tomó, no sin cierta repugnancia, una porción de lubricante en sus dedos y se volvió para adoptar una posición que, por fuerza, sabía que había de volverle loco.
De rodillas, con las piernas bien separadas, el culo en pompa, bien ofrecido, inclinó la espalda hasta apoyar la cabeza sobre el colchón, arreglándoselas para seguir contemplándole por entre las piernas. Pasó también una de sus manos por allí, para acariciarse el sexo con mucha suavidad, que no era cuestión de meter la pata y correrse de vacío con lo caliente que estaba.
Llevó su otra mano por sobre las espaldas hasta el bien abierto hueco entre las nalgas, y empezó a aplicarse el ungüento. Pronto se metió un dedo en el interior del recto con facilidad. Al poco probó con dos. Desde luego, si había habido un día en que había estado cachonda y con el esfínter relajado, sin nervios, ansioso, ese día era hoy. Antes de que se diera cuenta, su estrecho culito se había tragado los dos dedos hasta los nudillos. Ya no podía ni rozarse el sexo sin provocar un instantáneo orgasmo. Así que llevó su otra mano a la espalda para ayudar a separarse las nalgas. Bien, bien abiertas. Al máximo. Jamás se había sentido tan salida, tan ofrecida, tan obscena, tan abierta, tan ofrecida, como la más puta de las perras en celo. Tenía la sensación de que la crema, que le provocaba un inquietante calorcillo en el esfínter y en el interior del recto, estaba además poniéndola más cachonda si era posible. Tanteo con las yemas de los dedos el orificio que estaba bien penetrado por los dedos de su otra mano. Si que estaba bien distendido. Sí. Seguro que era posible. Hoy por lo menos sí.
No le costó apenas nada introducirse en índice de la otra mano también completamente en el interior del recto. Entonces empezó a tirar hacia los lados. Más y más fuerte. Aunque le doliera. Empleando todas sus fuerzas para abrirse el orificio y ofrecerle a él una increíble visión del interior de su culo, de sus entrañas más intimas. El dolor y el placer casi la obligaban a cerrar los ojos, pero se obligó a mantenerlos abiertos para no perderse el espectáculo. El espectáculo que ofrecía un Hans que se había quedado paralizado. Paralizado con los ojos abiertos como platos, incapaces de ni tan siquiera pestañear. Paralizado con la boca abierta, como lelo, babeante. Paralizado en cada músculo de su cuerpo… excepto su formidable miembro, que brincaba enloquecido en su jaula. A Dineke no le costó ni un centavo conocer los pensamientos que pasaban por su cabeza.
¡¡¡Cómo hay Dios que el cordón que constreñía la base de su pene era la única razón de que su semen no estuviera saltando en potentes pero inútiles salvas tratando de alcanzar su culo!!!
-¡Vamos! ¡Métemela! ¡Métemela de una puta vez!
Hans, sacado de su estupor, se abalanzó sobre ella. En aquel momento, toda la cuidadosa delicadeza que tenía planeado utilizar para aquella delicada introducción, había quedado irremediablemente olvidada. Estaba caliente como un infierno. Encajó la cabeza de su miembro en el blanco que la muchacha le estaba ofreciendo con tan increíble procacidad y presionó hacia el interior, logrando introducir el glande en el apretado conducto con mucha mayor facilidad de lo que lo había conseguido nunca.
Dineke, a pesar del leve dolor que le produjo la violencia de la entrada, mantuvo sus manos, ahora desplazadas del interior de su culo, ocupadas en sujetar las nalgas tan separadas y abiertas como fuera humanamente posible, perseverando en el ofrecimiento y la provocación.
-¡Clávamela! ¡Clávamela toda entera! ¡La quiero toda entera dentro de mí! ¡Desfóndame el culo!
Él no estaba como para hacerse de rogar. Embistió como un bien entrenado semental. La escamosa piel que recubría el miembro, bien engrasada, se deslizó con gran facilidad por el apretado orificio, obligándolo a dilatarse más y más, llegando con dos envites más adentro del intestino de la joven de lo que ninguno de los dos recordaba haber conseguido nunca, hasta que la pelvis de él quedó pegada a las nalgas de la muchacha.
Dineke lanzó un profundo gemido. Le dolía pero ¡Dios mío! ¡Qué caliente la ponía sentirlo tan profundamente clavado en su vientre!
Pero, cuando Hans se puso a sacarla de nuevo para iniciar los movimientos de sodomización, las cosas se volvieron mucho más complicadas. Las bandas de piel que rodeaban la funda del pene, al tirar de ellas hacia atrás, por la misma forma en que estaban sujetas, se abrieron como un paraguas bajo un viento tormentoso, enganchándose en la carne y haciendo casi imposible su salida. Para Dineke hizo el efecto de tener un gatito, mimoso y de aterciopelada piel, que de pronto hubiera sacado todas las uñas para clavárselas.
Por supuesto, Hans ya estaba informado de que iba a ocurrir esto. Claro, era la gracia del asunto. Así que, cuando la muchacha trató de incorporarse, pegando sus nalgas a él para impedir que le desgarrara las entrañas, él la tomó por las muñecas con sus fuertes manos, se las retorció hasta pegárselas contra la espalda, obligándola a hundir de nuevo la cabeza contra la cama, en aquella postura tan ofrecida, vulnerable e indefensa. Sujetándose a aquella dolorosa presa como si fueran las riendas de un potro salvaje al que había de domar, inició una feroz cabalgada.
Sabe Dios que sólo el colchón contra el que estaba la cara de Dineke impidió que los gritos de ésta alarmaran a todos los vecinos del bloque, haciéndoles pensar que se estaba cometiendo algún espeluznante asesinato.
Y, en verdad, a la joven le parecía que la estaban descuartizando viva, que iba a destrozarle y extraerle los intestinos con aquellas garras.
Hicieron falta muchas lágrimas y mucho sudor para que el martirizado culo se dilatara y distendiera el paso a su través de aquel horrible instrumento sin que lo destrozara en cada ocasión. Dineke seguía sintiendo como si le vaciara el vientre de sus vísceras cada vez que se retiraba, pero la brutal estimulación empezó a tener su efecto y ella volvió a retomar el camino de fiebre sexual que había extraviado. Así que Hans pudo soltarle los doloridos brazos para sujetarla por las caderas y poder cabalgara aún más salvaje. Y ella empezó a remover su culito contra la penetración como una perrita en celo. Levantó la cabeza del asfixiante colchón para dejar escapar sus bravos quejidos, ahora una clara mezcal entre el placer y el dolor…
* * *
Horas más tarde, Hans yacía con todo su peso sobre el cuerpo de Dineke, ambos extenuados y adormilados, el erizado falo de él permaneciendo en el interior del destrozado culo de ella, manteniendo buena parte de su erección, a pesar de las sucesivas eyaculaciones, gracias a la contrición que ejercía la funda sobre su base.
Dineke empezó a removerse. El picor del pinchante artefacto en el interior de su recto la impedía descansar a gusto. Hans, despertándose, empezó a extraerla de su interior.
-¡No! ¡No la saques! ¡Quiero seguir teniéndola en mi interior!
-¡Oh, demonios! ¡Eres increíble! ¡Yo ya estoy completamente agotado!
-¡Sí, claro! Te has portado como un verdadero semental. Anda… déjame ponerme a mí encima.
Ella adoptó su tono de voz más mimoso y aterciopelado, algo que hacía imposible a Hans negarle cualquier cosa que le pidiera.
Dineke se colocó en pie, a horcajadas sobre él. Se separó las nalgas con las manos , ofreciéndole una espantosa pero a la vez muy excitante visión del terrible estado de dilatación y deformación que había adquirido su culo, y fue descendiendo lentamente sobre él, hasta empalarse por completo en su miembro que, aunque pareciera poco probable, había adquirido nuevo vigor para recibirla ante el espectáculo que le ofrecía.
Dineke empezó a deslizarse con lentos movimientos arriba y abajo del terrible órgano. Parecía imposible que pudiera hacerlo sin desgarrarse las entrañas. De hecho, su ano estaba tan deformado por la larga sesión de sexo brutal, que todo el se extendía hacía fuera del cuerpo, e incluso parte del recto se volvía intentando acompañar a la ganchuda funda cuando esta era extraída. El vientre de la muchacha, como consecuencia de todo el maltrato que había soportado a lo largo de aquella interminable tarde, empezó a dejar soltar todo su revuelto contenido como un caudal inagotable. Aún así, a pesar de todo, a pesar del fuerte olor que pronto inundaba la habitación, pronto la joven estaba acelerando sus movimientos, en busca del naciente placer.
Hans estaba asombrado, pero muy complacido, por el nuevo género de pervertida sexual en el que veía que se estaba convirtiendo Dineke.
—————————
Cualquier comentario sobre este relato Dom.Peri@hotmail.com
Placer y seguridad
Dejar un comentario
¿Quieres unirte a la conversación?Siéntete libre de contribuir!