La Experiencia de todo Costeño – Parte II
Metiendo el tronco por primer vez.
Hola comunidad Zoo.
La segunda experiencia que tengo presente fue de las más sabrosas y complacientes de mi vida de estudiante.
Yo tenía como doce (12) años cuando entré a la secundaria, en una institución que quedaba cerquita del río. La dicha más grande era que casi todos los pelaos con los que estudié la primaria también comenzaron ahí conmigo. Quedamos en el mismo salón, como si la vida nos hubiera querido mantener junticos otro ratico. ¡Qué suerte la nuestra!
En los recreos nos íbamos derechito pa’l río. Eso era un vacile completo: nos bañábamos, hacíamos carreritas, nos echábamos agua y terminábamos muertos de la risa. Éramos un combo bien unido, de esos que parecen familia, compartiendo de todo y disfrutando cada momento (Nos bañábamos desnudos para no mojar los uniformes).
Pero entre todos, yo tenía una confianza especial con Emiro (nombre inventado), que me llevaba un año. Con él la cosa era distinta: no solo jugábamos y hacíamos travesuras como los demás, sino que también nos la pasábamos conversando. Nos contábamos vainas que no compartíamos con los otros tres, y esa complicidad nos hacía sentir más cercanos.
Esa época la recuerdo con cariño, porque fue una mezcla de inocencia y alegría. El río era nuestro escondite, nuestro sitio sagrado, y con Emiro descubrí lo rico que es tener a alguien en quien confiar de verdad. Fueron momentos sencillos, pero llenos de un valor enorme que todavía me acompaña.
Una tarde, Emiro cayó a mi casa a saludarme y a invitarme a salir a jugar. Yo, ni corto ni perezoso, me puse las chancletas, la pantaloneta y una camiseta cualquiera, y nos fuimos a dar la vuelta por los lados del colegio donde estudiábamos.
El sol ya estaba bajando, y con esa brisa que corre en las tardes parecía que todo se volvía más alegre. Caminábamos sin apuro, hablando de todo un poco, echando chistes y riéndonos como si el mundo entero nos perteneciera. A ratos nos quedábamos en silencio, pero era un silencio sabroso, de esos que no incomodan, porque uno siente que la compañía basta.
De repente, Emiro me miró todo pícaro, con esa sonrisa medio traviesa que le conocía bien, y me soltó:
—Ey, te tengo que confesar algo.
Yo lo miré con curiosidad, entre sorprendido y nervioso, porque su tono no era el mismo de cuando bromeábamos. Era como si quisiera decirme algo guardado desde hacía rato. Me quedé callado, esperando, mientras él jugaba con una piedrita que iba pateando en el camino, como para alargar el momento.
Me dijo que, si alguna vez había culiado burra, yo le dije que no, pero que, si había visto una vez a un señor cogiéndose a una y miré todo, porque estaba tan cerca del señor escondido en un matorral y también pude mirar que ese señor se dio cuenta porque me mostraba la verga. Entonces Emiro me dijo, porque no me dijiste eso antes. Le dije que me daba pena. Veo que el me agarra de la mano y me dice, vamos a culiar una, yo se donde hay. Salimos a toda prisa a buscar a la burrita la cual encontramos deambulando por una pradera cerca al rio.
Emiro como un experto agarró la burrita y la amarró en un matorral, le manio (amarro) las patas de atrás y comenzó a sobarle la chucha, la burra solo se encorvaba indicando que le gustaba, cuando de repente miré a Emiro sacarse la verga, no tan grande ni gruesa pues apenas con 13 años supongo que son así, de ese tamaño.
Al cabo de unos minutos me dice que es tu turno, yo saqué mi verga un poco más grande que la de él y comencé a meterla en la chucha de la burra, se sentía muy caliente, rosadita y yo estaba muy arrecho, comencé a meter y sacar la verga cuando de repente expulse leche y se la deje dentro de la chucha de la burra, ufff me sentí muy sabroso. Emiro continuo y volvió a culiar la burra aún cuando le había dejado la leche dentro el metió su verga y comenzó el mete y saca hasta terminar.
Ese instante, con el sol anaranjando el cielo, la brisa moviendo las hojas y el silencio cargado de expectativa, quedó grabado en mi memoria y de allí salimos directo a nuestras casas y cuando nos despedimos Emiro me dice —Oye, pero esto queda entre tú y yo, ¿viste? —, sonriendo medio pícaro mientras me daba un codazo.
Más adelante continuaré con la tercera parte.
Saludos
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