La primera vez que cogí a una perra.
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Andy19.
De las muchas veces que frecuenté el corral de los becerros luego de mi primer experiencia, decidí continuar con el vicio tan pronto fuera posible ya que en un par de semanas entraría a la escuela preparatoria y debía aprovechar lo último de las vacaciones del verano.
Estaba soleado y caluroso, como de costumbre, pero al final de la tarde una nubecilla veraniega refrescó el ambiente y lo hizo más agradable. Luego de que se marchasen los trabajadores y mi padre, esperé un poco a la sombra por lo sensible de mi piel. Me quité la ropa completamente y me quedé en botas de trabajo, que de tantas veces manchadas de fluidos estaban de todos colores. En esas estaba cuando entré al corral de los becerros y estiré mi mano para atraer al más pequeño. Como tenía algunas semanas ya, su lengua era rugosa pero aun así mamaba tan rico como hasta hace un par de días.
Hacía tiempo que no tenía acción, así que apenas sentí la baba del becerro en mi entrepierna, tuve la erección más intensa que pueden imaginar; la faena con el becerro estaba por comenzar, cuando vi que nuestra perra Kiny, una bellísima Pastor Alemán de apenas un año y algunos meses entró meneando la cola y se me paró de manos, como era su costumbre cuando me veía. Ya para entonces era un pervertido, así que pronto se me ocurrió que se sentiría una mamada por un perro. Desde luego que de primer instancia no se me ocurrió penetrarla, pero sin duda, el ofrecerle mi verga llena de baba de becerro me sembró la idea de que así de lubricada le entraría con mucha facilidad.
La llamé cariñosamente, desnudo como estaba, pero apenas se limitó a olisquearme la entrepierna huyó de mi presencia. Caliente como estaba no podía permitir quedarme con las ganas, así que metí mi verga bien dura en la boca del becerro, a través de los barrotes del corral hasta que me ordeñó la última gota de leche.
Esa noche fue de las primeras veces que me vi interesado en el ZOO con perros, así que en cuanto llegué a mi casa en la ciudad, me metí a mi cuarto, el cual se encuentra en el extremo totalmente opuesto de mi casa, y con toda la privacidad, busqué información acerca de cómo tener sexo con perras, desde luego, no faltaron los videos más calientes que se puedan imaginar. Ahí aprendí que sería difícil a no ser que la perra estuviese en celo, cosa que aún no había sucedido pues Kiny no había sido penetrada aún por su corta edad. Según la información que leí, faltaban algunos meses para que entrara en su primer celo, cosa que me hizo desesperar en demasía, pero me consolé pensando que tendría tiempo para acostumbrarla a mis caricias hasta el momento culminante.
Durante los siguientes días de mis vacaciones, destiné parte de mi tiempo en llevar a la perra al almacén de las semillas de siembra, un sitio solitario, amplio y bien iluminado, con el pretexto de alimentarla. Desde luego mi padre se preguntó el porqué del cambio del lugar acostumbrado, limitándome a decir que debido a la llegada de dos nuevos perros (Otro pastor Alemán y un Pittbull Americano blanco) nuestra preciosa Kiny no se alimentaba como debía por lo territorial de aquellos machos. Lo dejamos por la paz y yo me iba tranquilo varias veces al día delante de Kiny hasta el almacén donde la ponía de panza y acariciaba su vientre y sus patas, para terminar en su sexo. Desde el principio se mostró muy mansa y pareció comprender mi proceder porque en pocos días, apenas me veía dirigirme al almacén corría detrás de mí, llevara alimento o no. Por las tardes me masturbaba o me dejaba ordeñar por los becerros para bajar la calentura, hasta que las vacaciones terminaron y era poco frecuente, dadas las nuevas clases, mi visita al establo, tiempo que aprovechaba al máximo para que la perra no olvidara sus tareas.
Los meses pasaron rapidísimo, tiempo que aproveché para enterarme de los mínimos detalles a fin de que coger a mi perra no fuera un evento improvisado. Resulta que un fin de semana de descanso antes de mis últimos exámenes del semestre, estaba sentado tomando mi refrigerio acostumbrado cuando, de pronto, vi entrar nerviosa a Kiny, al tiempo que los dos machos, mayores que ella, le olisqueaban el sexo y hacían maniobras para sostenerla entre sus patas delanteras y follarla. Desde luego que la escena me calentó al mil, sabía que por fin podría lograr mi cometido luego de tanto tiempo. Pregunté a los trabajadores cuanto hacía que habían empezado así, diciéndome que desde unas tardes antes de mi llegada habían intentado cogerla, sin lograrlo. La perra estaba, sin duda, en los días principales de su primer celo, razón por la cual sabía que no pasaría de ese fin de semana que me la cogiera.
Como era viernes, por la tarde, aproveché para alimentar a los perros en el horario vespertino en la parte exterior, cerca del almacén, en donde estaban las jaulas en donde se les encerraba de día. Metí a los machos en las jaulas próximas al almacén, para que percibieran en la cercanía las feromonas de Kiny, y me puse casi en la pared inmediata a dedearla a fin de prepararla para el día siguiente, sábado, en que los trabajadores trabajaban medio jornal y tendría desde la 1 a las 7 u 8 de la tarde para mí solo.
Noté desde el principio el cambio que había tenido en su sexo, respecto los días anteriores, el cual se había tornado más gordo y prominente, de tal forma que de entre los bordes oscuros de la conchita podía visualizarse un suculento centro rosado que se abría para el placer visual. Desde luego que no perdí tiempo y mojando mi índice con saliva me dispuse a humedecerle la concha a los alrededores, la cual estaba blanda y se contraía ligeramente al contacto. Mis nervios estaban al full, así que de vez en cuando salía a ver al exterior si alguien se acercaba, notando muy a lo lejos las faenas de los trabajadores y ninguno cercano. Los machos ladraban con nerviosismo pero no me importó. Estaba decidido: la hembra sería solo mía, yo sería el primer macho en preñarla.
Mojé más mis dedos con mi saliva, metiendo el índice lo más que pude, explorando el interior del rico órgano que se me presentaba. Adentro sentí el calor y la humedad, pero nada más. Tan nervioso estaba que la verga no se me paró por más que quise; mañana sería un día más apropiado, de forma que me dediqué a dilatar lo más que pude con apenas 3 dedos, los cuales, no entraban sino hasta la mitad, la perra estaba estrecha pero ganosa, así que me dejaba hacer mi tarea con toda tranquilidad emitiendo tan solo un chillido de vez en cuando, cuando intentaba meter más allá de lo que se me permitía. Esa noche dejé a la perra en la jaula y a los machos afuera, a fin de que el celo siguiera aumentando hasta la mañana siguiente.
El sábado por la mañana me la pasé casi todo el día en el almacén, imaginando el lugar idóneo para cogerme a la Kiny. Recordé que en la sala de ordeña había visto días antes una botella de lubricante veterinario, el mismo que usaban los trabajadores para lubricar la vagina de las vacas cuando éstas iban a parir o cuando metían su mano para tentar a los becerros por nacer. Me hice de la botella, la cual estaba casi llena, a sabiendas que la penetración no sería cosa fácil.
Esperé al medio día, cuando los trabajadores dejaron el lugar y mi padre fue a la ciudad como de costumbre. Me invitó a ir con él, pero le dije que me quedaría hasta que trajera al velador, con el pretexto de cuidar la granja de los ladrones, que por esos días, ya habían penetrado en varios terrenos aledaños para robar el equipo eléctrico de los pozos vecinos. Desde luego, me creyó, y me dejó absolutamente solo, con la granja enteramente para mí, sin ojos curiosos ni riesgo de ser visto por curiosos o por accidente.
Corrí a donde la jaula y solté a todos los perros, a fin de que prepararan a la perra mientras me desvestía y lubricaba el sexo. Varias veces estuvieron a punto de penetrarla pero los quité de una patada. La perra tendría a su macho y ese sería yo. Lo 4 estábamos a reventar. Ya desnudo, amarré a los perros del poste cercano y en el poste aledaño amarré a Kiny de tal forma que no escapara en la faena. Puse lo más que pude de lubricante y empecé a dedear como haría el día anterior notando como el trabajo era más fácil tanto por el lubricante como por lo dilatado del canal, así que fácilmente entraron dos dedos hasta sentir un tope, que supuse, sería el músculo en que se atora la bola que los perros tienen en el órgano sexual y que los mantiene pegados durante el acto de apareamiento. Me puse en el paquete tanto lubricante como pude hasta escurrir y tomé con una mano las flexuras de la perra y con la otra mi verga. Jugué un rato con la punta de mi glande en la entrada de la concha, disfrutando cada milímetro de aquel jugoso órgano. No hizo falta levantar la cola, ya que tan necesitada estaba que la hacía solita a un lado y se movía hacia atrás para que la penetrase en cuanto antes.
Realmente no supe cuánto tiempo pasé así, que el Pittbull logró soltarse y se posó detrás de nosotros como esperando su turno, oliéndome el ano. Lo alejé lo más que pude, celoso de mi hembra y metí poco a poco mi verga en el canal ya dilatado, con dificultad, resbalando poco a poco, con el lubricante y los fluidos de la perra escurriendo en mis manos. El perro se posó por delante, atento a la faena, mientras yo, un poco torpe, metía y sacaba el falo lo poco que podía, lentamente, sin lograr del todo mi cometido. Pasaron unos cuantos minutos más hasta que, desesperado, metí de jalón toda mi verga hasta el inicio de los huevos, que por el calor ya estaban colgando al máximo. La perra dio un tirón muy suave y sentí como vencía la rigidez de dicho músculo para encontrarme con la cavidad más deliciosa que puedan imaginar. Me quedé así, inmóvil, un par de segundos, imaginando lo que acababa de hacer… prácticamente había desvirgado a mi perra y no la iba a dejar así, chillando, no sé si de dolor o de placer.
Sabía que debido a razones obvias no me era posible quedarme pegado a la perra como muchos presumen, pero aun así veía como lo que yo considero los labios, se estiraban hacia atrás mientras el mete y saca, al tiempo que el músculo en cuestión succionaba el tronco cada vez que lo metía. Unos minutos más tardé así, disfrutando cada instante, tanto que no me di cuenta cuando el Pastor Alemán se soltó y se unió al espectáculo. Cuando no pude aguantar más la deslechada me pegué lo más que pude a la perra, bien agarrado del vientre para que no se escapara y le solté toda mi leche en su cálido interior hasta quedarme vacío. No sé si realmente me quedé pegado a ella, pero no me aparté hasta que disminuyó la presión en el miembro, quizá porque éste empezó a perder la erección o quizá porque su músculo dejó de contraerse. Le saqué la verga menos tiesa, al tiempo que dejó escapar un buen chorro de fluidos entre el lubricante, sus jugos y mi leche, sobre mis botas, como era acostumbrado.
Les aseguro, a éste punto de mi vida, que no había sentido semejante placer ni quizá lo vuelva a tener si no es cogiendo perras. Tan ganoso estaba luego de meses de espera que intenté penetrar de nuevo a la perra cuando me regresó la erección, notando lo hinchado de su sexo por la chinga que acababa de darle. La perra se lamía la concha de los restos de mi semen, lo cual me calentó al máximo. Dejé que los perros se le montaran un rato cada uno, pero apenas observaba que estaban por penetrarlas los quitaba en seguida, esa panochita jugosa era solo mía. El músculo en cuestión estaba más rígido que al principio, pero aun así lo vencí con un poco de fuerza y pude disfrutar de la presión en mi falo y del estirar de los labios cada vez que topaban con mis huevos. Me vine una vez más hasta quedarme sin fuerzas y otra vez permanecí dentro de la perra con las rodillas temblando hasta que se hubo bajado la erección. Dejé que el Pitbull blanco me lamiera el pito hasta quitarme los fluidos. Hubo lamidas entre unos y otros, pero yo no participé del festín de fluidos por el asco que me daba. No sé realmente cuantas horas pasaron, porque la tarde parecía avanzada. Encerré a los perros en una jaula y a mi preciada Kiny en la otra, dándoles su ración de alimento tan merecida que la tenía.
Me hice la limpieza en las piletas de agua y esperé a secarme para ponerme la ropa. Por la noche, ya en mi casa, antes del acostumbrado baño, disfruté al máximo del olor de la perra combinado con el olor a semen, pero por más que quise no me masturbé ya que tenía el pene muy sensibilizado por la presión dentro de la perra. Regresé el Lunes a la escuela y apenas tuve la cabeza suficiente para pasar todos los exámenes, con aquellas imágenes en mi mente. Regresé el fin de semana siguiente con la esperanza de que la perra anduviera ganosa, pero el celo había pasado y su sexo se veía igual que antes. Pregunté a los trabajadores si los perros la habían cogido pero ellos lo negaron, la Kiny no se había dejado aunque mi padre la amarró a fin de obtener crías.
Las semanas siguientes me limité a masturbarme imaginando aquel glorioso momento en que parecía estar abotonado por la perra, como me hubiese gustado haber grabado el momento, pero no lo hice. Pasarían un par de meses más para que la perra entrara nuevamente en celo. Di órdenes precisas de encerrar a los machos en cuanto éste se presentara.
Sería el macho de Kiny la próxima vez.
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