Me tiré a una gata blanca
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Voluta.
La otra tarde volvía de la tienda con cervezas y botana cuando vi sobre el lado contrario de la acera a la nieta de Doña Queta, una niña de nueve años. Regina venía platicando con sus compañeritas de la escuela, las tres sudando y despeinadas, con su tradicional falda guinda y sus calcetas blancas. Mentiría si les dijera que no sentí unas ardientes ganas de correr tras ellas para subirles la falda y arrancarles los calzones.
Ya varias ocasiones se los he visto, pues luego me pongo bajo el puente de la escuela y sin vergüenza alzo la cara, o las sigo hasta el parque y me siento en la banquita apenas me percato que se van a montar en los columpios o en la resbaladilla. Incluso llegué a la conclusión de que Regina sólo se pone dos calzones a la semana: los lunes, como es escolta, lleva blancos, y es hasta el jueves que se los cambia, ya sea por unos rositas o por unos verde pistache. Aunque me excitan más estos últimos puesto que, dada su angostura, hacen ver más gordita a la panochita y la rajita aparece más sabrosa.
En fin, la cosa es que entré a mi casa, donde mis amigos me esperaban para observar el partido del Barça. Yo estaba muy caliente, quise correr al baño para masturbarme pero estaba ocupado; quise ir a la cocina pero mis amigas andaban sacando la pizza del micro; y cuando me escabullía hacia mi alcoba, ¡coñazo! se le ocurre meter gol a Messi. Ni modo, tuve que guardar la paja para la noche.
Metido en mis cobijas comencé a jalármela, imaginándome a Regina en un parque vacío escalando la resbaladilla. Por alguna razón se quitaba el uniforme escolar, salvo sus calcetas, y ponía su tierno traserito en el metal, que le quemaba harto pero soportaba. Entonces dejaba irse y caía en la tierra, aquí yo me acercaba comiendo una paleta de limón. Colocaba mi mano entre sus piernas y masajeaba lento pero firme; le frotaba con mi pulgar su chocho mientras ella, con la cara enrojecida y los ojos cerrados por el sol, gemía de malestar. Luego me embarraba lo dulce de la paleta en el pene y se lo daba a tragar; al sentir el sabor a limón, Regina chupaba y chupaba.
Estaba pasándola muy bien, sin embargo un ruido me perturbó: un maullido. "¡Estúpido gato!", dije, "¡ya me chingaste la erección!". Como no se callaba, abrí la ventana para echarle agua. A punto estaba de lanzar la bandejada cuando noté el movimiento de su cola, una cola seductora, por así decirlo. Y es que no era macho sino hembra. La gata de mis vecinos los zapateros era una gatita mediana muy bonita, toda blanca y de ojos azules, la cual chillaba ya que nadie estaba en su morada. Entonces, de la nada pensé "¿cómo será la vagina de una gata?", e inmerso en esta profunda idea sobrevino a mi mente la semejanza entre las palabras "vagina" y "Regina". Y como sabrán, el destino me orillaba a follarme a mi niña linda, encarnada en el cuerpo suave y tibio de la minina. ¿A poco no era una locura?
Supuse que la gata quería comer, así que abrí una lata de atún y la llamé sigilosamente para no levantar sospechas, pronto se apuró a mi ventana y la encerré. Ciertamente conservaba nervios de que me fuera a morder o rasguñar, pero no tardé en ingeniármelas; saqué un lazo y amarré con cuidado sus patas delanteras a la cabecera de mi cama, aun alrededor de su hocico enrosqué un cacho de tela que no sirvió de mucho. Encendí el estéreo y puse el disco de Michael Jackson para disminuir el volumen de los maullidos, si por mala suerte los hubiera.
Velozmente me engorré el condón, sostuve de las patas traseras a la gata y, sintiendo los pelos de su cola en mi estómago, intenté clavar mi glande en su hoyo. No obstante, no podía. "Lo siento, mi Regina hermosa, yo jamás te violaría, pero tengo que usar tantita más fuerza para desvirgarte. Quizá te duela un poquitín, quizá sangres, aunque te prometo que después te gustará", dije en tanto sujetaba más duro la cintura de la gata. Me acomodé para embestir recio, con la mano dirigí mi verga y la inserté. No me acuerdo si la gata maulló, lo que sí no olvido es que mi verga se abrió brecha y paulatinamente alcanzó más allá de mi glande. En verdad que las gatas tienen una vagina muy pequeña. Por eso mismo, ya no intenté introducirla más, pues lastimar a la gata era lo último que quería, me conformé con lo que llevaba. Así jugué a ser felino: metía y sacaba, metía y sacaba. La música cubría bien los pequeños gemidos y los encerraba en las cuatro paredes de mi habitación.
En un principio, seguía fantaseando con correrme en las entrañas de mi niña Regina, sin embargo la excitación y el placer eran tales que mejor decidí enfocarme por esa noche al instinto animal. Me safé el preservativo y empapé de lubricante la vulva de mi hembra, atiborré de saliva mi pito y de nuevo me la tiré. Aquélla se retorcía con gracia, buscaba arañarme, se quejaba, su cola me daba azotes; y yo, yo disfrutaba más que nunca. Mi verga ardía, la cabeza necesitaba descorcharse; casi de inmediato el semen ascendió potente por la uretra, y a los gritos de "¡puta gata, puta, puta!", eyaculé hasta el fondo, percibiendo que el semen resbalaba hacia afuera. Dejé mi glande un rato más allí dentro, pues apenas iba recobrando aliento.
Por esa noche fue todo. Solté a la gata y eché en un traste un poco de leche tibia, mientras bebía acaricié su pelaje de nieve y la mimé tiernamente. Abrí la ventana y dio un gran salto para regresar a su casa, cuyos dueños todavía no llegaban. Ya luego me enteraría de que su nombre es "Nubecita".
Este es mi primer relato, posteriormente les contaré otro de mis encuentros con mi dulce gatita. Espero les gusten los gatos, ¿o prefieren a los perros?
Que rico que envidia yo quisiera ser la gatita y ser victima de penetraciones extremas