ME VENGUE
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Anonimo.
La familia amiga dueña de aquel perro me comentó que habían vendido su casa en las afueras de Buenos Aires y se mudarían a un departamento, por lo que ya no podrían tener con ellos a su perro TOM. Me ofrecían quedarme con él, ya que el animal había tenido muy buena integración conmigo el verano anterior.
Pero como en mi casa yo tenía mi propio perro Sancho, la convivencia de los dos animales sería dificil. Ahora bien, el pasado año yo había adquirido una casa de fin de semana, y podría hacer que Tom viviera allí ya que fuera de la temporada de verano, la propiedad tendría un cuidador. Acepté la propuesta y llevé a Tom a mi nueva casa.
El perro se acostumbró fácilmente a su nueva morada y a mí. Permanecí con él toda una semana, para que se habituara mejor. Lo hice ver por un médico veterinario, actualicé sus vacunas, lo hice desparasitar y quedó hecho una maravilla.
Como conté en mi anterior relato, Tom es un perro de gran porte físico, enorme verga y fuerte semental. Durante la semana que compartí con él lo hice jugar sexualmente conmigo, lo masturbé repetidas veces e incluso mamé su verga. Así, el perro estaba constantemente con intensa excitación. Pero esta vez no hice que me montara y penetrara. Mi plan era otro: tomar represalia de la anterior cojida que me había dado, demostrarle que el macho dominante era yo.
Durante esos días me mostré muy autoritario con él, notando que se sometía reconociendo mi jefatura. En uno de esos juegos sexuales, quise probar su reacción al introducirle yo mi dedo en el ano, bien lubricado con gel. Observé que Tom -no sin una inquietud inicial- lo soportaba y aceptaba bien, con una actitud sumisa.
Al verlo sometido, seguí lubricando su ano con mucho gel íntimo. Como ya tenía yo una enorme erección, coloqué la sustancia en mi pene y apoyé el glande en su ano. Empujé con fuerza primero, hasta lograr que un cuarto de mi verga entrara en el culo de Tom, quien lanzó un chillido y se estremeció. Pero enseguida, las contracciones de su recto y mi empuje fueron llevando mi pija bien profundo. El perro permanecía quieto, sumiso, jadeando, incluso disfrutando la sensasión porque noté que había extraído su propia verga del capullo y soltaba líquido preseminal. Lo aferré fuertemente de su cadera y comencé los movimientos de bombeo, cojiéndolo con fuerza para que entienda que era yo el macho dominante. Su recto estaba muy caliente y con sus contracciones me daba todavía más placer. En el éxtasis de esas sensasiones, eyaculé abundantemente bien en el fondo del perro. Luego, con cuidado y lentamente, retiré la verga del recto.
Ví que el ano de Tom -ya desvirgado por mí- estaba muy dilatado y húmedo. Dejé que se lamiera mientras yo me higienicé. El perro no se traumó por la experiencia, al contrario, permanecía junto a mí amigablemente. Ese día repetí los coitos dos veces más, y en las jornadas restantes lo hice en repetidas ocasiones y en diferentes posiciones. Ahora Tom era mío, nunca más volvería a cojerme, su cuerpo me daría mucho placer en la misma forma que le hice conocer.
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