Mi perro se llamaba Tarzán
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Anonimo.
Mi Perro se llamaba Tarzan
En un momento de mi vida cuando tenía 12 años descubrí el placer sexual de la masturbación.
Un día instintivamente comencé a tocarme el sexo sintiendo una sensación que me resultó muy agradable y que me llevó a la eyaculación con un placer que hasta ese momento había resultado, para mí, desconocido.
Ese placer que de modo tan casual había descubierto fue tal que enseguida quise volver a experimentarlo y comencé una carrera de muchísimas masturbaciones.
No pasaba un día sin que me hiciera, al menos una hermosa paja.
Para ello, por cierto comencé a utilizar la imaginación e idear diversas situaciones y en esas ideas muchas veces eran pensándome como un chico manteniendo relaciones con una chica, pero también había muchas en donde mi imaginaba con otro chico, en estos casos, yo siempre asumiendo el papel pasivo.
Con el tiempo, cuando me hacía una paja, pensándome en el papel de hembra, comencé también a introducirme diversos elementos por el ano, algo que repetí muchas veces por cuanto el orgasmo con ello era un extasis extraordinario.
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En verano, en mi casa era casi religioso que todos tomaran una siesta de la menos dos horas, y ese era el momento en el que yo elegía hacerme hermosas pajas.
Rápidamente me despojaba de la escasa ropa que llevaba, un pantaloncillo corto y un calzoncito tipo slip y me gustaba andar así, completamente desnudo por el fondo de casa, que estaba parquizado con muchos árboles frutales y donde se hallaba, atado pobrecito, mi perro al que mi padre había puesto el raro nombre de Tarzán, quizá porque ese hubo sido su personaje de ficción preferido.
Tarzán era un perro de raza collie a cuyo lugar una vez, también casualmente me acerqué, andando como dije totalmente desnudito.
Sin que en principio me diera cuenta, Tarzán se acercó a mi, metió su hocico entre mis nalgas y me dio un profundo lengüetazo que me recorrió todo el ano despertando en mi todas las sensaciones, muy agradables, de las terminales nerviosas que poseía en el lugar.
Está claro que la lamida me excitó y en un estado de mediana confusión me di vuelta para mirar al ser que tan hermosamente me había hecho sentir.
Tarzán estaba allí frente a mi, con su lengua afuera y moviendo la cola, como demostrándome que estaba contento de que yo estuviese junto a él desnudo y pudiera lamerme esa zona de mi cuerpo.
Miré a todos lados, no había nadie, así que decidí ponerme en posesión para que mi amigo perruno continuara dándome ese placer, no ocurriéndoseme mejor cosa que la de ponerme en cuatro patas, con mi cola apuntando a la cara de Tarzán.
Mi perrito aceptó el convite y me comenzó a lamer profusamente el ano, pasándome la lengua rugosa haciendo que yo estuviese totalmente caliente, respirando agitadamente y suspirando de un modo más bien femenino.
Mi pene estaba ya absolutamente duro y listo para recibir el masaje placentero de mi mano, mientras sentía que mi ano latía, estando absolutamente humedecido por la saliva de Tarzán a partir de lo cual, ya su lengua se metía por dentro de mi intimidad.
Esto último hacía que estuviese incapacitado de masturbarme, por cuanto no tenía voluntad para abandonar la posición en la que estaba y en la que recibía tanto gusto.
En esa instancia ocurrió algo que no esperaba, Tarzán se encaramó encima mío, me aprisionó por los costados de mi cuerpo con sus patas delanteras y enseguida sentí que algo que, rápidamente imaginé, era su pija estaba punteando mis nalgas y la zona cercana a mi orifico de atrás, mojándolo aun más con lo que después supe era su líquido preseminal .
Ahí me asusté, no había pensado, hasta ese momento que mi perro pudiera tener intenciones de, lisa y llanamente cogerme.
Me deshice del abrazó de Tarzán y me alejé un poco poniéndome inmediatamente de pie.
Miré al perro que se quedó, a su vez, mirándome como diciéndome ahora me vas a dejar así, y ví su pija larga y roja colgándole entre las patas.
No contaba con eso, yo me había calentado con las atenciones de Tarzán, pero no me imaginé que podría a su vez haber excitado al perro para que se pusiera de esa forma.
Volví a mirarle el pene, y su visión me excitó y en mí se fue desarrollando un cada vez mayor deseo de sentir el instrumento de mi Tarzán en la cola, al fin y al cabo no iba a ser la primer cosa que iba a entrar por mi cola.
Por vivir en una zona semirural había visto muchas copulaciones de perros y sabía de su nudo con el cual el macho y la hembra quedan pegados, eché un nuevo vistazo a la pija perruna y no me pareció que fuera tan grueso como para que no me entrara, y a partir de ello sentí un irrefrenable deseo de transformarme en la hembra de una relación con mi perrito.
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Volví a ponerme en cuatro patas y Tarzán volvió a lubricarme profusamente el ano.
Al rato, estando yo excitadísimo, calentísimo con sus lamidas, volvió a subirse.
Yo me quedé quietecito para que el hiciera lo que tenía que hacer.
No le resultó fácil al pobre Tarzán ubicar mi orificio, pero estaba lo suficientemente cerca para lubricarlo aun más con los líquidos que salían de su verga.
Hasta que acertó al centro y de un golpe Tarzán me penetró profundamente.
La lubricación (y la costumbre a la que yo mismo había dado a mi ano para que se dilatara ante una penetración) tuvo el efecto de que no sintiera dolor con la metida de su pija en mi cola, pero fue tan brusca que por un momento me cortó la respiración.
Pero cuando me recupere, aaaaaaahhhhhhhhh!!!! Que placer!!!.
Tarzán me tenía abrazado con sus patitas, el largo pelo suave me acariciaba la piel de la espalda y la parte de atrás de mis muslos y su pija se movía con rapidez dentro de mi cola provocando una sensación que no había experimentado hasta ese momento.
En ese éxtasis en el que estaba, de pronto comencé a percibir que el perro arrojaba en mis entrañas un líquido caliente, ahhhh, Tarzán me estaba echando su leche, como si yo fuera su hembra, sometiéndome de tal modo que yo no era capaz más que de suspirar y gemir como una nena, y eso ¡me encantaba!
Estaba yo en el quinto cielo, siendo la hembra de mi perro cuando de pronto sentí que en una de las embestidas de Tarzán, pretendió introducirme algo muy grueso tratando de dilatar mi ano a extremos dolorosos.
Ahí recién me di cuenta que cuando vi la pija de Tarzán no la había visto todavía toda afuera y que no era, lo que yo vi, el nudo del abotonamiento.
Todos los sentimientos que había tenido hasta ese momento desaparecieron y me inundó el terror pensando que iba a ser terriblemente lastimado.
Con desesperación y un esfuerzo supremo traté de deshacerme del aprisionamiento de Tarzán.
Pude hacerlo, y entonces me levanté rápidamente alejándome del lugar preso de un terrible miedo y un profundo sentimiento de culpa.
Mientras volvía caminando a la casa, sentí chorros de líquido caliente que salían de mi ano y se deslizaban por mis piernas.
Otra vez el horror hizo presa de mi, pensando que me estaba desangrando.
Instintivamente me toque y ahí me di cuenta que lo que salía de mi cola no era sangre, sino la leche que Tarzán había podido depositar dentro de mi, eso me tranquilizó y volvió a hacerme sentir hembrita, una sensación que cada vez me agradaba más.
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Los días siguientes transcurrieron mientras en mi interior se debatían dos sentimientos contradictorio.
Por una parte sentía que lo que había hecho era extremadamente sucio y asqueroso, que no solo me había comportado como nena, sino que lo había hecho con un animal, con un perro, mientras que por el otro no podía dejar de pensar en el placer que había experimentado mientras Tarzán me cogía con todas sus fuerzas y que lo que debía hacer era encontrar una forma de lograr que mi ano aceptara el bulbo de Tarzán y que quedara abotonado a él hasta que se encontrara totalmente satisfecho.
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A medida que pasaba el tiempo, iba triunfando la segunda idea.
De hecho en esos días no dejé de masturbarme, pero en esas ocasiones siempre fue pensando en que Tarzán me hacía poderosamente su hembra.
Cuando antes me había masturbado introduciéndome cosas, lo había hecho con la utilización de lubricantes caseros, cremas, jabón, etc.
Se me ocurrió, entonces hacer uno mezclando aceite (de cocina, era el único que tenía) y manteca la cual había sido utilizada en una famosa película de la cual había oído a pesar de mi edad.
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Hasta que un día de verano, tuve mi oportunidad.
Mis padres salieron en una visita a unos amigos de la que no volverían hasta la cena.
Una vez que se fueron, con un nudo en el estómago hice el menjunje que había ideado.
Una vez terminado me desnudé y salí hasta donde se hallaba Tarzán.
Al verme llegar, este comenzó a saltar y mover la cola, como si supiera que intenciones tenía.
Desaté a mi perro y no tuve inconvenientes en que me siguiera hasta dentro de la casa, mejor dicho a un patio de la misma, sintiendo en el trayecto toquecitos de su hocico entre mis nalgas, lo que me hizo sonreír y ponerme muy contento.
En el lugar que tenía preparado, con el pote del lubricante inventado, me puse en cuatro patas, sintiendo como Tarzán repetía su ritual.
Me lamió el ano hasta dilatármelo casi en un 100 %, llenándomelo de saliva y luego me montó.
Esta vez no hizo falta que me la metiera para hacerme suspirar y gemir como nena, lo hacía solo con su lengua, y llena de placer.
Cuando Tarzán se subió encima mio, cuando su pelambre suave me acarició otra vez el cuerpo, sosteniéndome en una sola mano, con la otra tomé el pote y me fui poniendo una profusa cantidad del “lubricante” en el ano.
Tarzán estaba moviéndose encima mío tratando de encontrar el orificio por el cual penetrarme.
Me di cuenta de que esta vez con sus patas delanteras me aprisionaba más fuerte que la vez anterior, como diciendo, esta vez no te me vas a escapar.
Así estaba hasta que sucedió.
Tarzán me penetró, con brusquedad como la vez anterior y luego empezó a serrucharme con masculina fuerza.
Ahhhh, siiiii, siiiihhhh, asi, asi, Tarzán, así, cogeme, cogeme toda, soy tu perra, soy tu puta perra, cogeme toda mi perrito.
Así di rienda suelta a mi éxtasis y mi placer, otra vez aumentado al momento de sentir su lecha derramándose en mis entrañas, si, si, si, así, dame la leche, dame toda tu leche, dámela, llename de leche, si.
Yo recibía el entusiasmo de Tarzán por cogerme, con el mismo entusiasmo con que el me cogía.
Sentía su pija llegar cada vez más adentro mio hasta que percibí que hacía fuerza para meterme también su bola.
Traté de relajarme, el empujó y la bola se me comenzó a meter.
A pesar de toda la lubricación sentí un fuerte dolor, pero, cuando pasó la parte más gruesa de la bola, esta se deslizó sin inconvenientes dentro mío y ya no dolió más.
A partir de ese momento todo para mí fue placer.
Tarzán cogiéndome, moviéndose ya en forma limitada dentro mio y sin dejar de echarme leche y más leche.
Uyyyy mi amor, me vas a hacer tener perritos, dije en el paroxismo de mi placer, seguido enseguida con una gran descarga de él luego de la cual, Tarzán se quedó quieto, con su pija profundamente insertada en mi, encima mio, eyaculando.
Luego de un minuto, un minuto y medio, abandonó esa posición dándose vuelta de modo que quedamos cola con cola.
¡Estaba abotanado, no mejor abotonada a mi macho! Sabía que en esa situación debía quedarme quieta y seguir los deseos del mismo.
Tarzán, comenzó a intentar sacármela, pero no podía por la hinchazón de su bola, cada vez que hacía esos movimientos me arrastraba con su fuerza, e internamente, depositaba en mis entrañas un nuevo chorro de leche.
Así estuvimos por un tiempo, que habrán sido unos veinte minutos al cabo de los cuales ya sentía el vientre hinchado de tanta leche que mi macho había depositado.
Al final de ese tiempo, Tarzán hizo fuerza y se sintió el famoso ruido de una botella que se destapa, que todos los que hicieron alguna vez de perrita cuentan.
Ahí también sentí dolor, pero nada comparado con el placer que había tenido hasta ese momento y el que me ocasionaba sentir deslizarse gran cantidad de la leche de mi amante perruno.
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Esta claro que fui muchas veces más la perra de mi Tarzán, y también de otro perros, inclusive el de una vecina, que me espió una vez y me dijo que tenía que ir para que su perro me sirviera, porque estaba muy nervioso y no tenía perra para cruzarlo, y que si no aceptaba se lo iba a contar a mis padres.
Esa vez lo hice pero con público.
Me encantó.
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Me gusta feminizarme, por eso el nombre de mi mail al que podrán enviar los comentarios que deseen: “monica.
ramires@ymail.
com”
oh que bien, si yo hubiera tenido un perro creo que habría recurrido a lo mismo… era muy sexual en mi adolescencia