Mi segunda vez con una perra.
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Andy19.
Tenía 17 años cuando me di cuenta de que era zoofílico, de que el sexo con animales no solo es placentero, sino que te da cierta sensación de superioridad al poder gozar de lo que todos quieren pero pocos pueden o se atreven a hacerlo.
Luego de desvirgar a mi perra, supe que el tabú hace que el placer sea más intenso y preciado.
Para los que no han leído mis relatos anteriores les invito a hacerlo antes de enterarse como es que encontré una perra complaciente y la hice mi amante, afirmando totalmente mis gustos zoofílicos.
1.
– De cómo me enteré de la zoofilia http://www.sexosintabues.com/RelatosEroticos-30145.html
2.
– De cómo inicié en el sexo oral http://www.sexosintabues.com/RelatosEroticos-30242.html
3.
– De cómo me cogí a una perra por primera vez http://www.sexosintabues.com/RelatosEroticos-30935.html
Había terminado la preparatoria y durante todas las vacaciones me dediqué junto con mis padres a buscar departamento para iniciar en la universidad.
Debido a la lejanía de la universidad de mi casa, tendría que rentar departamento y así lo hice, a las orillas de la zona metropolitana a donde me fui a vivir.
Era un departamento sencillo con sala, cocina y dos habitaciones, el cual estaba construido sobre un negocio de electrodomésticos que pertenecía al dueño que me lo rentó.
Él vivía a pocas casas del departamento, así que desde el principio sentí profunda confianza.
Renté el departamento y me fui a vivir ahí medio mes antes del inicio de clases para ordenar cosas y acostumbrarme a la vida de la ciudad.
Sobra decir que durante ese verano no acudí para nada al rancho, para mi desgracia (y digo mi desgracia porque me enteré que durante el celo mi preciosa perra Kiny se había escapado y nunca más regresó).
Tenía mucho tiempo libre, como han de suponer, así que gastaba la mayor parte del día en conocer las rutas del transporte público y en solucionar pequeños problemas domésticos como el qué comer y el asear.
Un día en que me equivoqué de ruta, llegué al departamento más tarde de lo acostumbrado, casi al atardecer, bastante hambriento y cansado.
Don Paco (un hombre viudo de 42 años), dueño del negocio, quien para esas horas estaba cerrando, me dejó una llave para poder entrar y salir en esos casos, ya que la entrada al departamento era por la parte trasera del negocio y a esas horas no convenía hacerlo por esa parte de la calle por estar tan solitario.
Tomé la llave y agradecí a Don Paco.
En esas estábamos cuando escuché un ruido dentro del negocio y pregunté al señor si había alguien más.
-No, nadie, solo la perra que mi hermano me trajo porque en casa ya no la aguantan y a mí me hace falta para que cuide el negocio.
-¿Una perra dice? (no sabría cómo explicarlo, pero mi entrepierna no tardó en avisarme de las deliciosas cosas que podrían suceder de ser verdad lo que el viejo decía).
-La tenían en casa, pero ya creció mucho y se hizo muy traviesa, sobre todo estos días.
Como sea, le dije que yo necesitaba un perro para que cuidara el negocio.
No me gustan las perras porque se llenan de cachorros, pero por el momento no hay nada mejor qué hacer.
Espero que no ladre mucho en la noche, o de lo contrario no te va a dejar dormir.
-No se apure Don Paco, ya estoy acostumbrado.
¿Le puedo dar algo de comer?
-Ya comió, le acabo de abrir un costal de croquetas… bueno yo te dejo porque es tarde.
Ten más cuidado con los camiones muchacho!
-Lo tendré.
Gracias.
¿Qué les puedo decir? Ahí estaba echado en un rincón el precioso animal, una mezcla muy peculiar como de labrador, color blanco, pelo muy corto y ojos cafés… y la vagina más rica y rosada que había visto.
Apenas me vio entrar meneó la cola, seguro que estaba acostumbrada a las caricias, de eso no cabía duda.
Me acerqué a acariciarla y ella vino a mi encuentro, pero se quedó a medio camino porque estaba amarrada del cuello con una soga.
-¡Viejo malvado! Mira nada más cómo te tiene preciosa _ La desamarré y enseguida vino a mi encuentro con sus enormes patas sobre mi pecho.
Inmediatamente mi verga se despertó entre mis pantalones.
Hacía semanas que no me desahogaba y a gritos me pedía que lo hiciera, solo que no había encontrado la oportunidad y obviamente no iba a dejar pasar una tan importante como ésta.
Subí con la perra al departamento por la escalera interior.
Al principio ésta estaba reacia, pero con un par de caricias corrió tras de mí y se metió conmigo al departamento.
Había dejado las ventas abiertas, las cuales son amplias y dan una preciosa vista, razón por la cual corrí todas las cortinas.
(Me negaba a hacerla de exhibicionista jejeje).
Encendí las luces del espacio que era la sala, en el cual aún no tenía muebles pues mis padres no me los habían traído y extendí una cobija gruesa para jugar un rato con la perra y ver como se comportaba.
Me quité la playera y la sudadera que traía puesta y me quedé en pants y tenis.
Hacía un calor muy agradable.
Me puse a cuatro patas y me acerqué juguetón a la perra quien no tardó en venir a donde estaba.
Hice un par de caricias y juegos, en el piso y luego me dispuse a ponerme tras de ella y, para mi sorpresa, se quedó quieta como un perro de juguete, levantando la cola.
_¡No jodas! Con razón estabas tan traviesa, preciosa… _ Tenía el coño inflamadísimo, rosado, exquisito.
Cualquiera aún sin saber habría adivinado que estaba en celo.
Me apresuré a pasarle un dedo en la raja abierta que tenía, no podía creer tan buena suerte que tenía, estando ahí, yo solo, con todo ese espacio para mí, con toda la privacidad y ese coño maravilloso para mí solo… los dioses de la zoofilia me sonreían.
Ya había leído en varios relatos de tipos que comían los coños de sus perras, cosa que me parecía de lo más asquerosa, sin embargo, esta vagina rosadita que tenía en frente pedía a gritos ser usada, con la lengua, con el dedo, con lo que fuera… acerqué mi naríz, agarrando la perra de las patas traseras y me dispuse a oler.
El olor era muy dulce con algo de ácido, olía a sexo y a perro.
No pude lamerla, mi aberración aún era mucha, pero aproveché lo quieta que estaba y le metí el dedo medio a la vez que me incorporaba un poco para ver su reacción.
La perra estaba quieta, un poco jadeante, para nada incómoda.
Levantaba su colita más y más cuando le metía todo el dedo, el cual salía lleno de sus fluídos de perra; ni falta hacía lubricar.
Me llevé el dedo a la naríz, ese aroma tan exquisito! Simplemente no podía quedarme así.
Me levanté y me quité el pants y los tenis, los arrojé al primer sitio que vi y seguí jugando con la perra hasta que quedara totalmente acostumbrada a mí.
Me dejé olfatear tantas veces como quiso, en el culo, en las axilas, en la verga; yo la imitaba lo mejor que podía.
Quienes han estado con perras sabrán de lo que les hablo… en ese momento es como si tú te transformaras en un macho canino.
La perra estaba bien cuidadita, de manera que no hacía falta bañarla ni mucho menos, aún olía a jabón de perro.
Debió ser la perra hogareña más consentida que he visto.
En uno de los juegos, la perra quedó panza arriba y yo sobre ella, su vagina sobresalía y colgaba ligeramente debajo de lo hinchada que estaba.
Apunté mi verga para restregársela, solo por fuera y ver como reaccionaba, quedando ésta tan quieta como cuando le metí los dedos.
Unos segundos bastaron para que chorreara de mis fluídos preseminales y ya estando así se veía más rosada y jugosa.
_Tengo que probarla_ pensé, caliente como estaba, así que la tomé de las patas traseras y acerqué mi naríz otra vez… ¡Ese olor maravilloso!.
Dejé a un lado mi asco y le pasé un par de lengüetazos, igual que como le hacen los perros.
El sabor no era nada del otro mundo.
Apenas un poco salado.
La perra se puso de pie, muy juguetona y aproveché para agarrarla de las caderas.
Así apretada como la tenía, acerqué mi boca y con la mano que me quedaba libre le abrí el coño y le metí la lengua.
Ni falta hacía abrírselo… dilatado como estaba.
Empecé a comer los fluídos de adentro, saladitos y amargos, pero muy agradables, ni asco me dio.
Jugué con lo que pensé que era su clítoris, ya que al tocarlo con la punta de la lengua la perra brincó un par de veces en mi cara, muy rápido, como queriéndose ensartar.
Otra vez, la tumbé de panza y le abrí la vagina con mis dedos para tocar el clítoris y ahí la tenía, brincando otra vez y jadeando ¡Qué perra tan más rica!.
Me chupé los dedos y le mojé la entrada, me los llevé a la boca otra vez.
Ese sabor… Y así, tumbada de panza, le dejé ir toda la verga sin ninguna dificultad hasta los huevos; no hubo resistencia, ni siquiera sentí el músculo que abotona la verga de los perros.
Tan necesitada estaba la pobre.
Me tumbé de espaldas sin sacarle la verga y la dejé sobre mí, brincaba magnífico, se ensartaba solita.
Varias veces le saqué la verga cuando estaba a punto de venirme y jugaba un poco con ella, le metía los dedos, le chupaba el coño, hasta que no pude más y en una de esas le dejé venir toda mi energía sexual acumulada.
La perra nunca hizo por quitarse, gozaba tanto como yo, así que quedé abrazándola por la panza sobre ella a cuatro patas, hasta que la verga se me salió solita con un chorro de semen y baba de perra.
La luna ya estaba en lo alto cuando me separé de ella.
Supongo que al menos una hora pasamos cogiendo.
Dejé al animalito limpiarme la verga a lengüetazos (sobra decir que también se comío lo que cayó en el suelo) y la fui a amarrar con todo el dolor de mi corazón para que Don Pancho no se diera cuenta de mi fechoría a la mañana siguiente.
¡Idiota de mí! Al día siguiente era domingo, así que no abrían el negocio.
Subí otra vez con la perra y una buena dosis de croquetas en un balde.
Cogimos un par de veces más, una en el piso de la sala y una más en la bañera.
Ya de madrugada la dejé dormir a los pies de la cama, quedándome yo disfrutando del aroma a sexo y a perra pegado en mi cuerpo.
.
al abrir los ojos el sol ya estaba bien alto… me gruñían las tripas de hambre.
Pasé mi mano por el pito que estaba a reventar, los pelos tiesos de fluidos y semen.
Silbé un poco pero la perra no estaba!.
Esperen el desenlace en el próximo relato.
Espero sus comentarios.
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