Nada mal para ser la primera vez…
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por ohmydog!.
Siempre nos pajeábamos y cojíamos pensando en lo que haríamos con un perro hasta que un día de la fantasía en la cama pasamos a la realidad cuando el muy hijo de puta se apareció con el perro de unos vecinos y lo metió en casa. Qué polvos nos hechábamos con el Negro (así se llamaba el perro)! Era tal la excitación que nos provocaba que no tardamos mucho en enseñarle a cojernos. Pero les cuento que mi novio ya había estado "convenciendo" al perro por sus propios medios antes de que lo hiciera entrar en casa "oficialmente".
Resulta que una noche me llama por teléfono para decirme que iba a llegar más tarde ya que tenía que pasar por lo de su madre para hablar de no sé que asunto
familiar. La cosa es que se hizo tan tarde que yo no lo esperé levantado y me acosté a dormir. A los minutos de haberme acostado, escuché unos ruidos algo raros. Me levanté sigilosamente y sin prender las luces me dirigí hasta la ventana del comedor que daba al frente de la casa y por la cual se veía hasta la vereda a través de la entrada del auto. No vi nada pero si volví a escuchar algún ruido. Volví a mirar por la ventana del dormitorio que también daba al el frente de la casa pero hacia un porch de entrada. Y allí vi una de las escenas que más me han calentado hasta el día de hoy. Mi novio estaba en cuatro en el piso, con los pantalones por las rodillas y el Negro atrás de él metiéndole hocico entre los cantos. José, mi novio, se mordía los labios de gusto y trataba de ahogar los gemidos de placer que le provocaba esa lengua ancha en el orto. Pero el puto quería más que una chupada de culo.
Quería pija! Se volvió hacia el perro un par de veces para buscarle la verga y tocársela para calentarlo. El Negro se volvía loco cuando José dejaba de pajearlo y el gordo puto aprovechaba para insitarlo a que se lo montara. Se notaba que el perro no entendía muy bien lo que tenía que hacer y caminaba agitado alrededor de José que se daba palmaditas en la cola para indicarle el camino al placer de ambos. Como vio que tenía que ser más obvio en cuanto a sus intenciones, tomó al animal de las patas delanteras y se lo subió a la espalda al tiempo que trataba de agarrarle la pija para que lo embocara. El Negro se asustó y quiso bajarse. José terminó impacientándose y frustrado por no lograr que el perro se lo cojiera, entró a casa. Yo me metí de nuevo en la cama tratando de fingir que estaba dormido. El corazón me golpeaba tan fuerte por la excitación que me dolía en el pecho. (Es esa sensación que siento cada vez que veo un espectáculo inesperado o espío a alguien… ) De más está decir que después de que se acostó, nos pegamos una cojida antológica pero sin mencionar lo que acababa de suceder!
No podía sacarme esa imagen de la cabeza y no aguantaba la ansiedad para poder probar suerte con el Negro. Y de tanto desearlo, a los tres días tuve la oportunidad. Otra vez José llegaría tarde. Ni bien recibí su mensaje, corrí a la vereda a ver si podía encontrar a quien se convertiría con el tiempo en uno de mis amantes más anhelados. Sólo esperé un par de minutos y como atraído por mis pensamientos el Negro apareció al trote por la esquina. Bastó con verlo para que mi corazón se acelerara. Sin más que mirarlo, el perro se me acercó más amigable que nunca moviendo la cola. Antes de que me alcanzara, me di media vuelta y entré a mi casa. Porsupuesto, el perro me siguió. Una vez que estuvimos los dos solos en el living, me desnudé completamente y me dediqué a enseñarle como se coje a otro macho.
Al principio la situación fue igual que como le había pasado a José pero como yo tenía más tiempo y paciencia, el perrito no tardó en empezar a captar la idea. El muy turro estaba recaliente y cada vez que le tocaba la pija se le hacía el botón adentro de la funda. Lo dejé un rato hasta que se le bajó. Me senté en el sillón y él vino a olerme la entrepierna. Me lamió un poco la cabeza de la verga y los huevos y yo lo tomé de las patas de adelante y lo hice apoyarse en mi pierna mientras le acariciaba la cabeza. Ahí me le fui a la verga y se la agarré con toda la mano. El Negro se arqueó y empezó a serruchar como loco aferrándose a mi pierna ferozmente. Lo detuve con cierta dificultad ya que estaba recaliente y no quería hacer otra cosa más que aparearse. (El sólo hecho de usar la palabra APAREARSE me hace parar la pija!).
Después me puse en cuatro patas en el piso y él se me vino encima como loco a meterme hocico por atrás. Qué maravilla! No quería que se detuviera pero lo hizo para empezar a dar vueltas nerviosamente a mi alrededor como buscando la forma para montarme y sacarse la alzadura. Intenté lo que le había visto hacer a José y lo tomé de las patas y me lo cargué a la espalda. Lo sostuve así unos segundos al tiempo que me agachaba cada vez más y le sacaba culo para rozarle la punta de la pija. Creo que cuando me agaché se me abrieron los cantos y el Negro sintió el calor de mi culo y eso lo hizo empezar a empujar instintivamente. Papá! No les puedo explicar mi excitación cuando lo sentí moverse ahí atrás. No pudo meterla y se bajó jadeando y para mi sorpresa solito volvió a subirse a intentarlo de nuevo. Yo estaba tan excitado por sentir que un semental como ese estaba loco por preñarme, que me sentía mareado. Finalmente, después de varios intentos fallidos, pareció darse por vencido pero seguía evidentemente excitado. Decidí recompensarlo por haber sido tan buen alumno. Me tiré de espaldas en el piso, le agarré la poronga, le tiré todo el cuero para atrás para descubrir totalmente ese palo rosado y me lo metí en la boca hasta la garganta. El Negro ni se movió y me dejó hacer.
Empezé a chuparle esa hermosa verga que crecía un poco más con cada chupón. Se la agarré por detrás de donde se forma el botón y me quedé contemplándola crecer al tiempo que me escupía deliciosos chorros de esperma en la cara. Me quedé extasiado viendo ese hermoso pedazo de carne roja que latía y no paraba de ponerse más grande y apetecible en mi mano. Con que ganas recibí cada chorro de esa acabada transparente en mis labios. Aún hoy no encuentro las palabras justas para describir el sabor particular de la leche de perro. Ese raro sabor "metálico", a veces dulzón… siempre delicioso! Después de estar ahí tirado a los pies de mi macho durante un rato, le solté la pija y le quedó bamboleando entre las patas y casi le tocaba en el piso lo cual no era un detalle menor ya que estamos hablando de un perro mediano, como de la altura de un doberman más o menos.
En ese momento me di cuenta de que si quería que ese macho me cojiera, iba a tener que bancarme no sólo un tremendo pedazo de verga sino ese increíble botonazo gordo y duro como roca! El Negro empezó a lamerse la pija sin dejar de regar el piso con su leche. Después se me acercó y me husmeó la entrepierna. Le ofrecí mi verga y la lamió con gusto. Pero duró poco aquel momento ya que me acabé como un hijo de puta con esa lenguaza increíble. Nunca me imaginé que a los perros les gustara tanto la leche de hombre… o por lo menos al Negro le encantaba porque se la tomo toda, hasta la última gota…
Me levanté del suelo con las rodillas que me temblaban. Me senté en el sillón y esperé que al perro se la bajara la hinchazón de su sexo para despedirlo rápidamente e ir a bañarme antes de que llegara mi novio.
Y hasta acá, mi primera historia. Espero que les haya gustado.
Abrazo zoo amigos!
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